CHARLATANERÃA ARQUEOLÓGICA[1]
Mario Méndez Acosta
Prácticamente, ningún campo del coÂnocimiento científico humano está libre de los embates de la charlataÂnería, y por supuesto, la arqueología y la etnografía no son la excepción. Nuestro continente ha sido un lugar particularmenÂte atractivo para los forjadores de teorías irracionales, relacionadas con la supuesta intervención de otras culturas del mundo Ây hasta de visitantes extraterrestres- en el desarrollo de las grandes civilizaciones americanas.
Sin falta, en todas estas especulaciones se refleja la convicción de que la raza indígena era, y es aún, incapaz de crear por sí misma algún tipo de cultura avanzada -o de levantarse en armas en forma organizaÂda, si a esas vamos-. Tal expectativa racista resulta particularmente incapaz de entenÂder, por ejemplo, la grandeza de los mayas del Antiguo Imperio, que para muchos esÂtudiosos de la historia tenían la civilización más avanzada del planeta alrededor de los siglos V y VI de nuestra era, una época en la que Europa se debatía en la barbarie y la India y China pasaban por un periodo de decadencia temporal.
Casi todas esas creencias se han arroÂpado con un manto de misticismo trasnoÂchado, de tipo esotérico y ocultista, y siempre eurocéntrico. Ya desde el siglo pasado, el abate Brasser de Bourbourg-Charles Etienne, autor de la Historia de las Naciones Civilizadas de México y América Central antes de Cristóbal Colón-, utilizanÂdo el llamado alfabeto maya del obispo Diego de Landa, descifró a su manera el Códice Troano o Tro-Cartesiano, y obtuvo una imaginativa historia acerca de la desÂtrucción por explosiones de un lugar llamaÂdo Mu. De ahí, surgió la leyenda del continente perdido de Mu, que pronto se fundió con las de otros continentes extraÂviados, como la Atlántida, y Lemuria, y pasó a formar parte del canon del movimiento teosófico que fundara Madame Blavatsky.
No obstante, resulta ser que el alfabeto de Landa -aquél notorio obispo de YucaÂtán que quemó todos los códices mayas que pudo en el siglo XV-, es totalmente inútil. El obispo ignoraba que la escritura maya no es alfabética sino ideográfica. El alfabeto confeccionado por Landa no incluÂye ni la centésima parte de los signos coÂnocidos actualmente.
A partir de esta base equivocada, se inventó una absurda mitología acerca del origen de los mayas, la que a pesar de todo sigue siendo impulsada en nuestros días, sobre todo por el autor británico James Churchward, creador de varios fantasiosos libros sobre el continente de Mu.
En la actualidad, florecen algunos autoÂres de éxitos seudocientíficos de librería que proponen diversas supercherías acerca de las civilizaciones americanas. El más conocido es el escritor suizo racista Erich von Daniken, quien claramente señala en sus libros y películas que tanto las construccioÂnes prehispánicas como las colosales ruiÂnas de Zimbabwe, en Ãfrica, no pudieron haber sido edificadas por razas degeneradas como los indios americanos o los neÂgros africanos. Por el contrario, tales obras tuvieron que haber sido erigidas por extraterrestres, a los que Daniken imagina altos, rubios y de ojos claros.
Por ejemplo, en el caso de México, von Daniken señala que los atlantes de Tula representan las efigies de los astronautas extraterrestres, con todo y sus cascos espaciales -correspondientes al penacho estilizado que portan las estatuas- y sus pistolas de rayos -que en realidad son las llaves del temÂplo que resguardan cada uno de ellos.
Von Daniken, quien recientemente ha reiterado sus teorías en una especie de canto del cisne literario que se titula «¿Me he equivocado?», nos informa que los cenotes de la península yucateca, originaÂdos en realidad a causa de la cavitación y desplome de los techos de los cauces subÂterráneos de los ríos que cruzan el poroso subsuelo de la región, se formaron, según él, … gracias a la acción demoledora de los chorros de escape que impulsaban las naÂves interestelares de esos extraterrestres bienhechores. Ello explica, según Daniken, la forma circular de los grandes y profunÂdos estanques. De paso, atestigua el canÂdor del escritor suizo, que cree que naves de tales civilizaciones aún funcionan con combustibles químicos.
En América del Norte, EU y Canadá en especial, actúa con buena fortuna otro autor de panfletos seudocientfficos de gran éxito de ventas que se llama Barry Fell. Según él, se han detectado vestigios arqueológicos a todo lo ancho del continente, que atestiguan que durante la Antigüedad y la primera mitad de la Edad Media, esa enorme región era visitaÂda con regularidad por docenas de expedicioÂnes organizadas ya sea por los antiguos egipcios, los fenicios, los cartagineses, los heÂbreos, los griegos, los romanos, los celtas, los vikingos, los chinos, etc.
Para Fell, Norteamérica era un verdaÂdero emporio comercial, el cual fue recorriÂdo por mercaderes de todo el mundo. La evidencia arqueológica que ofrece Fell ha sido examinada con asombro divertido por verdaderos arqueólogos e, invariablemenÂte, se ha demostrado que está falsificada o que es imaginaria, generalmente se trata de huellas en el suelo de roca, o en los cantiles, del paso de los glaciares durante la más reciente edad del hielo. Nunca se ha presentado algún artefacto o una reliÂquia tangible; sólo presenta inscripciones en la roca, siempre ilegibles o bien inconÂsistentes con la época en que supuestaÂmente fueron grabadas.
Desde luego, el hecho de que no exisÂta ningún recuerdo histórico en el viejo mundo de tan numerosas y regulares exÂpediciones a América no desanima a Barry Fell. Tampoco puede, o le interesa, explicar por qué motivo el intenso intercambio comercial cesó súbitamente después del tiemÂpo de los vikingos. Cosas secundarias como los hechos y la realidad generalmente no preocupan a los buenos charlatanes.
[1] Ciencia y Desarrollo, Vol. 21, No. 125, noviembre/diciembre 1995, Pág. 105.