De Momias y Maldiciones
LA TUMBA DE TUTANKAMEN
Por Mario Méndez Acosta
Quizá el hallazgo arqueológico más famoso de todos los tiempos -aunque desde luego no el más importante- fue el descubrimiento, en 1922, de la tumba del faraón: Tuntankamen, conocido irrespetuoÂsamente en EU, gracias a la prensa sensacionalista, como el Rey Tut.
EI infortunado y joven faraón era yerno y suceÂsor del legendario Amenofis IV, quien cambiándose el nombre a Akenaton, intentó establecer el monoteísmo en Egipto, adorando a un solo dios solar: Atón.
A la muerte de Akenaton y ya bajo el reinado de Tutankamen, la casta sacerdotal de Amón-Ra logró la reinstauración de la religión egipcia tradicional y politeísta, y se intentó borrar todo recuerdo del faraón hereje.
Tutankamen sólo reina hasta los 18 años de edad, cuando muere en circunstancias sospechosas. Sin embargo, a pesar de su insignificancia, recibe una de las sepulturas más grandiosas que haya tenido cualquier soberano de la historia.
LEYENDA Y HALLAZGO
Tutankamen es embalsamado alrededor del año 1350 a. de C. Muchos siglos después, ya en nuestra era, aparece, en 1857, la obra de Teófilo Gautier, El relato de la momia, en donde, por primera vez se menciona la leyenda de la maldición de los faraones en contra de quienes, con cualquier intención, proÂfanaran sus sepulcros.
Pero no fue sino hasta el hallazgo de la tumba de Tutankamen, que los medios sensacionalistas intentaÂron difundir la versión de que la maldición faraónica realmente había actuado en contra de los arqueólogos que la profanaron.
Lord Carnarvon, amante de la cultura egipcia y patrocinador de expediciones arqueológicas al país del Nilo, recibió del egiptólogo Howard Carter «“el cual investigaba en la necrópolis del Valle de los Reyes-, el siguiente telegrama fechado el 6 de noÂviembre de 1922:
«Al fin he hecho un maravilloso descubrimiento en el Valle; una magnifica tumba con los sellos inÂtactos, mismos que no romperé hasta su llegada, Felicidades».
Después de una infructuosa búsqueda, al fin había Carter hallado, entre los cimientos de una vieja choÂza, los primeros 16 escalones descendentes, cortados en roca viva, que conducían a una entrada sellada en la que se podía ver la marca especial que identifiÂcaba las tumbas reales.
Carter cubrió con escombros su hallazgo y esperó hasta la llegada de Carnarvon, tres semanas después.
En noviembre 25 se inició la excavación. Se derriÂbó la primera puerta y se descubrió un pasadizo que conducía a una segunda puerta, la cual, al ser derribada, mostró una escena que dejó sin hablar a los intrusos.
En una cámara se amontonaban cientos de objetos cubiertos de placas de oro: divanes, carruajes, canoas, y otros espectaculares tesoros regados por el piso, señal de que los saqueadores habían estado ya ahí.
En un muro se apreciaba otra puerta que conduciría a la siguiente cámara, esta vez, la mortuoria.
Al abrir esta nueva puerta, en febrero 17 de 1923, los arqueólogos se encontraron con una nueva sorÂpresa: todo el cuarto estaba ocupado, excepto por un estrecho espacio a lo largo de las paredes, por un reÂcinto ligeramente menor con la entrada sellada.
En realidad, se trataba de cuatro recintos más, imbricados uno dentro del otro, a la manera de cajas chinas.
Pero Lord Carnavon no vivió para maravillarse ante los hallazgos que aún le aguardaban. A causa de un piquete de mosquito de la malaria que se le infectó, murió apenas dos meses más tarde.
Después de vencer varias dificultades burocráticas, Carter abrió y desarmó con cuidado los últimos recintos, hallando en el interior el sarcófago de cuarÂcita blanca con una tapa de granito rosado de más de media tonelada; dentro del mismo estaban otros tres lujosos ataúdes antropomorfos, el más interior, de oro sólido.
Ahí yacía la momia del Rey, Tut, la cual, a causa de un error de sus embalsamadores, había sido carbonizada totalmente por una reacción química multisecular.
Todos los tesoros y hallazgos fueron entregados al museo de El Cairo. La momia fue devuelta a su tumba.
¿MALDICIÓN?
Recientemente, una revista racionalista canadienÂse -llamada muy apropiadamente La Raison– publiÂcó un interesante estudio sobre la supuesta maldición que alcanzó a los descubridores del sepulcro del infortunado Tutankamen.
Lord Carnarvon, con efecto, fallece un poco antes de la apertura del sarcófago.
El piquete infectado, en una época en que no existían antibióticos, realmente implicaban la, condena a una muerte segura.
Otras dos personas, que tuvieron que ver con el hallazgo, murieron antes de cinco años. Georges Benedit y Arthur C. Mace fallecieron de pulmonía desÂpués de entrar y salir en diversas ocasiones de la tumba; pero esto es explicable, ya que dentro de la cripta la temperatura era de unos 10 grados centígrados, mientras que, en el exterior, el termómetro llegaba a los 45 grados.
El principal investigador, Howard Carter, quien fue el que penetró por primera vez a la tumba, muÂrió hasta el 2 de marzo de 1939, (17 años después). En cuanto a los otros investigadores participantes: Lucas, Burton, Engelbach, Lacau, Gardiner, murieron entre 1943 y 1963. El más viejo tenía ya 80 años.
En resumen, de los diez principales descubridores .de tumba de Tutankamen, dos estaban vivos cuarenta años después de la apertura de la tumba»¦ un plazo muy largo para cualquier maldición que se respete.
no se en que o donde lo lei,pero cuando me entere de todo esto me resulto
fascinante,la sola historia por si sola es fantastica,llena de misterio y super
atractiva para cualquier investigador,quiza mi mente inflamada por la pelicu
la de la momia de cristopher lee y peter cushing me hizo creer situaciones
distintas a lo escrito por el ing.mario mendez acosta pero de que es y lo repito nuevamente fascinante y extraordinaria lo es,la manera en que se realiza el descubrimiento,las excavaciones,la riqueza sin par del enterra-
miento es verdaderamente fantastico