SEUDOCIENCIA NAZI[1]
Mario Méndez Acosta
Poco tiempo antes y durante la segunda Guerra Mundial, los aliados estaban convencidos de que la ciencia alemaÂna poseía una superioridad absoluta sobre la de cualquier otro país, y dicha creencia era compartida por todos los científicos y dirigentes germanos. En 1938, los físicos estadounidenses tenían la seguridad de que los alemanes les llevaban una ventaja por lo menos de dos años en sus investigaciones destinadas a fabricar una bomba nuclear.
Los aliados llevaron a cabo varias misiones de bombardeo para destruir una fábrica en Noruega, que supuesÂtamente proporcionaría agua pesada -sustancia requerida para fabricar el combustible nuclear- a los científicos aleÂmanes, y cuando ocurrió la invasión a Normandía temían que los nazis hubieran instalado ya en las costas algún tipo de minas explosivas de índole nuclear. El alto mando aliado organizó un grupo secreto de inteligencia, denomiÂnado ALSOS y destinado únicamente a averiguar qué tanÂto habían avanzado los nazis en sus investigaciones atómiÂcas. Un físico nuclear holandés, Samuel Goudsmit, estaba a cargo de las labores científicas de esta misión, y así después de la guerra escribiría un libro también titulado ALSOS, en el que detalla los inesperados hallazgos de este grupo.
Después de intricadas pesquisas, Goudsmit descuÂbrió algo verdaderamente asombroso, los alemanes no haÂbían logrado en verdad avance alguno de importancia en el aspecto nuclear ni habían alcanzado siquiera a construir una pila atómica utilizable, su concepción de la bomba nuÂclear era la de arrojar la pila entera sobre un blanco enemiÂgo, y menos aún se les había ocurrido emplear la pila para obtener plutonio y juntar lo suficiente como para formar la carga capaz de iniciar una reacción en cadena.
Goudsmit atribuye el fracaso alemán a varias causas, entre ellas, la expulsión de Alemania de físicos judíos de gran jerarquía, incluyendo desde luego a Albert Einstein; su desconfianza acerca de la teoría de la relatividad, considerada ciencia «no aria» por los grandes jerarcas nazis; su endiosamiento del único físico importante que les queÂdaba, Werner Heisenberg, poco versado en física práctica; los esfuerzos vanos de la camarilla nazi por desarrollar teorías demenciales y seudocientíficas, como por ejemplo la idea que tenían de que dos rayos infrarrojos que se interÂsectasen podrían hacer detonar la carga explosiva de un avión enemigo, y lo más importante, la ubicación de poÂlíticos ignorantes y supersticiosos en posiciones de autoÂridad científica.
Hermann Goering fue quien encabezó el esfuerzo para desarrollar una ciencia nazi, y con este fin nombró a un politicastro del partido nacionalsocialista, apellidado OsenÂberg, como gran organizador de la técnica bélica. Osenberg quiso crear un gran directorio y un equipo de científicos germanos, pero como era miembro de la Gestapo aplicó en su selección e integración de equipos sólo criterios de índoÂle política. Emplearía nada más a investigadores confiables, desechando a médicos eminentes, como Sauerbrach, o el fíÂsico Genter, acusados de tener tendencias democráticas; saqueó a las universidades, quitándoles los pocos científicos que les quedaban después de las grandes purgas académiÂcas de 1933 y 1934; retiró investigadores de la fuerza aérea y del ejército, donde hacían una labor práctica, útil a la causa germana, y construyó un imperio burocrático, paÂralizado por el papeleo y dedicado a investigar trivialidades o las supercherías favoritas de los grandes líderes nazis. Osenberg entró en conflicto violento con todos los demás organismos del Estado alemán y se dedicó a importunarlos con una serie de memorandos sin sentido y con informes de investigaciones inexistentes.
A este demente se le encargó el desarrollo de varias «armas de la venganza» para atacar la ciudad de Londres, pero lo más que logró fue una especie de escopeta gigante de varias etapas, que supuestamente lanzaría a través del Canal de la Mancha una serie de poderosas cargas exploÂsivas, y aunque se demostró que ello resultaba impractiÂcable, Osenberg mantuvo gente trabajando en este proÂyecto hasta el final. El ejército y la fuerza aérea lograron dejar fuera de la influencia del gran charlatán sus propios proyectos exitosos de cohetes, como los VI y V2, y tamÂbién los del desarrollo de los aviones de propulsión a choÂrro, lo que en verdad causó la furia de Osenberg. No obsÂtante, ya a finales de 1944, Goering presionó para que éste tuviera el control absoluto de toda la investigación de gueÂrra, y con tal propósito se creó un organismo que le daría acceso a todos los recursos e instalaciones del ejército y la aviación. Sin embargo, ya era muy tarde para cualquier cosa. El avance aliado y los bombardeos impidieron que el plan de Osenberg se materializara y el presunto «zar» de la ciencia alemana fue capturado por los estadounidenÂses en abril de 1945. Como casi todos los nazis, él se portó humilde y cooperador con sus captores, pues en aparienÂcia esperaba que los americanos le encargaran la reconsÂtrucción de Alemania después de la guerra. Con placer, este asno pomposo les entregó todos sus archivos a los vencedores, quienes al examinarlos no podían creer lo que sus ojos veían: nada menos que la colección más grande de basura seudocientífica de la historia.
Pero los nazis hicieron otro tipo de ciencia. Si bien la Gestapo de Himmler sostenía un departamento cultural, las temibles SS, o guardias de élite, presumían de contar con toda una academia. El principal interés «científico» de las SS era la historia germánica antigua y por ello Himmler había fundado, en 1935, la Academia del Legado Ancestral, a cargo de la cual puso a un par de sicópatas, el doctor Walter Wust y el coronel de las SS, Wolfram Sievers, cuyo objetiÂvo era demostrar científicamente la grandeza del linaje teutónico, así como la idea de probar que la ideología nazi descendía en forma directa de la antigua cultura teutónica; así, establecieron divisiones para el estudio de los mitos, la genealogía, el origen de los apellidos, la investigación sobre heráldica y sobre el folclor. También se dedicó esta academia a investigar diversas seudociencias, como la rabdomancia -localización de agua mágicamente con una horquilla- o los misterios de lo oculto y sobre todo la notoria Teoría UniverÂsal del Hielo, de Hans Horbiger, favorita de Hitler, según la cual todos los astros y planetas están formados de hieÂlo. Para el estudio de esta curiosa superchería se intentó reclutar al mismo Heisenberg, el cual se presume que deÂclinó con el mayor tacto posible.
La academia también se dedicaba a investigar otros trasÂcendentes asuntos, como la idea del Führer de que la crudeÂza del invierno se podía predecir al observar la profundidad bajo tierra a la que se desarrollaban las cebollas tiernas, o bien los métodos de tejer la lana de los antiguos vikingos, y asiÂmismo condujo los criminales estudios de supervivencia, a cargo del doctor Rascher, en el campo de concentración de Dachau.
El fanatismo, la ignorancia y el fascismo sólo produÂcen monstruos en el campo científico, y de ello es magÂnífico testimonio el trabajo de Samuel Goudsmit.
Referencias
Martin Gardner. The Sacred Beetle, Prometheus Books, Buffalo N.Y, 1984.
Samuel A. Goudsmit. ALSOS: The Failure of German Science, Tomash, 1983.
[1] Publicado originalmente en Ciencia y Desarrollo No. 152, México, mayo-junio 2000.