Vampiros (Primera parte)

VAMPIROS

Las leyendas de vampirismo, como las de licantropía, se fundan en temores ancestrales y en pocos hechos concretos. Esos temores comprenden el miedo patológico a ser enterrado vivo o el miedo a que los suicidas, que por este hecho fueron excomulgados y enterrados sin los ritos de rigor, regresen de su tumba.

Las tradiciones sobre los vampiros varían de región en región y, en ocasiones, se confunden con las leyendas de los hombres-lobo. Al igual que éstos, los vampiros tienen el poder de metamorfosearse, siendo capaces de transformarse en animales. Originalmente se transformaban en búhos, gatos, perros y principalmente lobos. En muchos cuentos, los vampiros, no sólo se transforman en lobos sino que dirigen manadas de estos animales, tal como en el caso del conde Drácula que tuvo una manada de lobos a su mando.

Para algunos, los vampiros son muertos a los que se les ha introducido un espíritu maligno. Poseen poderes hipnóticos y son capaces de poner a su víctima en trance, como si durmiera. Para otros, se trata de espectros de excomulgados que se aparecen en la noche. Para sustentarse necesitan alimentarse del más vital de los líquidos: la sangre.

Para librarse de la funesta influencia de los vampiros, el único método eficaz es desenterrar el cuerpo del espectro, hundirle una estaca en el corazón, y quemar los restos ensangrentados del cadáver hasta reducirlos a cenizas, después de haber recitado sobre él algunas oraciones.

Parece ser que la palabra «vampiro» es de origen húngaro (vampir) y que se incorporó a la lengua inglesa en 1743.

En toda Europa central existen tradiciones sobre los vampiros. En Polonia se les llama «Upiros». Los griegos los conocen como «Brucolacos» o «Vroucolaques». León Allatius escribía en el siglo XVI sobre estos monstruos asegurando que si un brucolaco llama a una persona y ésta contesta, muere al cabo de algunos días. Paul Ricaut, que viajó por Levante en el siglo XVII, añade que los turcos temen tanto como los griegos a los brucolacos. Los rumanos hablan de los muertos que abandonan su tumba para chupar sangre y los designan con los nombres de «Strigoiu» y «Moroiu». Los romanos los llamaban «Striges» y los describían como unas aves nocturnas que robaban niños y les chupaban la sangre. Más tarde se dio este nombre a las brujas que, durante la noche, hacían uso de sus maleficios. Estas Striges son las mismas «Empusas» de los griegos.

Petronio (siglo I) en El Satiricón pone las siguientes palabras en boca de Trimalción:

«En el tiempo en que todavía tenía pelo largo, pues desde niño llevé vida de sibarita, se murió el favorito de mi amo, por Hércules, una alhaja de chiquillo, perfecto en todo. Estaba su pobre madre llorándolo, y todos nosotros con ella acompañándola en su duelo, cuando de pronto, las estriges se pusieron a aullar de manera inimaginable; hubiérase dicho que se trataba de un perro persiguiendo a una libre. A la sazón vivía con nosotros un tipo de Capadocia, grandote, de muchas agallas que no tenía miedo a nada ni a nadie y que tenía fuerza para levantar en vilo a un buey enfurecido. Nuestro hombre desenvainó la espada al oír los aullidos y, después de liarse el manto al brazo izquierdo, salió como un rayo y atravesó a la primera bruja que halló al paso, como por aquí (salva me sea esta parte). Oímos un gemido angustioso; pero, si he de decir verdad, a las estriges no las vimos. Nuestro mozo volvió a la habitación y se dejó caer sobre un lecho. Tenía todo su cuerpo amoratado, como si le hubiesen apaleado, y era que le había tocado la mano maléfica. Nosotros cerramos bien la puerta y volvimos nuevamente a nuestra triste misión; pero, cuando la madre, en un transporte de dolor, fue a abrazar el cuerpo de su hijo, sólo halló un muñeco relleno de paja. No tenía corazón, ni entrañas, ni nada. Las brujas habían robado a la pobre criatura y habían puesto en su lugar aquel monigote de paja. Por favor, debéis creerme, hay mujeres sabihondas, hay hechiceras nocturnas, que ponen boca abajo lo que está boca arriba. En cuanto a nuestro capadocio, después de este suceso nunca más recobró su color normal; es más, poco después moría como un loco furioso»[1].

