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Extraterrestres ante las cámaras Vol. 5

EXTRATERRESTRES ANTE LAS CÁMARAS VOL. 5

Extraterrestres Ante Las Camaras 5 Recorrer las páginas de este libro es transitar por los recuerdos de personajes y sucesos que apasionaron por décadas al público argentino, desbordando las fronteras mediante los cables de las agencias noticiosas. Ellos generaron las más diversas reacciones frente a tan desmesurados relatos y sospechosas evidencias gráficas.

La fotografía debiera ser uno de los elementos probatorios más firmes acerca de los extraños fenómenos reportados, respaldando incluso el testimonio, pero la experiencia muestra su falibilidad, sumada a la habitual ausencia de una corroboración visual. Se transita por un límite difuso con la realidad.

Tal como lo expone el prolífico y respetable ufólogo mexicano Luis Ruiz Noguez en esta obra, numerosas fotografías de presuntos seres extraterrestres, surgen de manchas, reflejos, insectos, piedras, arbustos, y de cualquier otro elemento dispuesto o interpuesto en la cámara, y que no ha sido visto o reconocido por el ojo humano. Sólo cuando se tiene la fotografía delante, aparece la inesperada «“y a veces, deseada»“ imagen frente al fascinado observador. Estará por determinar si pretenden embaucar al público, creyéndolo ingenuo, o si son ellos los incautos y ardorosos soñadores.

Las pruebas proyectivas utilizadas en psicología permiten comprender los mecanismos de la psique y las maneras en que se originan estas imágenes. En las pruebas suele exhibírsele al sujeto figuras ambiguas, o difusas. Siendo la percepción un acto psíquico «“no exclusivamente sensorial»“, en sus respuestas irán a manifestarse las actitudes y el inconsciente. Es probado que el mundo que nos rodea es visto e interpretado de acuerdo a la capacidad, la experiencia y los intereses.

Uno de los tests más difundidos, el Rorscharch, nos ilustra sobre estos conceptos. En su administración, al sujeto se le mostrará una serie de láminas «“manchas de tinta»“ con figuras imprecisas y se le dice que comunique lo que ve o imagina en ellas, o señalar su semejanza y parecido con algo de la realidad o de la fantasía. Tendrá, pues, que dotar de significado a unos estímulos, que no tienen ningún significado.

A ese respecto, cuantiosas fotografías donde se cree observar la presencia de seres antropomorfos (interpretados y descriptos como tales, sea por la forma, la textura, la luminosidad o por los detalles), revelan la dinámica y estructura de la personalidad de quien dice verlos. Un procedimiento análogo opera en la ilusión. Desde luego, esta disposición suele ser más notoria y desproporcionada cuando va acompañada de una lucubración fabulosa (seres de luz, gnomos, extraterrestres, etc.), que intenta explicar el origen de lo registrado por la cámara, apoyado sólo en el aspecto o la apariencia de unas siluetas. El convencimiento previo y la sensatez desempeñan un rol preponderante.

En efecto, las fotografías poseen un singular atractivo que encuentra en ciertos individuos un campo propicio para desplegar las ficciones o fantasías de naves y tripulantes siderales, como una salida providencial de las presiones psíquicas. Asimismo, sujetos inescrupulosos suelen trucar las imágenes y, con destreza, resistir las pericias técnicas. Se trata de fraudes de la más variada elaboración. Esta circunstancia es un estigma que contribuye a desvalorizar a priori tales documentos. Un descrédito que tiñe las imágenes eventualmente genuinas, registradas por personas honestas que pudieren haber fotografiado algo que no alcanzan a explicar.

Es justo valorar los documentos fotográficos teniendo en cuenta quién los obtuvo, ya que la confiabilidad de los informes no difiere en absoluto de los testimonios oculares. He aquí donde la evidencia gráfica se arroga cierta objetividad, más allá de lograr precisar su naturaleza, pues materializa en forma perdurable la impresión subjetiva de los testigos frente a un fenómeno inusual.

No obstante lo expuesto, la contribución de tales documentos al quimérico esclarecimiento del problema ha sido muy escaso «“sino, nulo»“, a pesar de la expansión y de las excepcionales posibilidades que ofrece la fotografía digital como instrumento de investigación aplicado a la ufología: precisar la morfología, desentrañar la naturaleza, las características… Casi siempre las imágenes capturadas continúan siendo producidas por ocasionales y desprevenidos testigos, o por algún gurú o su séquito de entusiastas puestos a la caza de ovnis.

Precisamente, Luis Ruiz Noguez nos brinda, con soltura, humor e ironía, un relato ameno y de patético realismo sobre estos aspectos de la ufología argentina, cuyos principales animadores no parecen ser los extraterrestres, ni aún sus presuntos retratos, sino los figurantes bien terrestres. No es necesario aventurarse en el cosmos para sorprenderse, e incluso maravillarse. La realidad desafía y supera cualquier intento. El autor demuestra, una vez más, que para alcanzar a comprender a la extraterrestres, debe empezar por desentrañarla ese fenómeno que es el ser humano, tendiendo una mirada hacia sí mismo y a su rededor.

El título de la obra: Extraterrestres ante las cámaras, propone algo más que examinar cuantas fotografías de extraños seres de dudosa procedencia que visitaron el territorio argentino. Consiste en fijar el ojo sobre la lente, no perder de vista la escena de los extraterrestres y, entre bambalinas, observar detenidamente todo cuanto ocurre aquí, en la Tierra, y a quienes pergeñan tanta ficción.

A fin de cuentas, no consiste en desacreditar a los ovnis. Se trata «“por sobre todas las cosas»“, en acreditar la verdad. Una verdad que subyace sobre la realidad que no es siempre lo que aparenta.

Roberto Enrique Banchs

Buenos Aires,

Mayo 2010

Viaje a Venus en un plato volador. La increíble historia de Salvador Villanueva (Final)

VIAJE A VENUS EN UN PLATO VOLADOR

«EL TRAMA SE COMPLICA EN LA RECEPCIÓN

«Acto III. Entonces vino la gran recepción en el American Club, organizado por la Comisión de habla inglesa -todos interesados en los platillos. ¡Luces, fotógrafos, caviar, cócteles, líneas de recepción, presentaciones, música! Distinguidos hombres en finos trajes y bellas damas en trajes de colores. Un mezcla de diplomáticos y personal militar. Y los camareros haciendo realmente sus cosas. Una verdadera fiesta mexicana -¡Bueno, es algo para que lo inviten a uno! Tuvimos un gran momento dando vueltas y escuchando los diversos grupos. El señor Adamski tenía dificultades para responder a todas las preguntas que se le hacían. Entonces, de repente detrás de la escena -¡Embuste! Recibimos una llamada de SOS de un miembro de la comisión. Un joven que había entrado en la recepción sin invitación y estaba tratando de extorsionar unos pocos pesos por medio de un documento legal falso. El asesor jurídico de la comisión, un magistrado, afortunadamente, estaba presente y lo regresó por su camino a toda prisa. La fiesta continuó sin ser molestados. Dudamos de si alguno de los distinguidos invitados se habría enterado de lo que estaba sucediendo detrás de la escena. En realidad apareció otro personaje. Quería saber cuánto «˜cobraba»™ el señor Adamski por una conferencia. Parecía sorprendido al saber que el señor Adam[1] impartió la conferencia sólo por insistencia de los amigos -y sin cobrar. El cargo fue para el Teatro Insurgentes, que se había excedido en los gastos de venta de entradas. ¡Ahora supimos que se estaba tramando una maldad! Pero la fiesta continuó alegremente, y sólo la comisión supo sobre estos acontecimientos -y sólo el villano conocía el crimen cometido en secreto en la conferencia. Pero pronto lo sabríamos.

¡Apareció un mensajero con una citación legal para el señor Adamski! Había -créanlo o no- cometido el delito de dar una conferencia cobrada a un peso la PedroFerriz entrada[2], en el Teatro de los Insurgentes, sin un permiso. La comisión había obtenido los permisos de entrada, permisos de teatro, y sabe Dios cuántos otros permisos, pero habían descuidado obtener un permiso personal para el orador. El señor Adamski, naturalmente, no sabía nada de todo esto -todo lo que sabía era que un grupo de amigos le había pedido dar la conferencia. Pero eso no influyó en el villano de la trama.

Pedro Ferriz.

«COMPLICACIONES INTERNACIONALES

«Acto IV. Los días siguientes fueron agitados. Todos estábamos volando alrededor para asegurarnos de que el señor Adamski no parara en la cárcel. Una segunda citación le esperaba en su hotel esa noche, y fue a someterse a interrogatorios por la mañana. En la vista le quitaron sus documentos a pesar de las protestas de la comisión. Todavía no se sabía quién estaba involucrado en esto. La única cosa que se podía hacer ahora era conseguir ayuda de la Embajada de Estados Unidos, que rápidamente lo hizo. ¡Complicaciones internacionales! ¡Nunca hay un momento aburrido en México! Pero todos sentimos pena por el señor Adamski. La publicidad adversa dio como resultado la cancelación de algunos programas de televisión y hasta una importante conferencia que iba a dar ante «La Asociación Nacional de Técnicos Mexicanos».

Roberto Kenny Roberto Kenny.

El problema se arregló, finalmente, debido a la intervención de un alto personaje de la política mexicana a quienes los Reeve identifican como «Señor Héroe». ¿Se trataba de Jesús Reyes Heróles[3]? Tal vez nunca lo sabremos.

«LA CABALGATA DE MEDIANOCHE

«Los villanos resultaron ser periodistas, irritados, algunos de los cuales hemos entendido asistieron a la fallida conferencia de prensa. Finalmente llegaron algunas disculpas. Lo mejor de todo, el señor Héroe arreglo que el señor Adamski hablara después de todo, en una reunión de «˜La Asociación Nacional de Técnicos Mexicanos»™, que se celebró en su propia residencia. Aún tenemos nuestra invitación impresa digna de este asunto. Así terminó este drama fantástico en el Viejo México. ¡Muchas gracias -Señor Héroe! ¡Muchas gracias a todos los actores del drama! En retrospectiva, no me habría perdido nada de eso por nada!»

LA ENTREVISTA ADAMSKI VILLANUEVA

DiegoRiveraEmmaHurtado Finalmente, luego del incidente del Teatro de los Insurgentes, se concertó una entrevista entre los dos terrícolas que, supuestamente, habían visitado el planeta Venus. Adamski sometió a Villanueva a un tipo de prueba «secreta y esotérica», diseñada por el propio Adamski para determinar la veracidad de los contactados. Adamski le hizo una serie de preguntas y declaró que Villanueva estaba siendo sincero, ya que había respondido correctamente

Diego Rivera y Emma Hurtado.

