El plato volador de Aztec

Antes de ser extraditado a los Estados Unidos, Gary McKinnon se apresura a sacar la información que obtuvo en los sitios internet de los militares.

El documento filtrado por McKinnon demuestra la veracidad de la historia contada por Frank Scully, en su Behind the flying saucers, y más recientemente por William Steinman y Wendelle Stevens, en UFO crash at Aztec.

La foto muestra el plato volador caído en Aztec, Nuevo Mexico, así como a los técnicos de la NASA que se apresuran a recuperar los restos, antes de que los marcianitos verdes se los lleven. Al fondo podemos observar la famosa pirámide de Marte en Texashuácan.

El chupacabras en Argentina

(RECORTES DE PRENSA)

«VISIONES MUTILADAS» DE LA REALIDAD

Vacas muertas, periodismo y alienación. De cómo se construye una oleada… de lo que sea y el papel del crítico informado sobre lo paranormal.

Por Alejandro Agostinelli

Argentina, mayo de 2002. La oleada de «mutilaciones de ganado» había madurado. Nadie, empezando por los organismos oficiales, explicaba las causas de ese aluvión de denuncias extrañas. Era el momento en que los diversos actores sociales peleaban por establecer su definición del problema. Los juegos de palabras oscilaban entre el asombro silencioso, la retórica vacua y profusión de citas al conocimiento popular.

«Presa de la prensa», la imaginación se había apoderado de las reflexiones de los argentinos. La mayoría de los medios, como cada vez que navegan en aguas desconocidas, explotaban la ausencia de respuestas oficiales impulsando el estado de perplejidad social. Cuando no del disparate. El novel ufólogo Francisco Fazio, por ejemplo, entró «por la puerta grande» de la pantalla chica pontificando sobre el «chupacabras», depredador invisible prestamente incorporado al catálogo de la zoología fantástica rural. Así, Fazio alternaba con otro ufólogo, el veterano actor Fabio Zerpa, uno de los responsables de haber encendido la mecha relacionando las primeras historias de reses tullidas con cuentos de «enanito orejudos» en el interior del país. El «escepticismo militante», representado por el efímero Christian Sanz, repartía spam a los medios quejándose de que «nadie lo invitaba» a decir que todo aquello eran «tonterías» cuya explicación «es más sencilla de lo que creen»[1]. Tan simple no debía ser: en sus mails decía más bien poco y nada sobre las posibles causas de la oleada. Pronto, Sanz iba a convertirse en otro ejemplo de que la arrogancia puede ser pariente cercana de la pereza, pero también hija de la deshonestidad intelectual[2].

Lo cierto es que, a diario, se difundían nuevas historias e interpretaciones, casi todas aportando un grado más al clima de confusión general. Por entonces, entrevistado por el noticiero de Azul TV, describí la leyenda del chupacabras como una mitología importada de los EE.UU. y Puerto Rico y señalé que «la experiencia sugiere no descartar la participación de animales depredadores o carroñeros».

¿Creer o saber?

En mi fuero íntimo estaba (casi) seguro de que aquella hipótesis iba a confirmarse. Pero, honrando el «casi», dije «no descartar». En esta salvedad aparentemente menor yace un asunto que, con el permiso del lector, no relegaré a una nota al pie. Porque se refiere al papel crucial que juega la «experiencia» (entendida como suma de conocimientos teóricos y prácticos sobre un tema dado) en la evaluación temprana de sucesos extraordinarios.

Quiero decir: no me siento especialmente orgulloso por haber anticipado las conclusiones del informe que dos meses después iba a presentar el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA).

Entonces, como ahora, era consciente de que la prudencia se debe anteponer a la soberbia del que «cree saber». Es que, muchas veces, la especialidad nos expone al riesgo de introducir sesgos, desinformar y hasta desviar el curso de una investigación. ¿Exageraciones? Ojalá: transladar conclusiones remotas o ajenas a un escenario nuevo se parece más a una cornisa que a un atajo: adelantarse puede propiciar conclusiones falsas o crear estados de opinión injustificados.

