«œLa guerra de los mundos»: la batalla de Sudamérica

«La guerra de los mundos»: la batalla de Sudamérica

Cada vez que se habla del libro que Herbert George Wells escribió en 1898, se viene a la memoria la adaptación radial de Orson Welles que impactó y desató el caos en Nueva York el año 1938. Sin embargo, se conocen casos en América Latina que dejaron decenas de muertos por culpa del miedo irracional a los marcianos.

Por Diego Zúñiga C.

«Â¡Se acercan los enemigos que descienden desde Marte en gigantescos paracaídas!». Los chilenos que sintonizaban el CB 76 de la radio Cooperativa Vitalicia la noche del domingo 13 de noviembre de 1944 quedaron con el corazón en la mano. Por cada segundo que pasaba las informaciones sumaban preocupación. «Â¡Hay 400 carabineros heridos en Puente Alto!» decía la voz del locutor, que añadía que el ministro de Defensa movilizaba tropas para defender al país. Pocos comprendían qué sucedía.

Decenas de personas salieron a las calles para ver con sus propios ojos lo que decía la transmisión. Otras optaron por escapar hacia el centro de la capital en busca de refugio, mientras los aterradores informes hablaban de la explosión de polvorines militares, bombardeos y destrucción de diversas ciudades. En medio del caos, muchos comentaban que en realidad Chile era atacado por sus vecinos terrestres y no por invasores extraterrestres.

Todo comenzó a las 21.30 horas. Cooperativa Vitalicia, una radio ubicada en Santiago,  había informado incluso en la prensa escrita que esa noche difundiría una adaptación del clásico de Herbert George Wells «La guerra de los mundos», que relata una invasión marciana a la Tierra. Al parecer pocos se dieron por enterados, porque las escenas de espanto se repitieron entre quienes creyeron ciegamente que la radio informaba de una conflagración.

El libreto mencionó a instituciones estatales y a la Cruz Roja, dando mayor verosimilitud a la historia. La derrota de las fuerzas armadas puso en una peligrosa situación de indefensión a los ciudadanos, que ya se imaginaban aniquilados por los invasores. Muchos terminaron en los hospitales afectados de problemas cardíacos y nerviosos. Otros presentaban contusiones por caídas causadas en el desesperado escape hacia ninguna parte.

«La aviación huye de las llamas, los bomberos son incapaces de contener el fuego que deja en ruinas a las ciudades de Rancagua, Temuco, Cautín, Concepción, Talca y San Bernardo», decía el relato. El panorama era catastrófico. «Si fuera una broma, no habrían hablado el ministro del Interior y los jefes de Carabineros», razonaba un hombre, mientras una dama contaba al diario Las Noticias de Última Hora que «hay muchos muertos y la invasión se acerca a Santiago».

Un supuesto enlace con el Palacio de Gobierno dio mayor realismo al reporte. En algunos regimientos recibieron a decenas de reservistas que querían tomar las armas para defender al país. Al Grupo de Artillería Maturana, por ejemplo, llegaron 30 reclutas en pocos minutos. En los hospitales y postas, en tanto, los teléfonos no paraban de sonar pidiendo ambulancias. Decenas de personas corrían sin rumbo por las calles.

Recién cuando se repitió, como al principio y a mitad de la emisión, que todo era un radioteatro, la calma volvió a los hogares. Pese a esto, varios llegaron hasta Cooperativa Vitalicia para presentar sus reclamos. «En mi casa están todos asustados», dijo a la prensa un hombre identificado como Jorge Balmaceda con evidente molestia, mientras subía las escaleras hacia las oficinas de la emisora.

Los reporteros recorrieron la ciudad minutos después del fin del programa. «La alarma era indescriptible. La gente se había vaciado a las calles y Carabineros calmaba a la población cuando llegamos», apuntaron en el diario La Opinión. «Fue de terror, eso es efectivo, porque mucha gente se impresionó. Me acuerdo que después de este caso se tomó la decisión de evitar transmisiones que pudieran generar alarma», rememoró el respetado comentarista deportivo Julio Martínez, quien en esos años se preparaba para debutar en el dial.

Como él dice, el Departamento de Radio de la Dirección General de Informaciones informó que, como consecuencia del pánico, «se ha dictado un nuevo Reglamento de Transmisiones de Radiodifusión», cuya finalidad era que las autoridades «conozcan previamente los programas y así estar en condiciones de resguardar la tranquilidad pública». Cooperativa Vitalicia, sin embargo, no recibió sanciones.

A la mañana siguiente, la mayoría de los diarios del país consignaba la alarma desatada y presionaba para que la radio fuera clausurada. Ajenos a estas disquisiciones, los trabajadores acusados festejaban lo que para ellos era todo un éxito. «Aquí ha habido una demostración de la eficacia de la radiotelefonía», dijo uno de los jefes de la emisora.

