Ramsar, Cancún y el aire que respiramos

MEDIO AMBIENTE

 

Ramsar, Cancún y el aire que respiramos[1]

 

Juan José Morales

Ramsar es una ciudad balneario de Irán, a orillas del mar Caspio. Es famosa por sus fuentes de aguas termales, sus no muy acogedoras playas de guijarros y porque ahí tuvo su último palacio el depuesto shah o monarca de aquel país. Y mucha gente se preguntará por qué hablamos de ella y qué relación puede tener con Cancún, excepto porque ambas son poblaciones costeras y turísticas.

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Una extensa zona de manglar muerto en el corazón del sistema lagunar Nichupté de Cancún. Diversos factores han provocado el deterioro de este importante ecosistema.

Pero aquella ciudad iraní es el sitio donde en 1971 «”cuando comenzaba a edificarse Cancún»” se firmó la Convención Relativa a los Humedales de Importancia Internacional Especialmente como Hábitat de Aves Acuáticas, o Convención de Ramsar para abreviar, a la cual se han adherido hasta la fecha 160 países, y que tiene como principal objetivo «la conservación y el uso racional de los humedales mediante acciones locales, regionales y nacionales y gracias a la cooperación internacional, como contribución al logro de un desarrollo sostenible en todo el mundo». Aquí cabe precisar «”por si alguien no lo sabe»” que los humedales son todos aquellos terrenos cubiertos de agua permanentemente o en ciertas épocas del año, en los cuales se desarrolla vegetación acuática. Comúnmente se les conoce como ciénagas, pantanos, cenagales, marismas, rías, manglares, tintales, esteros, petenes y sabanas inundables.

Y cabe precisar también que se llegó a aquel convenio internacional porque científicos y gobiernos advirtieron la enorme importancia ecológica de los humedales, que hasta entonces habían sido considerados «”todavía hay quienes así los miran»” simples lodazales inútiles, que ni son tierra ni son agua y que para volverlos aprovechables debían ser dragados o rellenados.

Cancún, a su vez, es la ciudad donde en 2010, casi 40 años después de firmada la Convención de Ramsar, se celebró la (tome aire antes de leer de corrido) Décimo Sexta Edición de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, y Sexta Conferencia de las Partes actuando como Reunión de las Partes del Protocolo de Kyoto. O, para decirlo sin perder el aliento, Cop-16.

Un arma formidable

Pues bien, México es signatario tanto de la Convención de Ramsar, como miembro de la Conferencia de las… etc. Está obligado, por lo tanto, a cumplir lo dispuesto en ellas.

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Así van desapareciendo los manglares en Cancún, arrasados para construir lujosos fraccionamientos. A la izquierda, Puerta del Mar. Al fondo, Puerto Cancún. La avenida de la parte inferior es la López Portillo.

Aquí entran en escena los manglares. Porque resulta que estos ecosistemas no solamente son humedales sino que tienen un papel fundamental como elementos naturales que permiten amortiguar el calentamiento global y uno de sus principales efectos: el cambio climático.

En efecto, la Convención de Ramsar obliga a sus firmantes a proteger y conservar los ecosistemas de humedales, y en la Cop-16 se acordó que los países industrializados deberán reducir sus emisiones de los llamados gases de invernadero «”particularmente dióxido de carbono o CO2«”, que son los principales causantes del calentamiento global. Por su parte, los países en desarrollo, como México, deberán evitar la deforestación y la degradación de los bosques.

Pues bien, los manglares no son sólo humedales, sino también bosques. Muy frondosos y de hoja perenne, por lo demás. Y son muy eficientes como sumideros de CO2. Es decir, toman de la atmósfera enormes cantidades de ese gas y lo fijan en el suelo. Lo secuestran, como se ha dado en decir. De acuerdo con un estudio publicado en la revista Nature Geoscience, un manglar puede, según la profundidad del suelo, capturar entre el 49 y el 98% del CO2 que toma de la atmósfera. Esta eficiencia es cuatro veces mayor que la de las más densas selvas tropicales.

Y resulta que en todo el contorno peninsular tenemos una franja costera prácticamente ininterrumpida de extensos manglares, que en algunos sectores «”la Reserva de Sian Ka»™an, por ejemplo»” alcanzan hasta 20 kilómetros de ancho. Para decirlo en otros términos: tenemos un arma formidable contra el calentamiento global y el cambio climático, un elemento vegetal que gratuitamente purifica el aire de nuestro medio ambiente, ese aire que respiramos y cuya protección y conservación no es sólo conveniente sino obligatoria, por los compromisos antes citados.