Son nuevamente los Reeve los que nos informan de esto:

«LA REUNIÓN DE LOS DOS ADAMSKIS

«Antes de que George Adamski se fuera de México, se organizó una interesante reunión entre él y Salvador Villanueva Medina, el taxista de México. Muchos de los admiradores de Salvador, en ese momento lo llamaban «˜el Adamski mexicano»™. Así, una histórica reunión fue organizada entre los «˜dos»™ Adamskis en la residencia del señor Gebé. Esta es la secuela que prometimos en el capítulo 10. Sólo seis de nosotros estábamos presentes, incluyendo un caballero que actuó como intérprete.

Villanueva15MV El teatro de los Insurgentes, en cuya marquesina se podía leer: «Los platillos voladores por George Adamski».

«Antes de la reunión se acordó que el señor George Adamski sería libre de preguntarle a Salvador para darse una idea en cuanto a la validez de la experiencia de Salvador[4]. Nos sentamos atrás asombrados de como continuó el interrogatorio. Algunas de las preguntas formuladas por el señor Adamski eran fundamentalmente preguntas técnicas relativas a los platillos que no podríamos haber respondido correctamente nosotros mismos. ¿Qué vio Salvador cuando miró a través de la puerta en la nave? ¿Qué notó cuando la nave despegó? ¿Exactamente qué razones le dio el hombre del espacio para estar allí? Estas y muchas otras preguntas puntuales fueron formuladas. Si las preguntas nos asombraban, también lo hicieron las respuestas. Salvador aprobó su examen en las manos de un hombre, que había visto un platillo por sí mismo, conocía cómo preguntar ciertas cosas que no imaginarías que el simple contacto pueda dar las respuestas. Todos los presentes se mostraron satisfechos con los resultados. Salimos de la reunión sintiéndonos agradecidos de que los acontecimientos habían trabajado de tal manera que pudimos estar presentes.

JesusReyesHeroles Jesús Reyes Heróles.

La versión de Villanueva es más parca, pero deja entrever su ansiedad:

«Poco después vino de California, E. U., el señor Jorge Adamski. Dictó también una conferencia sobre el tema en el teatro Insurgentes, y aseguró que había tenido numerosos contactos con los tripulantes de las naves.

«Le fui presentado en casa del señor M. Ge. Be. y me limité a contestar sus preguntas; pero sin extenderme.

Villanueva14 George Adamski en la casa del matrimonio Reeve, en la Ciudad de México.

«Tenía entonces la firme convicción de que ninguna de las personas que había conocido, gozaran de mayor experiencia que yo, y me parecía que sólo buscaban para su provecho personal mis confesiones.

El socio y co-autor de Adamski, Desmond Leslie, también visitó a Villanueva ese mismo año, y afirmó que Adamski le había confiado la «Clave», explicándole que «todo hombre que ha tenido un verdadero contacto físico con los hombres de otros mundos se le ha dado un cierta «˜clave»™ por la que se sabe que está diciendo la verdad»[5].

Villanueva16MV George Adamski y Salvador Villanueva Medina en la casa de Manuel Gutiérrez Balcázar.

Nuevamente cedemos la palabra a Villanueva

«También pasó por esta capital el escritor inglés Mr. Desmond Leslie y tuve oportunidad de conocerlo y acompañarlo durante día y medio, gracias al interés del acucioso investigador y periodista señor M. Ge. Be. que no se daba punto de reposo para aprovechar cuanta oportunidad se le presentaba para investigar mis experiencias.

DesmonLeslie Desmond Leslie.

«Debo aclarar, como ya dije antes, que tampoco al periodista le había contado la experiencia completa. Como a las demás personas, me limité a relatarle solo una parte, ya que el resto lo juzgaba inverosímil. Temía que me ridiculizaran, pues entonces ya creía justo que nadie creyera lo que no había visto con sus propios ojos.

«Sin embargo, seguía haciendo estragos en mi mente la promesa que les había hecho a los tripulantes de la nave espacial.

«Y éste es el motivo por el que decidí escribir mi relato con amplitud y sin las limitaciones que impone el periodismo[6]. Espero que perdonen mi osadía.

VILLANUEVA, TREINTA Y CUARENTA AÑOS DESPUÉS

En la década de los ochentas yo escribía las secciones de tecnología de las revistas Vogue y Varón México, ambas del grupo editorial Novedades. Una de las tantas veces que me encontraba en las oficinas de la revista hablando con su editor Noé Agudo, salió el tema de los ovnis y derivó al asunto de los contactados. No tardo en aparecer el nombre de Salvador Villanueva Medina y comenté que los primeros artículos sobre este contactado los había escrito justo un periodista de Novedades, M. Gebe. Pregunté si alguien lo conocía. Como era lógico (ya habían pasado casi treinta años), nadie lo recordaba, pero Noe me prometió presentarme a los periodistas de la vieja guardia.

TimothyGood2 Timothy Good.

El «Café La Habana» es (o era) uno de los lugares favoritos de reunión de los periodistas en México. Su ubicación se presta para ello: está a tan sólo una cuadra de los tres principales periódicos de la capital, el Novedades, que ya mencionamos, el Excelsior y el Universal.

Noé me llevó para presentarme con los que habían sido algunos de sus maestros y que podrían haber conocido a M. Gebé. Hablé con varios periodistas, pero ninguno recordaba al tal M. Gebé. Hasta que Roberto Acevedo, quien fuera el fundador de Esto, me dijo que se trataba de Manuel Gutiérrez Balcázar, que había dirigido el periódico de la farándula El Fígaro. Por fin supe quién estaba detrás del pseudónimo M. Gebé. Pero dejemos hasta aquí esta parte de la historia.

Por esas mismas fechas, a pesar de mi repudio por los contactados, decidí ir a visitar el taller mecánico de Villanueva. No recuerdo cómo conseguí el dato o quien me dio la información. El hecho es que estaba ahí, en el taller, hablando con su hijo Salvador Villanueva Larios, quien me informaba que no se encontraba su padre, pero ponía mi disposición sus servicios mecánicos.

Le dije que lo que me llevaba hasta ahí era la historia de su padre sobre el viaje a Venus. Entonces se puso a la defensiva. Me dijo que lo del libro de su papá fue sólo imaginación. Que ellos estaban hartos del asunto. Que a su padre no le gustaba que hablaran del tema. Que, incluso, había cambiado su carácter a raíz de las burlas por lo del libro.

SalvadorVillanuevaLarios1 Salvador Villanueva Larios.

Eso hizo que me interesara más en el asunto. ¡El hijo de Villanueva diciendo que todo había sido producto de la imaginación de su padre!

Larios me dio una tarjeta del taller y se puso nuevamente a mis órdenes. Nos despedimos.

Pasaron los días e intenté una nueva entrevista. Llegué al taller, pero tampoco tuve suerte (o me negaron a Salvador). No hice un nuevo intento.

Diez años más tarde conocí al joven ufólogo Óscar García. Habían pasado casi cuarenta años desde la publicación del libro de Villanueva. Me propuso investigar el caso. Nuevamente me había llegado la apatía por los casos de contactados y rechacé su invitación[7]. Le di la tarjeta del taller y él fue sólo a la entrevista.

No tuvo mejor suerte, Villanueva había muerto poco tiempo atrás. Se enteró que el contactado pensaba que había sido hipnotizado para hacerlo pensar que había viajado a Venus. Le comentó que le habían propuesto hacer una película sobre su libro, pero el proyecto nunca se concretó[8]. Óscar estableció el contacto entre el hijo de Villanueva y Editorial Mina, quien estaba interesada en reeditar su libro[9].

CONCLUSIONES FINALES

Hemos dejado varias pistas sueltas a lo largo de este trabajo. Es tiempo de recogerlas y analizarlas. Tal vez el lector ya habrá resuelto el «misterio». Pero si no es así, preste atención.

Decíamos que M. Gebé (Manuel Gutiérrez Balcázar), el periodista que dio a conocer el caso de Salvador Villanueva Medina, lo conoció antes de la conferencia de los esposos Reeve. Es sospechoso que haya adoptado una actitud de asombro cuando, en la conferencia de los norteamericanos, Villanueva levantó la mano para afirmar que él se había contactado con seres de otro mundo. ¡El mismo M. Gebé lo había invitado a la conferencia!

De hecho Gutiérrez conoció a Villanueva aún antes de que, supuestamente, Villanueva le enviara la carta que relataba su historia de contacto. Ambos personajes se conocerían en el submundo de los círculos esotéricos y místicos de la Ciudad de México, de los que eran asiduos visitantes.

Villanueva visitaba los círculos espiritistas, tratando de mejorar su situación económica. Gutiérrez hacía lo mismo, no sabemos si por los mismos motivos, pero sí para documentarse y luego escribir sus artículos en periódicos y revistas, nacionales y extranjeros (era corresponsal de Fate y de diarios en Venezuela y la Argentina).

Es cierto que los libros de Adamski se tradujeron al español después de que apareció la historia de Villanueva. También lo es que el contactado mexicano, casi analfabeto, difícilmente podría haber conocido la historia del contactado norteamericano. Pero para Gutiérrez eso no era imposible. Antes bien, no se hubiera esperado algo distinto. Hablaba y escribía perfectamente el inglés, estaba interesado en los temas paranormales y su trabajo era justo el relatar esas historias en sus periódicos. Manuel Gutiérrez conocía el caso Adamski aún antes de que apareciera el relato de Villanueva.

No es de extrañar que la descripción que hace Villanueva de la nave que encontró en un lugar cercano a Ciudad Valles, coincida como una gota de agua a otra, con la descripción y las fotografías de las naves adamskianas:

«Una majestuosa esfera achatada se apoyaba en tres boyas que formaban triángulo. Tenía, en la parte superior, un cable ligeramente inclinado hacia dentro, como de un metro de altura, circundado de agujeros que semejaban ojos de buey como los que usan en los barcos».

PlatoAdamski Fotografía de Adamski de una de las naves venusinas.

Desde esta perspectiva, tampoco hay problemas ni incongruencias con lo que ya el periodista Rafael Solana apuntaba: «¿Cómo el hombre que ha escrito este relato amable y entretenido puede tener la sumaria cultura que revela grafológica y ortográficamente?

Y no hay incongruencia si pensamos que el que escribió el relato y el libro fue el propio Manuel Gutiérrez Balcázar. Pero, ¡un momento!, me podrá decir el lector. Villanueva mismo dijo que le había solicitado al periodista le ayudara en la redacción de su historia. Eso es cierto y eso podría explicar la incongruencia. De hecho explica el porqué son similares ambos etilos de redacción (en particular el uso excesivo, para mi gusto, de los puntos suspensivos)

Pero lo anterior no explica por qué también son similares los estilos en el relato de Antonio Apodaca. Este último relato, se supone, fue escrito por Salvador Villanueva, sin la ayuda de Manuel Gutiérrez y sin embargo encontramos la misma forma de redactar.

