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Cuando el cadáver de un Papa fue sometido a juicio

CUANDO EL CADÁVER DE UN PAPA FUE SOMETIDO A JUICIO

Por Juan José Morales

JeanPaulLaurens Públicamente se dijo que el inusitado proceso era celebrado en defensa de la fe y la Iglesia, aunque todos sabían que sus motivos reales eran mucho más mundanos: inclinar la disputa por el trono del Sacro Imperio Romano hacia el favorito del pontífice en turno.

Corría enero de 897 y en la Basílica de San Juan de Letrán, en Roma, los car­denales reunidos en pleno contemplaban una extraña escena: en el trono papal reposaba, lujosamente ataviado con todos los ropajes, joyas y ornamentos de su rango, el cadáver putrefacto de un papa. Frente a él, otro papa gesti­culaba, amenazaba y colmaba de injurias e invectivas al cadáver.

Este insólito juicio post mortem – sobre el cual los historiadores oficiales de la Iglesia prefieren no hablar mucho y cuya documenta­ción ha desaparecido conveniente­mente – se conoce como el Sínodo del Cadáver o Sínodo Cadavérico y en latín como Synodus horrenda. Enfrentó, si así puede decirse, a Esteban VI con su antecesor, el papa Formoso, sacado de la tumba donde había estado 9 meses para ser procesado por real o supuesta violación de las leyes eclesiásticas.

No era la primera vez que a Formoso lo enjuiciaba y conde­naba un papa. En 872, cuando era cardenal y obispo de Oporto, Portugal, aspiró al papado y debió abandonar Roma apresuradamente ante el peligro de ser asesinado por sus rivales. El nuevo pontífice, Juan VIII, enemigo suyo, convocó de inmediato a un sínodo que lo excomulgó acusándolo, entre otras cosas, de haberse opuesto al empe­rador, saqueado los claustros de Roma, abandonado su diócesis sin permiso papal, intentado ser simultáneamente arzobispo de Bulgaria y papa, y conspirar contra la auto­ridad de la Iglesia. La sentencia se mantuvo vigente 6 años y sólo fue anulada en 878, después de que Formoso prometiera nunca volver a Roma ni ejercer su ministerio. A la muerte de Juan VIII el nuevo papa, Marino I, repuso al renegado en la diócesis de Oporto, donde perma­neció hasta octubre de 891, cuando consiguió ser designado papa.

UN PELIGROSO SITIAL

En aquella época el trono de San Pedro era un sitial tan codiciado como peligroso, que conllevaba para sus ocupantes el riesgo de morir días o meses después de conquistarlo, y no siempre de muerte natural, sino envenenado, como Marino I; estrangulado, como Benedicto VI; apuñalado, como Juan X y León V, e incluso a manos de maridos que los sorprendían in fraganti con sus esposas, como Juan XII -de quien el populacho romano, que lo odiaba por su avaricia, su crueldad y su vida licenciosa, dijo que había sido muy afortunado de morir sobre una cama, aunque fuera ajena «“ o Benedicto XIII, a quien otro colé­rico marido machacó el cráneo a martillazos. Algunos pontífices podían ser sólo mutilados, como Esteban VIII, a quien le cercenaron las orejas y la nariz, o bien forzados a renunciar, depuestos, desterra­dos o encarcelados. Pero Formoso pudo reinar sin sobresaltos por más de 5 años, hasta abril de 896, cuan­do falleció al parecer de viejo, pues tenía ya 80 años de edad.

No habría de descansar en paz. Tras el brevísimo papado de Bo­nifacio VI, muerto en oscuras cir­cunstancias apenas 2 semanas des­pués de ser electo, subió al trono Esteban VI, quien una vez afianza­do en el poder no sólo desenterró las olvidadas acusaciones de Juan VIII contra Formoso, sino el pro­pio cadáver de éste para someterlo a grotesco juicio, en el cual se le concedió el derecho a «defenderse» por boca de un clérigo comisionado para ello por su propio acusador. Los jueces habían sido desig­nados también por Esteban. Naturalmente, el difunto papa fue considerado culpable de todos los cargos. De inmediato se declara­ron nulos, inválidos y sin efecto cuantos nombramientos, consa­graciones y demás actos hubiere realizado como papa; al cuerpo se le arrancaron las regias vestiduras, se le despojó de sus ornamentos, se le cortaron los 3 dedos de la mano derecha con que había consagrado, absuelto y bendecido, y se le arrojó al río Tíber.