No hace falta dar ejemplos «paranormales»: ahí están los incriminados por la prensa antes de que se pronuncien los fiscales (promoviendo un público «concientizado» en tal o cual dirección que «presiona»); los rumores que derrumban economías o destruyen carreras; los estigmatizados por portación de cara, apellido o carnet… Intento decir que -cuando «creemos saber»- no sólo nos debería importar reducir el (casi inevitable) margen de error sino la responsabilidad ética de evitar dar un mal ejemplo educativo.

El (d)efecto de la memoria

Esta preocupación por el uso de «conclusiones de archivo» es un asunto al que tarde o temprano nos enfrentamos todos los periodistas que tratamos de escapar a la fuerza de la costumbre. Naturalmente, es innegable que la «experiencia» sirve para obtener una perspectiva más profunda (y a la larga más precisa) de la actualidad. Pero eso no significa perder de vista que «creer saber» -y asegurarlo sin atenuantes- puede teñir el análisis con los prejuicios que la misma «experiencia» nos presta. Es decir: si bien la especialización nos permite otear más allá del horizonte plano de la noticia cruda, transferir conclusiones del pasado a fenómenos actuales puede ser precipitado. La sociedad, los grupos de interés y el mismo vértigo de los medios continuamente nos obligan a informar contra reloj. Es por esta razón que extremar el rigor informativo debe privar sobre la primicia.

¿Qué nos enseña la historia? Que «lo paranormal» (en su sentido amplio) sigue ciclos de actividad imprevisibles pero cuyo contenido (la casuística, el anecdotario) tiende a acomodarse a un marco de creencias preexistente, las cuales son «recortadas» culturalmente por los medios. A este efecto paradojal alguien (no recuerdo quién) le llamó efecto bucle: los medios le imprimen a la noticia (y a los relatos que ellas contienen) un perfil, un sentido y una identidad propios porque… los mismos medios son los que definen las características del problema del cual se ocupan y se encargan de potenciar.

Evidentemente, la utilidad de la memoria y, sobre todo, la capacidad para elaborar los datos que ella nos proporciona, son asuntos que están fuera de discusión. Pero rescatar experiencias pasadas, por ejemplo, no nos inmuniza de moldear las novedades en arreglo a los antecedentes. Además, si en ocasiones anteriores las causas de fenómenos semejantes -en principio tan «inexplicados» como los presentes- acabaron siendo individualizadas, la tentación de «anticipar el veredicto» se vuelve difícil de resistir.

¡Otra vez vacas!

El conocimiento nos contagia de cierto sentimiento de urgencia. «Decir primero» halaga a la vanidad. Y seguir el impulso más «empírico» que «escéptico» de la primicia nos puede alejar de la tensión a la objetividad que todo comunicador debería pretender. Y ejercer un sano escepticismo, recordémoslo, implica no pronunciarse a priori. Por eso, cuando la prensa comenzó a cubrir el caso de las «vacas mutiladas», esa tentación tenía un nombre: Informe Rommel. En efecto, la investigación que había realizado en 1979 el agente retirado del FBI Kenneth M. Rommel en los Estados Unidos parecía iluminar el camino. Al cabo de analizar 27 casos de «mutilaciones de ganado», Rommel atribuyó al efecto combinado de los medios de difusión, la influencia social de «expertos» y a la acción de diferentes depredadores la génesis, formación y extensión de la oleada[3].

