El chupacabras en Argentina

(RECORTES DE PRENSA)

«VISIONES MUTILADAS» DE LA REALIDAD

Vacas muertas, periodismo y alienación. De cómo se construye una oleada… de lo que sea y el papel del crítico informado sobre lo paranormal.

Por Alejandro Agostinelli

Argentina, mayo de 2002. La oleada de «mutilaciones de ganado» había madurado. Nadie, empezando por los organismos oficiales, explicaba las causas de ese aluvión de denuncias extrañas. Era el momento en que los diversos actores sociales peleaban por establecer su definición del problema. Los juegos de palabras oscilaban entre el asombro silencioso, la retórica vacua y profusión de citas al conocimiento popular.

«Presa de la prensa», la imaginación se había apoderado de las reflexiones de los argentinos. La mayoría de los medios, como cada vez que navegan en aguas desconocidas, explotaban la ausencia de respuestas oficiales impulsando el estado de perplejidad social. Cuando no del disparate. El novel ufólogo Francisco Fazio, por ejemplo, entró «por la puerta grande» de la pantalla chica pontificando sobre el «chupacabras», depredador invisible prestamente incorporado al catálogo de la zoología fantástica rural. Así, Fazio alternaba con otro ufólogo, el veterano actor Fabio Zerpa, uno de los responsables de haber encendido la mecha relacionando las primeras historias de reses tullidas con cuentos de «enanito orejudos» en el interior del país. El «escepticismo militante», representado por el efímero Christian Sanz, repartía spam a los medios quejándose de que «nadie lo invitaba» a decir que todo aquello eran «tonterías» cuya explicación «es más sencilla de lo que creen»[1]. Tan simple no debía ser: en sus mails decía más bien poco y nada sobre las posibles causas de la oleada. Pronto, Sanz iba a convertirse en otro ejemplo de que la arrogancia puede ser pariente cercana de la pereza, pero también hija de la deshonestidad intelectual[2].

Lo cierto es que, a diario, se difundían nuevas historias e interpretaciones, casi todas aportando un grado más al clima de confusión general. Por entonces, entrevistado por el noticiero de Azul TV, describí la leyenda del chupacabras como una mitología importada de los EE.UU. y Puerto Rico y señalé que «la experiencia sugiere no descartar la participación de animales depredadores o carroñeros».

¿Creer o saber?

En mi fuero íntimo estaba (casi) seguro de que aquella hipótesis iba a confirmarse. Pero, honrando el «casi», dije «no descartar». En esta salvedad aparentemente menor yace un asunto que, con el permiso del lector, no relegaré a una nota al pie. Porque se refiere al papel crucial que juega la «experiencia» (entendida como suma de conocimientos teóricos y prácticos sobre un tema dado) en la evaluación temprana de sucesos extraordinarios.

Quiero decir: no me siento especialmente orgulloso por haber anticipado las conclusiones del informe que dos meses después iba a presentar el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA).

Entonces, como ahora, era consciente de que la prudencia se debe anteponer a la soberbia del que «cree saber». Es que, muchas veces, la especialidad nos expone al riesgo de introducir sesgos, desinformar y hasta desviar el curso de una investigación. ¿Exageraciones? Ojalá: transladar conclusiones remotas o ajenas a un escenario nuevo se parece más a una cornisa que a un atajo: adelantarse puede propiciar conclusiones falsas o crear estados de opinión injustificados.

No hace falta dar ejemplos «paranormales»: ahí están los incriminados por la prensa antes de que se pronuncien los fiscales (promoviendo un público «concientizado» en tal o cual dirección que «presiona»); los rumores que derrumban economías o destruyen carreras; los estigmatizados por portación de cara, apellido o carnet… Intento decir que -cuando «creemos saber»- no sólo nos debería importar reducir el (casi inevitable) margen de error sino la responsabilidad ética de evitar dar un mal ejemplo educativo.

