La teoría de la conspiración y las creencias irracionales

LA TEORÍA DE LA CONSPIRACIÓN Y LAS CREENCIAS IRRACIONALES[1]

Por Luis Ruiz Noguez

En este mundo de fin de milenio, fuera del ambiente minoritario científico, se observa un debilitamiento del pensamiento crítico junto con una tendencia irracional que a veces lleva a una especie de espiritualismo más o menos nebuloso, pero que en general queda como una actitud expectante, ansiosa de «novedades», interesada por los hallazgos científicos, pero que no sabe distinguir entre lo bien fundamentado y lo que no lo está, entre lo real y lo hipotético. Se trata de algo independiente de la cantidad de conocimientos especializados que alguien pueda poseer, así como de su ideología o de la posición social o económica. Se trata, como se dijo, del debilitamiento del pensamiento orientado críticamente, paralelo a la masificación y superficialización de la cultura. A ello se agregan, en muchos casos, dudas o inseguridad acerca de las prácticas y los dogmas religiosos, que al ser recibidos por tradición ancestral o con espíritu dogmático no suelen ser captados con toda la riqueza y vitalidad que tuvieron en la época de su fundación.

No hace mucho discutía lo anterior en un programa para la Televisión Mexiquense y decía que los valores morales, sociales, políticos y religiosos estaban en crisis. Afirmaba que la gente interesada, por ejemplo, en los ovnis estaba dejando de creer en los dioses tradicionales para adoptar unos más acordes con este tiempo. Siguen creyendo en un ser todopoderoso pero en lugar de ser alguien nebuloso e intangible, este «nuevo Dios» viaja en un platillo volador, tiene casco y mata con rayo láser.

Los ufólogos del fin del milenio (como se autodenominan quienes se dedican a colectar casos de ovnis) en su mayor parte son «ateos». Ya no les rezan a los dioses de sus antepasados, ahora suplican a los extraterrestres que les vengan a resolver sus problemas, desde los económicos, hasta los ecológicos, pasando por el SIDA y la contaminación ambiental.

Ese espíritu irracional, como decíamos, no depende del grado académico ni de las tendencias políticas. Conozco físicos (de verdad), biólogos, ingenieros y otros científicos metidos en «investigaciones» astroarqueológicas o como ufólogos y parapsicólogos. Esta no es una locura exclusiva de los mexicanos. Podemos ver la revista rusa Aura Z plagada de artículos de pseudociencia escritos por doctores o por candidatos a doctor que fueron formados en el antiguo sistema soviético. Los casi setenta años de socialismo ateo no fueron capaces de formar mentes críticas y racionales.

De este nuevo resurgimiento de la magia y el ocultismo tienen la culpa el miedo al fin del milenio y la prensa sensacionalista, pero también tienen la culpa los mismos científicos, por su tendencia a permanecer en su «torre de cristal» y no realizar una eficaz labor de difusión, y asimismo por no preocuparse mayormente por el tema que tratamos ni publicar críticas bien fundamentadas acerca de éste. Durante muchos años despreciaron y minimizaron las pseudociencias y ahora se han dado cuenta de su error. Los jóvenes están maravillados por los famosos ufólogos, escritores y periodistas de la televisión que se dedican a promover estos temas. Estos mismos jóvenes, en los debates con los verdaderos científicos, se inclinan a la posición irracional y tachan a los científicos de mentes estrechas o de miopes que no quieren ver el futuro: un futuro con platillos voladores viajando a velocidades infinitamente superiores a la de la luz y con seres que se dedican a doblar cucharas a su paso mientras leen su horóscopo de la semana.

EL SENTIDO CRÍTICO

Ante la avalancha de cientos de libros de pseudociencia con tirajes de varios miles de ejemplares, poco pueden hacer artículos como el que tiene en sus manos. Pero algo hay que hacer. Falta trabajar más y escribir otros de parapsicología, criptozoología, astroarqueología y ufología. Lo importante es dar la pelea y despertar el sentido crítico del lector, proporcionarle argumentos para refutar las pseudociencias.

