Viaje a Venus en un plato volador. La increíble historia de Salvador Villanueva (5)

VIAJE A VENUS EN UN PLATO VOLADOR

«CAPÍTULO VIII

«SIGUIENDO EL RASTRO DE ANTONIO APODACA

«¦

«Ahora, reanudemos el relato.

«Lo importante para mí era saber si Antonio Apo­daca existía. La única pista era la fajilla postal en que venía la carta. No traía dirección del remitente. El único indicio era el matasellos del correo, que in­dicaba que había sido depositada en Guadalajara. Apodaca decía que su rancho estaba a seis horas de camino de esa ciudad. Pero… ¿en qué dirección?

«¿Cómo dar con él, con tan escasos datos? ¿El nombre con que había firmado era un nombre o un seudónimo?…

«Necesitaba comunicarme con él. Salvador Villa­nueva Medina deseaba también hablar con el autor de la carta, que se había dirigido a él como a un ca­marada, que había tenido una experiencia parecida.

«Recurrí entonces al único camino. Inserté un anuncio en el periódico, que decía más o menos lo siguiente:

«»™Sr. Antonio Apodaca. Guadalajara, Jal. Le rue­go comunicarse conmigo dándome su dirección para enviarle una correspondencia importante. M. Gebé. Dr. Vértiz No. 783-3. México, D. F.»™

«No tenía muchas esperanzas en el resultado, pero al día siguiente de la publicación del anuncio, recibí una carta depositada en esta capital, que decía lo siguiente:

«»™Sr. M. Gebé.

«»™Muy señor mío:

«»™Me tomo la libertad de quitarle su tiempo en vis­ta de que en el periódico de ayer apareció una cita para el señor Antonio Apodaca. Este señor es mi pri­mo y el objeto de escribirle a usted es anticiparle que si él escribió algo y usted lo quiere publicar, lo tiene que hacer usted bajo su propia responsabilidad, por las razones que paso a exponer:

«»™Tengo entendido que Antonio sufrió un acciden­te grave y que está desfigurado y se a apoderado de él un complejo de inferioridad muy fuerte, tremendo. Ese hombre es muy serio[1] y si algo le escribió, creo que en otras circunstancias se haría completamente responsable, pero en éstas en que se halla, no creo que se atreva a recibir a nadie y mucho menos exhi­birse en público.

«»™Doy a usted las gracias anticipadas por la aten­ción que se sirva prestar a esta nota y quedó atenta­mente…»™

«La carta no tenía firma. Solamente las iniciales, a las que iba antepuesto el título de doctor.

«Â¡Luego Antonio Apodaca existía! ¡Y era su nom­bre auténtico, no era seudónimo! Y existía el primo doctor a que él se refería en su carta, al que narró su aventura y se negó a creerle.

«Entonces, había que localizar al doctor. La inicial de su apellido era G. Seleccioné en el directorio telefó­nico todos los médicos cuyas iniciales coincidían con las que calzaban la carta. Telefoneé a todos pidiéndoles su segundo apellido, «˜para el registro del Labo­ratorio X»™.

«Aunque yo, por discreción, no hubiera publicado su nombre, el doctor G, -llamémosle así- se hubie­ra negado a recibirme, pues por obvias razones no hubiera querido verse mezclado en un asunto tan ex­traño, que haría que sus clientes dudaran de su serie­dad o de su equilibrio mental. Y a última hora, decidí esperar. Creo que algún día se comunicará conmigo sólo para confirmar algunos datos.

«Villanueva Medina tuvo mejor suerte que yo. Un pariente de Apodaca lo invitó a ir a Guadalajara y lo llevó a hablar con él. Yo le proporcioné un cues­tionario para que Apodaca contestara. Y Villanueva sostuvo una larga conversación con nuestro hombre. Sólo que él tampoco sabe en dónde está el rancho, pues fue conducido a bordo de una camioneta sin placas, con los ojos tapados con unos enormes anteojos negros, que tenían pegados por la parte interior unos círculos de esparadrapo, para impedirle toda visión.

«Pero lo importante es que Villanueva habló con él y está seguro de que dice la verdad. Confirmó también que no está en condiciones de hacer frente a una encuesta pública, por las razones que el doctor «˜G»™ ofrece en su carta.

«Una cosa me obligó a suspender las pesquisas: Ahora sé la historia de Antonio Apodaca y sus razones para permanecer en el incógnito me parecen muy respetables.

Esa historia es triste. Terriblemente dramática. Y si él no quiere ser molestado, yo lo dejaré en paz, a pesar del gran interés que tengo en seguir investigan­do este caso.

«Usted, creo yo, haría lo mismo si conociera esta historia, contada por uno de sus primos, un joven residente en Guadalajara. Y va usted a conocer la historia, porque es la justificación de que estos reportajes hayan sido publicados y de que se suspendan temporalmente.

«Antonio Apodaca Núñez -usted debe recordar que lo decía al principio de su carta- estudiaba la secundaria en Guadalajara, cuando la muerte de su padre lo obligó a ir a su rancho a hacerse cargo de la administración y a hacer compañía a su madre. Lo que no dijo Antonio fue que su padre fue asesinado en su pueblo. Y que a resultas del choque recibido, su madre estuvo muy delicada de salud y sufrió una perturbación temporal de sus facultades mentales. Gracias a los cuidados amorosos del hijo, la señora recobró la salud.