Esto parece indicar que Gutiérrez escribió ambos relatos y utilizó a Villanueva presentándolo como el autor. Eso si, uso partes de la biografía del taxista, como el personaje de Antonio Apodaca, tío de Villanueva en la vida real, o algún viaje que éste había realizado hacia Ciudad Valles y que formó la base del cuento sobre el contacto con extraterrestres.

Gutiérrez tenía varios compromisos con sus columnas en los periódicos y las revistas. Había pasado la oleada mexicana de 1950 y apenas comenzaban a llegar los relatos de la oleada francesa de 1954. Las noticias de ovnis no abundaban. Era necesario inventar algunas historias[10].

Villanueva20 Salvador Villanueva Medina hacia el final de sus días.

La historia del contacto de Villanueva se fue puliendo poco a poco. Al principio no se daban detalles, como en el caso del lugar del encuentro. En el primer artículo de Gutiérrez se dice: «Ya en la tarde, habríamos caminado unos qui­nientos y pico de kilómetros». Pero luego se afina el detalle y se nos dice que ocurrió justo en el kilómetro 484. Quizás, y esto es pura especulación, Villanueva le relató algún viaje hacia Laredo y le dijo que el auto se le había descompuesto justo después de pasar Ciudad Valles. Al ver un mapa de carreteras de la época, la distancia anotada debió ser 500 kilómetros hasta Ciudad Valles. Y si el percance ocurrió después de Ciudad Valles, entonces la descripción sería «unos quinientos y pico de kilómetros». Luego del viaje de investigación con los Reeve, al verificar las distancias, se ajusto el dato a 484 kilómetros.

Para publicar el libro se necesitaba dinero. Como dice Villanueva, en ese entonces pocos eran los editores mexicanos interesados en publicar libros de platos voladores. Era necesario pagar la edición. Tal vez Gutiérrez estuvo buscando algún editor, pero sin suerte (de nuevo, esto es pura especulación). Por eso pasaron tres años antes de publicar el libro. Finalmente se dio cuenta que sólo pagando la impresión podría ver el libro.

Pero había un problema. Villanueva era un pobre chofer que a duras penas mantenía a su familia. De ahí surge la historia del boleto premiado de la lotería. Y esto no es especulación.

Manuel Gutiérrez Balcázar siempre trató de mantener la distancia justa entre él y el relato de Villanueva. En el relato, por ejemplo, no identifica al fotógrafo que los acompañó a la excursión a Ciudad Valles, que era su hijo Salvador Gutiérrez. Por eso tampoco quiso aparecer como quien aportó el dinero para publicar el libro. Pero se le escaparon algunos detalles, como cuando escribe (adjudicándoselo a Villanueva):

«Y éste es el motivo por el que decidí escribir mi relato con amplitud y sin las limitaciones que impone el periodismo. Espero que perdonen mi osadía».

Gutiérrez Balcázar quería ver la obra completa terminada en forma de libro. Las «limitaciones que le imponía el periodismo» era la falta de espacio. Pero en un libro se podía extender todo lo que quisiera.

Y decíamos que eso ya no era especulación porque, cuando hablamos con el periodista Roberto Acevedo, lo primero que nos dijo, riéndose, fue que todo había sido una invención de Manuel Gutiérrez Balcázar, que había utilizado a Salvador Villanueva Medina como el supuesto autor de ese viaje fantástico y que él mismo había pagado la edición del libro, así como una cantidad a Salvador por el favor y para que guardara el secreto.

Eso explica por qué Villanueva no quiso cobrar regalías por el libro. Más bien no podía, porque no era una obra de él. Y su verdadero autor tampoco podía, pues se hubiera desenmascarado. De esa forma un engaño más paso a engrosar la historia de la ufología.

REFERENCIAS

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[1] Así en el original.

[2] La entrada se cobró a 5 pesos y se vendieron más entradas que las butacas del teatro. Parece que los Reeve, por amistad, tratan de proteger a Adamski. El había entrado al país con permiso de turista y no podía ejercer ningún trabajo remunerativo, sin solicitar un permiso. Sin embargo no he podido investigar si Adamski cobró o no por esa conferencia. Queda la duda.

[3] En ese entonces era el director de Ferrocarriles Nacionales de México.

[4] Me imagino lo incómodo que se han de haber sentido los dos contactados. Adamski nunca se imaginó que otro «loco» saldría con una historia similar a la de él. Villanueva estaría nervioso al enfrentarse con el contactado norteamericano y que descubriera sus mentiras. Ambos medirían perfectamente el terreno para no dar pasos en falso. Debió haber sido una situación bastante tensa y Adamski, para no generar conflictos y terminar con el transe, declaró que el encuentro de Villanueva era auténtico. Pero, seguro, ambos se han de haber quedado con la idea de que el caso del otro era un fraude (ya estaban conscientes de que el propio»¦ también lo era). Adamski atacaría a Villanueva ya lejos del país, cuando estaba en Alemania, demostrando lo anterior.

[5] El músico y ufólogo inglés Timothy Good escribió en su libro de 1998 que,» Villanueva le dio (la clave) sin dudarlo». (Good Timothy, Alien Base – The Evidence For Extraterrestrial Colonization of the Earth, Arrow, Inglaterra, 1998, Págs. 213-217.)

[6] ¿Las limitaciones que impone el periodismo? ¿Por qué un taxista se iba a preocupar por esas limitaciones? Eso tendrían que hacerlo los propios periodistas. Ya nos estamos acercando a la «clave».

[7] También rechacé otras investigaciones que me propuso Óscar, como lo del agua de Tlacote, entre otras.

[8] Independientemente Héctor Escobar Sotomayor supo de esta propuesta y lo relata en su libro (Escobar Sotomayor Héctor, 500 años de ovnis en México, Vol II, Corporativo Mina S.A. de C.V., México, 1995.)

[9] Villanueva Medina Salvador, Yo estuve en el planeta Venus, Corporativo Mina S.A. de C.V., México, 1995. 112 s.

[10] Esto no es extraño. Lo viví en varias revistas de ovnis, como Contactos Extraterrestres y Contacto Ovni. También se puede leer en los trabajos de editores de revistas ufológicas, como Timothy Green Beckley y James Moseley.

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Viaje a Venus en un plato volador. La increíble historia de Salvador Villanueva (9)

VIAJE A VENUS EN UN PLATO VOLADOR

LOS PRIMEROS PLATILLÓLOGOS DE CAMPO EN MÉXICO

Ahora regresemos con el matrimonio Reeve y el periodista M. Gebé. Están a punto de salir en el primer viaje de investigación ufológica realizado en México, del que tenga yo noticia. Los acompañan el propio Villanueva, Salvador Gutiérrez, hijo de M. Gebé y fotógrafo del diario, y un aventurero norteamericano que trabaja en México dando clases de inglés, al que sólo se le identifica como «Billgey». Villanueva dice que es ingeniero[1], supongo que por los cálculos que hizo para determinar el lugar del aterrizaje, pero eso no esta confirmado. Por lo menos los Reeve no lo mencionan.

Los Reeve se ocupan de este asunto en el capítulo diez de su libro:

«CAPÍTULO X NUESTRO VIAJE A VALLES

«¦

«Para entender nuestro viaje a Valles es indispensable presentar brevemente a un amigo nuestro de la Ciudad de México al que llamaremos «˜Billgey»™. Él es un personaje fabuloso, un norteamericano que llegó a México de vacaciones hace seis o siete años y nunca volvió a los Estados Unidos. Él se enamoró de México -y nadie podía estar aquí durante mucho tiempo sin hacer lo mismo. Se convirtió en profesor de inglés en una de las escuelas, pero es tan versátil que podía «profesar» la mayoría de los trabajos en corto tiempo. Billgey tiene algo que la mayoría de las personas en los Estados Unidos han perdido -el entusiasmo, ¡el entusiasmo sin fin! ¿Para qué? Para la «˜vida»™ y todas las cosas interesantes que posee. Por ejemplo: las personas, los niños, la pintura, la enseñanza, la poesía, la cerámica, las hormigas, los gatos y los platillos volantes. Este último entusiasmo es de origen bastante reciente y es probable que se nos pueda culpar por ello. De todos modos no podríamos ver un viaje de exploración de platillos mexicanos sin nuestro buen amigo «Billgey», y se mostró encantado ante la perspectiva.

«Todo se fijó para las 5 a.m. del 12 de enero 1955. Era una mañana húmeda y oscura a medida que nuestro coche rodaba tranquilamente por la calle para no molestar a nuestros vecinos del apartamento. Poco después el señor Gebe llegó con su hijo, que era un fotógrafo experto, cargado con palas, equipo de campamento, y aparatos fotográficos. Pronto, el chofer de México, Salvador Villanueva Medina apareció. Era, por supuesto, el rey en esta aventura. Pero ¿dónde estaba Billgey? Esperamos y esperamos y nos preguntamos si íbamos hasta su casa por él, o si lo dejábamos. Finalmente, en la oscuridad llegó Billgey con su barba estilo Van Dyke, enmarcada por un asombroso sombrero nuevo blanco de diez decímetros Murmuró algo sobre los gatos que causaron la demora. Bryant encendió el motor y estábamos en nuestra camino a Valles a unos 500 kilómetros de distancia para investigar el contacto de Salvador con un plato volador.

«¦

«A medida que nos acercábamos al pueblo de Valles, Salvador se puso muy alerta y observaba continuamente el lado Este de la carretera. Le dijimos que podríamos detener el coche en cualquier momento que deseara, sobre todo porque el «˜rastro»™ tenía diecisiete meses de edad. Llegamos a Valles, un atractivo pueblo mexicano de alrededor de 14,000 habitantes, y nos dirigimos a través de la ciudad hacia el Norte a una velocidad muy lenta. La tensión de Salvador aumentó al pasar el kilómetro 483, y luego el 484. De repente me gritó y saltó del coche cuando aún estaba en movimiento. Estaba muy emocionado y exclamó: «˜Esto es todo. ¡Este es el lugar!»™

«Corrió alrededor en busca de una pequeña colina o montículo y lo encontró subió a él y señalando con su dedo exclamó, «˜Allá, allá es donde el plato despegó. Lo vi desde aquí»™.

Villanueva17MV En el lugar del aterrizaje. De izquierda a derecha: Billgey, Salvador Villanueva Medina, Manuel Gutiérrez Balcázar y su hijo, el fotógrafo Salvador Gutiérrez.

