El nada ingenioso ufólogo Frausán de Cuajimalpa

El nada ingenioso ufólogo Frausán de Cuajimalpa

En un lugar de Cuajimalpa, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un ufólogo de los de chaleco multibolsillos, cámara antigua, auto deportivo y galgo corredor. Tacos de tripas de carnero, arracheras las más noches, hamburguesas y pizzas los sábados, comida china los viernes, alguna paloma en mole de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su sueldo. El resto dél concluían trajes de colores chillones, zapatos de charol para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con sus convers de lo más fino. Tenía en su casa (en forma de platillo) una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y varios vigilantes que así le lavaban la «nave», le filmaban sus ovnis, como le hacían los mandados. Frisaba la edad de nuestro ufólogo con los cincuenta años. Era de formación recia, gordo de carnes, bigote en el rostro, no se si era madrugador, pero sí amigo de la caza de ovnis. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Mausi» o «Frausi», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Frausán». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél se salga varios puntos de la verdad.

El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con sus vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímiles se deja entender que se llamaba «Quijana». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

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