IMPACTO AMBIENTAL
Confirmado: los neonicotinoides son culpables[1]
Juan José Morales
Hace poco más de un año, el 24 de enero de 2011, escribimos en esta columna sobre el llamado síndrome de despoblamiento de colmenas (SDC para abreviar), un fenómeno consistente en que miles de abejas de una colmena salen de ella normalmente y no retornan, sin que se sepa dónde fueron a parar ni qué suerte corrieron. Sencillamente, no se vuelve a saber de ellas, como si se desvanecieran.
Este anuncio de un insecticida elaborado a base de Imidacloprid hace hincapié en su acción residual y sistémica. Es decir, persiste largo tiempo aún en bajas concentraciones, y actúa al ser absorbido y distribuido en el organismo, no sólo por contacto.
Las extrañas desapariciones, decíamos, ocurren sobre todo en Estados Unidos y Europa, sin que hasta ahora parezcan afectar a la apicultura mexicana, en particular la de la península de Yucatán «”que es una de las más importantes regiones productoras de miel en el mundo»” ni de otros países.
Decíamos también en aquel entonces que había fuertes indicios de que el problema se debe a cierto insecticida ampliamente utilizado en la fabricación de pesticidas agrícolas de diferentes marcas comerciales, denominado Imidacloprid y producido por la compañía alemana Bayer. Ese pesticida se elabora a base de neonicotinoides, unos derivados de la nicotina que actúan sobre el sistema nervioso de los insectos y así los mata.
Pues bien, la culpabilidad del tal insecticida parece haber quedado plenamente demostrada, después de una investigación realizada por biólogos del Departamento de Salud Ambiental de la Escuela de Salud Pública de la universidad norteamericana de Harvard. El estudio, dirigido por el Prof. Alex Lu, lo dio a conocer anticipadamente esa institución antes de su publicación en el número de junio próximo de la revista Bulletin of Insectology. Duró 23 semanas, durante las cuales se sometió a cierto número de colonias de abejas a la acción de ese pesticida en diversas concentraciones, incluso mucho menores que las que se encuentran en el medio ambiente. Y, como es usual en los experimentos científicos, a cierto número de colonias no se les aplicó el insecticida, para que sirvieran como testigos o base de comparación.
Durante la primera etapa del experimento, no hubo mayores problemas. Las abejas seguían con su vida normal. Pero después de 12 semanas empezó a notarse el SDC. Aquellas colmenas en las cuales se había aplicado el insecticida en las concentraciones más altas, comenzaron a despoblarse. Y a las 23 semanas la situación era dramática: en 15 de las 16 colmenas a las que se había aplicado Imidacloprid ya no quedaban más que larvas y unas cuantas abejas jóvenes.
Lo más notable, dicen los investigadores, es que no se observaron insectos muertos, salvo unos pocos en los alrededores. Sencillamente, las colmenas estaban vacías, como si las abejas se hubieran esfumado, tal cual ocurre en los casos de síndrome de colapso. Si hubiera habido una mortandad por enfermedades, plagas o algún envenenamiento común, estarían llenas de cadáveres.
Y subrayan los biólogos de Harvard que el despoblamiento de las colmenas ocurrió pese a que la concentración del insecticida era mucho menor que las dosis que normalmente se aplican en los cultivos.
Esto coincide con lo que se sospechaba. Es decir, como señalábamos en nuestros comentarios de enero del año pasado, el insecticida no mata directamente a las abejas sino, al afectar su sistema nervioso, les provoca una desorientación tal que pierden la capacidad de regresar a su colmena y también de comunicarse con sus compañeras mediante los movimientos corporales que popularmente se conocen como «danza de las abejas». Así, se extravían y son presa de pájaros y otros animales.
Ya desde antes de este experimento se sabía que el insecticida en cuestión es altamente tóxico para las abejas y se recomendaba no aplicarlo en época de floración de las plantas en las cuales usualmente pecorean esos animales. La investigación demostró que incluso residuos mínimos, insuficientes para causar la muerte a las abejas, pueden tener efectos devastadores sobre las colmenas.
Hasta ahora, como decíamos, el SDC no se ha presentado en la apicultura peninsular, pero existe el gravísimo riesgo de que ocurra si se generaliza el uso de insecticidas agrícolas en la región. Pero «”contra nuestra costumbre y por razones de espacio»” de ello tendremos que hablar el próximo lunes.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
[1] Publicado en los diarios Por Esto! de Yucatán y Quintana Roo. Viernes 13 de abril de 2012. Reproducción autorizada por Juan José Morales.
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