«Hicimos todo lo posible para tratar de disuadir a Salvador de ser tan positivo acerca de que este era el lugar. Lo persuadimos de volver al coche y nos dirigimos hacia el Norte muchos kilómetros más sugiriéndole seguir viendo la carretera. Siguió diciendo: «˜No, no»™. Regresamos al punto inicial y bajamos del coche y se hizo un estudio preliminar de la región. Traíamos con nosotros la transcripción de su descripción por escrito de la localización con todo detalle, y esto se ajustaba bien con todos los detalles en frente de nosotros. Por ejemplo, el relato escrito decía, exactamente la naturaleza del suelo debajo del coche y que la ubicación estaba cerca de una cantera de piedra, etc. Comprobamos cuidadosamente punto tras punto, y encontramos que concordaba. Ya que empezaba a oscurecer, decidimos volver a Valles para pasar la noche.

«Al día y la noche siguientes las pasamos en el lugar del aterrizaje del plato. Estacionamos nuestro coche exactamente donde Salvador dijo que se había descompuesto el Buick diecisiete meses antes. De nuevo discutimos las conversaciones que había mantenido con los hombres del espacio y caminamos por el terreno en donde había aterrizado el platillo, una y otra vez, que estaba a kilómetro y medio de la carretera. Se tomaron muestras del suelo y la vegetación. Billgey mapeo por completo el área. A continuación, preguntamos a Salvador no lo grande que era el plato, ya que en su declaración había escrito que era de unos 10 metros de diámetro, sino qué tan grande le pareció a él cuando lo vio levantarse y volar cuando estaba junto al Buick. Billgey hizo que Salvador extendiera sus brazos y extendiera sus dedos para mostrar el tamaño aparente exacto, así como la dirección del plato y luego tomó una lectura de la brújula en esta dirección. Él entonces construyó con un modelo de papel del platillo representando el tamaño aparente como se veía desde la carretera y por una serie de triangulaciones llegó prácticamente el mismo punto del terreno que Salvador había designado como el lugar de aterrizaje del platillo[2].

«Se obtuvo un poco de información adicional acerca de este contacto durante las repetidas recreaciones de los detalles. Cuando íbamos caminando desde el coche estacionado en los campos hacia el lugar donde aterrizó el platillo, Salvador recordó un detalle que había omitido en el guión escrito. Fue este:

«En agosto de 1953, los campos estaban fangosos fuera de la carretera en la dirección donde aterrizó el platillo. Cuando Salvador siguió a los hombres del espacio de regreso a la nave, estaba teniendo dificultad en vadear el fango. Señaló que los hombres del espacio, sin embargo, parecían estar caminando «˜por encima del barro»™. No había barro en ellos cuando llegaron al plato, pero sus propios zapatos estaban cubiertos de barro.

«Cuando cayó la noche elegimos un lugar a varios kilómetros de la carretera no demasiado lejos del lugar donde aterrizó el platillo, para hacer nuestro campamento. Todo el mundo estaba muy cansado y con hambre. Cocinamos nuestra comida caliente y un poco de café con la ayuda de una fogata y un hornillo de alcohol. Decidimos turnarnos para dormir en el suelo y en el coche, con dos de nosotros siempre en guardia. Habíamos elegido este lugar sobre todo por su aparente aislamiento.

«Siempre nos habíamos preguntado, mientras conducíamos a lo largo de las carreteras mexicanas, cómo sería salir de la carretera, internarse en las montañas de México, que parecían tan desoladas y desiertas vistas desde la carretera. Una gran sorpresa nos esperaba. ¿Estaba aislado y oculto nuestro campamento? Cielos, ¡no! Se convirtió más como la Grand Central Station en la hora pico.

«Primero llegó un agricultor que conversó con nosotros, bebió un poco de nuestro café, y amablemente nos prestó dos de sus perros «para protección». Luego vino un nativo con un cubo de agua dulce. Mientras estábamos conversando con él, nuestros protectores caninos recientemente adquiridos procedieron a beber el agua. Más tarde vinieron hombres a caballo, a continuación, cazadores de a pie, con luces y armas de fuego, seguidos de algunos caballeros montados en burros. Aún más tarde en la noche un grupo de jóvenes también llegó hasta ahí. Poco después de la medianoche algunos otros vinieron y nos dieron calabazas que cocinamos en nuestra fogata. No habíamos planeado nada de esto, pero parece que es parte en la noche en el Campamento de Platillos en el desolado país de la carretera de Laredo. Muchos visitantes vinieron a presentar sus respetos, y suponemos que para satisfacer su curiosidad[3]. Nosotros no les contamos nuestra misión y no preguntaron. Todo el mundo estaba feliz pero agotado por la falta de sueño»¦

APARECEN LOS PLATILLOS VOLADORES

Esa primera excursión ufológica en México no estaría exenta de una buena dosis de adrenalina. No sólo sería el primer caso ovni investigado in situ, sino que también sería el primer caso de insectovnis mexicano reportado en la literatura ufológica»¦

«Alrededor de las 2 de la mañana había bajado el frío, se nubló y se hizo oscuro como boca de lobo, y las cosas se habían calmado un poco. Bryant y yo estábamos de guardia, atizando el fuego en un intento de mantener el calor. De pronto, sobre las copas de los árboles al norte apareció una luz blanca que se movía en el cielo. Bryant miró fijamente y luego corrió y se subió a una valla de madera desvencijada a la parte trasera de nosotros para tener una mejor vista.

Villanueva18MV Los expedicionarios al lado de la cerca en donde hicieron su campamento y desde donde observaron los platillos voladores. De izquierda a derecha: Salvador Gutiérrez, Helen Reeve, Billgey y Salvador Villanueva.

«»™Â¡Dame los prismáticos rápido!»™ llamó emocionado.

«Yo también había visto la luz y sabía lo que estaba pensando. Mi corazón latía cuando corrí al coche y tropecé con los otros que estaban tratando de dormir.

«»™¿Qué pasa?»™ preguntaron.

«»™Â¡Platillos!»™ Grité.

«Como un relámpago corrieron salvajemente por la valla. En el momento en que regresaba con los prismáticos, todos ellos estaban encaramados en lo alto de la cerca, como los cuervos. Así que también me hice como un cuervo. La cerca era un grupo de troncos altos desvencijados atados con lo que parecían ser de fibras vegetales. Se balanceaba con la brisa fría de la noche, y todos estábamos aferrados. Parecíamos pensar que estando a unos centímetros de la tierra nos daría una visión mucho mejor de los cielos. La luz que se movía todavía estaba allí, y cuando forzamos la vista pronto se le unió otra luz en movimiento.

«»™Mira eso»™, se escuchaban gritos en inglés y español.

«La emoción estaba en su punto culminante. Bryant tomó los binoculares. Hubo una pausa, cuado Bryant se centró en las luces voladoras. Pensé que la cerca se rompería en cualquier momento. El suspense era insoportable.

«Luego, Bryant se echó a reír.

«»™Luciérnagas»™ dijo con el más absoluto disgusto. «˜Luciérnagas, nada más -¡luciérnagas!»™[4]

«Así terminó nuestro viaje a Valles, en la búsqueda de Ciencia de los Platillos. Podríamos mencionar las picaduras de bichos, pero pensándolo bien, el menor de ellos fue lo mejor.

«Salvador estaba terriblemente decepcionado de que las luciérnagas no resultaran ser sus amigos del espacio regresando de nuevo. Nosotros, intentamos llevarlo directamente a su casa, a nuestra llegada a la Ciudad de México, pero él insistió en ir a la iglesia antes de ir a casa de su familia. Así que cuando llegamos a las afueras de la ciudad de México lo dejamos en el Santuario de Guadalupe[5].

«Las muestras de suelo y vegetación en el sitio donde aterrizó el platillo fueron probadas con un contador Geiger, pero no mostraron señales de radiación[6]. Esto probablemente significa poco, después de diecisiete meses, y se nos dijo más tarde que se necesita un tipo diferente de prueba de radiación, como la que se ha desarrollado en Inglaterra. Mientras que faltaba el tipo de prueba que por lo general demanda el público, nos sentimos muy bien por el viaje. Después de nuestra experiencia con Salvador, al menos en nuestras propias mentes estábamos convencidos de que el chofer mexicano había dicho la verdad.

«Nos han preguntado abiertamente si creemos que pudo haber soñado toda la cosa. Nuestra respuesta es un rotundo «no», por muchas razones que sería demasiado largo discutir. Nos habíamos fijado convencernos a nosotros mismos -de una manera u otra- y esto lo habíamos conseguido[7]. Una vez más podemos enfatizar el punto de que no hemos encontrado ninguna carretera fácil al conocimiento de los platillos. Se trata de un esfuerzo individual, en todo el camino.

«La historia con muchas fotografías floreció en el periódico del señor Gebe.

«Esta historia también tiene una secuela que se produjo cuando George Adamski llegó a México. La secuela nos convenció aún más, y nos referiremos a ella más adelante».

LOS DOS «ADAMSKI»

Como habíamos comentado anteriormente, el matrimonio Reeve mantenía una amistad con George Adamski. A finales del invierno de 1954, Adamski les escribió haciéndoles saber su interés en pasar unas vacaciones en México. A los Reeve les pareció lo más normal presentar a los dos contactados y eso ocurrió en marzo de 1955.

«CAPÍTULO XI

«ADAMSKI LLEGA A MEXICO

«En medio de todas estas actividades, recibimos una carta de George Adamski diciendo que iba a venir a México para unas vacaciones de descanso el 21 de marzo de 1955. En ese momento, su libro Flying Saucers Have Landed había sido publicado en español, y él también deseaba reunirse con su editor[8].

EmilioPortesGil Emilio Portes Gil.

Durante su visita a México Adamski intentó dar una conferencia en los salones de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Su presidente, el licenciado Emilio Portes Gil, ya la había autorizado. Pero la conferencia fue cancelada. Los miembros de la Sociedad consideraron que el tema de los ovnis era una superchería que no debería tener cabida en sus instalaciones.

Se cambió a un lugar de la conferencia al Teatro de los Insurgentes. El público abarrotó las localidades. Fue ahí en donde Adamski conseguiría sus primeros adeptos mexicanos: además de Manuel Gutiérrez Balcázar y Salvador Medina, María Cristina V. de Rueda, el licenciado Héctor Enrique Espinosa y Cossio[9], clip_image002[6]el licenciado Ismael Diego Pérez, el abogado y locutor Pedro Ferríz Santacruz, el padre Joaquín Cardoso S. J., el ingeniero Roberto Kenny, incluso el mismísimo Diego Rivera y su esposa Emma Hurtado, etcétera.

Héctor Enrique Espinoza y Cossio.