¿Estábamos ante una reedición de aquel fenómeno? Quizá, aunque sólo estábamos seguros de algo: la oleada de «ganado despanzurrado» se presentaba en la Argentina post debacle del nuevo milenio, no en el dorado veranito texano de los ’70, y el SENASA no era la NASA. Dos meses antes de la oleada, la TV había difundido a una horda de pobladores hambrientos tumbando un camión con reses en las afueras de Rosario y poco antes, a fines de diciembre de 2001, la gente había salido a la calle, cacerola en mano, a derribar a un gobierno dormido en medio de la crisis más brutal de la historia reciente. Así, el misterio rural criollo aparecía rodeado por una aureola de extravagancia latina. Posiblemente, en la remake local de aquella loca epidemia ganadera (que entonces, como ahora, se anclaba en clisés ufológicos) podrían incidir causas cualitativamente diferentes. La aplicación automática de las conclusiones de Rommel ¿forzaría el hallazgo de «patrones comunes» en la oleada argentina o… los propiciaría?

Sin hilar tan fino, el show de arranque era casi copia fiel: las primeras noticias aparecieron vinculadas con informes sobre visiones de «enanos» misteriosos de la mano de Zerpa, el más conocido amplificador local de la creencia en ETs «abductores de vacas» y los portavoces fueron veterinarios influidos por la perplejidad alienígena del mismo «profesor». Los medios, por su parte, forjaban a diario un «retrato tipo» (que a la vez era un «criterio de selección») para establecer una «categoría» de animal mutilado[4].

Pero. ¿acaso esos personajes, con los medios, eran los únicos responsables?

En realidad, el espectáculo más surrealista no lo dio la fauna de opinators televisivos sino los propios expertos en sanidad animal: en el curso de tres meses de agitación mediática, los funcionarios del SENASA arriesgaron por su cuenta al menos cuatro explicaciones diferentes antes de presentar su «informe final». Algunos, como el veterinario Alejandro Martínez, infundieron temores sin fundamento advirtiendo sobre la presencia de cierta clase de «cuatrerismo tecno» ostentando el termocauterio (una barra metálica afilada y caliente utilizada para cauterizar las heridas) * para argumentar que los cortes que presentaba el ganado muerto podían ser causados por «cualquier organización»[5]; otros, como el patólogo Ernesto Odriozola, titular de Diagnóstico de Sanidad Animal del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) en Balcarce, apostó a «la acción de algún loquito« ya que «aquí está claro que todo fue provocado por alguien»[6]; y el doctor Bernardo Cané, presidente del SENASA, no sólo señaló que había «indicios preliminares de algún tipo de acción humana» sino que descartó la actividad de «otros animales carroñeros», atribuyéndola a alguna clase de «práctica esotérica«[7].

Las andanzas del súper ratón

Por esos días, el denominador común era el asombro: aquellos malolientes cadáveres vacunos con sus panzas henchidas de gases presentaban «cortes netos, quirúrgicos» que aparecían «lejos de las rutas» y «sin signos evidentes» de haber recibido tarascones de carroñeros. Pero, semanas después, los mismos científicos que habían diseminado suposiciones contradictorias iban a cambiar diametralmente de parecer: el 1° de julio de 2002 la «oleada» ya no había sido provocada por sectas satánicas, veterinarios desquiciados o estudiantes contratados para probar virus de diseño en campos librados a la buena de Dios. Ese día, el presidente del SENASA (sí, el mismo Cané que había hablado de «esoteristas» envueltos en el asunto), dio una conferencia de prensa en la cual, no sin burlarse de «los marcianos, el pombero y otras tradiciones rurales argentinas», presentó las conclusiones a las que llegaron los doctores Alejandro Soraci, Ofelia Tapia y Ernesto Odriozola, de la Universidad Nacional del Centro: el protagonista de las enigmáticas «mutilaciones» era, ante todo, un roedor del género Oxymycterus, el llamado «hocicudo rojizo». El ratón ahora estaba entre los sospechosos de infligir los raros cortes al ganado, muerto por causas naturales. Si bien el informe del SENASA citaba el accionar de zorros, peludos y otros carroñeros «activos a causa de cambios en el ecosistema regional», el funcionario centró su charla en el roedor, sirviendo en bandeja los titulares del día siguiente. La noticia se había «reinventado»: previo recorte mediático de una realidad más compleja, el «misterio» de las vacas mutiladas era reemplazado por unos poco conocidos ratones rojos que invadieron las pampas argentinas asestando dentelladas «perfectas» ¿Qué credibilidad se le podía dar a esta (convengamos, razonable) explicación, propuesta por los mismos que poco antes habían defendido que tales cortes sólo podrían haber sido causados el hombre?

