De alquimia y aquimistas (Final)

EL ORO DE LOS ALQUIMISTAS

Había quienes empleaban otros métodos ingeniosos para engañar a los ufólogos, perdón, a los señores feudales. Estaba, por ejemplo, Leonhard Thurneysser, nativo de Bile (1530-1596), autor de Archidoxa y Magna Alchymia, quien afirmaba poseer un elíxir que con sólo sumergir los metales en él, se transformaban en oro. Ante testigos Thurneysser vertía un poco de su elixir en una retorta, sacaba un clavo de entre sus ropas, lo sumergía en el elíxir y al sacarlo, la punta del mismo se había convertido en oro. El truco consistía en soldar una punta de oro al extremo de un clavo de hierro. Pintar el clavo de negro para que pareciera de una sola pieza. Al meterlo en un matraz conteniendo una solución alquímica (en realidad un solvente), se eliminaba la pintura y aparecía el oro.

El clavo fue llevado a un refinador para probar, el refinador verificó que la mitad del clavo era oro de verdad y la otra mitad era definitivamente hierro.

El alquimista Domenico Emmanuele, conde de Ruggiero, logró estafarle dieciocho mil escudos a Federico I. Emmanuele era hijo de un aldeano de Nápoles (lo de conde Ruggiero era otro más de sus engaños), pero llegó a ser mariscal de campo de Federico I, antes de que terminara colgado del cadalso.

Otros alquimistas utilizaban crisoles de doble fondo, tubos ahuecados y llenos de oro para agitar el líquido, materias para la mezcla que contenían oro, etc.

Muchos denunciaron a estos charlatanes. Grutynski escribía en 1598:

«Un químico busca el buen calor para hacer oro; pero la vera natura e los metales nos dice que no podemos hacer oro, sino sólo una sustancia que tiene la apariencia de oro. Hay una diferencia eterna entre el oro natural y esas mezclas. Y es estúpido trabaja y sudar en humos extraños y arrojar tiempo y dinero de esa manera».

Alexis Suchten atacó a Raimundo Lull (doctor iluminatissimus), quien según la leyenda hizo oro con el que Edward III mandó acuñar monedas. La leyenda de esa transmutación está llena de anacronismos y Suchten negó la posibilidad de que se haya realizado en su «Elegía de Nobel Raymundi moneta Anglicana» (1680):

«… Ex aliis aurum nunquam fecisse metallis

Creditur, aut pueros hoc docuisse suos:

Lulle valete,

Nobile Raymundi vana moneta tua est».

Este Alexis Suchten no era cualquier hijo de vecino. Se trataba del más notable paracelsiano polaco, hijo de un rico influyente de Danzing. Aparece mencionado en el «Album diligentarium» de la Universidad de Cracovia como «Alexius Zuchta de Gedano alias etiam Suchten dictus Kaszuba Polonus», que dictó cátedra entre 1521 y 1522. Estudió en Lovaina y en Italia y fue canónigo de Frauenburg. Nació en Gedana. En 1549 fue bibliotecario de Otto Heinrich, uno de los electores palatinos. Estudió la obra de Paracelso y en 1554 llegó a ser médico del rey Segismundo Augusto y en 1563 del príncipe Alberto de Prusia. Se autonombraba «Chymicus» y llamaba «alquimistas» a los que perseguían la transmutación, aunque realizó varios experimentos para demostrar la gran obra. Sin embargo cambió de opinión a partir de la realización de unas pruebas de «plata alquímica», que resultó ser una aleación de antimonio, y de una muestra de oro alquímico que un orfebre había considerado verdadero y que Suchten mismo creyó durante algún tiempo que lo era, hasta que realizó un experimento.

Este último experimento constituye la primera demostración publicada de una refutación experimental de la transmutación haciendo uso de la balanza.