Fuera de Europa existen tradiciones vampirescas, como la de las brujas mexicanas que se «chupan a los niños». Del otro lado del mundo, los habitantes de la pequeña isla de Cagayan Sulu, en el archipiélago de las Filipinas, hablan de los berbalangos[2]. También en la literatura árabe encontramos vampiros llamados Golos, Gul, Algol o Lamias. En Las mil y una noches[3] (episodio correspondiente a la noche 538) se cuenta cómo un algol con apariencia de carnero blanco, trata de devorar a la hermosa Dalal. La desdichada invoca a una santa musulmana, quien envía en su ayuda a una genio, que acepta salvarla a cambio de un beso. Esta extraña historia de vampirismo y lesbianismo termina cuando la genio mata al algol de un puntapié en los testículos.

EL MURCIÉLAGO VAMPIRO

Como decíamos más arriba, los vampiros tenían el poder de metamorfosearse en animales. Lo curioso es que no fue sino hasta principios del siglo XX en que se habló de transformaciones a murciélago. La razón era que no fue sino hasta ese entonces cuando algunos centroeuropeos oyeron historias de un mamífero que habitaba las selvas de América. Era un murciélago pequeño y feo, que por las noches se posaba sobre el ganado que dormía, en los borregos o en los hombres, y les chupaba la sangre, y luego se retiraba a las cuevas y lugares oscuros del bosque para descansar y digerir lo comido. La coincidencia con las leyendas era muy buena para dejarla pasar. A ese murciélago se le bautizó como vampiro y las leyendas se ajustaron para que de desde ese entonces en adelante los vampiros se transformaran en murciélago-vampiro.

Los murciélagos-vampiro son mamíferos del orden quiróptero, familias desmodóntidos y filostomáticos. Los verdaderos vampiros pertenecen a la primera familia. Son murciélagos de pequeña talla, sin cola, que viven exclusivamente en América. Están provistos de un par de incisivos que utilizan para practicar pequeños cortes sin producir dolor. Lamen la sangre de la herida (no la succionan por los colmillos como dice la leyenda) y pueden transmitir gérmenes patógenos. Comprenden algunas especies de los géneros Desmodus y Diphylla. El más común es el Desmodus rotundus, de 7 centímetros de longitud, que vive desde México hasta Argentina.

Impropiamente, también se denomina vampiros a otras especies de la familia de los filostomátidos, como el «vampiro espectro» (Vampyrus spectrum) y el «vampiro de hierro (Phyllostomus hastatus), de gran tamaño, aspecto repulsivo y alimentación frugívora, distribuidos por América del Sur.

La costumbre de alimentarse con sangre no es exclusiva de los vampiros. El doctor Hans Banziger, entomólogo suizo que trabajó en Malasia, descubrió una mariposa nocturna que pica la piel y chupa la sangre. Es la Calyptra eustriga que se alimenta con la sangre de búfalos, ciervos, tapires y antílopes que habitan Malasia[4]. Finalmente están las pulgas, piojos, mosquitos, jejenes y otros animales que se alimentan de sangre.

LOS VAMPIROS EN LA LITERATURA

Además de las referencias del Satiricón y Las mil y una noches, existen varias alusiones a los vampiros en diversas obras. Varios autores les han dedicado algunas páginas.

William de Newburgh en su «Historia Rerum Anglicarum» nos cuenta que en 1196, durante el reinado de Ricardo I, apareció un vampiro en el condado de Buckingham:

«Un cierto hombre que murió de muerte natural, estuvo bajo el cuidado de su esposa y recibió las atenciones de su entierro en la víspera del día de la Ascensión»[5].

El vampiro estuvo atormentando a su esposa tratándole de morder el cuello.

«Habiendo sido rechazado por su esposa, procedió de la misma manea para molestar a sus hermanos que vivían en el mismo pueblo».

