¿Es posible la paz?

¿ES POSIBLE LA PAZ?

Por Mario Méndez Acosta

CerebroEn lo más profundo del encéfalo humano yace el cerebro de una criatura suspicaz, temerosa y brutal. Guiada por instintos elementales, sólo busca proteger su territorio, obtener su alimento y perpetuar su especie y, para lograr esto, está dispuesta a usar cualquier medio a su alcance No existe el bien ni el mal para este ser, y vive en lo absoluto sin conciencia de la existencia del transcurso del tiempo; sin futuro y sin pasado.

Se trata del cerebro de un reptil. De un reptil idéntico a un antecesor nuestro que caminó por la Tierra hace unos 200 millones de años.

Por encima de este cerebro reptiliano han evolucionado capas de masa encefálica que representan nuestro desarrollo como mamíferos primitivos y finalmente, en la corteza cerebral, se encuentran ya nuestras características humanas.

Todos los atributos de las distintas etapas biológicas por las que hemos evolucionado se encuentran sobrepuestas -y no revueltas- en nuestro actual cerebro.

Para muchos estudiosos del comportamiento humano esta situación es la responsable de gran parte de las actitudes irracionales que presenta en sus actos el hombre contemporáneo.

Uno de los instintos básicos que le permitió a las especies sobreponerse a las dificultades del medio ambiente y sobrevivir con éxito -sobre todo en el caso de las especies que precedieron y condujeron a la humanidad- fue, sin duda, el de la territorialidad.

La defensa eficaz de un territorio permite al individuo, como representante de una especie, que sus genes, transmitidos por su descendencia, tengan una mayor probabilidad de crecer, desarrollarse y, en su momento, seguir perpetuándose por más generaciones hacia el futuro.

Este instinto, aunque aparece ya en los cerebros de vertebrados primitivos, no se atenúa en los cerebros de especies más evolucionadas, como lo son casi todos los mamíferos y las aves, sino que, por el contrario, adquiere .un refinamiento y hasta una sofisticación sorprendentes. El hombre, por supuesto, no es una excepción. Así, en cualquier legislación se permite que el dueño de un hogar pueda matar al invasor de sus terrenos o, por lo menos, permitirá atenuantes de importancia al juzgar este acto.

RESABIOS

El desarrollo cultural de la sociedad humana ha dado, en cierta forma, un cauce manejable al instinto de territorialidad y a otros similares.

La capacidad de juicio y raciocinio del individuo humano le permite, en la mayor parte de los casos, controlar las reacciones agresivas y de furia derivadas de las transgresiones a lo que el instinto considera territorio o intereses exclusivos de la persona… pero esas tendencias y sensaciones defensivas siguen incólumes.

La guerra, tradicionalmente, ha tenido como motivo esencial algún caso de territorialidad lesionada o amenazada. Por supuesto, quienes normalmente se sienten afectados son los individuos o grupos poderosos que controlan cada nación y no necesariamente los soldados que tienen que ir a combatir. Para que a éstos les resulte más paladeable la idea de ir a luchar o de padecer terribles estrecheces, se ha inventado el bálsamo del patriotismo, la defensa de la religión u otro ideal similar… o bien, el temor inducido de la depredación y el saqueo que las fuerzas enemigas pudieran realizar en sus hogares.

Hasta el presente siglo, la situación anterior había acarreado infinidad de inútiles guerras y sufrimientos indecibles para muchas personas inocentes.

La mayor parte de los conflictos que ha librado el género humano se distinguen por la intrascendencia y mezquindad de sus motivos.

Con la excepción de la Segunda Guerra Mundial, en la que la humanidad se logró librar de una partida de peligrosos asesinos y bestiales, todos los, conflictos han sido en sus causas de una trivialidad inconcebible.

ARMAGEDON

No obstante, ahora las cosas han cambiado. Existe cada vez más evidencia de que una confrontación nuclear entre dos o varias superpotencias acarreará, al menos, la extinción de la especie humana y, a lo más, el exterminio de toda la vida del planeta.

MijailGorbachovLa supervivencia de la especie depende ahora del control que sobre sus instintos reptilianos tengan individuos como Ronald Reagan o Mijail Gorbachov. Hasta ahora, hemos tenido suerte. Cuando la URSS tenía gobernantes agresivos y hasta paranoicos, como lo fueron José Stalin y Laurenti Beria, Estados Unidos poseía dirigentes prudentes, como sin duda lo han sido Truman y George Marshall. Hoy en día, la Unión Americana está gobernada por un individuo que considera a la URSS como una entidad satánica, merecedora del exterminio total; pero, por fortuna, la URSS está bajo el gobierno de personas moderadas y prudentes -hasta donde puede serlo un dirigente soviético.

No obstante, nuestra suerte puede llegar a terminarse muy pronto…

Es necesario que, reconociendo las raíces reptilianas del instinto guerrero, se arrebate del control de individuos concretos la facultad de librar una guerra atómica. La tentación de dar un primer golpe demoledor y la paranoia de considerar al adversario como la encarnación de la maldad -otro de nuestros resabios de bestialidad- deben ser combatidas a fondo. El conocimiento mutuo entre las naciones puede ayudar mucho en este aspecto.

Muchas de las guerras que en este momento se libran en el mundo se derivan del temor de grupos privilegiados de ver afectados sus intereses económicos. Este es el caso de la agresión contra Nicaragua y el pavor a la Revolución Salvadoreña. El temor a que algo tan abstracto como la «seguridad nacional» se vea afectado, lleva a la Unión Soviética a conducir una guerra agonizante, dolorosa e interminable en Afganistán. Detrás de estos conflictos no está más que la ignorancia, la impreparación y la falta de lucidez de los gobernantes que impulsan estas agresiones.

BertrandRussellYa se han alzado algunas voces muy claras y prestigiadas que señalan las verdaderas causas de nuestra vocación bélica. Destaca entre ellos Bertrand Russell, quien en su ensayo ¿Tiene futuro el hombre? propone salidas muy racionales al laberinto del belicismo moderno. Más recientemente, ha destacado la labor del astrónomo Carl Sagan, quien ha estudiado los aspectos evolutivos de nuestro cerebro que determinan nuestra conducta irracional dentro de la sociedad moderna, abundando sobre este tema en su libro Los Dragones del Edén.

La batalla del fin del mundo se librará, según el Apocalipsis, en las llanuras galileas de Arrnagedón -actual Meggido-. Está en nuestras manos dejar esta leyenda convertida para siempre en un mito oriental más.

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