Sin embargo, estamos conscientes que la evidencia negativa de las pseudociencias carece del valor dramático que poseen las noticias de evidencia positiva. La razón es obvia. En nuestro país, por ejemplo, el nivel de escolaridad no sobrepasa el sexto año de primaria, por lo que es más fácil que el ciudadano medio asimile y crea que estamos siendo visitados por los extraterrestres al ver un video o una fotografía. Resulta muchísimo más difícil que entienda que el límite de la velocidad de la luz no es un simple obstáculo técnico sino una ley de la naturaleza, o que la existencia de los taquiones esta negada por la ecuación de Pauli que predice la existencia de los monopolos magnéticos, que a su vez generarían la simetría entre las ecuaciones del campo eléctrico y el campo magnético. Dicho en otra forma, es altamente improbable que los ovnis viajen distancias tan extraordinarias con el único fin de dejarse fotografiar por un tipo en Tepoztlán y otro en Suiza.

Pasará mucho tiempo antes de que el ciudadano medio esté lo suficientemente informado en materia de Ciencia como para convertir en algo improductivo la promoción de libros pseudocientíficos escritos a nivel popular. Y en tanto que sigan siendo productivos, podemos estar seguros de que se seguirán escribiendo e imprimiendo.

Esta nueva religión de los ovnis está íntimamente relacionada con desordenes de orden mental en el más estricto sentido de la palabra. Esto no quiere decir que todo aquel que haya visto ovnis esté loco, ni que aquellos que estén interesados en el tema estén desequilibrados. La creencia de que existen los platillos voladores se considera benigna en tanto que la creencia de que gente en ellos se ha puesto en contacto con alguien es inquietante, pero la creencia que detrás de todo ello hay una conspiración a nivel mundial en la que están involucrados absolutamente todos los gobiernos (de todas las tendencias políticas), para tratar de ocultar la «verdad» de los ovnis a la humanidad, es verdaderamente patológica.

Una creencia se considera delirio si la persona se aferra a ella sin importarle lo fantástica que sea y a pesar de todas las evidencias en contra. Los investigadores (sicólogos) opinan que la mayoría de la gente tiene pequeños delirios de un tipo o de otro.

Los delirios se encuentran entre los síntomas más evidentes de los trastornos maniaco-depresivos, esquizofrenia y trastornos delusorios, que anteriormente se conocían como paranoia.

De éstos, el delirio es el síntoma principal sólo en el trastorno delusorio, en el cual la gente es perfectamente coherente y actúa bien en otras áreas de sus vidas. Por ejemplo, estarán convencidos de que artistas de cine están enamorados de ellos y les mandan mensajes secretos en sus películas, mediante sus parlamentos o sus miradas.

DELIRIO

La gran mayoría de los aficionados al tema de los ovnis son personas comunes y corrientes sin ningún trastorno mental. Pero hay otros, muy pocos, que se sienten atacados por cualquier comentario en contra de sus creencias. Estos personajes creen que efectivamente existe una gran maniobra de ocultamiento en la que una de las piezas clave son los famosos Hombres de Negro (HdN). Conozco a cierto ufólogo que culpa a los extraterrestres, a los Hombres de Negro y a los escépticos de todos sus males. Si su negocio quebró fue por obra de los extraterrestres; si se divorció, la culpa la tienen los HdN; si murió su perro, detrás de ellos, indudablemente, están los escépticos.

No estoy exagerando al hacer este comentario. La gente aquejada por este tipo de delirios suele evadirse de la realidad y vivir una «realidad aparte». El problema sería saber si ya los tenía antes de interesarse en los ovnis o fueron estos últimos los que los generaron.

Loren J. Chapman, sicóloga de la Universidad de Wisconsin, ha probado la hipótesis de que los que se aferran a las más extrañas creencias están en peligro de una enfermedad mental. La investigadora opina que la gente que desarrolla estos graves delirios tiende a suspender la búsqueda de explicaciones alternativas bastante antes que la mayoría de la gente.

El doctor Brendan Maher, sicólogo de Harvard, ha propuesto la teoría de mayor influencia acerca de los delirios, diciendo que saltan de formas de pensar bastante comunes. En su opinión, los delirios son como otras creencias, en cuanto a que ponen orden y sentido a lo que de otro modo es un rompecabezas en la vida.