El (d)efecto de la memoria

Esta preocupación por el uso de «conclusiones de archivo» es un asunto al que tarde o temprano nos enfrentamos todos los periodistas que tratamos de escapar a la fuerza de la costumbre. Naturalmente, es innegable que la «experiencia» sirve para obtener una perspectiva más profunda (y a la larga más precisa) de la actualidad. Pero eso no significa perder de vista que «creer saber» -y asegurarlo sin atenuantes- puede teñir el análisis con los prejuicios que la misma «experiencia» nos presta. Es decir: si bien la especialización nos permite otear más allá del horizonte plano de la noticia cruda, transferir conclusiones del pasado a fenómenos actuales puede ser precipitado. La sociedad, los grupos de interés y el mismo vértigo de los medios continuamente nos obligan a informar contra reloj. Es por esta razón que extremar el rigor informativo debe privar sobre la primicia.

¿Qué nos enseña la historia? Que «lo paranormal» (en su sentido amplio) sigue ciclos de actividad imprevisibles pero cuyo contenido (la casuística, el anecdotario) tiende a acomodarse a un marco de creencias preexistente, las cuales son «recortadas» culturalmente por los medios. A este efecto paradojal alguien (no recuerdo quién) le llamó efecto bucle: los medios le imprimen a la noticia (y a los relatos que ellas contienen) un perfil, un sentido y una identidad propios porque… los mismos medios son los que definen las características del problema del cual se ocupan y se encargan de potenciar.

Evidentemente, la utilidad de la memoria y, sobre todo, la capacidad para elaborar los datos que ella nos proporciona, son asuntos que están fuera de discusión. Pero rescatar experiencias pasadas, por ejemplo, no nos inmuniza de moldear las novedades en arreglo a los antecedentes. Además, si en ocasiones anteriores las causas de fenómenos semejantes -en principio tan «inexplicados» como los presentes- acabaron siendo individualizadas, la tentación de «anticipar el veredicto» se vuelve difícil de resistir.

¡Otra vez vacas!

El conocimiento nos contagia de cierto sentimiento de urgencia. «Decir primero» halaga a la vanidad. Y seguir el impulso más «empírico» que «escéptico» de la primicia nos puede alejar de la tensión a la objetividad que todo comunicador debería pretender. Y ejercer un sano escepticismo, recordémoslo, implica no pronunciarse a priori. Por eso, cuando la prensa comenzó a cubrir el caso de las «vacas mutiladas», esa tentación tenía un nombre: Informe Rommel. En efecto, la investigación que había realizado en 1979 el agente retirado del FBI Kenneth M. Rommel en los Estados Unidos parecía iluminar el camino. Al cabo de analizar 27 casos de «mutilaciones de ganado», Rommel atribuyó al efecto combinado de los medios de difusión, la influencia social de «expertos» y a la acción de diferentes depredadores la génesis, formación y extensión de la oleada[3].

¿Estábamos ante una reedición de aquel fenómeno? Quizá, aunque sólo estábamos seguros de algo: la oleada de «ganado despanzurrado» se presentaba en la Argentina post debacle del nuevo milenio, no en el dorado veranito texano de los ’70, y el SENASA no era la NASA. Dos meses antes de la oleada, la TV había difundido a una horda de pobladores hambrientos tumbando un camión con reses en las afueras de Rosario y poco antes, a fines de diciembre de 2001, la gente había salido a la calle, cacerola en mano, a derribar a un gobierno dormido en medio de la crisis más brutal de la historia reciente. Así, el misterio rural criollo aparecía rodeado por una aureola de extravagancia latina. Posiblemente, en la remake local de aquella loca epidemia ganadera (que entonces, como ahora, se anclaba en clisés ufológicos) podrían incidir causas cualitativamente diferentes. La aplicación automática de las conclusiones de Rommel ¿forzaría el hallazgo de «patrones comunes» en la oleada argentina o… los propiciaría?

Sin hilar tan fino, el show de arranque era casi copia fiel: las primeras noticias aparecieron vinculadas con informes sobre visiones de «enanos» misteriosos de la mano de Zerpa, el más conocido amplificador local de la creencia en ETs «abductores de vacas» y los portavoces fueron veterinarios influidos por la perplejidad alienígena del mismo «profesor». Los medios, por su parte, forjaban a diario un «retrato tipo» (que a la vez era un «criterio de selección») para establecer una «categoría» de animal mutilado[4].