DISPUTAS CORTESANAS

Las verdaderas razones del Synodus horrenda no tenían nada qué ver con la religión ni las leyes de la Iglesia, sino con las disputas por el trono del Sacro Imperio Romano. Formoso apoyaba a uno de los bandos e incluso había coronado emperador a Arnulfo de Carinthia, en tanto que Esteban VI respaldaba a sus adversarios, encabezados por el duque Lamberto. Al desautorizar los actos de Formoso, prácticamen­te anulaba la coronación de Arnulfo y apoyaba a su oponente.

Esteban, sin embargo, no pudo gozar mucho tiempo de su victoria. Tras el juicio estallaron disturbios populares y fue depuesto por una conspiración palaciega. En julio o agosto de 897, a pocos meses de concluir el Sínodo Cadavérico – la fecha no ha podido precisar­se -, fue estrangulado en la cárcel donde estaba preso. El nuevo papa, Teodoro II – quien reinó apenas 20 días y murió envenenado – anuló el veredicto del Synodus horrenda y el cuerpo de Formoso fue inhu­mado nuevamente en la Basílica de San Juan de Letrán, ataviado con lujosas vestimentas pontifica­les. Años después, el papa Juan IX declaró ilegal cualquier futuro juicio de una persona muerta.

Pero las cosas no terminaron ahí: otro papa, Sergio III – célebre por su corrupción y por haber ase­sinado a su antecesor, León V -, declaró sin efecto la rehabilitación decretada por Teodoro II y Juan IX y reafirmó la condena de Formoso, ordenó exhumar de nuevo el cadá­ver y mandó cortarle otros 3 dedos y decapitarlo antes de lanzarlo por 2ª vez al Tíber. Sacados acciden­talmente en las redes de un pes­cador, los despojos fueron sepul­tados en tierra consagrada por 3ª y definitiva ocasión. Sin embargo, como después la Iglesia no volvió a ocuparse del asunto, oficialmente la macabra sentencia del Synodus horrenda sigue en vigor.

El fraude de la "medicina alternativa"

EL FRAUDE DE LA «MEDICINA ALTERNATIVA»

Por Juan José Morales

Cada vez más difundida entre personas dispuestas a creer cualquier disparate en vez de ponerse en manos de médicos competentes, sólo sirve para extraerles dinero y, en el peor de los casos, acelerar la muerte.

Todo es cuestión de en­foque y terminología. Cualquiera tildaría de charlatanería proponer a un paciente aquejado de cáncer o cálculos re­nales curarse con em­plastos de hígado de rana, sangre de cordero nonato y hojas de mandrá­gora; o con un brebaje a base de bi­lis de cerdo, pelos de lobo y hojas de enebro arrancadas a medianoche en medio de una tormenta y en un cru­ce de caminos. Pero calzar zapatillas con suela «biomagnética», tomar «principios activos químicos con al­ta carga vibracional», meterse bajo una pirámide de lona para restable­cer el equilibrio energético interno, o manipular el lóbulo de la oreja o la planta del pie para vigorizar las co­nexiones nerviosas que estimulan la actividad de los riñones, es conside­rado con seriedad por mucha gente como «medicina alternativa».

La lista de estos supuestos pro­cedimientos curativos es muy larga y no cesa de extenderse. Las hay, como la iridología y la reflexología facial, cuyos practicantes afirman poder diagnosticar enfermedades de todo tipo con sólo observar detenidamente el aspecto del ojo o del rostro del paciente. Más «cientí­ficos» en apariencia pero igualmen­te embaucadores son aquellos que dicen poder hacer lo mismo obser­vando al microscopio una gota de sangre – no analizándola, sino simplemente mirándola -, ya sea fres­ca o cristalizada.

TIRONCITOS DE OREJA

Y si alguno de esos timadores le pellizca a usted la oreja, no nece­sariamente lo estará reprendien­do o haciéndole un cariño. Quizá sea uno de esos auriculoterapistas, según los cuales todos los órganos del cuer­po están representados en la oreja, y examinándola solamente por fuera se puede saber si alguna parte del orga­nismo sufre un padecimiento. Es más: sostienen que son capaces no sólo de diagnosticar la enfermedad, sino tam­bién de curarla mediante adecuadas manipulaciones de la oreja misma, ya sea pinchándola con agujas, opri­miéndola delicadamente con pinzas o aplicándole suaves masajes.