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Las transformaciones que no se ven, pues se hacen tras altos muros, como esta conversión de un humedal en campo de golf en la zona de Playa Mujeres, afectan seriamente la laguna de Chacmuchuc y el ambiente costero y marino.

La realidad, empero, es que los manglares de la península «”al igual que los de otras regiones de México y del mundo»” están siendo destruidos o gravemente dañados. Un ejemplo es la devastación del hermoso manglar donde ahora se levantan las torres de concreto de ese fracasado proyecto inmobiliario llamado Puerto Cancún. Otro ejemplo «”menos visible pero peor»” es la destrucción de los humedales en la zona de Playa Mujeres, que está afectando gravemente a la laguna Chacmuchuc, la cual es crucial para mantener en buen estado las playas, las aguas marinas y los recursos pesqueros del norte de Quintana Roo. También, bajita la mano, en una devastación hormiga, por todas partes se sigue arrasando manglares bajo la vieja consigna de que más vale pedir perdón que pedir permiso. Y cuando no se les arrasa, se les deteriora contaminándolos cual si fueran cloacas, como ha ocurrido con el sistema lagunar Nichupté de Cancún.

Productivos negocios

Todo ello pese a que la llamada Ley del Mangle protege a este ecosistema «”aunque los hoteleros y no pocos políticos, tanto en Quintana Roo como en otros estados»” siguen pugnando tercamente por que se derogue ese ordenamiento legal, al cual califican de freno al progreso y el desarrollo y engendro de ecologistas trasnochados

La destrucción de manglares tiene un doble efecto: por un lado, al destruirse la vegetación y quedar expuesto el suelo, escapan de éste el CO2 y el metano acumulados, con lo cual se contribuye al calentamiento global. Por otro lado, la pérdida de vegetación significa una reducción en la capacidad de los ecosistemas para absorber gases de invernadero.

Según datos recientes de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), anualmente se pierden en todo el mundo 150 mil hectáreas de manglares. Debido a ello, cada año se incorporan a la atmósfera once millones de toneladas de gases de invernadero procedentes de los suelos deforestados. Además, se dejan de capturar 225 mil toneladas de tales gases al año.

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Formaciones de mangle en excelente estado de conservación en la parte oriental de la isla de Holbox. Si no se controla debidamente el desarrollo turístico de esa zona, pueden correr la misma triste suerte que los de Cancún y otros lugares.

Todavía puede agregarse que destruir los manglares equivale a empeorar la contaminación de las aguas marinas y volver las costas más vulnerables ante huracanes y tormentas. Y es que los manglares funcionan como filtros naturales de bacterias y sustancias tóxicas, con lo cual equivalen a sistemas gratuitos y muy eficientes de purificación de las aguas contaminadas que corren hacia el mar. Por otro lado, amortiguan el embate del oleaje y las mareas de tempestad, y así protegen la franja costera.

Para no hacer más largo el cuento: si se quiere proteger el aire que respiramos y el medio ambiente costero del cual depende la economía de Quintana Roo «”que está basada en el turismo»”, es urgente conservar los humedales, en particular los manglares. Pero como eso no deja dinero, se opta por una conveniente ceguera ante su destrucción «”a cambio de sobornos, dirán los mal pensados»”, y para simular que se cuida el medio ambiente se inventan medidas que afectan al ciudadano común y corriente y producen pingües ganancias a protegidos del gobierno. Por ejemplo, la verificación obligatoria de automóviles, un negocio de 80 millones de pesos anuales, concesionado por el gobierno de Quintana Roo «”sin licitación ninguna»” a una docena de empresas cuyos propietarios se desconocen pero cuyas influencias son fáciles de imaginar.

Esos son los insospechadas conexiones entre Ramsar, Cancún y el aire que respiramos.

Nota.- Todas las fotos son de Joanna Acosta Velázquez y cortesía de la Comisión Nacional para el Conocimiento de la Biodiversidad (Conabio) y la Secretaría de Marina.

Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx


[1] Publicado en la revista Gaceta del Pensamiento, de Quintana Roo. Núm. Enero-febrero de 2012. Reproducción autorizada por Juan José Morales.

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