Tampoco esta ocasión tuvo suerte. Sus hermanos lo corrieron a palos. San Hugo, obispo de Lincoln, al enterarse de los sucesos escribió una cédula de absolución, misma que le envió al archidiácono Stephen, ordenándole colocarla sobre el pecho del difunto. Hecho esto, el vampiro no volvió a aparecer.

Dos años después, en 1198, ocurrió un hecho similar en el pueblo de Berwick a orillas del río Tweed, en el extremo Norte de Inglaterra. Un hombre que en vida había sido tan malvado como rico se había convertido en vampiro. Atacó a varias mujeres antes de que su cuerpo fuera exhumado, cortado en pedazos y quemado.

La epidemia de peste que azotó al pueblo fue atribuida a la destrucción del vampiro quien así se vengaba de sus enemigos.

Los brotes de peste, crímenes en masa no resueltos y otros sucesos similares, eran a menudo atribuidos a una invasión de vampiros.

Dom Agustín Calmet, benedictino del siglo de las luces que murió en 1757, que era un conocido comentarista de las Sagradas Escrituras, publicó en 1734, en Leipzig, un «Tratado sobre la mordedura y absorción de sangre de los muertos de las tumbas», al que le siguió su «Traité sur les apparitions des spirits et sur les vampires» y «Vampires de la Hongrie et de ses alentours» y la «Dissertation sur les apparitions des esprits et sur les vampires et revenants», publicado en dos volúmenes en 1746.[6].

Unos cuarenta años antes, en 1706 Karl F. von Schertz publicó «Magia Póstuma», en Olmütz. «De masticatione mortuorum in tumulis» (Sobre los muertos que comen en sus tumbas) se debe a la pluma de Miguel Raufft (siglo XVIII).

«Los vampiros «“escribía en 1733 John Heinrich Zopftsalen de sus tumbas de noche, atacan a las personas que duermen tranquilamente en sus lechos, les chupan la sangre y los destruyen».

Otras obras famosas sobre vampiros son la novela de Sheridan Le Fanu, «Carmilla» y las novelas por entregas de Thomas Preskett Prest, «El valle de los vampiros» y principalmente el bestseller «Varney el vampiro o festín de sangre» (868 páginas llenas de truculencias), publicada en 1847.

BRAM STOKER

Ese año de 1847 es muy importante dentro de la historia de los vampiros, pues no solo se publicó la novela de Prest, sino que fue el año del nacimiento del escritor irlandés Bram Stoker, a quien se debe la mayor divulgación de la leyenda de los vampiros a través de su novela «Drácula».

El origen de la novela fue la amistad entre Stoker y el profesor húngaro Arminius Vambery, de la Universidad de Budapest. Vambery contó a Stoker todo cuanto sabía sobre las leyendas de los vampiros que abundan en los Balcanes. Le contó también sobre el príncipe Vlad Tepes apodado «Draculya» que había vivido en el siglo XV en Transilvania. Este Tepes fue tan famoso por su crueldad que casi todas las historias de vampiros surgieron a partir de él.

Los relatos que le contara Vambery hicieron que Stoker se interesara cada vez más en la historia, folklore, geografía y supersticiones de Transilvania. Se convirtió en un asiduo visitante del Museo Británico en busca de mayor información.

Stoker estaba tan empapado de las leyendas y tradiciones válacas que una noche, después de haber comido mucho, tuvo una terrible pesadilla producto de una mala digestión. En esa pesadilla se reproducían los aspectos generales de lo que más tarde sería la novela. Al despertar sólo tuvo que ordenar sus pensamientos para escribir el clásico y escalofriante libro de Drácula.

El más famoso de los relatos de vampiros fue publicado en 1897. Su autor murió en 1922. De acuerdo con la leyenda, la última palabra que Stoker pronunció fue «Strigoiu», vampiro en rumano.

EL DRÁCULA HISTÓRICO

Perdido en el corazón de los cárpatos rumanos, el castillo del conde Drácula, en Transilvania, sobre el valle del río Argo, a 160 kilómetros de Bucares, despierta temores y aviva las supersticiones. Allí, en la ciudad de Sighisoara (Scassburg) nació en 1431, Vlad Tepes, segundo hijo de Vlad II «Dracul» (dragón), rey de Valaquia desde 1436, luego de liderar una violenta revuelta[7].