«Y ahora vengo al oro y es de maravillarse lo que me sucedió. Díjeselo a mi buen amigo, que había creído hallar un Potosí y no quería dar crédito a mis palabras. Así, tomando la media onza de Sol (oro), quiso ponerla a prueba y la llevé al señor Hans, orfebre y batihoja, quien aseguró ser Sol (oro) verdadero y que como tal podía trabajarlo, ya que a la vista, a la piedra de toque y al martillo se conducía como un buen Sol (oro). Con todo ello tomé el Sol (oro) y lo puse a granular en 2 onzas de Luna (plata), dividiéndolo en aq. Fort.; la Luna (plata) se disolvió hundiéndose el Sol (oro). Esa prueba era pues válida. Mezclé luego este Sol (oro) en polvo con antimonio crudo y colé por «Regulus», dejándolo flotar en un crisol y arrojando «Nitro» sobre él; retiré el antimonio del Sol (oro) con Saturno (plomo), prueba que también dio válida. Este Sol (oro) retirado, colé otra vez con antimonio y azufre; luego tomé Regulus y le di una buena ventalla con el fuelle del batihoja, que yo ninguno tengo. También Sol (oro) resistió esa prueba, de lo que todo buen químico debería alegrarse.

«Con todo, recordando que Luna (plata) me había engañado una vez, no me fiaba yo de Sol (oro), y batiéndolo muy fino lo amalgamé con mi mercurio de antimonio, dejándolo durante cuatro semanas en tibieza y notando que la amalgama no era muy dura sino más bien blanda, lo que me causó desazón; pero, como digo, la dejé cuatro semanas, hallándola mucho más húmeda que cuando la había puesto. La introduje luego en un crisol sobre un magro fuego para que aquel no se encandilara y mi mercurio se me voló como un rayo del Sol (oro), tanto que ni verlo pude, mi Sol (oro) no hallé más que media onza y dos dracmas, creyendo ciertamente que las dos dracmas eran puro Sol (oro). Esas dos dracmas probé luego con mercurio de antimonio en la misma manera que antes; luego, después de haber evaporado el mercurio hallé otra vez dos dracmas, de lo que me regocijé muy mucho, esperando que mi amigo me diese noticia de su fórmula, con lo que sería yo dueño de montes de Sol (oro). Así envié un buen mensaje a mi amigo, pero él no se alegró sino que con malos humores me dijo «Vaya, ¡después de todo lo que trabajado y gastado en este Sol (oro), que es mucho más de lo que decir pudiera! Pues el Sol (oro) que le ha quedado a vuesa merced no viene de Regulus, sino que es Sol (oro) del bueno que yo había puesto, porque sin él no puede coagular el Regulus en Sol (oro)». Así, el buen Sol (oro) ha resistido todas las pruebas, pero no el que serlo parecía. Con lo que sé que ya más no puedo hacer para hacerlo si no es saber por qué no se hace y que no es lo hecho lo que yo esperaba».

El procedimiento de sembrar oro para que éste se multiplicara era una práctica frecuente de los alquimistas. ¿Cuántas gentes de buena fe fueron engañadas por esa práctica?.

LA UNIVERSIDAD DE CRACOVIA

Suchten pertenecía a la Universidad de Cracovia en donde los químicos se ocupaban de la Alquimia, pero no en su sentido transmutacional sino para fabricar medicamentos.. Así, Adam Schröter (1525-1572), uno de los egresados de esa universidad, escribía desde Nissa:

«Sólo los idiotas pueden creer que la Alquimia es el conocimiento de la creación del oro. El propósito de esa disciplina es el descubrimiento de nuevas medicinas».

Cracovia era la capital medieval de Polonia y poseía una de las más antiguas universidades centroeuropeas. Fundada en 1364, para el siglo XVI contaba con florecientes escuelas en las diversas disciplinas de la magia: en ellas inició Fausto sus investigaciones. Contaba con cátedras oficiales de astrología y alquimia que hacían de ella un centro famoso. Los calendarios cracovianos gozaban de gran reputación en toda Europa.