Luego enviaron un comunicado donde resaltaron el trabajo de producción, «esfuerzo que ha merecido el aplauso de miles de oyentes», y justificaron que la obra es universalmente conocida, que avisaron con días de antelación que se realizaría el radioteatro y que en el mismo libreto se consignaba esa advertencia. Aún así se excusaron ante las personas que «pudieron sufrir intranquilidades».

La molestia de parte del público y de la prensa aumentó cuando se supo de la muerte de una persona, José Villarroel, víctima de un ataque cardíaco mientras oía lo que él creyó eran noticias reales.

Pánico mortal en Ecuador

Casi cinco años más tarde, la radio Quito de Ecuador, perteneciente a la empresa El Comercio, realizó una adaptación del mismo libreto. Esta vez, desgraciadamente, los resultados escaparían a todo lo esperado y un reguero de sangre y destrucción siguió al término del radioteatro.

A las 21 horas del sábado 12 de febrero de 1949, los actores estaban listos para poner al aire su dramatización. Según lo acordado, el dueto de «Potolo» Valencia y Gonzalo Benítez sonaba en el programa «Las canciones del alma». Repentinamente, la música fue interrumpida por un boletín de última hora con noticias urgentes. «Â¡Nos invaden los marcianos, nos invaden! La base aérea de Mariscal Sucre ha sido tomada por el enemigo y está siendo destruida. Hay varios muertos y heridos», decía el informe.

La llegada de los alienígenas se localizaba en el pueblo de Cotocollao, a 32 kilómetros de Quito. «Las increíbles noticias que estamos suministrando provienen de agencias internacionales y los servicios del diario El Comercio. Importante: los boletines informativos que están escuchando tienen el patrocinio exclusivo de Orangine, el insuperable refresco de naranja», decía, contradictoriamente al borde de las lágrimas, el locutor.

Nuevamente la historia cobró verismo al citarse a conocidos periodistas, un alcalde y a un ministro del Gobierno. «Nuestras mujeres y niños deben huir hacia los alrededores para dejar a los hombres libres para actuar y combatir», pedía el «alcalde», mientras de fondo se oía a un sacerdote pidiendo clemencia al cielo.

Las noticias señalaban que Lacatunga había sido destrozada con un gas letal, y al poco rato uno de los reporteros fue fulminado para espanto de los oyentes por un arma marciana. El pánico hizo presa de todos y miles de personas ya habían salido de sus hogares, muchas vistiendo pijamas, para escapar.

Al ver las consecuencias del programa desde el tercer piso del edificio de El Comercio, donde se hallaban las oficinas de radio Quito, los actores volvieron a informar que el programa era una ficción. Esto gatilló la furia de la población, que rodeó el recinto y a piedrazos rompió los ventanales, accediendo a su interior y prendiéndole fuego con papeles empapados con bencina, como consigna la prensa de la época.

Las casi cien personas que trabajaban a esa hora en el lugar huyeron descolgándose por las ventanas o por salidas posteriores. Otras intentaron repeler el ataque, pero fueron agredidas por la turba. Muchos fallecieron al lanzarse desde los pisos superiores, pues los bomberos y policías tardaron en llegar porque buena parte de su contingente se encontraba en Cotocollao, donde habían viajado para rechazar la invasión. Recién cuando el Ministerio de Defensa ordenó la salida de tropas del Ejército con tanques, los atacantes pudieron ser dispersados.

«En el techo vi a Leonardo Páez. Abajo todo estaba rodeado de gente y policías. Imposible poder huir. Le aconsejé que se fuera por el techo a La Providencia, y de allí pasó al Conservatorio antiguo. Ahí se bajó y en un camión le salvaron», relató Gonzalo Benítez al diario La Hora de Ecuador sobre la suerte del director artístico de la radio.

Apenas tres horas después del comienzo de «La guerra de los mundos», el edificio se erguía apenas, humeante, silencioso. En su interior, la rotativa, los talleres, las reservas de papel, la linotipia y el archivo del diario desde su fundación en enero de 1906 estaban absolutamente destruidos. Pero lo material pasó a un segundo plano cuando se informó que las víctimas fatales de la furia ascendían a quince, y los heridos se acercaban a la veintena.

Voceros de El Comercio sostuvieron que todo fue fraguado por «mentes criminales», idea que se vio corroborada por el descubrimiento de dos camiones llenos de piedras que habían sido dejados en las cercanías del periódico antes del ataque. Las autoridades policiales sumariaron a Páez y al chileno Eduardo Alcaraz, director del radioteatro, quienes presuntamente pusieron al aire el programa sin conocimiento de sus superiores. Otras diez personas fueron detenidas por su responsabilidad en la tragedia.