Nuevamente los Reeve nos informan al respecto:

«¦

«EN EL TEATRO INSURGENTES

«El Acto II de nuestro drama extraño ocurrió en el Teatro de los Insurgentes, que había sido alquilado por el grupo de habla inglesa para una conferencia pública del señor Adamski. Pasamos por él en nuestro coche para conducirlo al teatro en ese día, y claro sobre la marquesina con letras grandes aparecía el letrero: «Conferencia Los Platillos Voladores Por George Adamski». La pared frontal entera de esta imponente construcción está compuesta de un increíble mural hecho de pequeños cuadrados de mosaicos de colores y fue diseñado por Diego Rivera, el famoso artista mexicano. El señor Adamski lo admiró mucho. Más tarde, a pesar del atraso de la rueda de prensa, la conferencia no recibió prácticamente ninguna publicidad de periódicos, el grupo se dirigió con valentía hacia adelante, distribuyendo carteles y notificado personalmente a todos sus amigos que estaban interesados. El costo para ayudar a sufragar los gastos era una suma de cinco pesos (40 centavos de dólar americano). Incluso sin la adecuada publicidad un buen número de personas irrumpieron en el teatro.

«Billgey hizo la introducción, y el señor Adamski procedió a subir con dos intérpretes hablando acerca de los platillos. Cuando la conferencia estaba parcialmente terminada, un programa de televisión intentó desesperadamente televisar parte del acto, pero el comité decidió que haría demasiada confusión y sería injusto para el público del teatro. Después de la conferencia en el vestíbulo vimos al señor Diego Rivera y su señora, y el señor Adamski parecía muy contento de reunirse con el gran artista responsable del mural de hermosos mosaicos en el frente del teatro.

Ismael Diego Pérez Ismael Diego Pérez.

«Todo el tiempo detrás de la escena el villano acechaba invisible y desconocido. Hizo notar el hecho de que justo en esta conferencia el señor Adamski había cometido un crimen terrible. El comité nunca se hubiera imaginado qué era, no, no, ni en un millón de años. Tal vez el lector pueda adivinar.

Continuará…


[1] Salvador Villanueva recuerda esta parte de su historia en estos términos:

«Los norteamericanos se interesaron en la investigación de mi relato y, en combinación con el señor M. Ge Be, me invitaron a que les enseñara el lugar en que vi y abordé la nave.

«En esta ocasión nos acompañó un ingeniero militar, profesor de matemáticas de nacionalidad norteamericana, y Salvador Gutiérrez, joven experimentado fotógrafo de prensa. La excursión fue un éxito».

Me llama la atención que Villanueva no identifique a Gutiérrez como el hijo de M. Gebé. Pero tal vez encontremos la razón al final de este texto (el lector inteligente ya se habrá dado cuenta de por dónde van los tiros)

[2] Supongo que por estos cálculos y movimientos fue que Salvador pensó que Billgey era ingeniero. Salvador nos cuenta lo siguiente:

«El ingeniero guiado por mí, hizo cálculos y no tardamos en localizar el sitio exacto, comprobando las dimensiones del aparato. Esto me hizo recobrar la confianza que me había hecho perder el amigo chofer, y adquirí un nuevo conocimiento: que las naves aludidas dejan donde aterrizan, siempre en despoblado, una huella.

[3] Lo que a mí me da curiosidad es pensar cómo esto no le ocurrió a Villanueva diecisiete meses antes. Al igual que los Reeve, pienso que esa era la Gran Estación Central de Ciudad Valles y que, además de los autos que pasaban por la carretera, o los motociclistas que se detuvieron para que hiciera el auto hacia el acotamiento, debieron haber pasado muchos otros pobladores del lugar. Pero Villanueva no los menciona porque, como ya sabemos, su historia fue un cuento.

[4] No hay nada nuevo bajo el Sol. Este relato me recuerda los avistamientos que ocurren entre las personas acondicionadas a pensar que van a tener una observación de ovnis. Como los que ocurren en los llamados «santuarios extraterrestres». A mi me pasó algo similar durante la oleada de ovnis en Atlixco. En compañía de Óscar García veíamos a la distancia las luces que decenas de presentes decían que se trataba de ovnis. Allá, a la distancia, luces verdes y rojas bajaban y subían con una ligera pendiente, justo donde se encuentra el aeropuerto de la zona.

[5] La casa de Villanueva no estaba lejos del santuario.

[6] El asunto de estos análisis es relatado de forma distinta por Villanueva

En el caso que nos ocupa, como aterrizó en un lugar cubierto de vegetación que alcanzaba gran altura, ésta fue quemada en forma rara, para nosotros desconocida y así estaba año y medio después.

«Trajimos muestras de tierra, de dentro y fuera de la huella, que fue analizada en los laboratorios Phillips, y se pudo comprobar que en ambas muestras había una diferencia molecular muy marcada.

Los ufólogos Ted Phillips, Donald Johnson, Ignacio Darnaude y Samael Aun Weor, independientemente, hablan de arbustos aplastados y palos que se encontraron rotos en el sitio, formando un círculo de 40 a 45 pies de ancho. (Phillips Ted, Physical Traces Associated with UFO Sightings, caso 100, Crop Watcher, USA, 2000. Johnson Donald, On This Day – August 17, artículo en internet www.ufoinfo.com/onthisday/August17.html Darnaude Rojas Marcos Ignacio, Gente de Otros Planetas – Furor Venusino, texto electrónico sin fecha. Y la introducción de Samael a la edición colombiana del libro de Villanueva) Pues solo que hayan sido los palos de la cerca en la que estaban encaramados los expedicionarios, porque ninguno de ellos hace referencia a este hecho.

[7] Los Reeve hubieran sido fanáticos de Los Expedientes X y su «quiero creer».

[8] El traductor había sido Ismael Diego Pérez, uno de los primeros platillistas mexicanos. La casa editorial fue Editorial Indo-Hispana (Leslie Desmond & Adamski George, Aterrizaje de Platillos Voladores, Editorial Indo-Hispana, México, D.F. 1955.)

[9] Espinosa y Cossio Héctor Enrique, Enigma interplanetario, Editora Ibero Mexicana S. de R. L., México, 1956.

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Viaje aVenus en un plato volador. La increíble historia de Salvador Villanueva (8)

VIAJE A VENUS EN UN PLATO VOLADOR

YO ESTUVE EN EL PLANETA VENUS (TERCER ACTO)

Más arriba comentamos que Villanueva había tenido otro encuentro con los extraterrestres. Esta vez se había dado justo en plena Ciudad de México. El siguiente es el relato de ese encuentro poco conocido y nos ocupamos de él aún antes que se haya presentado el Segundo Acto:

«Este negocio lo monté a sólo cien metros de don­de vivía, cuando tuve una nueva experiencia con los espaciales.

«En una ocasión en el mes de agosto de 1965, se paró frente a la entrada del taller un coche Mercedes de color negro brillante. Estaba al volante un individuo que portaba uniforme del ejército mexicano y lle­vaba en el hombro derecho tres pequeñas barras de metal que lo acreditaban como capitán.

«Como era mi costumbre, me acerqué para pre­guntarle si podía servirle en algo. Como el hombre ni siquiera me tomó en cuenta, me puse a observarlo. Sus facciones eran como las de nuestros viejos an­cestros, habitantes naturales de México.

«Era moreno. Su pelo estaba pulcramente recor­tado alrededor de las orejas, su gorra militar colo­cada correctamente y pude observar que las venta­nas de su recta nariz temblaban ligeramente como si estuviera nervioso.

«Observando a este hierático militar, que me re­cordaba a los guardias del Castillo de Chapultepec cuando la disciplina militar era férrea, no se me ha­bía ocurrido mirar al asiento trasero donde dos per­sonajes me miraban curiosos y risueños.

«Eran pequeños y de hermosas facciones. Sus ojos brillantes y el color marfilino de su piel trajeron a mi memoria aquella escena que tuvo lugar años atrás en la carretera a Laredo, donde conocí a dos personas con sus mismas facciones.

«Sólo que en esta ocasión las personas a que me refiero traían el pelo recortado igual que el militar que estaba al volante del Mercedes.

«Vestían elegantes trajes color azul claro, pero haciendo caso omiso de las nuevas características del traje y corte de pelo, las facciones eran las mismas de los dos hombres que me invitaron a la nave en la carretera a Laredo. Por un momento me quedé absorto, contemplándolos como hipnotizado, tratando de reconocerlos, pero como mi familia y yo había­mos sufrido tanto a consecuencia de aquella experiencia, al parecer yo estaba traumado y por un mo­mento sentí un estremecimiento a lo largo de mi co­lumna vertebral.

«Traté de alejarme del coche, pero sólo caminé unos pasos hacia la entrada del taller cuando una fuerza misteriosa me hizo volver al coche, esta mis­ma fuerza ya la había sentido antes, cuando en aque­lla ocasión memorable, caminaba tras ellos, rumbo al lugar donde tenían estacionada su nave.

«Descubrí que a ellos no se les pegaba el lodo del camino en los zapatos. En cambio los míos y hasta las piernas del pantalón, iban sucios de lodo.

«Así que cuando sentí esa sensación, volví, me aso­mé de nuevo al interior del coche y uno de ellos, triunfante, me dijo ¿Nos recibes aquí en tu taller o nos llevas a tu casa?

«Por un momento dudé, pero recordé que entre el taller y mi casa había a esas horas gran cantidad de vagos, de los que se pasaban el día jugando y mo­lestando a todos los que tenían necesidad de pasar cerca de ellos y de paso me recordé que dentro de mi casa estaba mi suegra, una anciana culta, inteli­gente y de mente abierta, que siempre apoyó mi de­cisión de publicar todo lo referente a mi experien­cia, así que les dije a mis visitantes que fuéramos caminando a mi casa. Ellos aceptaron y cuál no sería mi sorpresa al ver que aquellos vagos ni siquiera nos miraron y mi suegra sólo contestó el saludo, sin darles importancia. Empezó a revolotear en mi mente la idea de que estos seres aparecían a los ojos de los demás como querían, pues era curioso que ni mi suegra ni ninguno de los vagos que formaban el grupo hubieran advertido la diferencia física que había en­tre mis acompañantes y yo.

«Los pasé a una pequeña sala donde sólo había dos modestos muebles, un sofá y un viejo sillón.

«Les indiqué el sofá en el que tomaron asiento y yo me senté en el sillón.

«Yo no tenía nada que preguntar. Ni siquiera sa­bía cómo iniciar una conversación. Fueron ellos los que la iniciaron empezando por felicitarme por haber logrado establecerme por mi cuenta, diciendo que estaban contentos de mi éxito y me aseguraron que se­guiría progresando, pero que debía mantenerme fir­me, ¿Firme, pensé, pero sobre qué? No atiné a pre­guntarles, pues como la vez anterior me mantenía expectante en su presencia y no lograba abrir la bo­ca.

Héctor Escobar Héctor Escobar Sotomayor.