La madre de Vlad Tepes fue la hija del rey de Moldova. Vlad II debía pagar tributo tanto a cristianos como a musulmanes. Por un lado estaba el rey de Hungría, Ladislas Posthumus, y el voivoda de Transilvania (Juan Hunyadi), y por el otro el sultán Murad II. En 1442 los trucos invadieron Transilvania y Vlad II permaneció neutral. Al termino de la guerra los húngaros lo acusaron de traición y lo expulsaron de Valaquia. Vlad II pidió apoyo a los turcos para recuperar su territorio. Luego de ser reinstalado tuvo que pagar un alto precio: debía enviar diversos contingentes de jóvenes para que pasaran a formar parte de las tropas de jenízaros de Murad II, y entregar como rehenes a sus dos hijos: Vlad y Radu Tepes. Fue así como su padre lo entregó a los turcos como tributo, y fueron ellos quienes enseñaron al niño todas las técnicas de la tortura[8].

En 1444 Ladislas decide reunir todas sus fuerzas para expulsar a los turcos de Europa. Le ordena a Vlad II que prepare sus ejércitos. Como sus hijos aún se encontraban en Adrianópolis, en poder de los musulmanes, Vlad II envía a su primogénito Mircea Tepes, mientras él permanece en su castillo. La empresa resulta en fracaso y Hunyadi acusa a Vlad y Mircea de los resultados. Los boyardos (nobles rumanos) derrocan a Vlad y lo ejecutan junto a su hijo Mircea. Sube al trono el voivoda Vadislao II, apoyado por Hunyadi. Los musulmanes quisieron imponer a Vlad Tepes «Draculea» o «Draculya» (hijo de Drácula o hijo del Dragón), apoyándolo para que recuperara el trono; pero Draculya huyó y se dirigió a Hungría para pedirle ayuda al rey Ladislas. Mientras tanto, Vadislao II, comienza a tener una política de acercamiento a los turcos, por lo que Ladislas apoya a Draculya para que recupere el trono de su padre. A la muerte de Hunyadi, durante la batalla de Belgrado, en 1456, Draculya, que entonces tiene 25 años, llega finalmente al trono de Valaquia.

Su primer acto público consistió en ofrecer un banquete a los boyardos. Se dice que estando en los postres los mandó empalar para colgarlos después alrededor del castillo de Trigoviste. Con eso evitaba cualquier futura disputa al trono. Desde entonces se le apodó como «El Empalador».

El empalamiento consistía en atravesar los cuerpos de las víctimas en diferentes partes, principalmente el corazón. Lo que también era común era forzar a que las víctimas abrieran las piernas, con la ayuda de caballos, para poder empalarlos. Vlad sentía una morbosa atracción por los moribundos. Atravesaba con una estaca a sus enemigos para torturarlos hasta morir.

Guy de Bechtel y Jean-Claude Carrière escriben sobre este asunto[9]:

«Hizo cortar en trozos a los prisioneros, hervir juntos a madres e hijos… Practicó todas las torturas clásicas de su tiempo: hacer que los caballos tiraran de los miembros de las víctimas, cremarlas, privarlas de agua, poner sal en sus heridas, arrancarles las uñas…»

Hubo varios levantamientos en contra del tirano. Uno de ellos fue dirigido por Dan III (Dan-Ciul), pero el mismo Draculya lo decapitó y la aldea de Almas, que había sido el refugio de Dan, fue borrada del mapa y todos sus habitantes empalados.

En una ocasión, cuando varios embajadores turcos lo visitaron y se negaron a quitarse el turbante como señal de respeto; Draculya ordenó a sus soldados que clavaran los sombreros en las cabezas de los turcos para que jamás se los pudieran quitar.

Trató de reunir a todos los gitanos que vivían en sus dominios. Logró capturar a trescientos. Seleccionó a tres y los asó vivos. A los demás les dio a escoger entre comérselos o enrolarse en su ejército.