La explicación que faltó

Hasta fines de agosto se habían registrado más de 200 casos, en casi tres meses y a lo largo de diez provincias del país, desde el Chaco hasta la Patagonia[8]. En su informe a la prensa, el SENASA (basado en 20 necropsias de otros tantos animales recogidos en quince fincas de diferentes partidos bonaerenses), concluyó que el ganado murió a causa de «neumonías, desnutrición, enfermedades metabólicas o infecciosas de altísima incidencia en época invernal». El misterio, entonces, se reducía a la mitad: las «vacas mutiladas» ya estaban muertas. «Alguien» (difícilmente «alien»), se había hecho la panzada. La correlación entre mortalidad y estación del año no es un dato menor si, como se repitió 2003, las denuncias aumentan en invierno. De igual modo, que los tejidos afectados fueran los que estaban a la vista (el «mutilador» no completaba la faena volcando al animal de lado) revelaba otra cosa: el predador no lleva a su presa a platos voladores ni a laboratorios clandestinos, sino que cena «in situ».

El SENASA quiso sacarse de encima un fenómeno que había ganado estatus mitológico presentando un informe de dos carillas y un video del ratón hocicudo en acción, devorando carne cuando se lo creía insectívoro. ¿Estos elementos alcanzaban para satisfacer la demanda de una explicación científica? No, y de hecho el argumento convenció a pocos. ¿Por qué? Tal vez, porque faltó plantear una hipótesis psicosocial que no sólo permitiera explicar la proliferación de casos sino responder otras dudas, que aún acosan a muchos veterinarios y productores agropecuarios, a saber: ¿Por qué esos «experimentados hombres de campo» están tan seguros de que esos «cortes» difieren de los causados por otros predadores? ¿Por qué afirman que «antes esto no pasaba»?

A propósito de estos asuntos pendientes -sobre los que se deberá rendir cuenta en cualquier explicación definitiva- se me ocurrió oportuno recordar la llamada «epidemia de los parabrisas picados» de Seattle[9]. Cuando en 1954 la prensa norteamericana informó que los vecinos de esa ciudad habían detectado «pequeñas mordeduras» en los parabrisas de sus coches, en el curso de la oleada abundaron hipótesis sensacionalistas. El gobierno le encargó estudiar el caso a la Universidad de Washington y se determinó que esas marcas siempre estuvieron ahí: los vecinos habían puesto atención en un detalle en el que nunca antes habían reparado. Habían sido causadas por el reiterado «picoteo» de asfalto que saltaba en la ruta. Las partículas asfálticas de Seattle fueron el «ratón hocicudo» de las pampas argentinas. La explicación psicosocial –un caso percepción selectiva moldeada por un estereotipo provisto por los medios– fue más poderosa que la técnica.

Pasó medio siglo de la extraña fiebre de los parabrisas: la manía desapareció para siempre. Aunque, pensándolo bien, su fantasma nunca se fue del todo. Ya nadie se asusta en Seattle si descubre a su parabrisas picado. Pero seguimos siendo presas de aquel viejo espectro todos aquellos que, al tropezar con nuevas leyendas, somos espectadores -o presentamos- «visiones mutiladas» de la realidad.


[1] Sanz, Christian. «Vacas mutiladas «“ Indignación»/ «A los medios: Ref: Vacas mutiladas / programas Memoria y Va por vos…». Email a los medios del 21-06-02.

[2] Sanz aún no había sido expulsado de la ASALUP, acusado de plagios reiterados y de falsificar pruebas.