«Por fin, de seguro para confundirme o para ha­cerme sentir su superioridad, o bien para hacerme entender que no me habían llevado a ningún planeta que no fuera este mismo[1], al que llamamos nuestro y que al final vamos a descubrir que es de ellos y que nosotros no somos más que descendientes de huma­nidades venidas de otros mundos, lejanos o cercanos.

«¿Por qué tratar de ignorarlo? Quizá ellos regu­lan la población humana igual que nosotros nos da­mos el lujo de regular la de algunas especies de animales. ¿O no les parece sospechoso que de repente un individuo trastornado en su siquismo, engreído y estúpido, se apodere de la mente de millones de humanos y los lancé unos contra otros en una espan­tosa carnicería y destrucción material?[2]

«Pues bien, de repente uno de ellos me preguntó a quemarropa si recordaba a alguien con cariño, a al­guien que hubiera significado mucho en mi vida. Inmediatamente vino a mí la imagen de mi madre muer­ta hacía diez años y la de mi padre, al que había perdido cuando era niño, pero que dejó su fuerte per­sonalidad saturando todo mi ser. Cuando esto pasó, en vez de mis entrevistadores vi a mi padre y a mi madre frente a mí, tal como yo los había conocido y admirado. Por un momento creía haber dejado de existir, ya que no entendía lo que estaba pasando.

«Caí de rodillas en el mismo momento en que mis padres desaparecían para aparecer otra vez mis hués­pedes, que ante mi consternación se apresuraron a aclararme que sólo querían que viera lo fácil que es retroceder en el tiempo o vivir en el futuro y para volver más mi cerebro en la confusión me dijeron: Ahora te vamos a llevar a dar un paseo por el futuro de tu patria, vamos a ir a zonas que progresarán en poco tiempo y serán el nacimiento de una gran na­ción. Cierra un poco los ojos… Así lo hice y cuan­do los abrí no estábamos en la sala, ni sentados en mis destartalados muebles, estábamos en aquella nave maravillosa en que nos levantamos allá cerca de Ciu­dad Valles. Yo estaba mudo de asombro y tampoco atinaba a comprender lo que estaba pasando ahora, pero mi mente estaba lúcida y empecé a tratar de recordar para encontrar un paralelismo entre esta vi­sión que estaba viviendo y la que viví la vez anterior y encontré que la diferencia era absoluta».

YO ESTUVE EN EL PLANETA VENUS (SEGUNDO ACTO)

Ahora regresemos al libro de Villanueva y vallamos al Segundo Acto de esta obra. Acto que nos habíamos saltado para conocer un poco más sobre la vida de este contactado. Nuevamente adelantemos algunas páginas y vallamos a la parte medular del relato. La parte en que regresa a la Tierra y desciende del platillo.

«XI

«¦

«Bajamos lentamente, hasta sentir que habíamos tocado tierra. Mis amigos me hicieron prometerles que la experiencia que me habían concedido la daría a conocer en todas partes y por todos los medios a mi alcance y fue entonces cuando les advertí que mi preparo intelectual era nulo y ellos me prometieron su ayuda.

Villanueva12MV Dibujo de las calles de Venus, basado en la descripción de Villanueva.

«Momentos después me encontraba corriendo hacia la carretera, pues ellos me dijeron que mientras no me alejara lo suficiente no podrían elevarse porque ponían en peligro mi vida.

«Cuando llegué al borde de tierra dirigí la vista al lugar, esperando ver cómo la nave se elevaba; pero esta se mecía majestuosamente a unos 500 metros de altura, como despidiéndose de mí. Luego dio un tirón tan fuerte que desapareció de mi vista, pudiendo localizarla cuando solo era un pequeño óvalo de seis o siete pulgadas.

«De nuevo mi mente se volvió confusa. Fijé mi vista en las piernas de mi pantalón y estaban completamente limpias, lo contrario de como quedaron al atravesar el lodazal 5 días[3] antes en que atravesamos desde la carretera hasta la nave. Estuve un buen rato reconociendo el terreno y cavilando sobre aquella fantástica aventura y, cosa rara, estaba seguro de que todo el mundo me creería cuando la contara, ya que podría contestar cuanta pregunta me hicieran relacionada con este fantástico viaje. Sólo me intrigaba cuánto tiempo había pasado[4].

«Vi venir un coche en dirección al sur, crucé la carretera y sin atreverme a pararlo éste se detuvo frente a mí. Dicho coche traía placas del Estado de México y estaba ocupado al parecer por una familia. Venía al volante un señor gordo; a su lado una señora bien vestida y atrás dos jovencitos[5].

«El señor me preguntó que sí iba al pueblo subiera, que me traería. Pensó el hombre que yo sería de por allí, y como traía dificultades con el motor creyó que le podía indicar algún taller mecánico; pero yo desconocía el pueblo y sus moradores. Me limité a aconsejarle que nos paráramos en la primera gasolinera[6]. Allí tuvimos la suerte de encontrar un mecánico petulante y medio ebrio, que inmediatamente pronosticó el desperfecto, engatusando al dueño del coche para que lo siguiera, puesto que éste manejaba una carcacha. Yo me quedé en la gasolinera. Poco después llegó en la misma dirección un gran camión de carga a cuyo chofer le pedí que me trajera. El hombre que lo manejaba accedió a traerme pues se dirigía a la Ciudad de México. Por mi parte me sentía rebosante de optimismo. Recordaba perfectamente todos los incidentes del viaje y estaba seguro de que nadie me confundiría. Le pregunté al compañero qué día era. Al contestar me dirigió una mirada, con cierta mezcla de extrañeza y de burla; pero venía yo tan optimista que no le di importancia. Hice cuentas de los días que llevaba fuera de mi casa y me dispuse a contarle a mi compañero mi aventura.

«Me oyó calmadamente, sin dejar de dirigirme miradas de desconfianza, quizá pensando que estaba loco; pero que era un loco pasivo, sin peligro. Por fin, cuando estuve seguro de que no corría ningún peligro en mi compañía y que le había inspirado la confianza necesaria, me dijo:

«-Mira, hermano, la hierba es mala cuando uno la fuma pura. Ya verás cuando la guisas[7]. Si te contara lo que he visto, te quedarías maravillado. Aquello me apenó. ¿Sería verdad que aquel hombre pensaba que yo estaba mariguano? Así que todo el trayecto me lo pasé dormido[8], pues de repente vi con claridad la magnitud de mi experiencia y perdí todo deseo de hacerla pública. Pero recordaba la promesa que había hecho a mis amigos de hacer pública la oportunidad que ellos me habían proporcionado, así que de allí en adelante tenía que luchar para vencer aquel complejo que echó profundas raíces cuando se la conté al compañero chofer que me trajo. Fue por esta causa que durante año y medio no lo conté a nadie y solo me arriesgué cuando se empezaron a leer con frecuencia en los periódicos relaciones de personas que aseguraban haber tenido oportunidad de admirar estas fantásticas naves espaciales.

«Como decía al principio de este libro, he pasado tantos sinsabores desde que me decidí a contarlo que he acabado por considerar increíble la aventura y justificar a las personas que se burlan de mí, pues tienen derecho a no creer lo que ellos no hayan visto o vivido. Así, cuando me topo con una persona que me pregunta en son de guasa, acabo por decirle, que solo fue un viaje que hizo mi mente en alas de la imaginación, y con eso lo dejo satisfecho, pues casi siempre infla el pecho y dice:

«-Ya decía yo que esto era imposible. A mí nadie me engaña. Así los dos quedamos tan contentos.

«Ahora, cuando encuentro a una persona exenta de petulancia y de «˜sabiduría»™, casi siempre lo cuento todo y con mucho gusto nos ponemos a discutir lo factible y lo no factible y, pongamos que no lo crea, pero queda con la duda y, además, se divirtió, cosa que a mí me satisface.

«Muchísimas personas me asediaban preguntándome de qué planeta procedían aquellos hombres y esto me mortificaba a tal grado que acabó obsesionándome, pues resultaba estúpido no habérseme ocurrido preguntarlo a los que me hubieran sacado de la duda.

«Uno de esos días en que más me mortificaba esta pena, empecé a sentir una presión mental insoportable que por momentos se hacía más pesada al grado de que tuve que dejar de trabajar, pues me resultaba peligroso.

«Me dirigí a mi casa a eso de las tres de la madrugada y, aunque no tenía sueño, me tendí en la cama.

«El cuarto estaba a obscuras. No quería despertar a mi esposa y por lo tanto me abstuve de prender la luz. Estaba, lo recuerdo perfectamente, despierto y en actitud pensativa y revoloteaba en mi mente el reproche que me hacía de no habérseme ocurrido hacer tan importante pregunta. De repente el lugar se iluminó inundándose de luz, pero la luz que yo había visto en aquel planeta. Traté de incorporarme sin lograrlo y ante mi asombro desapareció todo lo que de familiar había a mi alrededor y me ví participando en una escena en que aparecían mis dos amigos dándome una conferencia de astronomía.

«Pintaban en algo colocado en una de las paredes, lo que debía ser un diagrama de nuestro sistema solar.

«Reconocí el sol y nueve planetas de diferentes diámetros, habiendo treinta y siete lunas en total, distribuidas treinta de ellas entre los cinco últimos planetas y las siete restantes entre el nuestro y el sol.

«Cuando estuvo todo distribuido, simplemente trazó el que hacía de profesor, que no era otro que el hombre más delgado de los dos primeros, una cruz sobre el segundo planeta a partir del sol.

«Luego, el mismo hombre volvió la cara a donde me encontraba y me dijo en su reconocible voz: -¿Te acuerdas cuando entrábamos en nuestro planeta, que preguntaste si era el sol lo que veías y te contestó uno de nuestros superiores que no pero que sí estábamos entrando en nuestro planeta por la puerta del sol, o sea por la parte en que siempre está alumbrando nuestro astro rey?

«Y a fe mía que no recordaba aquellas palabras, pues entonces estaba yo tan asustado ante lo que tenía a mi vista, que no se me grabaron.

«Terminado este interrogatorio, desapareció la luz, mis amigos y todo lo que acababa de ver, y de paso ya no pude conciliar el sueño hasta el nuevo día»¦»

Continuará…


[1] Aquí se ve que Villanueva, ya enterado de los nuevos conocimientos sobre el planeta Venus, comienza a cambiar su versión sobre su «viaje espacial». En ese sentido Héctor Escobar Sotomayor comentaba:

«Desgraciadamente para Adamski, Villanueva, Menger y demás cuartes de los venusinos, pocos años después las sondas soviéticas Venera descubrirían que Venus era un infierno de azufre y gas carbónico y no el paraíso tropical pletórico de mares y plantas que la ciencia ficción -barata- de la época planteaba. Hoy en día Villanueva -nada tonto- niega haber estado en Venus ofreciendo una versión más acorde, en la que aduce que seguramente fue hipnotizado por los seres extraterrestres para hacerle creer que viajó a otro planeta».