Masajes también, pero bastante más eróticos, utiliza la senoterapia o masoterapia, exclusiva para muje­res. Según su lujurioso inventor, es posible detectar enfermedades por la forma de los pechos femeninos – el diagnóstico exige tentarlos­ e incluso curarlas sin necesidad de medicamento alguno, sino a fuerza de masajes en los senos.

Otra seudomedicina a base de masajes, pero en los pies, es la digi­topuntura. A diferencia de la acu­puntura no se utilizan agujas: sólo se oprimen con los dedos ciertos pun­tos de las extremidades inferiores supuestamente conectados a cada uno de los sitios del organismo y basta su manipulación para devol­ver la salud a un hígado o un estó­mago enfermos. Y por si alguien pu­diera tener problemas de cosquillas en la planta del pie, ya se inventó la quiroreflexoterapia, procedimiento análogo aplicado a las manos. A los pies está enfocada también la refle­xoterapia podal, que se vale de las lla­madas alfombrillas de masaje y las plantillas para calzado, actuantes mientras el paciente camina.

Están de moda igualmente los métodos de diagnóstico y curación basados en hipotéticas energías supuestamente emanadas del cuer­po pero imposibles de registrar o medir con prosaicos y vulgares ins­trumentos, pues son de naturaleza «anímica» o «espiritual». La biorreso­nancia, por ejemplo, asegura captar – aunque no dice cómo – ciertas ondas electromagnéticas corpora­les. La aurografia, por su parte, se ba­sa en los colores del «aura» poseída – afirman sus entusiastas – por to­do ser humano. Por supuesto, única­mente los «especialistas» la pueden fotografiar e interpretar.

Hay también toda una gama de «sensoterapias», que supuestamen­te se valen de los sentidos para «controlar la energía vital» y así cu­rar cualquier enfermedad imagina­ble o inimaginable. La cromotera­pia lo hace mediante colores, la aromaterapia emplea suaves olores, y la musicoterapia, con música.

MASOQUISMO Y FLORECILLAS DEL CAMPO

No faltan quienes prometen curar el cáncer con campos magnéticos, dosis masivas de vitaminas o mezclas de sustancias en las que se incluye algún compo­nente misterioso cuya identidad se niegan a revelar «para evitar su plagio por los tiburones de la industria farmacéutica».

Hay asimismo seudomedicinas na­turistas basadas en la premisa de que solamente lo natural cura – sus prac­ticantes se auto asignan el pom­poso título de naturópatas – y reco­miendan ayunos, dietas especiales, enemas de cafeína, baños fríos, beber agua casi al punto de reventar, apli­carse sobre el cuerpo montones de barro, tomar infusiones de hierbas y un sinfín de remedios parecidos.

La orinoterapia o uroterapia pro­mete curar todo tipo de enfermeda­des y mantener a quien la practique sano y fuerte como un toro con sólo beber su propia orina todos los días. También existe la coproterapia, consistente en comer los propios excrementos.

La grafoterapia no es tan nausea­bunda. Sólo emplea papel y lápiz o bolígrafo, porque – dicen los grafo­terapeutas – a través de una simple hoja manuscrita por el paciente se revela con toda claridad y detalle cualquier enfermedad, muchísimo mejor que con una radiografía, un electrocardiograma o una tomogra­fía. No sólo eso: si el paciente corri­ge su manera de escribir… ¡sanará de esos padecimientos!

Para masoquistas ya se inventó la algioterapia, útil para curar un sinfín de enfermedades y devolver el bienestar físico y mental con só­lo provocar dolor al paciente para «activar mecanismos olvidados por el hombre moderno».

Quien no desee sufrir, puede op­tar por las florecillas del campo del doctor Bach. Son «elíxires florales» preparados con gotas de rocío reco­lectadas de los pétalos de las flores, que ahí absorben una «vibración floral capaz de llegar a las causas de la enfermedad» y acabar con ella en un 2 por 3.