[3] Ver Operation Animal Mutilation Project, http://www.parascope.com/articles/0597/romindex.htm

[4] Según este «retrato tipo», los animales debían haber sido despojados de sus órganos o partes blandas (labios, lengua piel y músculos de la mandíbula, ojos, orejas, colas, glándula mamaria y genitales); aquellos cuya piel faltante presentaba bordes nítidos, circulares o con ángulos precisos; ausencia de sangre en algunos casos; inexistencia de rastros humanos en las cercanías y, por último, la presencia de animales evitando acercarse al cadáver.

[5] Kollman, Raúl: «Unas heridas bien terrenales», diario Página/12, Buenos Aires, 20 de junio 2002.

[6] Diario La Nueva Provincia, Bahía Blanca, 23 de junio de 2002.

[7] Diario Clarín el 22 de junio de 2002.

[8] Agostinelli, Alejandro : Vague de mutilations animales en Argentine, VSD Hors Série N° 5, Oct. 2002, pp. 56-61. Ed. GS Presse Com., Francia; traducido en español como «Vacas mutiladas y chupacabras en la ruta del ‘ratón hocicudo'»; en Dios! 20-05-03 (http://www.dios.com.ar/paginas/grupos/2-enigmas/fenomenos.htm). Ver también de Morales, Rubén O. «Â¡Todo por tu culpa, hocicudo rojizo!», Mitos del Milenio, Editorial N° 6, julio de 2002 http://www.advance.com.ar/usuarios/moralesr.

[9] Agostinelli, Alejandro: «El extraño caso de la epidemia de parabrisas picados de Seattle» en Dios ! 20-05-03 (http://www.dios.com.ar/paginas/grupos/2-enigmas/fenomenos.htm)
También ver Bartholomew, Robert; «The Seattle Windshield Pitting Epidemic: A Famous Mass Delusion of the Twentieth Century» (http://www.eskimo.com/~pierres/windshield.html).

* En una versión anterior confundí el termocauterio con un rifle de aire comprimido para tirar dardos tranquilizantes. Le agradezco al lector Julio Salas por salvar el error. / Alejandro Agostinelli

Ovnis y bengalas

Susto ovni

¡Falsa alarma! Los fanáticos de los ovnis pueden colgar los prismáticos y cerrar los archivos X»¦ por el momento.

Ayer (Miércoles) The Star divulgó cómo el lector Malcolm Rotchell y su desconcertada familia observó una extraña luz a través del horizonte de Rotherham poco después de la tormenta eléctrica en el área la tarde del domingo.

La brillante bola anaranjada «voló» sobre su hogar en Spring Croft, Kimberworth Park, y cayó a plomo a la tierra después de volar en dirección de Swinton.

Malcolm pensó que el fenómeno habría podido ser una centella, un fuego artificial o aún extraterrestres.

Pero el trabajador del Concejo de Rótterdam David Barker dijo: «Vivo en Kimberworth Park y vi el supuesto ovni. ¡Era definitivamente una luz de bengala! Era el tipo de fuego del ejército en el cielo para iluminar la tierra. Tampoco ascendió tan alto».

«Realmente no veo cómo alguna persona podría confundirla con cualquier otra cosa. Fue hacia arriba como una luz de bengala, moviéndose lentamente hacia abajo como una bengala hasta apagarse. No era ciertamente una centella.

«Para ser justos, las bengalas han sido confundidas con ovnis en el pasado. Hubo un gran flap en Arizona en los años 90 en donde una ciudad entera observó «ovnis» aterrizar en una montaña, sólo para descubrir un par de días después que eran maniobras del ejército».

Paul Williams, de Greasbrough, también vio la luz. Él dijo: «Cuando la vi, no pensé otra cosa que eso era una luz de bengala de una señal de socorro.