Los adelantos en alquimia no eran menos. Se contaba ya con métodos analíticos para comprobar la autenticidad del oro:

«Un dracma (3.6 g) de la muestra que se desee probar se funde con una onza (30 g) de plomo, añadiéndose el flujo, que es la llamada sal artificial. Se pesa el grano de oro fundido. El paso siguiente es la determinación de plata en oro, que se realiza mediante la piedra de toque y las agujas de prueba, o tratándolo con ácido nítrico. El mineral de plata se determina por copelación con plomo».

Se conservan algunas muestras de aleaciones de aquella época, así como los análisis de uno de los discípulos de Kasper Ber (1460-1543) y se ha encontrado que los resultados divergen en menos de 1%. Tal exactitud exigía el uso de reactivos de gran pureza, ya que la existencia de cloruros en el ácido nítrico, por ejemplo, hubiera resultado en la disolución del oro y el impedimento de la plata. El ácido se purificaba por destilación sobre limaduras de plata.

La química en Cracovia estaba más adelantada que la del resto de Europa. No es de extrañar que los primeros escépticos de la alquimia, como Suchten, salieran de esa universidad. Para el siglo XVI la alquimia se estaba enterrando en Cracovia, mientras que para el siguiente siglo el resto de Europa vio el renacimiento de esas antiguas prácticas de manos del manifiesto «Bodas químicas de Cristián Rosenkreutz» (1616).

Los partidarios de las artes ocultas, la astrología y la alquimia, creyeron que aquel Rosenkreutz había sido iniciado dos siglos atrás, en el oriente, en todos los secretos del arte de fabricar oro. La leyenda informaba que al abrir su tumba se halló un valioso manuscrito con todos los detalles para la fabricación de oro.

Pero en realidad todo era, como ya se dijo, una leyenda. Se trataba de la obra de un cura Wurtemburgués, Johannes Valentinus Andreae, quien era enemigo acérrimo de los alquimista y que había editado escritos satirizándolos. Sin embargo éste tiro le salió por la culata, pues en toda Europa se fundaron Círculos Secretos adheridos a los Círculos Rosenkreutz.

A pesar de todos estos casos la gente no escarmentó. Incluso en el siglo pasado varios fueron los engañados por falsos alquimistas. Lo más cómico de todo es que la gente estafada no era de escasos recursos, sino que pertenecía a estratos sociales acomodados.

Entre 1930 y 1931 se llevó a cabo el proceso en contra de un oficial quincallero de Munich, llamado Frank Tausend, y un tintorero de Dusseldorf. Ambos aseguraban poder convertir el plomo y el mercurio en oro. En 1922 Tausend había publicado su «180 Elemente, deren Atomgewicht und eingliederung in das harmonischperiodische System« (180 elementos, su peso atómico y su clasificación en el Sistema Armónico-Periódico), en donde desarrollaba su teoría de una nueva química a través de la cual se podían hacer esas transmutaciones.

Entre los estafados estaba el mismísimo general Erich Ludendorff, miembro del partido nazi. No era de extrañar que Ludendorff creyera en la alquimia. Su interés en los temas ocultos lo llevaron a crear, en compañía de su segunda mujer Mathilde, la sociedad secreta «Bund für Gotteserkenntnis» (Sociedad para el conocimiento de Dios), que sigue existiendo hoy en día.

Tausend convenció a Ludendorff y a otros inversionistas de crear una empresa para fabricar oro mediante misteriosas radiaciones y resonancias aplicadas a óxido de hierro y cuarzo. Claro, Ludendorff y los demás «socios» pidieron una demostración. Llevaron a Tausend a la Casa de Moneda Bávara. Allí el moderno alquimista metió en un crisol una pieza oxidada con algunos pedazos de cuarzo. Aplicó temperatura hasta fundirlos y añadió un polvo blanco que sacó de uno de sus bolsillos (en este punto nos invade una sensación de deja vu). Cuando la mezcla se enfrió, los asombrados asistentes al experimento, comprobaron que había surgido una pepita de oro puro con un peso cercano a los siete gramos.