Todo esto – y mucho más – pue­de parecer sólo curioso, divertido, ri­sible, absurdo o francamente estúpi­do. Pero sirve para engañar y estafar a millones de ingenuos o desespera­dos. Peor aún: gente que podría ser curada con los procedimientos y los medicamentos científicos termina mu­riendo al ponerse en manos de esos timadores. Y de ello son en buena parte culpables aquellos medios de comunicación empeñados en difun­dir Y hasta ensalzar las llamadas medi­cinas alternativas como si fueran verdadera ciencia.

El doctor Balmis y su batalla contra la viruela

EL DOCTOR BALMIS Y SU BATALLA CONTRA LA VIRUELA

Por Juan José Morales

Balmis2 Recorrió más de medio mundo vacunando contra el terrible mal, pero no llevaba la vacuna en frascos ni inyecciones, sino en la sangre viva de niños que lo seguían como borreguitos.

Marzo de 1804. En la catedral de la ciudad de México, capital de la Nueva España, se celebra un solemne Te Deum en presencia del intenden­te de la ciudad y el ayuntamiento en pleno. Como invitado de honor, junto al obispo de la diócesis, un niño huérfano. El motivo de la ce­lebración es la llegada de la Expe­dición Filantrópica de la Vacuna, que tiene como misión propagar por todo el vasto imperio español la inmunización contra la viruela. La especial distinción a este niño se debe a que es uno de los porta­dores de la recién inventada vacu­na, que en aquel entonces se aplica­ba de niño a niño, de brazo a brazo.

La expedición, dirigida por el médico Francisco Javier Balmis Berenguer, nacido en Alicante en 1753 y muerto en Madrid en 1819, fue una de las grandes proezas médicas de todos los tiempos. Re­corrió miles de kilómetros por mar, tierra y ríos en 3 continentes e inoculó a cientos de miles de personas, con lo cual resultó el primer esfuerzo de vacunación a escala mundial en la historia, algo que se repetiría sólo más de un si­glo después.

La vacuna antivariolosa había sido inventada apenas en 1796 por el médico británico Edward Jenner, quien observó que las ordeñadoras contagiadas con cierta enfermedad de las vacas, llamada vacuna «“que produce vesículas purulentas pa­recidas a las de la viruela, pero en el ser humano es benigna-, no contraían viruela durante las epi­demias de esta enfermedad. Su método de inmunización con pus tomado de las pústulas de la va­cuna resultó muy efectivo y el rey Carlos IV de España, uno de cuyos hijos había muerto del enton­ces temible mal, ordenó no sólo in­troducir la vacunación en su país -lo cual se hizo en 1800- sino difundirla por todos los dominios españoles en América y Asia.

CARRERA DE RELEVOS

Balmis1 En un principio hubo oposi­ción a la idea, tanto por par­te de algunos médicos como de la Iglesia -llegó a decirse que el hombre no debe intervenir en las enfermedades que Dios nos manda-, pero sobre todo del te­sorero real, quien alegaba que no había fondos suficientes para cos­tear una empresa que juzgaba inútil. Finalmente el rey dio órde­nes tajantes y el 30 de noviembre de 1803 se inició el periplo en una corbeta que se hizo a la vela desde el puerto de La Coruña. En ella iban 22 pequeños expósitos del orfanatorio del lugar, que en el curso de la travesía fueron sien­do vacunados sucesivamente pa­ra pasar de brazo en brazo el vi­rus y mantenerlo vivo. En cada puerto de escala nuevos niños sustituían a los que iban a bordo y a la vez se formaban grupos que partían hacia las principales ciu­dades llevando la vacuna en sus propios cuerpos, como en una ca­rrera de relevos.

La nave viajó primero a las islas Canarias, a mitad del Atlántico, y de ahí a Puerto Rico, Cuba y Venezue­la, donde el grupo inicial se dividió. Una parte, a cargo del propio Bal­mis, partió por mar hacia Yucatán y La Nueva España, en tanto que la otra siguió su recorrido por tierra y vías fluviales hacia Colombia, cru­zó los Andes para llegar a Perú y Ar­gentina, donde culminó su recorri­do casi en Tierra del Fuego, en el extremo sur del continente. Éste fue el grupo que más penalidades sufrió: un naufragio -aunque sin víctimas- en el río Magdalena y los feroces ataques de mosquitos que se cebaban en las pústulas provocando infecciones, enfer­medades y diarrea a los niños.

