El soldado filipino (Final)

EL TRIBUNAL DEL SANTO OFICIO DE LA INQUISICIÓN

Aquí se nos presenta una nueva vertiente de investigación. ¿Hay algún registro de este evento en los archivos de la Inquisición? Hagamos un poco de historia.

El primer antecedente del Santo oficio en tierras americanas se presenta aún antes de la caída de Tenochtitlán. En 1520 Hernán Cortés promulga sus Ordenanzas contra blasfemos. Dos años después, los primeros frailes en territorio mexicano realizan actividades, que le corresponderían a la Inquisición, en contra de los herejes.

En 1530 Nuño Beltrán de Guzmán inicia el proceso por idolatría contra el señor de los tarascos, Caltzontzin. Pero la inquisición como tal no se instauraría en territorio mexicano sino hasta 1571.

El inquisidor general de España, el cardenal Adriano de Utrecht, delegó su autoridad en don Alonso Manso, obispo de Puerto Rico y en fray Pedro de Córdoba, viceprovincial de los dominicos en las Indias, quien vivía en Santo Domingo, la Española. Este último comisionó al fraile franciscano Martín de Valencia para que usara sus poderes inquisitoriales en la Nueva España, mientras no hubiera un prelado dominico.

Este Martín de Valencia ejecutó por idólatras a cuatro indios nobles tlaxcaltecas hacia 1524. En el 26 llegaron los primeros dominicos y entonces el cargo de inquisidor pasó a fray Tomás Ortiz, y al año siguiente a fray Domingo de Betanzos, quien estuvo muy activo durante el año en que presidió el tribunal (mayo 1527 a septiembre de 1528).

A Betanzos le siguió fray Vicente de Santa María quien realizaría el primer auto de fe en la Nueva España (octubre de 1528), en donde fueron quemados por herejes Hernando Alonso y Gonzalo de Morales.

Apenas un año antes, el 12 de diciembre de 1527, el emperador Carlos V propuso a la Santa Sede a Juan de Zumárraga, para que ocupara el obispado de México. Aunque llegó a México en 1928, no fue reconocido por el papa hasta 1534. A partir de entonces fungió como juez eclesiástico «ordinario», pero no como «inquisidor». Fue hasta el 27 de junio de 1535 que el presidente del Consejo Supremo de la Inquisición le concedió el título especial de inquisidor apostólico, título que le sería revocado en 1543.

Zumárraga quemó vivo a don Carlos Chichimecatecuhtli, cacique de Texcoco y descendiente en línea directa de Nezahualcoyotl, el 30 de noviembre de 1539.

El emperador otorgó el cargo de «visitador» e inquisidor apostólico al licenciado Francisco Tello, en 1543, motivo por el cual se le revocó el mismo título a Zumárraga. Tello estuvo en la Nueva España de 1544 a 1547, cuando regresó a España. A partir de ese año y hasta 1571 las actividades inquisitoriales serían asumidas por obispos e incluso frailes.

No fue sino hasta 1571 en que Felipe II creó oficialmente el Tribunal del Santo Oficio en México mediante la real cédula del 25 de enero de 1569, complementada por la del 16 de agosto de 1570.

La jurisdicción de este nuevo órgano comprendía toda la Nueva España, Guatemala, Nicaragua y las Filipinas. En ese entonces el inquisidor general de España era don Diego de Espinosa, cardenal obispo de Sigüenza. Este designó a don Pedro Moya de Contreras y al licenciado Juan de Cervantes como inquisidores del tribunal en la Nueva España, y para los cargos de secretario del secreto y fiscal a Pedro de los Ríos y al licenciado Alonso de Bonilla.

Eran tiempos del virrey Martín Enríquez. La inquisición se estableció en el monasterio de Santo Domingo. El 4 de noviembre de 1571 se ofició la misa y ceremonia por la que se daba por instaurada la Santa Inquisición en México.

El primer auto de fe oficial fue en septiembre de 1569, en donde se «dio por libre» a don Pedro Juárez de Toledo, acusado de hereje en Guatemala y muerto en 1569. En el acto se le restituyó de su honra y sus bienes pasaron a sus descendientes.

En ese mismo auto de fe fueron «relajados en persona» (condenados a muerte) cinco ingleses.