Pero. ¿acaso esos personajes, con los medios, eran los únicos responsables?

En realidad, el espectáculo más surrealista no lo dio la fauna de opinators televisivos sino los propios expertos en sanidad animal: en el curso de tres meses de agitación mediática, los funcionarios del SENASA arriesgaron por su cuenta al menos cuatro explicaciones diferentes antes de presentar su «informe final». Algunos, como el veterinario Alejandro Martínez, infundieron temores sin fundamento advirtiendo sobre la presencia de cierta clase de «cuatrerismo tecno» ostentando el termocauterio (una barra metálica afilada y caliente utilizada para cauterizar las heridas) * para argumentar que los cortes que presentaba el ganado muerto podían ser causados por «cualquier organización»[5]; otros, como el patólogo Ernesto Odriozola, titular de Diagnóstico de Sanidad Animal del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) en Balcarce, apostó a «la acción de algún loquito« ya que «aquí está claro que todo fue provocado por alguien»[6]; y el doctor Bernardo Cané, presidente del SENASA, no sólo señaló que había «indicios preliminares de algún tipo de acción humana» sino que descartó la actividad de «otros animales carroñeros», atribuyéndola a alguna clase de «práctica esotérica«[7].

Las andanzas del súper ratón

Por esos días, el denominador común era el asombro: aquellos malolientes cadáveres vacunos con sus panzas henchidas de gases presentaban «cortes netos, quirúrgicos» que aparecían «lejos de las rutas» y «sin signos evidentes» de haber recibido tarascones de carroñeros. Pero, semanas después, los mismos científicos que habían diseminado suposiciones contradictorias iban a cambiar diametralmente de parecer: el 1° de julio de 2002 la «oleada» ya no había sido provocada por sectas satánicas, veterinarios desquiciados o estudiantes contratados para probar virus de diseño en campos librados a la buena de Dios. Ese día, el presidente del SENASA (sí, el mismo Cané que había hablado de «esoteristas» envueltos en el asunto), dio una conferencia de prensa en la cual, no sin burlarse de «los marcianos, el pombero y otras tradiciones rurales argentinas», presentó las conclusiones a las que llegaron los doctores Alejandro Soraci, Ofelia Tapia y Ernesto Odriozola, de la Universidad Nacional del Centro: el protagonista de las enigmáticas «mutilaciones» era, ante todo, un roedor del género Oxymycterus, el llamado «hocicudo rojizo». El ratón ahora estaba entre los sospechosos de infligir los raros cortes al ganado, muerto por causas naturales. Si bien el informe del SENASA citaba el accionar de zorros, peludos y otros carroñeros «activos a causa de cambios en el ecosistema regional», el funcionario centró su charla en el roedor, sirviendo en bandeja los titulares del día siguiente. La noticia se había «reinventado»: previo recorte mediático de una realidad más compleja, el «misterio» de las vacas mutiladas era reemplazado por unos poco conocidos ratones rojos que invadieron las pampas argentinas asestando dentelladas «perfectas» ¿Qué credibilidad se le podía dar a esta (convengamos, razonable) explicación, propuesta por los mismos que poco antes habían defendido que tales cortes sólo podrían haber sido causados el hombre?

La explicación que faltó

Hasta fines de agosto se habían registrado más de 200 casos, en casi tres meses y a lo largo de diez provincias del país, desde el Chaco hasta la Patagonia[8]. En su informe a la prensa, el SENASA (basado en 20 necropsias de otros tantos animales recogidos en quince fincas de diferentes partidos bonaerenses), concluyó que el ganado murió a causa de «neumonías, desnutrición, enfermedades metabólicas o infecciosas de altísima incidencia en época invernal». El misterio, entonces, se reducía a la mitad: las «vacas mutiladas» ya estaban muertas. «Alguien» (difícilmente «alien»), se había hecho la panzada. La correlación entre mortalidad y estación del año no es un dato menor si, como se repitió 2003, las denuncias aumentan en invierno. De igual modo, que los tejidos afectados fueran los que estaban a la vista (el «mutilador» no completaba la faena volcando al animal de lado) revelaba otra cosa: el predador no lleva a su presa a platos voladores ni a laboratorios clandestinos, sino que cena «in situ».