«Fue hacia arriba bastante rápido entonces pareció planear por un tiempo. Era anaranjada, como dijo el testigo, y entró en la dirección en que él la vio. También se ajusta a la fecha. Era definitivamente una bengala».

http://www.barnsleytoday.co.uk/ViewArticle2.aspx?sectionid=86&articleid=1611354

El caso de Arizona es el del supuesto ovni gigante que fue filmado por varios testigos, en Phoenix, el 13 de marzo de 1997. (nota del tal Noguez)

La versión chilena del chupacabras

INVASIÓN DE CHUPACABRAS EN CHILE

Por Diego Zúñiga

El chupacabras ya había recorrido medio México cuando por primera vez se habló de él en la prensa chilena. Las noticias aparecieron en el diario La Cuarta de fines de agosto de 1996 y tras un par de intentos más (que fueron vanos, como veremos más adelante), el asunto quedó en el olvido. Se lo acusaba de atacar a unas gallinas, pero el verdadero culpable era un animal llamado quique, también conocido como comadreja. Sin embargo, unos años después, la impronta del mítico ser regresó. Esta vez atacaba en el norte, en pleno desierto de Atacama, supuestamente el más seco del planeta, desatando una verdadera invasión de misteriosas bestias en todo el país.

En cada una de sus apariciones hubo una persona dispuesta a creer; un veterinario de dudosa calidad presto a dar crédito a los hechos; una voz autorizada que daba certificado de veracidad a las afirmaciones más estrambóticas; también el ufólogo de turno que trataría de aferrarse a la fama del destructivo animal para aparecer en televisión y granjearse un nombre que le permitiera, posteriormente, dar unas charlas y satisfacer su ego y abultar sus bolsillos.

Algunos investigadores vinculados al análisis de este verdadero fenómeno social han pretendido hallar las primeras manifestaciones del ser «“que entienden como una especie animal original, única y posiblemente alienígena»“ en Puerto Rico, en la década del setenta. Y si bien en ese entonces los ataques fueron atribuidos a un supuesto «vampiro de Moca», los ojos de los ufólogos modernos prefieren creer que se trató de un antecedente, una aparición antigua del actual chupacabras.

En términos concretos, la bestia como tal sólo aparece en 1995. Fue el 11 de marzo de ese año cuando ocho ovejas, una vaca y un toro aparecieron muertos en los municipios de Orocovis y Morovis, también en Puerto Rico. Los ataques fueron explicados por las autoridades como responsabilidad de perros asilvestrados, a juzgar por las marcas halladas en los animales muertos.

Recién en septiembre del mismo año haría su aparición el «chupacabras». Según la leyenda, un conductor de TV, al momento de dar paso a las noticias referidas a la muerte misteriosa de animales, habría dicho algo así como «y ahora veamos las informaciones de este «˜chupa-cabras»™», por la aparente predilección del culpable de las matanzas por los caprinos.

DESDE EL CARIBE HASTA EL DESIERTO: EL MONSTRUO LLEGA A CHILE

Como comentábamos antes, a fines de agosto de 1996 el chupacabras casi llega a Chile. Casi, porque su presunta incursión no prendió entre los lectores. Dos diarios, La Cuarta y La Tercera, dieron cabida a la noticia de que algunas gallinas habían muerto misteriosamente en Lloncavén, en la comuna de Vichuquén, Séptima Región. Sin embargo, los veterinarios aseguraron que el causante de los ataques, por la forma de actuar y los rastros hallados, era el quique o comadreja, un pequeño mamífero de la zona centro-sur de Chile.

El médico veterinario Víctor Riveros explicó a la prensa que el quique «no chupa la sangre, es carnívoro, pero puede pasar que en ciertos períodos se excite cuando caza y mate a muchas más presas que las que va a comer, lamiendo la sangre que brota de las heridas que practica, generalmente, en el cuello o pecho con dos colmillos muy afilados». La cosa quedó aclarada. Pero, ¿por cuánto tiempo?

Claramente abril de 2000 fue el mes de la explosión del chupacabras en el país andino. Tras haber menguado notoriamente los ataques atribuidos al enigmático ser en Centroamérica, Chile recibió con los brazos abiertos la buena nueva. Se trataba, a juicio de algunos investigadores, de un arribo llegado en el momento más indicado, para bajar el perfil a la detención del ex dictador Augusto Pinochet en Londres.