(Escobar Sotomayor Héctor, 500 años de ovnis en México, Vol II, Corporativo Mina S.A. de C.V., México, 1995.)

[2] Hasta me parece estar leyendo algún libro de Salvador Freixedo, pero recordemos que Villanueva publicó esto en 1976 y aunque el exsacerdote publicó sus primeros libros sobre el tema ovni en 1971 y 1973 (Extraterrestres y creencias religiosas y El diabólico inconciente, respectivamente), sus «ideas» más delirantes vendrían años después (La amenaza extraterrestre, 1982, y ¡Defendámonos de los dioses!, 1983) En estos últimos libros las ideas de los dos Salvador confluyen en un mismo cauce. Freixedo no menciona a Villanueva en los dos primeros libros, pero en los siguientes se ocupa tangencialmente del contactado mexicano. Yo creo que el ufólogo español tomó estas ideas del contactado mexicano (entre otros).

[3] Aquí Salvador sabe perfectamente cuántos días han transcurrido desde que subió a la nave. Nuevamente entra la duda de por qué preguntó al chofer sobre el día y el mes en curso. Pero en el mismo párrafo vuelve sobre la cuestión del tiempo transcurrido. Al parecer no se da cuenta de la incongruencia.

[4] Han pasado 5 días. Lo acaba de decir tan sólo unas líneas más arriba. Si eso no es una muestra de que estaba mintiendo, entonces no se que pueda ser.

[5] Esto no concuerda con sus otras versiones, en las que Villanueva regresa a la Ciudad de México a bordo de un camión de carga. El lector nos podrá decir que más adelante aparece el citado camión, pero el hecho es que las versiones son diferentes.

[6] En la otra versión es al camión de carga al que deja justo en una gasolinera.

[7] Nuevamente en la otra versión el chofer le dice que la mariguana es mala cuando está «guisada», y aquí ocurre todo lo contrario.

[8] Había dicho que el trayecto lo había pasado con un terrible dolor de cabeza, pero claro, eso fue en la otra versión.

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Viaje a Venus en un plato volador. La increíble historia de Salvador Villanueva (7)

VIAJE A VENUS EN UN PLATO VOLADOR

«Pasaron los años y así, trabajando un turno en un auto de alquiler, allá por el año de 1952 tomé como pasajeros a una pareja de norteamericanos. Después de llevarlos a algunos lugares de diversión, me pidieron que les recomendara a un chofer que les ayudara a manejar su auto rumbo a los Estados Uni­dos. Por esos días yo había cumplido años, y mis economías se habían agotado, así que enterado de la cuantía del pago acepté ayudarlos.

«Salimos dos días después en el auto de su pro­piedad que, era un magnífico Buick, del año ante­rior, que se pegaba con seguridad a la carretera. Era ésta la que une al D. F. con Laredo, Texas. Poco después de pasar un pueblo que más tarde me enteré se llama Ciudad Valles, el coche empezó a producir un ruido en la transmisión. En ese momento llevábamos recorridos cerca de quinientos kilómetros. Te­merosos de causar al coche daño grave acordaron mis improvisados patrones, que yo los esperara mientras ellos regresaban al pueblo que acabábamos de pasar para buscar un mecánico o una grúa, que nos remolcara.

«Ese día era sábado y se trabajaba sólo hasta me­diodía. Por lo tanto, no me extrañó que mis impro­visados patrones no regresaran pronto. Así que le­vanté el auto por una rueda trasera, eché a andar el motor y lo conecté a la transmisión, me metí debajo y traté de localizar el desperfecto, fue entonces cuando empezó la más extraña aventura que le puede suce­der a un ser humano. Aventura que aún ahora no alcanzo a comprender cabalmente, porque las con­secuencias han sido de diversa índole…

«Por esa época, encabezaba una familia numero­sa, que se componía de una esposa, cinco hijos varo­nes, y dos hijas, Estas en esa época entraban a la adolescencia, edad difícil para todos los humanos.

«¦

«No llevaba amistad con nadie. Me limitaba a tra­bajar de doce a catorce horas diarias, entregaba la cuenta al dueño del auto, pues nunca tuve uno pro­pio y volvía a mi casa a descansar un poco para vol­ver a la labor al día siguiente.

«En la vecindad donde vivía a nadie le hablaba y con nadie llevaba amistad. Para todos resultaba «˜el apretado»™, como suelen llamar a los que se apartan ensimismados en su propia envoltura.

«Vivíamos en un barrio pobre, plagado de vagos y malvivientes, siempre hostiles para los que no ha­cen relación con ellos, para los que luchan honradamente para ayudar a su familia, por mantener un nivel superior al de ellos. Por fin, año y medio después y cuando estaba a punto de volverme loco, pues es difícil mantener una lucha consigo mismo cuando dentro de la cabeza se tiene algo que acicatea, que crece y amenaza con hacer explosión.

«Las personas que me habían propiciado la increí­ble aventura me hicieron prometerles que la haría pública, pero ahí mismo les dije que no podría cumplir con ese encargo, pues mi cultura era totalmente nula, que difícilmente escribía una carta correctamen­te; pero ellos insistieron, asegurando que me ayu­darían, pero fue pasando el tiempo y yo seguía du­dando. Solía repetirme como una oración, mientras trabajaba o descansaba, que no sabía nada de escribir libros, pero pronto me sentí desarmado, pues me vino la idea (de donde, no lo sé todavía), de acudir a un intelectual, digamos un periodista, pero no conocía a ninguno, pero por ahí tampoco pude escapar por­que no tardé en leer en una revista que alguien había visto naves en forma discoidal, justo de la forma de la que yo había abordado, invitado por aquellos se­res extraños. Así que cuando menos pensé ya le había escrito a ese periodista, que firmaba sus artículos con el seudónimo de M. Gebé.

«A este caballero, (pues resultó serlo a carta cabal, ya que siempre me trató respetuosamente, sin el más mínimo asomo de burla), le escribí dándole sólo el número de mi licencia de manejar… El hizo investi­gaciones para encontrarme, ya que sucedió lo que yo no esperaba, o sea que se interesara, pues yo, inge­nuamente, había pensado, que con solo relatarle algo a una persona versada en esos asuntos daba por ter­minada mi obligación para con aquellas personas de la nave…

«Por fin dicho periodista me encontró y empezó a interrogarme, y a publicar lo que le contaba, siem­pre en fracciones, ya que con el miedo a la burla sólo le platicaba lo que me parecía más verosímil.

«Al parecer estaba traumado, pues justo cuando terminaba mi aventura y los tripulantes de la nave me habían abandonado casi en el mismo lugar donde me recogieron, cerca de la carretera, y me recomen­daron que rápido me alejara para poder elevarse, corrí hasta el borde del camino y parado en el asfalto, miré hacia donde había quedado la nave y ví a ésta a una altura como de quinientos metros, meciéndose suavemente, como una hoja seca de árbol que levanta el viento. Imaginé que se despedían de mí. Luego dieron un acelerón tan rápido hacia el po­niente que en unos segundos perdí de vista la enorme nave. Quedé un momento pensando si sería factible ir a otro planeta en tan poco tiempo…

«Empecé a hacer memoria de las veces que había comido y dormido, así que deduje que no había pa­sado más de dos o tres días, salvo que hubiera dor­mido más de lo normal y aunque un sudor frío me recorría el cuerpo, no me sentía débil. Al contrario, rebosaba de salud y mi mente se solazaba recordan­do uno a uno todos los detalles de la experiencia pa­sada. Ví venir un camión de carga y rápido crucé la carretera y le hice señal de parada. El hombre que lo manejaba paró, seguro porque mi apariencia era pulcra, pues iba vestido con un traje que había es­trenado en mi cumpleaños. Me abrió la portezuela y subí… El hombre me miraba curioso. Le pedí que me dejara en el siguiente pueblo para tomar un au­tobús que me llevara a la ciudad de México[1].

«Me invitó a seguir con él, pues llevaba ese rum­bo. Me preguntó si vivía donde me recogió y como si la cosa me pareciese natural, le dije que no, que acababa de bajar de una nave que venía de otro pla­neta y antes de que pudiera decir palabra, le pregunté qué día era, pues sentía verdadero interés en saber cuánto tiempo había estado fuera.

«El hombre tardó en contestarme, pero finalmente me dijo que era viernes. Noté que se inquietó y no me perdía de vista y para acabar de redondear su inquietud le pregunté: Viernes ¿pero de qué mes?[2] El hombre paró en seco y viéndome de frente, me dijo: mire, amiguito, si cree que se va a divertir conmigo está equivocado. Ahora era yo el que esta­ba nervioso, pero hice acopio de fuerza y le dije: Mire, señor, si le pregunté qué día y que mes está corriendo es porque no lo sé. Acabo de venir de otro planeta y no sé cuanto tiempo estuve fuera de éste. Lo curioso es que yo me sentía orgulloso y rebosante de optimismo. Pero el hombre aquel no entendía nada, así que volvió a arrancar y ya ca­minando, me dijo: Mi amigo, la yerba es buena, y hasta quita el cansancio, secada al sol, pero al pa­recer usted la guisó…

«Si este hombre me hubiera dado un golpe no ha­bría sentido el efecto. La cabeza me estalló en un dolor fulgurante, hube de apretarla con las dos ma­nos, y clavarla entre las rodillas, sentí que el hom­bre volvió a parar el camión, ahora para pregun­tarme burlonamente qué me había pasado. Ya no pude contestar. Todo el cuerpo se me cimbraba. Has­ta entonces comprendí que lo que había pasado no era cosa de todos los días. El hombre aquel seguro se compadeció de mi estado y sacó de debajo del asiento una botella y me invitó un trago y aunque no soy afecto a la bebida bebí generosamente de aquel aguardiente y poco a poco empecé a sentirme mejor.

«En todo el viaje no abrí más la boca. Sentía tra­badas las quijadas. Ya en la ciudad de México apro­veché que paró en una gasolinera a cargar combustible y lo abandoné dándole las gracias. De ahí en adelante aquel dolor de cabeza no me abandonaría en mucho tiempo»¦ A cuanto médico subía al co­che, le preguntaba yo si tendría alguna enfermedad y la mayoría, después de preguntarme cuántas horas al día trabajaba, me decían que necesitaba descan­so. El periodista agotó todo lo que yo estaba dis­puesto a contarle. Yo adivinaba, que él estaba a un paso de juzgarme un charlatán. Y decidí no contarle todo lo que me había pasado y no le dije una sola palabra sobre mi viaje a otro planeta.

«¦

«Por esos días conocí a un auténtico héroe de nues­tra Revolución, uno de esos hombres que llegan a fascinar, por su bravura e indiferencia hacia la muer­te.

