La “literatura” irracional

LA «LITERATURA» IRRACIONAL[1]

El éxito que tienen las publicaciones esotéricas, de temas paranormales, de ufología o del «más allá», revela una enorme credulidad, causa y efecto de una profunda insuficiencia de espíritu crítico. Y, aunque en esta nota nos referimos a la prensa escrita, los mismos argumentos se pueden aplicar a los programas de radio y televisión que, abordando esta temática, han irrumpido recientemente en el ámbito nacional de la mano de reconocidos adalides del disparate y del dislate, que se autocalifican como «investigadores».

Debemos reconocer que esto es, en cierto sentido, disculpable. Me refiero a la enorme credulidad y a la insuficiencia de espíritu crítico. Es de todos conocido que en la actualidad, un gran número de lectores de todo tipo de publicaciones (y en particular del tipo de revistas motivo de estas líneas), se ven obligados a confiar, a priori, y en gran medida, en los autores de las informaciones sobre las cuales el lector está insuficientemente informado y no puede tener un juicio autorizado. No se puede imponer la obligación de que estos artículos lleven una etiqueta certificando que son un producto de calidad, marcado al calce por un sello de rigor científico. Es fácil, entonces, hacer aceptar productos falsificados en lugar de mercadería auténtica, por poco que se conozca la manera de hacerlos aceptables. Como ejemplo de ello, aunque en otro rubro, no hay más que ir a los mercados de Tepito, La Lagunilla, La Merced y muchos de los puestos callejeros que comercializan productos falsificados, baratos pero de mala calidad, que copian burdamente a los originales.

Pues bien, las revistas de temas para anormales (perdón, quiero decir, las revistas de temas paranormales) que copan los puestos de periódicos, en su mayoría de procedencia extranjera (España principalmente, aunque se pueden ver algunos ejemplos de pasquines americanos, ingleses y argentinos, sin olvidar los de origen nacional), han puesto cuidadosamente a punto sus técnicas de difusión. La presentación editorial de dichas revistas, que son grandes logros editoriales, constituye un éxito.

Pero si bien una presentación cuidada, un diseño moderno y portadas llamativas con títulos sugestivos atrae lectores, uno pensaría que sólo podría retener a estos lectores aportándoles «materia para pensar». El caso de estas revistas es muy curioso ya que, si analizamos el contenido, no cumplen con estos requisitos y sin embargo sus ventas se mantienen. La razón es obvia, dan gato por liebre. Se presentan como revistas de divulgación. Más aún, ¡se dicen de divulgación científica! (los más moderados hablan de «ciencias de frontera») y han adoptado la política de proporcionar al público este «alimento del cerebro», sin importar si la moneda es buena o falsa, con tal de que sea accesible, no presente esfuerzo de lectura y mantenga el interés del lector.

Sin duda alguna la literatura sobre los «mundos para lelos» (disculpen…, quise escribir, «los mundos paralelos») ofrece la materia ideal. Permite «pensar», ya que se trata de «ciencia», y quien dice ciencia sobreentiende saber de calidad; pero la verdad es que este tipo de «literatura» no exige ni los esfuerzos ni los renunciamientos que reclama la «ciencia oficial».

Hay que aceptar que dentro de la literatura de lo insólito no todo es ficción: la invención se puede construir sobre datos positivos, lo que ayuda a generar la confianza del lector. Aunque no se desdeña la pura invención, es más común partir de un elemento tangible, aunque no necesariamente válido. El cimiento puede ser un sueño, un relato, una tradición y hasta un hecho científico. Para engendrar maravillas fantásticas la materia importa poco. Lo que vale es la técnica. Los editores de estas revistas han desarrollado una técnica teratológica sin que nada la límite: ni la verdad, ni la naturaleza de las cosas y mucho menos el espíritu crítico de los lectores.

La puesta en escena de esta técnica se rige por el principio de «todo vale, todo está permitido»: lo que asegura mayor éxito a los autores a mayor incontinencia imaginativa. En otras palabras, aun cuando estos escritores invoquen el sentido común, el rigor de pensamiento e incluso el método científico, ello no implica que los utilicen; se dispensan de tomarlos en cuenta.