Uno de los primeros en reaccionar fue el desconocido «ufólogo» Boris Campos, quien pocos días después de la primera noticia publicada en Santiago apareció en los medios señalando que el chupacabras era, ni más ni menos, que un extraterrestre de esos que, según él, «todos los científicos del mundo reconocen que existen desde mil novecientos cincuenta y tanto. No estoy diciendo cosas que no sean científicas».

Dejando de lado esta anécdota, la Policía de Investigaciones y Carabineros, las dos policías que operan en Chile, pusieron a sus hombres en alerta durante las madrugadas de abril en Calama, Segunda Región, con el fin de dar caza al supuesto «animal exótico», perros o personas que estuvieran tras las muertes. La hipótesis principal de los agentes era la de los perros asilvestrados que, provenientes del vertedero municipal, estaban saciando su hambre a costa del ganado de la zona.

Esta idea se afianzó luego que 75 miembros de las policías y Bomberos realizaran un minuciosos rastreo en las riberas del río Loa, a pocos kilómetros del centro de Calama, en busca de huellas del culpable de las matanzas que, según cifras preliminares, ya sumaban 147 animales en apenas 20 días. En su puntilloso trabajo, los funcionarios sólo encontraron pisadas de»¦ perro.

Por esto algunos medios, como el diario La Segunda, habían dado por cerrada la cuestión ya el 18 de abril, titulando «Perros salvajes son los que matan ganado en Calama» y comentando algunos decidores ejemplos, como el de un agricultor «que había hecho vigilancia y logró descubrir dos perros de raza mixta, tipo pastor alemán (un macho y una hembra), que alcanzaron a matar a algunos de sus animales, dejando en ellos las mismas heridas que descubrimos en los otros ataques».

Otro diario que puso algunos puntos sobre las íes fue El Mercurio, que envió a la zona a un reportero que entregó algunas de sus conclusiones en el artículo «¿Chupafraude? El «˜aperrado»™ misterio nortino». En esa nota, Rodrigo Barría escribió que «no es cierto que nadie haya escuchado nada: varios parceleros han visto a los perros atacando al ganado. Hasta les han dado muerte a algunos de estos canes».

¿Y sobre la habilidad de la misteriosa bestia para evadir alambrados? «Digámoslo claramente: los resguardos y alambrados de estas parcelas son precarios. Apenas algunos alambres de púas a mal traer sirven más para marcar territorio que como elemento de defensa», escribe con certeza Barría en su nota.

Pese a esto, en cada redada policial en busca del atacante había una inmensa cantidad de curiosos que dificultaban el trabajo de los expertos. Estas personas a veces iban armadas con escopetas de caza con el fin de colaborar en el operativo, aunque sólo conseguían entorpecer la labor de los policías, que intentaban poner algo de cordura declarando que descartaban la presencia de extraterrestres. A los medios poco les importó esto.

Las autoridades se esforzaron por poner una cuota de racionalidad entre tanta desinformación. El gobierno regional de Antofagasta encargó a un equipo multidisciplinario una investigación en terreno de los hechos que determinó que los ataques correspondían efectivamente a perros, a juzgar por las marcas de pisadas encontradas y por la forma de atacar a sus víctimas.

La razón de tan drástica nueva forma de relacionarse con su entorno en los perros se debía a que el vertedero municipal estaba enterrando la basura y no dejándola al aire libre, como se acostumbraba, y los animales se habían quedado sin su habitual fuente de alimentación, por lo que debieron recurrir a la cacería de ganado, la comida que más estaba a la mano.

Ante el declive de las informaciones en Calama, animales muertos «en extrañas circunstancias» comenzaron a ser denunciados en otros lugares del país. En todos estos casos siempre primó una cobertura sensacionalista de hechos usuales en zonas campestres, pero que a la luz de las informaciones generadas sobre el chupacabras, adquirían otro cariz. Y no pasarían muchos días hasta que las primeras personas dijeran haber visto a la bestia.