El SENASA quiso sacarse de encima un fenómeno que había ganado estatus mitológico presentando un informe de dos carillas y un video del ratón hocicudo en acción, devorando carne cuando se lo creía insectívoro. ¿Estos elementos alcanzaban para satisfacer la demanda de una explicación científica? No, y de hecho el argumento convenció a pocos. ¿Por qué? Tal vez, porque faltó plantear una hipótesis psicosocial que no sólo permitiera explicar la proliferación de casos sino responder otras dudas, que aún acosan a muchos veterinarios y productores agropecuarios, a saber: ¿Por qué esos «experimentados hombres de campo» están tan seguros de que esos «cortes» difieren de los causados por otros predadores? ¿Por qué afirman que «antes esto no pasaba»?

A propósito de estos asuntos pendientes -sobre los que se deberá rendir cuenta en cualquier explicación definitiva- se me ocurrió oportuno recordar la llamada «epidemia de los parabrisas picados» de Seattle[9]. Cuando en 1954 la prensa norteamericana informó que los vecinos de esa ciudad habían detectado «pequeñas mordeduras» en los parabrisas de sus coches, en el curso de la oleada abundaron hipótesis sensacionalistas. El gobierno le encargó estudiar el caso a la Universidad de Washington y se determinó que esas marcas siempre estuvieron ahí: los vecinos habían puesto atención en un detalle en el que nunca antes habían reparado. Habían sido causadas por el reiterado «picoteo» de asfalto que saltaba en la ruta. Las partículas asfálticas de Seattle fueron el «ratón hocicudo» de las pampas argentinas. La explicación psicosocial –un caso percepción selectiva moldeada por un estereotipo provisto por los medios– fue más poderosa que la técnica.

Pasó medio siglo de la extraña fiebre de los parabrisas: la manía desapareció para siempre. Aunque, pensándolo bien, su fantasma nunca se fue del todo. Ya nadie se asusta en Seattle si descubre a su parabrisas picado. Pero seguimos siendo presas de aquel viejo espectro todos aquellos que, al tropezar con nuevas leyendas, somos espectadores -o presentamos- «visiones mutiladas» de la realidad.


[1] Sanz, Christian. «Vacas mutiladas «“ Indignación»/ «A los medios: Ref: Vacas mutiladas / programas Memoria y Va por vos…». Email a los medios del 21-06-02.

[2] Sanz aún no había sido expulsado de la ASALUP, acusado de plagios reiterados y de falsificar pruebas.

[3] Ver Operation Animal Mutilation Project, http://www.parascope.com/articles/0597/romindex.htm

[4] Según este «retrato tipo», los animales debían haber sido despojados de sus órganos o partes blandas (labios, lengua piel y músculos de la mandíbula, ojos, orejas, colas, glándula mamaria y genitales); aquellos cuya piel faltante presentaba bordes nítidos, circulares o con ángulos precisos; ausencia de sangre en algunos casos; inexistencia de rastros humanos en las cercanías y, por último, la presencia de animales evitando acercarse al cadáver.

[5] Kollman, Raúl: «Unas heridas bien terrenales», diario Página/12, Buenos Aires, 20 de junio 2002.

[6] Diario La Nueva Provincia, Bahía Blanca, 23 de junio de 2002.

[7] Diario Clarín el 22 de junio de 2002.

[8] Agostinelli, Alejandro : Vague de mutilations animales en Argentine, VSD Hors Série N° 5, Oct. 2002, pp. 56-61. Ed. GS Presse Com., Francia; traducido en español como «Vacas mutiladas y chupacabras en la ruta del ‘ratón hocicudo'»; en Dios! 20-05-03 (http://www.dios.com.ar/paginas/grupos/2-enigmas/fenomenos.htm). Ver también de Morales, Rubén O. «Â¡Todo por tu culpa, hocicudo rojizo!», Mitos del Milenio, Editorial N° 6, julio de 2002 http://www.advance.com.ar/usuarios/moralesr.