EN LA NAO DE LA CHINA

Balmis3 A su llegada a Yucatán el gru­po encabezado por Balmis volvió a dividirse y una pequeña parte se dirigió hacia Villa­hermosa, en el actual estado de Tabasco, para continuar a Chiapas y Guatemala, mientras el grueso proseguía hacia Veracruz, Puebla, la ciudad de México y las pobla­ciones del norte del virreinato.

De la ciudad de México, Balmis, con su séquito infantil en constante renovación continuó a Querétaro, Guanajuato, León, Aguascalientes, Zacatecas, Durango y Chihuahua, donde llegó el 21 de mayo. Enfi­ló luego hacia los entonces hosti­les y despoblados territorios de lo que ahora es el suroeste de Esta­dos Unidos y que hasta 1847 fue­ron parte de México; y alcanzó la actual ciudad de Monterey, en Ca­lifornia. De vuelta por la costa del Pacífico pasó por Sonora y llegó a Guadalajara en agosto de 1804.

Tras un lapso de descanso y reorganización en la ciudad de Mé­xico, en enero de 1805 Balmis to­mó en Acapulco la famosa nao de China hacia las Filipinas. Llevaba otro grupo de 24 niños -a cuyos padres había persuadido median­te halagos, dinero y promesas de que serían educados por cuenta del erario público-, que serían los portadores vivientes de la vacuna durante el largo y azaroso cruce del Pacífico. Cumplida su misión, todos fueron devueltos a México, en tan­to el médico seguía hacia Cantón y Macao para finalmente, en 1806, volver a España.

POR CIENTOS DE MILES

La larga y prolongada expedi­ción cubrió prácticamente todo el imperio español: Cuba, Puerto Rico, México, Guatema­la, Panamá, Colombia, Ecuador, Chile, Perú y Argentina en Amé­rica; el archipiélago filipino y Ma­cao y Cantón, en China. Gracias a una excelente organización, la vacunación pudo realizarse en es­cala realmente masiva. Tan sólo en la ciudad colombiana de Car­tagena de Indias, por ejemplo, se inmunizó a más de 24,000 personas y en la ciudad de México, a 100,000. Son cifras notables si se consideran el analfabetismo y la ignorancia imperantes en la épo­ca y la desconfianza, los recelos y el temor que la gente experimen­taba ante la aplicación de pus en los brazos. Pero, por sus buenos resultados, la vacunación terminó siendo aceptada y cuando comen­zaron las guerras de independen­cia en las colonias españolas, era ya una práctica tan habitual que en 1814, en plena lucha, el general insurgente López Rayón hizo va­cunar a todos sus guerrilleros.

Durante mucho tiempo se cre­yó que Balmis había muerto pobre en 1819, pero el reciente ha­llazgo de su testamento reveló que durante sus últimos años tu­vo una situación económica de­sahogada. Tampoco fue olvidado. En España se han celebrado nu­merosos homenajes y reconoci­mientos en su honor, especial­mente en 2003, al cumplirse 250 años de su natalicio y 200 de la expedición. En la ciudad de Mé­xico una calle lleva su nombre y en su memoria la Asociación Me­xicana de Infectología y Micro­biología Clínica instituyó el Pre­mio Francisco Javier Balmis en Enfermedades Prevenibles por Vacunación.

Tironcitos de oreja

TIRONCITOS DE OREJA

Juan José Morales

Nogier Si usted cree que las ore­jas sirven para escuchar, se equivoca. Si piensa que son para colgar aretes, tam­bién está errado. A nuestros remotos ancestros pudieron haber­los ayudado a la audición, y a los animales todavía les sirven para tal fin. Pero en los humanos modernos carecen de función alguna, y si a lo largo de los últimos millones de años conservamos tan inútiles apéndices a los lados de la cabeza fue sólo para que allá por 1955 Paul Nogier, un médico francés, pudiera inventar la auriculoterapia.

Al menos eso se deduce de lo que afirma un tal Moisés Lipszyc en su Manual de Auriculoterapia.

Todo comenzó cuando Nogier -quien practicaba indistintamente la acupuntu­ra, la homeopatía y la qui­ropráctica- supo que cierto curandero de la ciudad de Lyon trataba la ciática cau­terizando levemente la oreja. Se dedicó entonces a estudiar orejas y con un poco de ima­ginación descubrió que todas tenían más o menos la forma de un feto humano invertido. De ahí sacó la conclusión de que en la oreja está representado el cuerpo humano completito, con uñas, pelos y dientes incluidos.