En otra ocasión invitó a todos los enfermos y pobres de su feudo a un banquete únicamente para prenderle fuego al comedor con ellos en el interior. De esa manera se aseguraba la erradicación total de la pobreza en su reino.

Tal era el terror que su pueblo tenía por Vlad III que una taza de oro que mandó colocar en la plaza central de Tagorviste, nunca fue ni siquiera tacada durante el periodo de su reinado.

Otra anécdota muy parecida cuenta que un vendedor trashumante, conociendo la fama de honestos de los habitantes de Tagorviste, dejó sin descargar su carreta. Al día siguiente descubrió que le faltaban 150 ducados. Rápidamente fue a poner su queja con Draculya. El Empalador le ofreció su castillo para que pasara la noche, mientras se hacían las investigaciones. Mandó anunciar que, en caso de que no aparecieran los 150 ducados arrasaría con todo el pueblo y empalaría a todos sus habitantes.

Por otro lado ordenó a uno de sus sirvientes que colocara 150 ducados en el carro de mercancías. Al día siguiente el vendedor encontró dos bultos con 150 ducados cada uno. Lo informó a Vlad III, quien ya había capturado al ladrón y se disponía a empalarlo. Cuando ya estaba en la estaca, se lo señaló al vendedor y le dijo que de no haber informado sobre la cantidad extra, en ese mismo momento estaría haciéndole compañía al ladrón.

Después de la victoria de Brasov, mandó empalar a docenas de nobles de la ciudad. Luego ordenó un banquete en medio del bosque de empalados. Uno de los boyardos invitados a la comida se tapaba la nariz para no inhalar el repulsivo olor. Vlad III pensó que esa era una delicadeza inadmisible en un militar, por lo que ordenó se le empalara en una estaca más alta, donde no llegaran los olores.

Se cuenta que a lo largo de seis leguas había constantemente dos hileras de estacas con húngaros, moldavos y válacos. Era el llamado «bosque de los empalados». Draculya acostumbraba comer en medio del «bosque»[10]. Esta escena fue inmortalizada en un grabado alemán del siglo XVI.

EL REINADO DE DRACULYA

Cierta vez que vio en sus campos a uno de sus súbditos que vestía un caftán que le quedaba muy corto, ordenó traer al campesino y a su mujer. A ella le recriminó el no atender bien a su marido; aunque él le dijo que estaba contento con el trabajo de su esposa, Vlad III la mandó empalar mientras le proporcionaba otra mujer, no sin antes aclararle que debía ser más diligente o de lo contrario sufriría la misma suerte que su antecesora.

Vlad Tepes, además de todos sus otros «atributos», era misógino. Empalaba a las mujeres adúlteras, no sin antes amputarles los senos y los genitales. Si las mujeres tenían hijos, éstos acompañaban a sus madres: no quería tener problemas de venganzas en el futuro. Desconozco si tenía algún castigo para los hombres adúlteros. Tal vez porqué él mismo era un adúltero. Tenía una amante en las afueras de Targoviste. No se sabe qué motivo a esta mujer a decirle que esperaba un hijo suyo. Draculya envió a las comadronas para que la revisaran. No encontraron ningún síntoma de embarazo. Entonces el propio Draculya tomó un cuchillo y se lo introdujo desde la vagina hasta la parte superior del pecho para cerciorarse del embarazo. Al no encontrar nada, dejó a la pobre mujer gritando de agonía.

En 1462 un poderoso ejército turco fue testigo de una de las más feroces carnicerías de Draculya. Más de veinte mil súbditos fueron empalados ante sus atónitos ojos. Era su mayor prueba de crueldad y sadismo. En una crónica contemporánea podemos leer:

«El ejército del sultán se encontró con un inmenso campo de estacas, muy largo y muy ancho, en el que podían verse unos veinte mil cuerpos empalados de hombres, mujeres y niños».