[9] Agostinelli, Alejandro: «El extraño caso de la epidemia de parabrisas picados de Seattle» en Dios ! 20-05-03 (http://www.dios.com.ar/paginas/grupos/2-enigmas/fenomenos.htm)
También ver Bartholomew, Robert; «The Seattle Windshield Pitting Epidemic: A Famous Mass Delusion of the Twentieth Century» (http://www.eskimo.com/~pierres/windshield.html).

* En una versión anterior confundí el termocauterio con un rifle de aire comprimido para tirar dardos tranquilizantes. Le agradezco al lector Julio Salas por salvar el error. / Alejandro Agostinelli

16 pensamientos en “El chupacabras en Argentina”

  1. yo queria decir que el chupa cabras no existia y no va a existir nunca jamas !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

  2. holaa como les va miren yo tengo un cyber soy de argentina alguein me podria explicar esto? hera de noche y yo estava en el cervido donde atiendo estavamos mi tio y yo mi tio tiene 19 y yo 12 bueno resulta que halbando de todo un poco me doy vuelta y veo 2 o 4 luces blancas que se vieron! no recuerdo bien si heran 2 o 4 luces pero de que las vi las vi! no me creen todavia y piensan que es joda pero no lo es emm les dejo mi correo juyi_5@hotmail.com aver dsi alguien o alguna pagina de esto me puede explicar lo q es?por q desde ahora e n mas tengo m ucho miedo a mirar para ariva y ver lo que hay hace mucho quie no miro las estrellas x que tenog miedo igual que un dia de un cumpleaños heran las 4 de la madrugada y estvamos mi prima de 112 año yo y mi amiga paola de 14 años vimos hacia el cielo y vimos una luz muyyy chiquitita todavia no savemops lo que es despues de unos segundos desaparecio alguein porfavor me puede decir lo que es es que en realidad tengo mucho miedo! gracias x leer mi comentario

  3. yo creo que es un demonio un espiritu malo que talvez see ha metido en alguien en diferentes personas o seres o las personas pactadas con satanas que como satanas les da poder se pueden convertir en cuacier cosa

  4. HOLA YO SOY ARGENTINO AVERIGUANDO EN MUCHAS PAGINAS SOBRE EL TEMA «CHUPACABRAS» ME DI CUENTA QUE CAPAS QUE NO SE TRATE DE NINGUN EXTATERRESTRE SI NO DE UN ANIMAL SALVAJE QUE CHUPA SANGRES A SUS VICTIMAS…O SI NO ALGUNA PERSONA QUE SUFRE TRANSFORMACIONES DE ANIMALES….

    TAMBIEN EH PENSADO QUE HAY ALGUN TIPO DE VAMPIRO
    DIGAMEN QUE CREEN USTEDES DE QUE PUEDE SER ?¿??

  5. Hola Jonathan, nos interesa lo que piensas. Podriamos discutirlo en un chat.
    Atentamente.
    APA

  6. para mi el chupacabras existe nose para todos por lo quevi como los augeros de los animales extranios la preguntaes es real o un mito es un animal o sera un extraterrestreha estado en muchos lugares como en chile ,puerto rico

  7. Hola komo le va??

    bueno yo empeze a meterme en internet a averiguar sobre ste fenomeno ke paso y ke nadie tnia la respuesta m encantan este tipo d kosas m gusta averiguar d ste tipo d kosas ya ke creo .

    nose ke pensar para mi exist
    pero dond sta?? si nunka mas volvio a atacar?o yo nunk m entere?

    m gustaria ver muchas mas fotos
    buem nose espero ke sigan dejando sus komentarios porq m encanta leer cada teoria

    besos suerte
    y gracias por dejar expresar nuestros pensamientos

  8. La explicacion mas sencilla, frecuentemente es la mas acertada.
    las mutilaciones del ganado son producto de la accion de roedores. No hay chupacabras involucrados aqui.
    Alejandro Stornini, medico veterinario.

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