LA PEONZA VOLADORA DE LAGO ARGENTINO
Roberto Banchs
El caso que trataremos a continuación ha sido mundialmente conocido a través de la literatura ufológica (1) y considerado duÂrante mucho tiempo como el primer avistamiento de ovnis con ocupantes en el territorio argentino.
Antigua representación gráfica de la observación de W. Arévalo.
La información original procede de una presunta carta dirigida al vespertino La Razón, de Buenos Aires, por un lector llamaÂdo Wilfredo H. Arévalo quien, al parecer, seria «propietario de campos y un comercio de lanas y cueros en la zona de Lago ArgenÂtino».
En su edición del jueves 13 de abril de 1950, el citado diario reprodujo a cuatro columnas, casi sin comentarios, el texto ínteÂgro -pero sin fecha- de la misiva del presunto testigo, junto a un detallado croquis del artefacto, indicando en su epígrafe: «Este es el dibujo con que el señor Wilfredo Arévalo acompaña su carta cuyo texto reproducimos por considerarlo de suma importancia».
De ahí en más la noticia fue transcrita en numerosas publicaciones y el caso, con los años, fue cobrando mayor notoriedad.
Nuestro propósito inicial fue localizar al testigo (o familiares) y a los responsables de la publicación.
En primer lugar, aún cuando en aquella época eran muy pocos los «platillistas», la revisión de tan famoso caso nos perÂmitió determinar que jamás había sido investigado. En cambio, supimos que el destinatario circunstancial de la carta fue el Secretario de Redacción de La Razón, Pedro Larralde (ya faÂllecido), quien dispuso de inmediato su publicación, sin tomar intervención en el texto, pues -a decir de un colega suyo- «no estaba en el tema». Por otra parte, las diversas conÂsultas orientadas a localizar a Wilfredo H. Arévalo resultaÂron infructuosas y mostraron cierta inconsistencia respecto a la existencia del testigo[1].
¿Existió realmente Wilfredo H. Arévalo? Al momento, no lo sabemos. Pero la investigación continuó su curso y obtuvimos algunos hallazgos sugestivos.
A LA ESPERA DE UN «PLATO VOLADOR»
Se debe recordar que el caso habría ocurrido el 18 de marzo de 1950, y publicado en La Razón recién el 13 de abril.
En tal sentido, es curioso que el mismísimo vespertino, en su edición del sábado 18 de marzo, destinara cinco columnas para informar (agencia UP y ratificado por EFE, en otros medios) sobre el avistamiento de un «plato volador» situado a gran alÂtura durante 15 minutos sobre la ciudad de Montevideo (UruÂguay), ese mismo sábado 18. El título de La Razón no deja de ser menos atrayente: «Esperan un plato volador en Buenos Aires», Subtítulo: «Lo vieron a las 12,45 en Montevideo y se dirigía hacia aquí: procuran ubicarlo». Al día siguiente, este diario también da la noticia de un ovni observado el día 18 en San Lorenzo (Santa Fe), a las 12,25. La expectativa creada en torno a la venida del plato volador y la sobredimensionada inÂformación periodística, prometía una fantástica aparición.
Los diversos observatorios (y observadores) astronómiÂcos se pusieron en aquella jornada en estado de alerta, pero ninguno a los que se recurrió buscando información (La Plata, Parque del Centenario en Buenos Aires), registraron algún objeto extraño.
Paisaje recorrido por W. H Arévalo, en su avistamiento del Plato Volador.
¿Acaso el ovni de Lago Argentino, observado -según la carta- unas seis horas después, es el mismo que se desplazó desde Montevideo? La pregunta resulta incitante. Sin embarÂgo, remitiéndonos al opúsculo titulado «La oleada de 1950 en la Argentina» (3), decíamos que: «1as constancias horarias de los avistajes indican que la mitad de las denuncias de 1950 tuvo lugar en horas de luz solar, en manifiesto desacuerdo con las características generales de las presentaciones de ovnis (…). Al respecto, es oportuno recorÂdar que para aquella época el planeta Venus se encontraba en su mínima distancia a la Tierra y brillaba con una intensidad tal que podía ser percibido a simple vista en horas de luz solar»[2].
La descripción de los improvisados observadores de MonÂtevideo -y en forma casi simultánea en San Lorenzo-, carece de notas significativas y admite sin reparo algún tipo de identificación convencional. Concretamente, bien podría concernir a la presencia de Venus, con oscilaÂciones y movimientos aparentes, producidos por masas nuboÂsas provenientes del sudeste.