El sexto auto de fe se realizó el 24 de febrero de 1590. Los miembros de la familia de don Luis de Carvajal «el Viejo» (gobernador de Nuevo León), fueron condenados por judaizantes.

El auto de fe más notable del siglo XVI en México, se celebró el 8 de diciembre de 1596. En él se quemaron a nueve reos (cinco de ellos de la familia de Carvajal), de un total de cuarenta y nueve procesados:

«Fue cosa maravillosa la gente que concurrió a este auto famoso y la que estuvo en las ventanas y plazas hasta las puertas de las casas del Santo Oficio para ver este singular acompañamiento y procesión de los relajados, penitenciados que salieron con sogas y corozas de llamas de fuego (pintadas) y una cruz verde en las manos, llevando cada uno de éstos un religioso a su lado para que le exhortase a bien morir, y un familiar de guarda. Los reconciliados judaizantes con sambenitos»¦; los casados dos veces, con corozas pintadas significadoras de sus delitos; las hechiceras, con corozas blancas, velas y sogas; otros por blasfemos, con mordazas en las lenguas, en cuerpo, descubiertas las cabezas y velas en las manos»¦ y los dogmatistas y enseñadores de la ley de Moisés»¦ con sus caudas sobre las corozas retorcidas y enroscadas, significando las falsas proposiciones de su magisterio y enseñanza».

La Inquisición en México continuaría hasta las primeras décadas del siglo XIX, cuando serían enjuiciados Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos.

En los archivos de la inquisición de la Nueva España, que abarcaba y tenía jurisdicción sobre las islas Filipinas, no hay referencia alguna a un soldado filipino que haya sido embarcado en Acapulco para ser reintegrado a la sociedad filipina, luego de aparecer misteriosamente en el Zócalo de la Ciudad de México.

No creo que la Santa Inquisición hubiese dejado escapar la oportunidad de «relajar en persona» y quemar vivo a un soldado que, de seguro, había viajado por artes del maligno más de quince mil kilómetros «en menos de lo que canta un gallo».

De la misma opinión es don Artemio del Valle Arizpe cuando escribe en tono de sorna:

¡Señor! Ni una sola vez lo descoyuntaron, ni le retorcieron el cuerpo, ni le pegaron en los hierros candentes, ni le aplastaron los pies entre los torniquetes, ni le quebraron un solo hueso, ni el más pequeño, ¡caramba!, ni le desgarraron las carnes a azotes ni siquiera le hicieron tragar unos cuantos cuartillos de agua; nada, nada, sino que lo sentenciaron a que volviera a Manila, no ya con la violenta rapidez con que se trasladó a la Nueva España, en solo una noche, sino en el galeón que iba a zarpar en esos días del puerto de Acapulco. ¡Vaya una sentencia! ¡Para eso más valía que ni lo hubiesen aprehendido! ¡Lástima!

ARMANDO EL ROMPECABEZAS

Al caer Tenochtitlan en manos de Hernán Cortés, se funda el virreynato de la Nueva España (1535), cuya capital natural lo sería la ciudad de México, sede de la corte virreinal.

Hacia 1579 todo el territorio de la Nueva España, que iba desde Colombia hasta la Alta California, estaba poblado por 3, 445,000 habitantes y en todo el valle de México no habría más de 300,000.

Los sucesos y noticias que se daban en el centro del virreinato eran rápidamente conocidos por todos.

En 1559 (24 de septiembre) el Rey Felipe II ordenó al Virrey Luis de Velasco I que enviara una expedición hacia las Filipinas. El rey español conocía perfectamente que esos territorios caían en la demarcación portuguesa según el Tratado de Tordesillas, pero a pesar de ello quería consolidar su dominio por aquellas tierras, aprovechando que no había portugueses, con el fin de tender un puente comercial con China. Para eso era necesario encontrar una ruta de retorno hacia Nueva España: el llamado Tornaviaje.

Cinco de esas expediciones habían fracasado hasta que se decidió utilizar los servicios del padre Andrés de Urdaneta Cerain, el máximo experto náutico de aquellos días.

La nueva expedición, al mando de Miguel López de Legazpi y André de Urdaneta, partió del puerto de La Navidad, en Nueva España, el 21 de noviembre de 1564, llegando a las Filipinas el 13 de febrero del año siguiente.

