Cuando los científicos se mofan de sí mismos

ESCRUTINIO

Cuando los científicos se mofan de sí mismos[1]

Juan José Morales

Ya hemos hablado en esta columna de los Premios IgNobel. Son galardones humorísticos que anualmente concede la revista The Annals of Improbable Research (Anales de Investigaciones Improbables) a trabajos científicos que a primera vista se antojan banales, ridículos o simplemente divertidos, pero que bien mirados tienen más importancia de lo que se supone.

 

Pues bien, acaban de entregarse los IgNobel correspondientes a 2014, y de ellos hemos seleccionado dos que ameritan comentario: el de física y el de neurociencias. El primero se otorgó a un grupo de investigadores de la universidad japonesa Kitasato por haber explicado a qué se debe que las cáscaras de plátano sean tan resbalosas, mucho más que las de naranja, manzana y otras frutas. Tras una serie de mediciones del índice de fricción de la cáscara de plátano y de análisis de su composición, los investigadores llegaron a la conclusión de que es tan resbaladiza debido a que contiene un gel de polisacáridos en forma de folículos.

 

clip_image002Esta estatuilla caída, que caricaturiza a la famosa escultura El Pensador, de Rodin, es el símbolo de los Premios IgNobel, con los cuales los propios científicos ponen un poco de humor a su trabajo. La popularidad de estos galardones ha ido aumentando sin cesar, y en esta ocasión se recibieron más de nueve mil nominaciones de todo el mundo.

 

Pues bien, como decíamos, esta es una de esas investigaciones que parecen una absoluta pérdida de tiempo y sólo sirven para causar risa. Pero el hallazgo de los investigadores japoneses puede tener aplicaciones prácticas muy importantes en la elaboración de prótesis de articulaciones humanas. En este tipo de aparatos, el gran problema es lograr que las dos partes de la prótesis se muevan una contra la otra con el mínimo posible de fricción.

 

El IgNobel de neurociencias, a su vez, fue concedido a un equipo de investigadores de la universidad canadiense de Toronto, encabezados por Kang Lee, que «”en coordinación con sus colegas de universidades chinas»” estudiaron algo con lo que estamos muy familiarizados los mexicanos: la aparición de figuras divinas tales como el rostro de Jesús o la silueta de la Virgen de Guadalupe, en árboles, paredes, cerros y otros lugares.

 

En el caso concreto que les hizo acreedores al premio, lo que estudiaron los autores del estudio fueron los informes de que el rostro de Cristo aparecía en rebanadas de pan tostado. En realidad, explican, no hay nada extraordinario ni sobrenatural en ello. Se trata simplemente de un fenómeno conocido como pareidolia, el cual consiste en que la persona cree ver caras, animales, vehículos o cualquier otra figura familiar ahí donde sólo hay manchas o contrastes de luz y sombra, pues el propio cerebro se encarga de completar la imagen.

 

Los investigadores estudiaron aquellas áreas cerebrales que son estimuladas por ese tipo de imágenes y encontraron que la mente humana tiene una tendencia natural a identificar figuras familiares a partir de unas pocas pistas visuales. De aquí la frecuencia con que ocurre la pareidolia. Al parecer, esta capacidad se desarrolló en una época temprana de la evolución, ante la necesidad de mantenerse alerta para eludir posibles amenazas.

 

Los Premios IgNobel fueron establecidos en 1991 y se han vuelto muy populares. Se entregan en una ceremonia formal en la Universidad de Harvard, con asistencia de auténticos Premios Nobel. Y si bien en un principio los ganadores no siempre los recibieron de buen grado por temor a ser objeto de burlas y sarcasmos, en la actualidad no tienen reparo alguno en aceptar tan especiales reconocimientos y en su gran mayoría asisten gustosamente a la ceremonia de entrega.

 

Hace algunos años, por cierto, en 2009, resultó galardonado con el Premio IgNobel de Química un grupo de científicos mexicanos de la UNAM y la Universidad Autónoma de Nuevo León por haber logrado fabricar diamantes con tequila. Diamantes diminutos, es cierto, pero útiles en muchas aplicaciones industriales, como capas abrasivas o semiconductores. Y tampoco se piense que su investigación fue una broma o una simple curiosidad. Al probar con diferentes mezclas de alcohol y agua sometidas a alta presión para fabricar los microdiamantes, se percataron de que una proporción de 40% de etanol y 60% agua era óptima para el proceso»¦ y esa es justamente la composición del tequila. Así que decidieron probar con el tequila más corriente y barato que encontraron, y funcionó.

 

En fin, como muestran los Premios IgNobel, la ciencia tiene también sus aspectos divertidos, y los científicos no son esos seres adustos y solemnes carentes de sentido del humor que mucha gente imagina.

Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx


[1] Publicado en los diarios Por Esto! de Yucatán y Quintana Roo. Miércoles 24 de septiembre 2014

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