Glaciar Perito Moreno, frente al Lago Argentino.
Sea como fuere, la expectativa aludida anteriormente fue satisfecha holgadamente con la observación de Wilfredo H. Arévalo.
¿»FLYING TOP» EN LA PATAGONIA ARGENTINA?
Continuando con la compulsa periodística, el 23 de abril (o sea, 10 días después de publicado el caso de Arévalo), La Razón vuelve con el tema y titula una nota: «Un técnico aleÂmán dícese inventor del «˜Plato»™: Quiere reconstruirlo». SeguiÂdamente dice: «Se encuentra al Servicio de Estados Unidos en la actualidad». La noticia procede de Nueva York, y de un cable «Especial» (?), hace referencia a las declaraciones formuladas por un eminente ingeniero alemán y ex aviador de la LuftwafÂfe, R. Schriever, afirma: que si la Junta Militar de Seguridad le proporciona los elementos necesarios, se comprometía a construir un aparato como el que se encontraba trabajando poco antes del colapso de Alemania, que puso fin a la II Guerra Mundial. «Tarea que Hitler conocía -según el artículo- con minuciosidad y que, asimismo, conocieron los aliados, puesto que (en 1945)».
La nsus agentes de espionaje lograron apoderarse de un dupliÂcado de los planos aturaleza asombra. Las noticias de plato voladores también (Glaciar Perito Moreno)
El articulo incluye un dibujo del «Flying top», o peonza (trompo) voladora de Schriever, cuyas cualidades técnicas eran las de su ascensión vertical, así como el movimiento estático en el espacio, según el piloto.
Lo significativo es que el croquis que se acompaña, resulÂta sorprendentemente idéntico al prolijo diseño de Wilfredo H. Arévalo (incluso el estilo de sus trazos): forma discoidal, cabiÂna abovedada transparente fija, plano ecuatorial giratorio, cámaras inferiores, etc.
¿Es esto otra coincidencia? El tema reactualiza la hipóteÂsis de que, al menos, determinados ovnis sean armas secretas nazis, y sobre la denominada teoría de los enclaves secretos igualmente nazis en la Antártida. Por extensión, en la región patagónica[3].
Un aspecto plausible se refiere a la posibilidad de que el supuesto artefacto de Lago Argentino sea uno de estos portentos de fabricación humana.
No obstante, en un artículo aparecido en la revista alemana Luftfahrt International (4) (Navegación Aérea Internacional), se pone en duda la realidad de los platos voladores alemanes. Mencionemos algunos párrafos de interés:
Comparación gráfica del plato volador de Arévalo y el Flying Top de Schriever. Para pensar.
«En los artículos de prensa publicados a partir de 1950 se habla esencialmente de dos tipos diferentes de discos volaÂdores (…) y se afirmaba que una de tales peonzas había sido ideada por el capitán de vuelo Schriever y la otra por el ingeÂniero Dr. Miethe. A ambas peonzas se les atribuían unas velociÂdades indescriptibles».
Así, parece que en abril de 1945 el trompo volador de Rudolph Schriever estaba a punto de ser ensayado, aunque antes del final de la guerra sólo se llegó a efectuar un lanzaÂmiento de ensayo, sin llegar a un vuelo, y al mes siguiente el apaÂrato fue destruido. Su inventor y constructor se pasó entonÂces a Occidente, portando todos los planos del invento.
«Rolph Schriever murió en los años 50. Entre sus papeles se encontraron -aparte de una descripción provisional de consÂtrucción no fechada, aunque probablemente posterior a la terÂminación de la guerra- algunos borradores y esquemas de su artefacto volador, así como recortes de prensa sobre el tema.
La peonza voladora del alemán, según una revista española.
«Las primeras de estas notas de prensa están fechadas el 30 de marzo y el 2 de abril de 1950. Los reporteros del Der Spiegel, habituados a dar primicias, ofrecieron la sensacional noticia sobre la peonza de Schriever tres días antes de que fuera publicada por el semanario Heim und Welt y probableÂmente a partir de la misma fuente de información, ya que ambos artículos poseen un contenido bastante coincidente, habiendo podido servir de base para otros reportajes que, sin embargo, se diferenciaron de ambas notas».