En realidad, tal idea no tiene nada de original. Muchas otras pseudo­ciencias sostienen que ciertas partes del cuerpo, llamadas somatotopías, corresponden a la totalidad del resto del organismo. Por ejemplo, las manos, los pies, el iris de los ojos, el cráneo, la frente, la nariz, la lengua, la mucosa de los cometes nasales, una zona triangular en el cuello, y por supuesto, la oreja.

El siguiente paso fue decidir en cuáles sitios de ella está representa­da cada parte del cuerpo. Nogier y sus seguidores dicen haber encon­trado en total más de 200 puntos o zonas, de apenas una a 3 décimas de milímetro de diámetro. Pero en el proceso de búsqueda pare­cen haberse dedicado alegremente a descuartizar el minifeto auricu­lar, pues manos, pies, pulmones, vértebras, ojos, intestinos, cerebro, lengua, hígado, riñones y demás órganos y miembros se hallan caó­ticamente dispersos en sus dibujos. Por lo demás, los auriculoterapistas no se ponen de acuerdo sobre la ubicación precisa de cada uno, pues los sitúan donde mejor les parece.

CARIÑOSOS APRETONCITOS

Feto Según estos charlatanes, cuando se masajea determinado sector de la oreja se producen ondas sensoriales o cambios electromagnéticos que se propagan hasta el órgano corres­pondiente y con ello se alivia .cual­quier mal. Pero el puro estímulo físico no basta, pues -se lee en un manual de auriculoterapia- «debe considerarse también a esa zona un teléfono por el que expresamos nuestro deseo e intención de curar… (lo cual) es una parte importante de la auriculoterapia, especialmente si va acompañado de una conside­rable cantidad de amor a nuestro prójimo». No es necesario, empero, susurrar tiernas palabras al oído del paciente. El buen propósito basta.

Así, con amorosos y bienin­tencionados apretoncitos de oreja se puede curar toda enfermedad, padecimiento o trastorno imagi­nable, desde aftas o fuegos en las comisuras de los labios hasta úlce­ra gástrica, asma, hemorroides o enfermedades cardiacas, pasando por cefaleas, migraña, herpes, tras­tornos mamarios, problemas diges­tivos o renales, exceso de gases intestinales, estreñimiento, dia­rrea, gastritis, indigestión, cólicos, problemas menstruales, insom­nio, sinusitis, angustia, ansiedad, depresión, estrés, trastornos de la alimentación, bulimia, anorexia, obesidad, adicciones a drogas, alcohol o tabaco, esguinces, dolor de huesos y articulaciones, artritis y reuma, entre las más comunes.

Es más: los auriculoterapistas afirman que basta aplicarse preven­tivamente tales masajitos -men­sualmente por ejemplo- para evi­tar cualquier mal del cuerpo, el alma o el espíritu y conservarse sano y fuerte como un toro. En honor a la verdad, se debe sin embargo reconocer que hasta ahora no han prometido curar el cáncer, aunque sí ofrecen perder peso sin dejar de comer ni someterse a die­tas especiales: basta pegarse ciertos parchecitos en el lóbulo de la oreja.

LUCECILLAS DE COLORES

Auriculoterapia Además de los pellizquitos con los dedos o con pinzas, a lo largo de medio siglo los auriculoterapistas han ideado una gran diversidad de procedimientos para hacer más efec­tistas y darle un aire pseudocientífi­co a sus manipulaciones. Utilizan inserciones de agujas como en la acupuntura -a veces acompañadas de tenues descargas eléctricas-, varillas de vidrio pulido para frotar la oreja, minúsculos imanes, semi­llas de mostaza que tienen un leve efecto cáustico, semillas de vacca­ria -cierta planta china- que al germinar «eliminan energía fotóni­ca», microesferas de acero inoxi­dable, moxas -son inyecciones de preparados de hierbas en el cartíla­go de la oreja -, o aplicaciones de procaína, un anestésico local.

