EL MITO DEL 10%[1]
Mario Méndez Acosta
En su gran mayoría, las personas parecen creer a pie juntillas la afirmación de que solamente usamos el 10% de nuestro cerebro y que, en consecuencia, si lo empleáramos en su totalidad, seríamos capaces de realizar grandes prodigios mentales y tal vez hasta poseeríamos poderes paranormales maravillosos. Algunos aseguran que si los científicos no saben para qué sirve el 90% de nuestra masa cerebral, lo más seguro es que en realidad la podamos utilizar en desarrollar algunos poderes psíquicos, para lo cual nos podríamos entrenar bajo la sabia conducción de varios expertos.
Diversos negociantes, como Craig Karges y Carolyn Miss, que operan en Estados Unidos, cobran cantidades sustanciales por enseñar a la gente a usar la porción de nuestro cerebro que no aprovechamos en condiciones normales. Karges vende un programa llamado «margen intuitivo», que supuestamente permite desarrollar habilidades síquicas naturales, como la telepatía, la precognición y hasta la telequinesia -mover objetos a distancia- y, por su lado, Miss ha escrito varios libros en los que proporciona la receta para desencadenar poderes intuitivos latentes en ese 90% del cerebro que asegura no empleamos.
El notorio ilusionista y supuesto psíquico israelí, Uri Geller, también afirma en su libro El poder de la mente que la mayor parte de nosotros sólo usa el 10% de su cerebro, y agrega que hemos olvidado habilidades y poderes prodigiosos por no cultivar ese vasto potencial y por no educar a los niños para que lo aprovechen. Desde luego, aunque fuera cierto que no usamos el 90% de nuestro cerebro, cosa que resulta manifiestamente falsa, de ello no se sigue que pudiéramos desarrollar poderes capaces de violar las leyes de la física. Lo cierto es que el mito se basa en la interpretación errónea de dos hechos reales que afectan el funcionamiento del cerebro y que se tienen bien documentados.
Es cierto que las conexiones neuronales del cerebro muestran gran redundancia; es decir, una señal electroquímica, un conjunto de ellas, o hasta un patrón espacial de las mismas; pueden transmitirse por varias vías o trayectos dentro de la corteza cerebral y dentro del llamado sistema límbico. Lo anterior es una adaptación que han desarrollado todos los animales superiores, con objeto de que cualquier daño que afecte el tejido cerebral no se convierta en un defecto o una falla irreparable, incluso fatal para el individuo. Pero eso no quiere decir que el 90% de las neuronas múltiplemente conectadas de esta manera no funcione de manera constante, pues son las diversas conexiones que las unen las que pueden ser o no activadas en diversos momentos. La obtención de imágenes cerebrales por medio de la técnica conocida como tomografía de barrido de emisión de positrones (PET scan) y la de formación de imágenes del interior del cerebro mediante resoÂnancia magnética, claramente demuestran que la mayoría de la masa cerebral dista de estar inactiva a lo largo de un tiempo razonable de actividad normal del individuo.
También ocurre que algunas funciones específicas y limitadas del organismo sólo se controlan de manera habitual por una parte aislada del cerebro y lo hacen sólo en determinado momento, del mismo modo como las personas no emplean todos sus músculos simultáneamente todo el tiempo. No obstante, a lo largo de un día casi todo el cerebro es usado una y otra vez, y el mito del 10% supone también que sus funciones se hallan muy localizadas en diversas regiones del mismo, dejando otras partes no especializadas a manera de espacios vacíos sin uso alguno. Pero lo cierto es que cualquier lesión que dañe una parte cualquiera del cerebro tendrá siempre alguna consecuencia -a veces espeluznante- en el funcionamiento del individuo afectado.
Algunos otros señalan que esa parte no utilizada del potencial de la mente humana se refiere al inconsciente de las personas, el cual se afirma a la ligera que abarca un 90% de nuestra mente o actividad neuronal. Esa proporción tal vez sea mucho más reducida, según algunos experimentos que determinan la cantidad de información que puede manejar la conciencia humana, comparada con la que recibe el cerebro de todos los sentidos. Ocurre también que los recursos de la memoria, a largo plazo están almacenados químicamente en el cerebro y no subsisten como impulsos electroquímicos siempre activos en circuitos neuronales. Es verdad que, en ocasiones, la conciencia no puede tener acceso a esa información, sumergida en el olvido, pero ello puede remediarse con el estudio de ciertas drogas, la introspección prolongada y la mera reflexión también es verdad que ciertos ejercicios mentales pueden mejorar la memoria y la concentración, pero lo que hace eso es crear nuevos circuitos neuronales más duraderos y accesibles, que permiten al cerebro funcionar con mayor eficacia.
El mito del 10% se ha difundido de tal manera que se ha convertido en lo que el investigador Robert J. Samuelson denomina «psico-dato»; es decir, una creencia que, aun cuando no esté apoyada por evidencia real alguna, se toma como verídica entre el público, debido a que su repetición llega a alterar la forma en que experimentamos e interpretamos nuestra vida. Investigaciones recientes de la revista New Scientist atribuyen la creación del mito del 10% tanto a Sigmund Freud como al propio Albert Einstein y hasta al filósofo Dale Carnegie, y entre quienes se han dedicado a explotar las implicaciones de la leyenda y a poner a prueba sus afirmaciones se encuentran el investigador Barry Beyerstein, el psicólogo Benjamín Radford y el autor Michael Clark
Bibliografía
Beyerstein, Barry. Mind Myths, Nueva York, 1999, John Wiley.
Drain, Brian. The Last Word, New Scientist 19/26, Dic. 1998.
Clark, Michael. Reason to Believe. Nueva York, 1997, Avon Books.
Geller, Uri, y Jane Struthers. Mind Power Book, Londres, 1996 Virgin Books.
[1] Este artículo apareció originalmente en Ciencia y Desarrollo, México, número 161, noviembre/diciembre de 2001, Págs. 96-97.
Bueno, como bien se apunta en este interesante artículo, un mito se sustenta principalmente en ser una «verdad a medias» que carece de cualquier sustento.
Pienso, como muchos científicos de renombre, entre ellos Carl Sagan, en su magnífico libro «Cerebro de broca» que aún queda mucho que conocer y explorar dentro de nuestro propio cerebro. Independientemente de eso, me parece casi milagroso que tengamos un órgano como el cerebro, que es capaz de estudiarse así mismo.
Recomiendo, a las personas que les interese el cerebro y sus funciones, la excelente serie de NatGeo, «Juegos mentales». En donde se muestran con hechos y experimentos científicos que aunque hay algunas cosas que hemos empezado a comprender del cerebro, aún falta mucho terreno por recorrer.