Luego de explorar esas tierras y reparar la nao San Pedro y dejar un emplazamiento en Cebú para preparar la conquista, partieron nuevamente con rumbo a la Nueva España el 1 de junio de 1565. 7,644 millas los separaban del Nuevo Mundo: el viaje más largo realizado hasta entonces. Llegaron al puerto de Acapulco el 8 de octubre de 1565.

Pocos años después, tras la conquista de las Filipinas, esa ruta sería la que seguiría la famosa «Nao de China» que mantuvo el contacto comercial entre México y Filipinas hasta 1815, año en que zarpó el último galeón de Manila.

Para 1593 la ruta del oriente era ya una realidad, aunque ese año, como lo dice el doctor Antonio de Morga, no llegó ninguna «Nao de China» al puerto de Acapulco pues los dos barcos que había mandado el gobernador Das Mariñas, el San Felipe y el San Francisco, tuvieron que regresar al puerto de Sebu debido al mal tiempo. Luego vino el asesinato de Das Mariñas y los problemas por su sucesión, lo que fue alargando el tiempo para que se reestableciera la comunicación. La noticia de la muerte de Das Mariñas fue conocida antes en España, debido a la ruta normal vía la India. En México se conocería hasta el año siguiente, cuando llegaron las nuevas Naos de China. Es decir, no es cierto, como apunta don Luis González que en «la ciudad de México se enteraran de la muerte del gobernador, aún antes de que lo supiera la propia ciudad de Manila».

Dice el cronista que el soldado filipino «había estado en servicio en la isla capital la noche del 24 de octubre». A la mañana del día siguiente inexplicablemente se encontraba en la Plaza Mayor de la ciudad de México contando la historia de la muerte de Das Mariñas, ocurrida esa misma noche, como dice don Artemio del Valle Arizpe: «En la punta de Santiago y el día 25, el viento del este estrechó a la galera capitana a abandonar a las demás»¦ había tenido muerte airada en el mar, tal y como lo contó aquel extraño soldado que en la mañana del 25 de octubre».

En efecto, Gómez Pérez Das Mariñas había salido del puerto de Cavite el 17 de marzo y había llegado a Punta Azufre, a 24 leguas de distancia de Manila, la noche del 24, misma en que fue asesinado. Pero ese dato no se conocería en Manila sino hasta los siguientes días. Cualquier soldado que hubiese estado de guardia en Manila la noche del 24, no podría conocer esos datos.

Lo que ya se sabía tanto en España, Nueva España y las Filipinas fue que el gobernador había hecho un testamento (registrado en Manila el 30 de septiembre de 1592, un año antes de su muerte). No es raro suponer que fray Gaspar de San Agustín conoció la existencia de ese documento.

Pero no se les puede culpar de error, y mucho menos de engaño, a los cronistas mexicanos (González y del Valle), ya que ellos simplemente estaban transmitiendo una «tradición» (una leyenda). Ese era un género literario muy socorrido a finales del siglo XIX en el que se mezclaban la verdad y la fantasía, la novela y la historia. Incluso el mismo González Obregón nos dice que es un «cuento»:

En antiguos pergaminos hemos encontrado este acontecimiento poco conocido, y certificado por muy graves autores, insignes por su veracidad y teologías. Pero vamos al cuento…; esto es, a la historia.

En lo que sí se equivoca don Luis González es que don Antonio de Morga nunca mencionó al soldado filipino. Y muy probablemente también comete un error cuando escribe: «»¦ un soldado con el uniforme de los que residían en las islas Filipinas». Estas islas, junto con sus soldados, pertenecían al virreynato de la Nueva España y todos los militares poseían el mismo uniforme.

Pero la historia del soldado filipino no fue conocida en México sino hasta el siglo XX con la publicación del libro de don Luis González, Las calles de México. Los 300,000 habitantes de la capital de la Nueva España nunca tuvieron referencias de tan gran portento.

Ni la misma Inquisición se ocupó nunca de ese caso. En 1590 quemaron a don Luis de Carvajal «el Viejo», y hasta 1596 hubo otro acto de fe donde fueron procesados 46 acusados, y nueve de ellos fueron quemados vivos.