Al respecto, resulta muy significativo que si bien el caso de Wilffedo H. Arévalo, en Lago Argentino, habría ocurrido 12 días antes de que se tuvieran noticias del artefacto de SchrieÂver, en realidad, el público recién supo del testimonio del estanciero argentino el 13 de abril, es decir, exactamente dos seÂmanas después de conocer el proyecto de Schriever. Aunque nótese que los lectores de La Razón fueron informados de la peonza voladora alemana inmediatamente después del caso de Arévalo, 10 días más tarde, cuando la prensa extranjera ya esÂtaba al tanto del sensacional proyecto.
La peonza voladora del alemán, según una revista española.
Un examen crítico de todo el material disponible, de la confrontación de las diversas fuentes y del contenido de los documentos detallaÂdos en la revista Luftfahrt International, permite mostrar una serie de incongruencias y contradicciones.
Esta respetable publicación especializada en navegación aérea concluye afirmando: «Ninguno de estos ingenios existió realmente, ninguno de ellos llegó a construirse y, menos aún, llegó a volar. Durante los primeros años de la posguerra, cuanÂdo todavía no se disponía de documentos auténticos acerca de las armas secretas del III Reich, florecieron las fantasías de los investigadores fracasados y de los reporteros exagerados, pues el lector se tragaba incluso las más aberrantes historias. Sólo de esta forma resulta explicable que innumerables artículos -como los referentes a la peonza voladora- pudieran ser publicados sin ningún criterio selectivo y aceptados con la misma falta de criterio por el público».
El tema de las presuntas armas secretas alemanas ha propiciado argumentos a su favor (6), aunque mayor ha sido la pérdida de credibilidad. De cualquier manera, no es este el eje de nuestro artículo.
El caso fue difundido por el vespertino La Razón, reproduciendo una carta de un lector.
Es por destacar aquí la razonable sospecha en torno a la producción del caso de Lago Argentino y de su presunto testigo Wilfredo Arévalo, donde el periodismo ha desempeñado un papel preponderante. Las circunstancias y el concatenamiento de los hechos expuestos, sumado a las claras coincidencias descritas y, en definitiva, a la dudosa existencia de ese único testigo, indican que el clásico episodio argentino hallaría su explicación más en términos de la imaginería de un periodista, o tal vez, de algún bien informado lector (llamado «Arévalo»), antes que en el espacio cósmico o en un enclave secreto de procedencia terrestre.
REFERENCIAS
(1) Ribera, Antonio. Platillos Volantes en Iberoamérica y España. Pomaire, Barcelona, 1968, ps. 63/64.
Creighton, Gordon. Los Humanoides en Iberoamérica en: Los Humanoides. Pomaire, Barcelona, 1967, ps. 122/123.
Vallée, Jacques. Pasaporte a Magonia. Plaza & Janés, E. de Llobregat, 1967, ps. 225/226.
La Razón (Buenos Aires), 13 abril 1950; y 23 abril 1950.
[1] El ufólogo Eduardo Azcuy -quién dedicó varios artíÂculos al suceso-, tampoco conoció al testigo, pero según le comentaron, Larralde habría tenido la posibilidad de verlo «tiempo después». En otra ocasión, Fabio Zerpa nos dijo que exhibiendo un espectáculo en Bahía Blanca se le acercó alguien manifestando ser el hijo de Wilfredo Arévalo y mantuvo un breve diálogo. Nada más. No obstante, en un pasaje de su reÂvista (2), agrega haber entrevistado no sólo a su hijo, sino también al padre. Lamentablemente, tampoco aporta una comÂprobación fehaciente de la pretendida identidad de los citados, ni detalle alguno.
Asimismo, en 1986 enviamos cartas, e incluso telefoneaÂmos, a todos los Arévalo -apellido común, por cierto- residenÂtes en el sur argentino (en 10 localidades), según la guía teleÂfónica, con el fin de que nos proporcionen cualquier referencia sobre el presunto testigo. Ninguna tuvo una respuesta afirmaÂtiva. Tampoco la hubo cuando nos dirigimos a la Asociación de Ganaderos, y la consulta al Catastro Municipal para determiÂnar si hubo tierras pertenecientes a Arévalo resultaron tamÂbién negativas.
[2] Nuestro informe agrega: «El examen preliminar de los datos tabulados permite advertir que la oleada se distriÂbuye en su casi totalidad (91,4%) en el trimestre febrero-marzo-abril; pero los avistajes se concentran en un tiempo más breve aún, de apenas 17 días, entre el 18 de marzo y el 4 de abril, que incluye el 70% de las observaciones registradas».
[3] Precisamente, en esos años, Argentina, Bolivia, Brasil y Paraguay habrían recibido contingentes de refugiados nazis (5).