VIAJE A LAS ESTRELLAS[1]
Mario Méndez Acosta
Para la persona común, la posibilidad de que el ser humano o alguna especie inteligente extraterrestre viaje de una estrella a otra, o hasta de una galaxia a otra, es cuestión de unos cuantos días «“o meses, en el peor de los casos-; es algo que está fuera de toda duda. Tal convicción es la base fundamental de la creencia, tan extendida, de que los llamados ovnis son precisamente naves extraterrestres que nos visitan por miles todos los días del año, en los diversos lugares del planeta, sin intentar -curiosamente- establecer contacto o con nuestra civilización.
Por el contrario, para quien ha tenido oportunidad de estudiar física moderna »“en especial la teoría relativista- y la cosmogonía actual, la impresión al respecto es la inversa. Las dificultades verdaderas que se oponen al viaje interestelar expedito son, para la mayor parte de los científicos modernos, prácticamente insuperables. Se resume su actitud en la pregunta que se hizo Enrico Fermi, desmintiendo la existencia de civilizaÂciones con la capacidad del viaje interestelar en las regiones cercanas dentro de nuestra galaxia: «¿En dónde están?», con lo que subrayó Âasí que, de existir, su presencia sería inocultable tanto para los científicos como para la opinión pública.
Desde luego, para quienes han hecho un modus vivendi comercial de la promoción de la creencia popular en el origen extrateÂrrestre de los ovnis, y que han establecido verdaderas sectas semirreligiosas sobre esta superstición, el problema del viaje interÂestelar es inexistente. Aseguran que para una tecnología muy avanzada ello no representa un problema. Al respecto se ha rescatado una de las afirmaciones del escritor ArÂthur C. Clarke, quien asegura que para cualquier civilización, una muestra de alguna tecnología muy superior resulta indistinguible de la magia. Esto es verdad; pero también cabe señalar que ningún avance tecnológico, logrado aquí, en la Tierra, ha violado o refutado alguna de las leyes fundamentales de la física. Así, a menos de que nuestro conocimiento de las leyes fundamentales de la naturaleza se halle profundamente equivocado, no es previsible un cambio tecnológiÂco que permita saltarse con facilidad las terminantes restricciones que se ha detectado existen, por ejemplo, viajar a una velocidad mayor que la de la luz.
Hay, en efecto, algunas posibilidades teóricas de burlar esta restricción; pero todas, sin excepción, requieren del consumo de una cantidad excesivamente elevada de energía. Lo anterior haría que el costo de incluso el viaje interestelar rápido más corto se hiciese insufragable, aun para los recursos disponibles en una civilización avanzada por varios miles de años respecto a la Tierra.
Sin embargo, el viaje interestelar «lenÂto», es decir a velocidades muy inferiores a la de la luz, sí es algo factible, y la mayor parte de los futurólogos han contemplado su posiÂble intento en no más de un siglo hacia el porÂvenir. Para lograrlo habrá que utilizar dos posibles caminos: uno sería el de la hibernación de los tripulantes, quienes deberían estar dispuestos a dormir congelados durante varios siglos, hasta alcanzar algún destino interesante en las cercanías de nuestra galaxia. El otro camino es el de la construcción de arcas espaciales autosuficientes en oxígeno, energéticos, agua y combustibles, como para que varias geÂneraciones naciesen y murieran a bordo antes de alcanzar ese destino estelar remoto. Por tal medio se ha calculado que la especie humana podría colonizar toda la galaxia en no más de 2 o 3 millones de años, un tiempo en verdad reducido en las escalas geológica y cósmica.
Algunos han propuesto la posibilidad del viaje instantáneo, aprovechando un hipotético salto cuántico, a distancias arbitrariaÂmente lejanas, de todas las partículas subatómicas que forman nuestro organismo. Esto se denomina teleportación y se enfrentaría con algunos obstáculos teóricos fundamentales. En primer lugar no existe un solo caso de que alguna partícula subatómica se haya transportado a través del llamado efecto «túnel», factible según la mecánica cuántica, que se pretende aprovechar en esta propuesta, más allá de una distancia ultra-microscópica.
Por otra parte, se requeriría en el lugar de destino algún tipo de aparato receptor que permita recibir las partículas y construir el orÂganismo en cuestión. Finalmente, lo más comÂplejo de un ser vivo es la información indisÂpensable sobre la distribución relativa de cada una de las partículas subatómicas que lo forÂman respecto a todas las demás. Tal informaÂción no va incluida en cada una de las partíÂculas teleportadas, por lo que si no hay una manera de enviarla, lo único que se recibiría en el lugar de arribo sería una nube difusa de partículas aisladas que pronto se esparciría sin dejar huella. El óvulo fecundado de un ser huÂmano lleva en su material genético toda la inÂformación para reconstruir un ser completo; no así sus partículas subatómicas. Las relacioÂnes entre objetos son información pura, la cual no puede teleportarse. Hay otra consideración filosófica interesante que señala que si un huÂmano es teleportado, no se puede asegurar que lo que se reconstruya en el lugar de recepción no sea sino un duplicado exacto del viajero; pero de ninguna manera es el que inició el viaÂje quien, en verdad, ¡muere en el trayecto!
[1] Este artículo apareció en la serie «La Ciencia y sus rivales» en el número 115 de Ciencia y Desarrollo, (Conacyt), marzo-abril 1994, página 104.