Exagerado, pero miedo al fin

En su libro «Panic Attacks», el sociólogo australiano Robert Bartholomew apunta que existe la idea de que estos episodios podrían ocurrir sólo en sociedades primitivas. Pero la realidad, dice el experto, desmiente tal premisa, porque «si la historia nos enseña algo es que aquellos grupos complacientes, arrogantes y ensimismados son los que están en mayor riesgo».

En los últimos años, sin embargo, voces como la de William Sims Bainbridge o David Miller han cuestionado la extensión de los pánicos marcianos así como ha sido presentado hasta hoy. Ambos no dudan en calificar de exageradas las cifras que se entregan sobre las personas que fueron afectadas por la transmisión de Orson Welles o las sudamericanas, y aseguraron no haber hallado pruebas del temor masivo.

Bartholomew dice que es cierto que existió una exageración, pero ésta vino de los editores y reporteros que vivieron en carne propia los hechos. «En ese tiempo, la industria de los periódicos tenía cierta tirria contra Welles y la competencia creciente de la radio, que se llevaba a los avisadores. Por ello recogieron con regocijo no sólo la reacción a la transmisión, sino también exageraron sus efectos», cuenta el sociólogo.

Esto no quiere decir que no se reportaran escenas de verdadero terror, las que también ocurrieron en Chile y Ecuador. La idea es poner en su justa perspectiva lo que sucedió en aquellos episodios, porque de todas formas, según Bartholomew, «no cabe duda, a partir de investigaciones realizadas posteriormente, que entre 1,2 y 1,7 millones de oyentes se asustaron con el programa (de Welles, en Estados Unidos) y una pequeña fracción, de entre un centenar a varios miles de personas, entró en pánico. Eso consta en registros oficiales».

Al respecto, el especialista cita un informe policial: «Entre las 8.30 pm y las 10 pm recibimos numerosos llamados telefónicos como resultado del programa de la WABC de esta tarde re: Marte ataca este país. Estos incluyeron a la prensa, la policía de Nueva York y personas privadas. Al menos respondimos 50 preguntas de personas que consultaban sobre meteoritos, número de víctimas fatales y ataques de gas. A todos se les informó que nada estaba sucediendo y que los rumores se debían a una dramatización radial».

En todos los casos reseñados, los invasores acaban con las defensas militares, señal inequívoca de nuestra incapacidad para hacerles frente. En todos, también, se citan fuentes legitimadas socialmente (autoridades de gobierno, periodistas) para dar mayor realce al relato y hacerlo más cercano. Por eso Bartholomew aprovecha de lanzar una advertencia: «reacciones como las vistas en Estados Unidos o Sudamérica podrían volver a repetirse, más ahora que hay un enemigo claro: los terroristas».

Apéndice: otras versiones

Radio Romance, Chile, 1999

El 21 de septiembre de 1999 se festejaba el día del trabajador radial. Y, como en todas las otras ocasiones, sólo unas pocas emisoras seguían al aire. Una de ellas fue Radio Romance, que pasadas las cuatro de la tarde informó que en un sector precordillerano de Santiago tres naves alienígenas se aprestaban a aterrizar. Se trataba del comienzo del radioteatro «Acercamiento extraterrestre».

Y aunque cada 30 minutos el locutor informaba del carácter ficticio de los reportes, no fueron pocos los que abandonaron sus casas no para huir, sino para ver a los extraterrestres. Las líneas telefónicas de la policía se saturaron, mientras en el estudio el actor que tenía el papel de periodista gritaba, extasiado, que las naves estaban tomando tierra. Luego, un ser descendió y dijo, con voz metálica: «Feliz día del trabajador radial». Un anciano fue internado en una clínica afectado por un preinfarto y los periódicos se hicieron eco de la jugarreta al día siguiente.

Rock and Pop, Chile, 2005

«Oye, ¿saben algo del acuartelamiento del Ejército?», preguntaba un cibernauta en el sitio web juvenil «El Antro». El muchacho había oído algo al pasar y quedó preocupado, temiendo un conflicto bélico con Perú. Todo porque ese 28 de junio, pasadas las 17.30 horas, había sintonizado la radio Rock and Pop, cuyo informativo entregaba confusas noticias sobre algunas unidades militares en el norte de Chile.

Al mismo tiempo, se hablaba de una lluvia de meteoritos y de una conferencia de prensa del ministerio de Defensa para explicar los sucesos. El radioteatro duró tres horas y media, no generó alarma salvo entre muy pocos y buscaba aprovechar el inminente estreno de «Guerra de los Mundos», de Steven Spielberg, para hacerles una broma a sus auditores, que terminó con los marcianos atacando el estudio radial.

Publicado originalmente en Pensar, volumen 2, número 4, octubre/diciembre de 2005.

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