Entonces comenzó a fluir el dinero para crear la compañía alquímica. Durante años, los socios capitalistas, les proporcionaron fuertes sumas de dinero, hasta que alguno de ellos se le acabó la paciencia y presentó la denuncia por estafa.

EL VERDADERO TESORO DE LOS ALQUIMISTAS

Si sólo consideramos las antiguas leyendas y tradiciones, difíciles de probar, sobre supuestas transmutaciones alquímicas, y el inmenso catálogo de fraudes y engaños realizados por falsos alquimistas, no quedaría nada de la Alquimia. Mas esto no es así de simple.

Seguramente ningún alquimista llegó a fabricar oro; es discutible la afirmación de que el fin de los alquimistas no era la transmutación de los metales, sino la transmutación de sí mismos. Pero una cosa es cierta; el verdadero tesoro que nos legaron los alquimistas no fue la piedra filosofal, tampoco el elixir de la vida y mucho menos el disolvente universal. El gran regalo que nos hicieron fueron sus investigaciones, sus descubrimientos que sentaron las bases de lo que ahora es la química.

Abu Abadía Dechabir Ibn Ajan (Dispensador) descubrió la destilación, un poderoso proceso de separación.

El alquimista árabe Al Rasi o Rahses descubrió el etanol (Al-Khul en árabe), al separarlo de sus mezclas y brebajes.

Otros alquimistas árabes descubrieron los ácidos muriático o clorhídrico, nítrico y sulfúrico y el agua regia (mezcla de ácido clorhídrico y nítrico que es capaz de disolver al oro). Por el lado de los productos alcalinos (otra palabra árabe), la potasa y la sosa. Incluso los símbolos actuales para el sodio y potasio provienen de las palabras árabes al-qalÄ«y y al-natrun, latinizadas como Kalium (K), y Natrium (Na).

Paracelso estableció las bases de la quimioterapia. Algunas de sus medicinas, aún hoy, tienen cierta aplicación.

Henning Brandt descubrió el fósforo en 1669, gracias a que realizó varias evaporaciones de orines, en su afán por obtener plata y oro.

La famosa porcelana de Meissen fue descubierta por Johann Friedrich Böttger, (1682-1719) mientras trabajaba tratando de producir oro para el rey prusiano Federico I. El secreto de la fabricación de la porcelana sólo lo conocían los chinos, pero gracias a la ayuda de otro alquimista, el también matemático conde Ehrenfried Walter Tschirnhaus, (1651-1708), Böttger logró producir porcelana utilizando arcilla de Sajonia.

Lo indicadores de pH fueron descubiertos por el farsante de Leonhard Thurneysser, quien también intuyó que algunas enfermedades se podrían detectar en la orina del paciente.

Después de todo, ¡que bueno que no se puede fabricar oro artificialmente de una manera sencilla! Eso sólo traería la depreciación del noble metal.

REFERENCIAS

Davis T. L., The problem of the origins of Alchemy, Sci. Month., Vol. 43, 1936, Págs. 551-558.

Doberer Kurt Karl, The Goldmakers: Ten Thousand Years of Alchemy, Greenwood Press, Westport, Conn., 1972, Págs. 109-110.

Holmyard E. J., Alchemy, Dover, new York, 1990.

Hubicki W., La Química y la Alquimia en la Cracovia del siglo XVI, Endeavour, Vol. 17, No. 68, 1958, Pág. 204.

Ihde A. A., The pillars of modern Chemistry, Journal of Chemical Education, Vol. 33, No. 3, 1956, Págs. 107-110.

Multhauf R. P., The origins of chemistry, Oldbourne, Londres, 1966.

Sherwood Taylor F. J., Los alquimistas, Fondo de Cultura Económica, México, 1957.

Stillman J. M, The story of alchemy and early chemistry, Dover, New York, 1960.

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