Algunos emplean la pomposa­mente llamada fotocromoterapia secuenciada, consistente tan sólo en iluminar la oreja con lucecillas coloreadas haciéndolas pasar a tra­vés de un cristal de cuarzo «para que éste les transmita sus propie­dades». Los hay quienes aplican descargas de láser y no faltan los que afirman diagnosticar mediante lo que llaman pulso radial, refle­jo aurículo-cardiaco o «variación de la onda estacionaria a nivel arterial». Aunque aclaran pruden­temente que los tales pulsos no pueden registrarse con instrumen­tos como cualquier vulgar encefa­lograma o electrocardiograma, sino que solamente los percibe el propio terapista, gracias a su especial y superdesarrollada capacidad senso­rial. El pulso, dicen en una confusa jerga, «transmite la información referida al grado de armonía o conflicto entre el paciente, como microcosmo s que es, respecto del universo, el macrocosmos que lo ha creado y lo cobija, del cual es parte única, diferenciada e irre­petible del resto. Al mismo tiempo, esta información manifiesta el grado de armonía del individuo en su propia dualidad materia-espíritu, de cuya reciprocidad depende su equilibrio psicosomático y, por tanto, su salud».

EN 15 SESIONES

Como es usual en las pseudome­dicinas, no existe un solo estu­dio científico serio que demuestre la relación entre la oreja y las diferentes partes del organismo, ni prueba alguna de la eficacia de la auriculoterapia. Y, como tam­bién es usual en estos casos, no se requiere ser médico – o tan siquiera haber cursado más allá de la secundaria – para practicarla. Basta tomar un cursillo como el de 15 sesiones de 3 horas de cierto instituto -cuyo nombre omitire­mos para no hacerle publicidad gratuita- que igualmente ofrece cursos de orinoterapia, magia del perdón, astrología y terapia de la reencarnación y vidas pasadas, y cuya seriedad puede juzgarse por el hecho de que junto con tales cursos vende las llamadas tarjetas radiónicas, las cuales con sólo lle­varlas en el bolsillo supuestamente vuelven a su portador inmune a los influjos de energía negativa, evitan que sea víctima de asaltos, hacen que el dinero fluya a raudales hacia él, que las mujeres -o los hombres en su caso- caigan rendidas a sus pies o que se vuelva un triunfador en los negocios. Algo así como la versión «científica» de las patas de conejo o los chupamirtos disecados que tradicionalmente se han usado para atraer la buena suerte y el amor.

Las milagrosas piedras molidas de Okinawa

LAS MILAGROSAS PIEDRAS MOLIDAS DE OKINAWA

Juan José Morales

CalciumFactor Cualquier médico le dirá que el calcio -presente en la leche o el queso- es necesario para mantener en buen estado huesos y dientes. Pero sólo un charlatán afir­mará que tomar calcio devuelve la vista a los ciegos, hace oír a los sordos y bailar a los tullidos, cura el cáncer, la migraña y otras muchas docenas de enfermedades, redu­ce la hipertensión, evita los infar­tos, garantiza la eterna juventud -o casi-, permite vivir un poco menos que Matusalén.

Estas y otras propiedades -tan maravillosas como imaginarias- se le atribuyen al calcio. Pero, ojo, no a cualquier calcio, sino solamente al de coral porque -se dice­ «proviene de organismos vivos». ¡Ah!, pero tampoco cualquier cal­cio de coral tiene tan prodigiosos efectos, sino única y exclusiva­mente el de los corales de Okinawa, una isla japonesa. Prueba de ello, se dice, es que sus 3 millones de habitantes no sufren cáncer, jamás enferman ni siquiera de gripe y viven sanos y fuertes hasta los 139 años. ¿Por qué? Porque en su pequeño mundo el agua, el suelo y el aire contienen tanto calcio de los arrecifes corali­nos, que lo comen, lo beben y hasta lo respiran. Gracias a ello, Okinawa es una especie de Shangri-la donde no hacen falta médicos y las fune­rarias ofrecen a precio de ganga los féretros que se acumulan en sus bodegas.

-Quizá los más sorprendidos al enterarse de todo esto hayan sido los propios okinawenses… porque es absolutamente falso. Si bien muchos alcanzan avanzada edad, están lejos de ser un pueblo de cen­tenarios. Y si padecen menos pro­blemas cardiovasculares es por su dieta baja en grasas y abundante en arroz entero, pescado, legumbres y verduras, y porque la agricultura y la pesca -sus principales ocupaciones- les demandan intensa actividad física.