«Se llamaba don Jesús Apodaca Anaya[3], y era des­cendiente de aquel General Anaya que defendió el Convento de Churubusco cuando la invasión norteame­ricana, y que soltó aquella célebre frase, cuando el jefe norteamericano le preguntó dónde estaba el par­que.

«»™Si hubiera parque -le contestó- no estarían ustedes aquí…»™

«Era este don Jesús Apodaca Anaya hermano mayor de toda una familia revolucionaria, compuesta además de dos mujeres, intelectuales y maestras, do­ña Aurora y doña Atala. La primera fue maestra del celebrado Torres Bodet, y el otro hermano era o es don Andrés, si vive todavía.

«Doña Aurora y don Jesús ya murieron. Ninguno dejó descendencia…

«Pues bien, este don Jesús era de los que acometían contra el enemigo montando un buen caballo y reata de lazar en ristre y si lograba lazar la ametralladora no paraba hasta llegar a sus líneas con ella a rastras. Este hombre me caía bien, pues fue uno de los revolucionarios que pelearon por cambiar el estado de cosas reinantes en aquella época y a pesar de que todos ellos tenían propiedades, se lanzaban a la revuelta buscando aventura, que no di­nero, porque lo tenían en abundancia.

Villanueva21 Dedicatoria de Salvador Villanueva a Jesús Apodaca Anaya, a quien llama cariñosamente «Tío Chuy».

«Se me ocurrió que si yo escribía el resto de mi experiencia con los espaciales y desde Guadalajara, lo mandaba al periódico en que escribía don M. Gebé naturalmente atribuyéndola a un campesino, culto o medio culto, pero dueño de un rancho, reforzaba mi relato…

«Acto seguido le escribí y mandé a mi hijo mayor a que lo pasara a máquina y lo remitiera a mi nombre desde Guadalajara dirigida a la Revista.

«La cosa dio resultado, pues en cuanto llegó, M. Gebé vino a verme muy emocionado a mostrarme la carta que «Antonio Apodaca» me había enviado a la Revista y yo le devolví el original, autorizán­dolo para que él lo publicara en el periódico que quisiera. Por esos días «Novedades» lanzaba un bre­ve Magazine Dominical y allí M. Gebé publicó el relato, perfectamente ilustrado con numerosos dibu­jos. El periodista M. Gebé debe perdonarme este jue­go, pero yo hice eso en un momento de desesperación, cuando no sabía cómo contarle lo más impor­tante de mi aventura, que en mala hora le oculté porque comprendí que no me creería y le dije que eso era todo, al llegar al pasaje en que los tripulan­tes de la nave me hablaron de su mundo y me lle­varon a ver el disco volador posado en el bosque, a corta distancia de la carretera, de donde volvieron a elevarse. Todo lo que le oculté a M. Gebé lo relaté en la carta del supuesto Antonio Apodaca. Y todo eso trajo consecuencias más tarde…

«Un día recibí de Alemania, del editor del libro que escribí más tarde, una desesperada petición y era debido a que don Jorge Adamski me acusaba en Europa de haber plagiado a don Antonio Apodaca Anaya o sea el personaje de mi segundo relato y no tuve más alternativa que mandarle una enérgica car­ta al señor ADAMSKI para que se pusiera en paz. Y vaya que se puso…

«Aquel maldito dolor de cabeza de que hablé no me dejaba ni un minuto y mentalmente rogaba a los espaciales que me ayudaran, pero mentalmente re­cibía la respuesta, oía voces y reproches por mi ne­gligencia.

«Recurrí a la misma estratagema de convertir en oración mi queja: que no tenía dinero para editar un libro.

«Me puse a escribir el relato completo y me re­sultaba tan fácil que a las claras veía que me esta­ba convirtiendo en un receptor escribiente[4].

«Cuando lo terminé de escribir me planté orgu­lloso y les dije: Bueno, ya está…

Samael Aum Weor Samael Aun Weor.

«Y ningún editor se arriesgará a publicar esta lo­cura si no le pagamos la edición y efectivamente así era.

«Unos días después -¿coincidencia?- un cliente me pagó con un billete de la Lotería Nacio­nal y cuál no sería mi sorpresa cuando efectuado el sorteo descubrí que había salido premiado con diez mil pesos, de los cuales sólo me entregaron, por aque­llo de los descuentos, ocho mil quinientos.

«Pero lo curioso es que el premio no era de los que salen en la canasta, sino uno de los que agregan antes y después de un premio mayor, premiándolos como aproximaciones.

«Me emocionó tanto recibir el dinero, que no pen­sé que en ello estuviera la mano de los espaciales y me olvidé de la edición del libro.

«Al día siguiente, llamé a mis hijos y me los lle­vé a comprarles ropa que en realidad necesitaban. No hubo dificultad. El problema estuvo cuando quise comprar más de lo necesario. Sucedió que siempre tuve deseos de comprar a mis hijos varones chamarras de piel y nunca me alcanzó el dinero que ga­naba, y para mí era la oportunidad, así que metí seis mil pesos en la cartera y subí a mis hijos al coche en que trabajaba y nos fuimos a un taller donde las fabricaban.

«Traté una para cada uno y hasta yo me dí el lujo de escoger una, pero a la hora de pagar me encontré con que no traía la cartera. Y estaba seguro de haberla puesto en la bolsa del pantalón. Pero podía no ser así. Me disculpé con el comerciante y nos fuimos de regreso a casa. Apenas entramos, se me ocu­rrió tocar el lugar donde debía estar la cartera y cuál no sería mi sorpresa al descubrir que ahí esta­ba. ¿Coincidencia?…

«Por el momento pensé que allí había estado siem­pre, sólo que la había buscado en otra bolsa, y volví con mis hijos donde las chamarras y hasta le cité el cuento de la equivocación al comerciante, que ya había procedido a empacarlas de nuevo, y ¡maldita confusión! al ir a pagar de nuevo, la cartera que momentos antes había palpado, ya no estaba en la bolsa.

Villanueva13Revista Fate de enero de 1958, cuyo reportaje de portada fue escrito por Manuel Gutiérrez Balcázar.

«Todo confundido ante el molesto y asombrado co­merciante agarré a mis hijos y volvimos a la casa. En el trayecto palpé la bolsa del pantalón con la esperanza de que mi cartera hubiera vuelto y en una de esas palpadas, pude oír claramente una risita bur­lona. Al entrar a la casa palpé por última vez la bolsa del pantalón y ¡maldita sorpresa!, ahí estaba la cartera con todo el dinero. Hasta entonces compren­dí que el dinero de marras era para el libro.

«No dormí entonces pensando en la jugarreta de estos señores espaciales.

«Al día siguiente fui a ver a un editor, contraté dos mil ejemplares y los pagué religiosamente por adelantado y cuando ví lo que me sobró cerré los ojos y mentalmente les dije, ahora sí puedo comprar­les a mis hijos sus chamarras. Fui por ellos y antes de apersonarme con el comerciante saqué el dinero y lo llevé en la mano fuertemente agarrado.

«Ya no hubo problemas, me fui a trabajar y cuál no sería mi sorpresa al comprobar que aquel maldi­to dolor de cabeza que me había atormentado tanto tiempo ya había desaparecido.

«Ante tanto prodigio me volví místico. Rezaba todo el tiempo y me sentía protegido por algo o alguien a quien no podía ver, pero que sí sentía.

«¦

«Corría el mes de agosto de 1965 y también es­taba próxima la fecha de mi cumpleaños. Por ese tiempo ya había logrado consolidar mi autonomía o sea que ya no tenía patrón.

«Había abandonado definitivamente el trabajo de chofer de carro de alquiler, y me había dedicado exclusivamente a la mecánica automotriz, que la sa­bía desde muy joven, porque había tomado un curso por correspondencia en la Escuela Nacional de Auto­motores, ahora Instituto Rosen Kranz de los Angeles California. Atendía mi negocio con verdadera dedi­cación, porque estaba empeñado en triunfar. Por lo tanto, le dedicaba las 24 horas del día.

«¦

Continuará…


[1] En esta parte del relato se olvida al buick que había quedado descompuesto en el acotamiento de la carretera. Tampoco se habla del mecánico ni de la grúa que, supuestamente habían llegado a resolver el desperfecto, y de ninguna manera se menciona que el problema fue la falta de aceite en el sistema de transmisión, ni el enojo con sus patrones. Se toma el relato del Primer Acto justo cuando aborda el camión hacia la ciudad de México.

[2] No es comprensible esta pregunta pues, si por una parte Villanueva dijo que había salido rumbo a Laredo el 20 de agosto, y por otra, al bajar de la nave, pensó que no habían pasado más de dos o tres días, entonces debió estar conciente que se trataba del mismo mes de agosto.

[3] En la dedicatoria del 14 de marzo de 1958, en la primera edición de su libro, Villanueva lo llama «tío». No sabemos si fue tío político o tío lejano, pero parece haber existido gran familiaridad, no sólo porque lo utilizó como personaje ficticio para una nueva aventura ufológica, sino porque en la misma dedicatoria autógrafa lo llama, con cariño, «Chuy». Por alguna de esas vueltas que da la vida yo poseo el ejemplar que Villanueva dedicó a su «Tío Chuy».

[4] Villanueva se refiere a los médiums escribientes. Esto no es de extrañar. Salvador Villanueva era una persona interesada en el submundo de lo paranormal. Asistía a los templos gnósticos y fue alumno de Samael Aun Weor, el místico colombiano afincado en México. En la edición colombiana del libro de Villanueva (Villanueva Medina Salvador, Yo estuve en Venus, Instituto Cultural Quetzlcoatl, Colombia, 1973. 48 s.) Samael es el encargado de hacer la presentación. Dice:

«En nombre de la verdad debo decir con cierto énfasis que este es un hombre totalmente práctico; nada tiene de fantástico; nunca lo hemos visto en ensoñaciones de ninguna clase.

«En el pasado se ganó la vida como chofer y ahora lo hemos visto dedicado a eso que se llama mecánica de automóviles. Es si, un hombre ejemplar, fuera de toda duda. Magnífico esposo, padre honorable de familia, buen amigo, etc.»

Villanueva tenía amigos en los círculos gnósticos de Brasil. Todo eso lo acerca más a la imagen de Adamski quien, más allá de ser el contactado más famoso, era un consumado teósofo.

Un dato adicional a considerar. Villanueva conoció al periodista Manuel Gutiérrez Balcázar en este círculo místico y esotérico. Gutiérrez Balcázar no sólo escribía sobre platos voladores, también era asiduo colaborador de la revista Fate y publicaba artículos sobre temas de ocultismo (ver por ejemplo: Gutiérrez Balcázar Manuel, Magic Mushrooms Heal the Sick, Fate, Vol. 11, No. 1, enero de 1958.)

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