Los «insolitólogos» no demuestran, afirman, y sus afirmaciones pueden ser de diversos tipos:

Afirmación por insinuación. Es la más practicada. La forma dubitativa permite concebir todo, adelantar todo, por medio de un vaivén de sugerencias que, aparentemente, no afirman nada, pero que se repiten, se refuerzan y, al final, se llegan a imponer. Del indicativo pasan al condicional, el modo que tanto favorece a la afirmación que no afirma, pero que permite comprender con medias palabras al iniciado. Este deslizamiento sutil de lo posible en suspenso a lo posible realizable, que se convierte rápidamente en una certeza, conduce a la férrea aceptación de lo que sigue siendo esencialmente una hipótesis.

Afirmación por halago. Es la más fácil. Se recusa a esos personajes celosos y fosilizados que son los científicos y se hace un llamado a la inteligencia del lector, quien muy halagado, admite a ojos cerrados los viajes a velocidades superiores a la de la luz o el poder de la mente sobre la materia.

Afirmación difamatoria. Contrapartida de la anterior. Permite decir sus verdades a los científicos, que se niegan a caminar sobre la cabeza.

Afirmación nebulosa. Claro engendro del cerebro de los brujos y videntes. Es tanto más convincente cuanto que, como no se puede comprender a estos iluminados, no queda más remedio que creerles bajo palabra.

Afirmación paralógica. Por medio de ella se puede ir sacando cualquier cosa de cualquier otra, de deducción en deducción.

Afirmación por medio de la interpretación de cuentos o símbolos. Permite introducir en el campo de la realidad, las más extravagantes nociones, gracias a ese sobreentendido permanente del ¿por qué no?

Afirmación in verificable. Es la más segura y la más impúdica. Se ejerce anunciando hechos que el lector más exigente es incapaz de verificar por falta de los medios necesarios para hacerla. Coadyuva el hecho de que en ninguna de estas revistas se citen referencias bibliográficas o de otro tipo.

Afirmación masiva. Es la más frecuentemente repetida. ¿Cómo dudar de lo que todo mundo dice? ¿Por qué no creer lo que todos afirman?

Afirmación por interpretación. La más peligrosa, Estas revistas presentan fenómenos científicos cuyo desarrollo puede parecer paradojal, y hasta anormal, al profano, ya sea porque constituye un caso particular y poco conocido de uno más general, ya sea porque moviliza las relaciones complejas, difícilmente traducibles a un lenguaje familiar, o porque simplemente se le supone una cierta anomalía cuando en realidad no existe tal. Los escritores de lo oculto señalan la pretendida «extrañeza» y luego interpretan libremente los hechos, mágicamente, fantasmagóricamente, introduciendo en el corazón del fenómeno prodigios impresionantes que, muy naturalmente, son calificados de científicos.

Afirmación por ocultamiento de datos e inducción al pensamiento mágico. Desde el Retorno de los Brujos (de Pawels y Bergier) hasta los programas y videos de nuestro conocido Maussan, pasando lógicamente por la desaparecida revista Duda, los autores de estas obras presentan sólo una cara de la moneda: la mágica, la extraordinaria o la extraña y luego piden que sea el propio lector el que saque sus «propias» conclusiones. No se le da la oportunidad de que conozcan el reverso de la moneda y cuando algún escéptico lo intenta, rápidamente lo descalifican o le imponen una veda cerrándole las puertas a los medios masivos de comunicación.

La pregunta es ¿sabrán los lectores de estas revistas que los están engañando y en lugar de alimento cerebral están recibiendo, como las gallinas, su propio excremento cerebral procesado? Lo más seguro es que no hayan caído en la cuenta, y por lo tanto la culpa la tiene el indio además del compadre.

La tarea de educar al público y refutar las pseudociencias o las creencias en los pensamientos mágicos no es labor exclusiva de los científicos, es también obligación de los intelectuales, entendiéndose por ello a los humanistas y literatos, y en general de todo aquel que haga uso de la razón. ¿Qué está usted haciendo por evitar el avance del oscurantismo?


[1] Publicado originalmente en Planeta X, Septiembre 1998, No. 3, págs. 142-143.

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