TRIQUIÑUELA LEGALOIDE

RobertBarefoot El cuento de que el calcio es un curalo­todo lo inventó un tal Robert R. Barefoot, quien sostiene que el cáncer, la diabe­tes, el Alzheimer y otras 200 enferme­dades degenerativas se deben a una defi­ciencia de calcio, la cual provoca acido­sis. O, para decirlo en otros términos, hace que el cuerpo se vuelva excesiva­mente ácido y apa­recen esos males. Por lo tanto, basta echarse entre pecho y espalda una apro­piada dosis de calcio para que el organismo se alcalinice, recupere su nivel normal de acidez y la salud retorne como por ensalmo.

A Barefoot usualmente se le cuelga el título de doctor, pero no lo es. Ni siquiera estudió medicina. Toda su formación académica se limita a un curso de 3 años para obtener un diploma de labo­ratorista en el Instituto Tecnológico del Norte de Alberta, en Canadá. Jamás ha realizado una sola inves­tigación científica sobre los efectos del calcio en el organismo humano ni, mucho menos, puede presentar evidencia alguna de lo que afirma. Tampoco tienen respaldo científico los anuncios que se publican en Internet, revistas populares y televisión, aunque utilicen un lenguaje pseudocientífico y hablen vagamente de «estudios hechos por prestigiadas uni­versidades e investigadores internacio­nales». En uno de ellos, por ejemplo, se dice: «El calcio de coral es iónico… dona electrones para reparar las células dañadas. Esta habi­lidad natural iónica, combinada con el espectro completo de la formación orgáni­ca, hace del coral una de las fórmulas más benéficas para mantener y mejorar su salud. Previene y revierte enfer­medades degenerativas». Pero en letras pequeñas se aclara -porque así lo exige la ley- que «la veraci­dad de la información contenida en este mensaje no ha sido comproba­da ante la Procuraduría Federal del Consumidor».

Los vendedores de calcio de coral registran su producto como suplemento o complemento ali­menticio. Así no tienen que some­terlo a las rigurosas pruebas clíni­cas y de laboratorio exigidas a los medicamentos, ni demostrar nada. Además, aunque hablan de curación no la ofrecen. Sólo la insinúan, y allá el tonto que lo crea.

Así, otro anuncio dice que el cal­cio de coral «Puede ayudar a luchar (sic) la diabetes, la osteoporosis, la hipertensión, el colesterol, la ten­sión arterial baja o alta, lesiones a causa de deportes, artritis, y fati­ga para nombrar algunos. Ayuda a limpiar los riñones, el hígado, y los intestinos. También rompe (sic) los efectos de residuos de droga y sustancias tóxicas dentro del cuer­po. Balanceando niveles del pH, el calcio coralino consolida y revita­liza al cuerpo mientras que evita que las enfermedades dañinas se expandan».

DESPERDICIO DE DINERO

En México, la Comisión Federal de Protección contra Riesgos Sanitarios (COFEPRIS), tiene en la mira al calcio de coral junto con otros productos «milagro» que ase­guran tener extraordinarias cua­lidades terapéuticas. Pero, debido a esas lagunas de la ley, no logra impedir su publicidad y venta.

La Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos advier­te que comprar calcio de coral es un desperdicio de dinero. El calcio que necesita un ser humano puede obtenerse de los alimentos, y si se requiere una cantidad adicional, los productos farmacéuticos que prescriben los médicos son muchísimo más baratos y -sobre todo- real­mente efectivos y de calidad garan­tizada.

Y algo muy importante que los ingenuos consumidores ignoran, es que aunque en la publicidad del calcio de coral se dice que proviene de organismos vivos y «es cosecha­do cuidadosamente bajo supervi­sión del Gobierno de Japón», en realidad no se obtiene de los arre­cifes coralinos de Okinawa, pues están protegidos por la ley, sino que se produce moliendo las piedras de origen coralino que hay por todas partes. Igual se podrían usar las pie­dras calizas de la península de Yu­catán, que también proceden de seres vivos: son sedimentos formados por los restos de minúsculos invertebrados llamados foraminífe­ros, que -como los corales- tie­nen un esqueleto exterior de carbonato de calcio. Con los 250 o 300 pesos que cuesta la más barata dotación para un mes de cápsulas de calcio de coral, se podría comprar una tonelada de caliza molida, suficiente para varias generaciones.

Así que ya sabrá usted si cree en las milagrosas piedras molidas de Okinawa.