Ocurrió en la Quinta Región, donde una familia aseguró haber visto algo parecido a un canguro, aunque no pudieron entregar mayores antecedentes, salvo una exhibición de pánico que Carabineros atribuyó a la psicosis generada por las noticias aparecidas en los medios. En otros sectores de la región diversas personas dijeron haberse encontrado cara a cara con un ser mitad humano, mitad centauro. Un guardia de seguridad de Calama, en tanto, acusó un ataque de la bestia en la cara, cuello y tórax, lo que le valió aparecer en estelares televisivos narrando su historia.

Los ufólogos, mientras, se reunían en sesudos congresos a debatir el origen del chupacabras, que podía ser extraterrestre, interdimensional o conspirativo. Y los canales de TV no dejarían pasar la ocasión para programar especiales sobre el tema, al tiempo que los diarios aumentaban el conocimiento al publicar notas sobre sus orígenes, lugares donde se había aparecido, las formas en que había sido descrito, etcétera. Los comerciantes reaccionarían con rapidez y aparecerían las camisetas con la imagen del chupacabras e incluso un vino que tuvo hasta publicidad en diarios: «Chupacabras: el vino misterioso».

Tras el apogeo, las apariciones mediáticas comenzaron a diluirse, aunque jamás a desaparecer. El chupacabras volvía a las páginas de los diarios en la medida que fuera necesario, con esporádicas incursiones en distintas áreas de Chile. Algunas veces, ufólogos sedientos de prensa y atención lo utilizaron para lanzar descabelladas ideas y ganarse así algunos centímetros de diarios y segundos de televisión.

¿CAPTURADO?

Así como había sucedido en otros países, en reiteradas ocasiones se intentó hacer creer que finalmente se había dado caza al esquivo ser. Estas noticias, muchas veces respaldadas por ufólogos sensacionalistas, no pasaban de ser una buena excusa para aparecer en los medios, casi siempre reacios a aplicar el sentido crítico.

El primer caso se dio en mayo de 2000, cuando un sagaz personaje pretendió hacer creer a la población que un «garadiávolo» (una clase de mantarraya que, convenientemente manipulada, adquiere una imagen antropomorfa) era, en realidad, el cuerpo de un chupacabras. Luego aparecería un esqueleto en Nicaragua atribuido al misterioso ente, aunque pertenecía a un perro.

Algo parecido ocurrió en junio de 2002 en Chile. Un campesino de la Novena Región encontró unos restos que creyó anómalos y los puso en manos de la prensa. El biólogo José Yáñez los analizó y concluyó que pertenecían a un «perro grande». Uno de los últimos ejemplos se dio en abril de 2003, cuando otros campesinos atraparon a «un animal similar a un gato, pero de rostro como el de un zorro y de cola gruesa y corta». Una bestia, a juicio de las crónicas, nunca antes vista en la Novena Región.

Al final el presunto chupacabras no era más que una güiña, un felino de la zona sur de Chile. «Extraña sobremanera la ignorancia demostrada respecto de la fauna autóctona. Estoy seguro de que nadie con cuarto año de secundaria puede creer que en el mundo exista tal cosa como un chupacabras», comentó con ironía el médico veterinario Luis Briones a El Diario Austral de la Araucanía del 24 de abril de 2003 sobre este asunto. Al menos alguien manifestó su molestia por el sensacionalismo imperante.

Este texto es un extracto del ensayo

«El chupacabras y el impacto social de una creencia mediatizada».

¿Es la mano peluda o es la mano del bigfoot?

Bigfoot en Arizona

Por Scott Davis, productor 3TV/Fox11

Es una historia de proporciones fantásticas — Avistamiento del Sasquatch en el desierto de Arizona.

Roger A. Peterson, padre, es un creyente. Él asegura haber encontrado criaturas como el Bigfoot cuatro veces en los últimos 20 años.

http://www.azfamily.com/unexplained/stories/KTVKUnexplained20060630_bigfoot_arizona.12a80a89.html