«Y Antonio empezó a trabajar en el rancho, olvi­dándose de sus planes de estudiar ingeniería. Al poco tiempo se enamoró de una señorita de su pueblo. De­cidieron casarse. Y fijaron la fecha de la boda.

«Fue entonces cuando aterrizaron en su rancho aquellos seres. Y al despedirse de ellos, en su última visita a la finca, Antonio los invitó a su boda y ellos prometieron ir, «˜si les era permitido»™.

«Pero algo terrible ocurrió. Cuando él se fue a su fantástico viaje, que duró aproximadamente seis días[2], sólo tuvo tiempo de decirle a los peones que avisaran a su madre que no tuviera cuidado, pues él iba a dar una vuelta con sus amigos.

«Al ver que pasaban los días y él no regresaba, la señora empezó a preocuparse y nuevamente sufrió algunos trastornos nerviosos, que perturbaron sus fa­cultades mentales. Pero el mal también fue pasajero. El regreso del hijo y sus cuidados lograron que pronto se restableciera.

«Entonces Antonio empezó a invitar a sus parientes y amigos para la boda, que ya era inminente. Y con gran ingenuidad, dijo a algunos de sus íntimos que no dejaran de ir, pues unos amigos suyos que venían de otro planeta, asistirían a la fiesta nupcial.

«Las murmuraciones no se hicieron esperar. Algu­nos de sus amigos comentaron aquello y llegaron a la conclusión de que Antonio no estaba en sus cabales.

«Y llegó al fin el día de la boda. Después de la ceremonia en el registro civil y en la parroquia, hubo gran fiesta en el rancho. Se brindó con tequila de bue­na cepa. Reinaba la alegría en la fiesta ranchera. Pero entonces, algunos de los invitados empezaron a preguntar con sorna, «˜a qué hora llegarían los mar­cianos»™.

«Antonio, de buena fe, les respondía que segura­mente llegarían más tarde, puesto que le habían pro­metido ir.

«Empezaron las sonrisas burlonas, después las bro­mas y éstas llegaron a tal punto, que Antonio se in­dignó y la emprendió a golpes con sus invitados. La fiesta terminó como el rosario de Amozoc»¦[3]

«El triste resultado de aquello fue que su madre volvió a recaer y que desde ese día, todos los cuida­dos fueron inútiles. Día a día, el mal se agudizaba.

«Una hermana de la señora, que reside en Guadalajara, enterada de lo que ocurría, fue a ver a Anto­nio para arreglar que la señora fuera internada en un sanatorio.

«-Mi madre -dijo él- se quedará aquí. No la internaré en un sanatorio.

«Pasó el tiempo. Una noche, cuando Antonio se ha­llaba durmiendo, despertó sobresaltado al oír unos desgarradores lamentos de su madre. Se puso en pie rápidamente y se dio cuenta de que el ala de la casa en donde dormía la señora era pasto de las llamas.

«Decidido a salvarla se introdujo a la recámara, al través de las llamas. Y pudo salir con el cuerpo ina­nimado de su madre entre los brazos. Fuera ya de aquel infierno, cayó sin sentido. Había sufrido terri­bles quemaduras en todo el cuerpo y en el rostro.

«Antonio y su madre estuvieron entre la vida y la muerte. El tardó más de dos meses en reponerse. Cuando al fin se levantó de la cama reanudó las labo­res en el rancho, pero estaba terriblemente amargado[4].

«Las quemaduras lo habían desfigurado terrible­mente. Su madre también se salvó, pero quedó muy enferma. Y aquella casa se ensombreció. Antonio fue atacado de misantropía. Dejó de saludar a sus pa­rientes y amigos y se refugió en su rancho, a sufrir su pena»¦

«Así vive ahora. Eso explica las últimas palabras de su carta:

«»™Perdóneme que le advierta de antemano que de­seo permanecer ignorado, aquí en mi rancho, y que no quiero verme envuelto en una ola de publicidad que no podría soportar.

«»™Yo no estoy en condiciones físicas ni morales para sostener relaciones con nadie. Ni siquiera puedo soportar la presencia de un extraño.

«»™Le ruego que no me busquen.

«»™Adiós»™.

«No lo buscaremos más. Si algún día él cree con­veniente recibirnos, con la promesa anticipada de que no lo molestaremos, de que iremos solos, sin fotógra­fos ni curiosos, entonces seguiremos adelante.

«Respetamos su deseo de permanecer oculto. Y lo acompañamos en su dolor, como camaradas que comprenden la tragedia que le aflige. Dios quiera que él encuentre la resignación y la fortaleza para aceptar cristianamente esta gran pena»¦

«Y ahora, amigos, no les diremos adiós, sino hasta luego. Ustedes, que han tenido la paciencia para leer esta serie de reportajes, sabrán otras cosas en su opor­tunidad.

«Por ahora, doblemos la hoja»¦»

Continuará…


[1] Si era muy serio ¿Por qué se negó a creerle?

[2] Hay un error en este dato. Apodaca fue muy explicito al afirmar que su viaje había durado «cuatro días y diecinueve horas».

[3] Expresión que tiene su origen en una divertida, aunque funesta, leyenda virreinal. Se utiliza cuando algo termina o va a terminar mal.

[4] Esta también es una incongruencia pues al inicio de la carta dirigida a Salvador Villanueva había dicho que era «más o menos feliz».

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