No hay ningún dato en los archivos del Santo Oficio que mencione al soldado filipino. El único que da cuenta de él es fray Gaspar de San Agustín, quien al parecer fue el que inventó la historia y quien escribió del asunto en 1698, casi un siglo después de los supuestos hechos. ¿De dónde sacó ese cuento? No lo sabemos, pero tres años antes de publicar su «Conquista de las Filipinas», en Londres apareció el libro Misceláneas, escrito por John Aubrey, quien escribió:

«Un caballero conocido mío, Mr. M, se encontraba en Portugal en 1655, cuando un hombre fue quemado en la hoguera por la Inquisición al asegurar que había sido trasladado a aquel país europeo desde Goa, en las Indias Orientales, en un plazo de tiempo increíblemente corto».

Una historia prácticamente idéntica a la contada por fray Gaspar de San Agustín, sólo cambian los lugares y las fechas (y el desenlace del protagonista). ¿Fue esta nota la que inspiró al sacerdote racista? Tal vez, pero de eso se tendrán que ocupar los investigadores portugueses hurgando en los archivos del Santo Oficio.

REFERENCIAS

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Morris Karl Jessup.

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Luis González Obregón.

Don Luis González al final de sus días.

Las calles de México.

El soldado filipino.

Don Artemio de Valle Arizpe.

Historia, tradiciones y leyendas de calles de México.

Arcabucero español de la colonia.

El primer mapa de la ciudad de México fue mandado confeccionar por Hernán Cortes y aparece en sus Cartas de Relación de 1524.

El códice Osuna muestra la forma en que se hicieron los trabajos de cimentación de la catedral de México, en la Plaza Mayor.

El valle de México hacia 1519, tal como se muestra en este mapa francés de 1754.

El Tecpac Calli dibujado en el códice Osuna. En el zócalo de la ciudad de México.

Mapa de la ciudad de México basado en el de Cortés, del siglo XVI.

Tenochtitlan y el lago de México.

La ciudad de México aparece así en el Insularium de Benedetto Bordono (1528).

El valle de México según Camelli Carreri en su Giro del Mondo.

La ciudad de México en el mapa de Juan Bautista Ramusio.

La ciudad de México hacia 1683.

El Virrey Luis de Velasco, virrey de la Nueva España.

El mapa de Upsala de 1555.

Plaza Mayor de la ciudad de México hacia 1562-1566.

El Zócalo o Plaza Mayor hacia 1596.

Mapa de la ciudad de México en 1628, de Juan Gómez de Trasmonte.

Biombo que muestra el Palacio Virreynal hacia el siglo XVII.

La Plaza Mayor en una pintura de Villalpando de 1695.

Escudo de la Inquisición.

El Zócalo en 1834.

El Zócalo en 1847.

Legazpi, Urdaneta y Martín de Rada en las islas Filipinas, grabado de «Conquista de las islas Filipinas», de Gaspar de San Agustín.

Plano del puerto de Acapulco hacia el siglo XVI.

El puerto de Acapulco a mediados del siglo XIX. Del «Atlas Pintoresco» de García Cubas.

Un pensamiento en “El soldado filipino (Final)”

  1. Sobre el caso del filipino aparecido en Ciudad de México, añadiré una nota que destaca el escritor español Roso de Luna en su libro de los Jinas, al comentar la historia que consigna Fray Diego Durán en su Historia de las Indias de la Nueva España sobre el viaje misterioso que hacen los emisarios de Moctezuma I a la tierra de sus antepasados. Roso de Luna añade este comentario, sobre un auto de fé realizado en México (el primero, dice él):
    «Los emisarios, (de Mocetzuma) embijándose como a la ida, volviéronse los mismos fieros animales que antes para poder atravesar el país intermedio, regresaron al cerro de Catepec, y, tornando allí a su figura racional, caminaron hacia la corte, no sin advertir que de entre ellos faltaban veinte por lo menos, porque el demonio, sin duda, los diezmó en pago por su trabajo, por haber andado más de trescientas leguas en ocho días, y aun más brevemente los hubiera podido aportar como aquel otro a quien trajo en tres días desde Guatemala, por el deseo que tenía cierta dama vieja de ver la hermosa cara del mismo, según se relató en el primer auto de fe que en México celebró la Santa Inquisición…»

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