El triste caso de Elizabeth Targ

EL TRISTE CASO DE ELIZABETH TARG[1]

Mario Méndez Acosta

La búsqueda de soluciones mágicas y fáciles a los problemas humanos es una característica imposible de borrar en nuestra sociedad. Pero a veces la realidad imparte lecciones muy claras sobre lo que podemos esperar de la naturaleza y sobre lo engañoso, y hasta peligroso, que pueden resultar muchas de nuestras ilusiones. En el ámbito de la salud, las personas desearían que para sus males existiesen remedios seguros, infalibles, baratos y sin consecuencias nefastas. Lamentablemente, la ciencia tiende a ofrecer tratamientos caros, inciertos, sujetos al error humano y de efectos secundarios muy molestos o peligrosos. Por ello, tienen tanta aceptación los tratamientos alternativos, que prometen al paciente infalibilidad, bajo costo y ningún efecto no deseado.

targ En los últimos decenios, ha florecido la idea de que los enfermos pueden ser ayudados, o hasta sanados, gracias a esfuerzos meditativos, cantos, oraciones y estimulaciones telepáticas, realizados por curanderos, chamanes o personas piadosas, y a veces a gran distancia. Ejemplo de esto fueron las propuestas de la psiquiatra Elisabeth Targ, del Centro Médico de la Universidad de California, en San Francisco, quien en 1995, cuando todavía el VIH-Sida representaba una sentencia de muerte, reveló haber realizado un estudio controlado con el cual se demostraba el poder curativo de la oración.

Para ello se integraron dos grupos con 10 pacientes de VIH-Sida cada uno, elegidos al azar. En uno, varios curanderos espirituales, que en promedio residían a dos mil kilómetros de los pacientes, aplicaron para la «cura» de éstos sesiones de oración y meditación. En el otro grupo no se aplicó tal tratamiento. En apariencia, después de seis meses se obtuvieron resultados sorprendentes: cuatro de los pacientes habían muerto, todos del grupo por quienes no habían orado o meditado. Los 10 por los que sí habían rogado, estaban vivos.

En 1996, Targ realizó otro experimento con 40 enfermos, elegidos nuevamente al azar. A 20 se les aplicó el tratamiento de oraciones; se enviaron sus fotos a 40 terapeutas psíquicos, quienes durante seis días consecutivos realizaron durante una hora sus rituales ante las imágenes. Así, cada uno de estos pacientes recibió las invocaciones a distancia de 10 rabinos, chamanes indígenas y síquicos bioenergéticos. Después de seis meses, resultó que los del grupo bajo prueba manifestaron menos síntomas relacionados con el VIH-Sida que los del otro grupo, quienes tuvieron que acudir seis veces más al hospital, supuestamente por ese motivo.

Sin embargo, tiempo después se reveló que el experimento sólo había sido diseñado para medir la supervivencia de los pacientes, y que el hecho de que ninguno de los pacientes muriera tenía mucho que ver con el que ya se hubiera descubierto el tratamiento con medicamentos antivirales.

Ante esto, se comenzaron a buscar otras variables entre los dos grupos, como calidad de vida o severidad de los síntomas, sin que se encontraran diferencias significativas entre ellos. Finalmente, alguien aconsejó que se midiera el número de visitas hechas al hospital, dato no registrado. Fred Sicher, firme creyente en el poder de la curación a distancia (tanto que había invertido casi 10 mil dólares en el experimento y era uno de los auxiliares de Targ), se ofreció a recuperar esa información de los expedientes de los pacientes y de su memoria, aunque no recordaba con precisión a qué grupo pertenecía cada persona.

Cuando Targ y Sicher escribieron su informe, dieron a entender que el experimento había sido diseñado para medir los síntomas de las 23 enfermedades relacionadas con el VIH-Sida detectadas en los pacientes. Nunca aclararon que los datos proporcionados eran los únicos que se ajustaban a la hipótesis de que la oración remota dirigida funcionaba, y eso con muchas pequeñas trampas. Tras posterior análisis se detectó también que en el experimento piloto, los cuatro pacientes muertos eran los más viejos de los dos grupos, siendo muy probable que fallecieran sin importar el tratamiento que tuvieran.

Sin hacer notar estos hechos, Elisabeth Targ obtuvo un donativo del Centro de Medicina Alternativa del Instituto Nacional de la Salud de Estados Unidos por 1.5 millones de dólares, para investigar acerca del efecto del cáncer cerebral. También obtuvo otro para confirmar sus hallazgos en el caso del VIH-Sida.

El tipo de cáncer cerebral a estudiar fue el glioblastoma multiforme. Este estudio ya se realizó, pero los resultados no han sido publicados aún… y, al parecer, nunca lo serán. Ha ocurrido algo que puede considerarse como una de esas coincidencias de improbabilidad casi inconmensurable. En marzo de 2002, Elisabeth se dio cuenta de que tenía problemas con el habla y, además, sufría parálisis facial izquierda. Alarmada, se hizo una prueba de resonancia magnética en el cerebro, para cuya interpretación estaba capacitada. Lo que encontró la dejó desolada: sufría un tumor cerebral. Más estudios revelaron que se trataba precisamente de un glioblastoma multiforme, el más peligroso, veloz y mortal de los tumores cerebrales, en su caso inoperable y de crecimiento muy rápido.

NicolaiLevashov Naturalmente, sus curanderos entraron a escena e inundaron su cuarto de hospital. De hecho, no sólo ellos, miles de seguidores iniciaron sus rituales para lograr su curación. Decidió así suspender su tratamiento radiológico, que mostraba avances notables, y ponerse totalmente en manos del curandero ruso Nicolai Levashov. Inició entonces una dieta macrobiótica y una serie de rituales meditativos, a pesar del dolor intenso que la abrumaba. Contrajo matrimonio el 4 de mayo de 2002, acompañada por miembros de la comunidad parapsicológica de todo el mundo. Dejó el hospital y se fue a su granja, en el valle Portola, donde finalmente falleció el 18 de julio de 2002.

¿Alteró este hecho la fe de los creyentes en la meditación y la oración como ayudantes de la curación de las enfermedades? De ninguna manera, casi todos consideraron que si bien el cuerpo de Elisabeth había muerto, su alma había sido beneficiada. Basta consultar la página de internet www.etarg.org para comprobar que la fe de sus seguidores no ha amainado. Los experimentos de Elisabeth Targ no prestaron atención al hecho fundamental de que ha sido la ciencia médica la que ha logrado detener la muerte de enfermos del VIH-Sida; en el mejor de los casos, con dichos estudios sólo se buscó confirmar algún síntoma, por lo que actuaron de forma marginal en la salud y e! bienestar de las personas.

Bibliografía

Bronson, Po. «A prayer before dying». Wired Magazine, No. 10.12, December, 2002.


[1] Publicado originalmente en Ciencia y Desarrollo, No. 169, marzo-abril del 2003, México, Págs. 42-43.

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