Se calcula que Draculya mató a unas cien mil personas durante su reinado de terror[11]. Cuando Matías Corvino, hijo de Hunyadi, subió al trono de Hungría, Vlad solicitó su ayuda para combatir a los turcos. Envió una carta y un paquete. En la carta dirigida a Matías, Vlad III escribe:

«He matado a hombres y mujeres, a viejos y jóvenes, desde Oblucitza y Novoselo, donde el Danubio entra en el mar, hasta Samovit y Ghigen. Hemos matado a 23,884 turcos y búlgaros, sin contar aquellos a los que quemamos en sus casas, o cuyas cabezas no fueron cortadas por nuestros soldados…; 1,350 en Novoselo, 6,840 en Silistria, 343 en Orsova, 840 en Vectrem, 630 en Tutrakan, 210 en Marotim, 6,414 en Giurgiu, 343 en Turnu, 410 en Sistov, 1,138 en Nicópilis, 1,460 en Rahovo…»

En el paquete se encontraban varias cabezas, narices y orejas, de turcos asesinados por sus tropas. Era la prueba de lo que afirmaba.

A la muerte de su esposa, Draculya se casó con la hermana de Corvino. En 1476 su hermano Radu se alió a los turcos para tratar de arrebatarle el trono, pero fue asesinado por los húngaros. Vlad se enfrento al sultán Mehmet II. Dice una crónica de Eslavonia que durante una batalla a las afueras de Bucarest:

«Su ejército había hecho una carnicería con las tropas turcas. Draculya se dirigió al campo de batalla para ver cómo se retorcían de dolor sus enemigos. Alejado de sus hombres y amigos, uno de sus propios soldados lo tomó por un turco y lo hirió con una lanza. Él logró defenderse pero fue rematado por varios de sus soldados».

Al término de la batalla, los turcos recuperaron el cadáver. El sultán ordenó que lo decapitaran. Su cabeza fue llevada a Constantinopla por uno de los turcos victoriosos. El cuerpo ensangrentado de Draculya, destrozado y sin cabeza, fue descubierto por unos monjes del monasterio de Snagov, una isla cercana a Bucarest, y secretamente enterrado en la cripta frente al altar de la iglesia principal. Estos cuidados se debían a que, paradójicamente, este monstruo sádico y engendro de crueldad era profundamente religioso y había mandado construir muchas iglesias y monasterios, entre otros el de Tismania y el de Snagov.

Los campesinos que lo odiaban, y que lo consideraban como el dios-vampiro de las viejas leyendas magiares, acudieron a su tumba para vengarse en los restos de todas las crueldades recibidas. Exhumaron el cuerpo de Draculya y al igual que él siguieron su costumbre y lo empalaron: le clavaron una estaca en el corazón (curiosa manera de decir «ojo por ojo…»). Sus restos fueron quemados y su cenizas arrojadas al pantano. De aquí es de donde parten los ritos para destruir a los vampiros.


[1] Petronio, Satiricón, Editorial Origen, S. A. y Editorial OMGSA, S. A., Colección Historia Universal de la Literatura, No. 47, México, 1984.[2] Arteaga Federico, Los vampiros reales de Filipinas, Duda, No. 565, México, 28 de abril de 1982, Págs. 2-4.

[3] Anónimo, Las mil y una noches, Editorial Porrúa, S. A., Colección Sepan Cuantos, No. 136, México, 1971.

[4] Banziger Hans, Nocturnal vampire-butterfly, Journal of Edmonton, Canada, 13 de diciembre de 1968.

[5] 29 de mayo.

[6] Citado por Keller Werner, Ayer era milagro, Editorial Bruguera, S. A., Barcelona, 1974.

[7] Vignati Alejandro, Drácula: el otro conde, Mundo desconocido, No. 3, Barcelona, agosto de 1976.

[8] Cevallos Edgar, Historia universal de la tortura, Editorial Posada, Colección DUDA, no. 10, México, 1972.

[9] De Bechtel Guy & Carrière Jean-Claude, Le livre des Bizarres, Robert Laffont, paris, 1991.

[10] Chávez Peón Luis, ¿Existió realmente Drácula el hombre vampiro?, Duda, No. 288, México, 5 de enero de 1977, Págs. 1-22.

[11] Cevallos Edgar, Vampiros vivos y vampiros muertos, Editorial Posada, Colección Duda, No. 13, México, 1972.

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