Los rompecabezas piden explicación; la búsqueda de una explicación empieza y sigue hasta que se vislumbra una, afirma el doctor Maher. Por ejemplo, un sonido extraño por la noche puede ser producido por un gato, pero una persona con ideas delirantes supone que fue causado por un ratero, aun cuando esa explicación no tuviera sentido. Una luz en el cielo puede tener una explicación natural sencilla, pero los ufólogos con ideas delirantes dirán que se trata de una nave proveniente de las Pleyades (un sistema estelar en formación y que, por lo mismo, difícilmente puede tener planetas habitables).

CUANDO LOS EXTRATERRESTRES ESTAN EN NUESTRO CEREBRO

Tratando de entender en qué forma el delirio llega a su plenitud, el estudio de la doctora Chapman contiene pruebas hechas en miles de estudiantes seleccionados basándose en estudios sicológicos practicados en un curso introductorio de sicología durante varios años. La investigadora encontró 162 que tenían creencias sumamente raras, ideas que aunque no fueran necesariamente delusorias, podrían derivar en delirio al paso de los años. La doctora Chapman desarrolló una escala que valoraba las creencias de la gente de acuerdo con lo aberrantes que fueran. Entre los parámetros más elevados y peligrosos estaban la creencia en los ovnis, en los poderes paranormales o en los monstruos.

Cuando, pasados dos años, se hicieron nuevamente pruebas a los estudiantes, tres de aquellos considerados con el mayor riesgo habían desarrollado una enfermedad mental. Pero no la tuvo ningún estudiante que pertenecía a un grupo comparativo de gente con creencias más normales.

Uno de estos tres estudiantes creía que los extraterrestres le habían dado poderes para inventar y fabricar ovnis. Pasados los años afirmaba ser un físico matemático de renombre, sin siquiera haber terminado la preparatoria. Otra era una mujer que creía que la gente podía oír sus pensamientos.

El tercero con trastorno mental, no tuvo, en la primera prueba, problemas en la escuela ni en adaptarse a la vida. Pero sostenía que en ocasiones oía la voz de un arcángel, dándole avisos morales. Una vez, dijo, la voz venía de un sótano en la casa de sus padres, advirtiéndole que la vida tiene más sentido de lo que parece.

El hombre suponía que la voz pudiera ser de un difunto abuelo, al que nunca conoció. Cuando se le presionó, justificó vagamente esta interpretación diciendo que el abuelo siempre se había involucrado con lo sobrenatural.

Durante los dos años intermedios tuvo un episodio sicótico durante el cual escuchó en la iglesia que una imagen de Cristo le hablaba diciéndole que corriera desnudo en la nieve. Creyó que la policía que lo arrestó por faltas públicas a la moral, eran demonios que lo llevaban a Satanás para que lo torturara.

En base a estos estudios, en 1992 sugerí al sicólogo y también ufólogo escéptico Héctor Escobar que hiciera una encuesta para investigar el carácter de todos los ufólogos, creyentes y escépticos, y poder determinar si existían diferencias significativas entre estas dos tendencias. Dentro del protocolo de investigación se incluía la aplicación del cuestionario MMPI de la Universidad de Minnesota.

Este cuestionario fue contestado por absolutamente todos los ufólogos escépticos, pero ningún ufólogo creyente ha aceptado contestarlo. Cuando se les pide que lo hagan, nos ven con desconfianza y piensan que «estamos tratando de demostrar que están locos», como así nos comentó uno de ellos. El hecho de negarse a contestar esta prueba sicológica y creer que detrás de ella hay un complot indica, sin duda alguna, que tienen problemas de delirios.

Pero, ¿tenemos el derecho de hacer este tipo de investigaciones?, ¿tenemos el derecho de decir que están mintiendo?, ¿nos estamos metiendo en su vida privada? Estos cuestionamientos me los hice después de que otra mujer interesada en los ovnis me dijo: «Si ustedes no creen en los ovnis, está bien, pero no se metan con nosotros. Déjenos creer en lo que queramos».

Si todo fuera tan simple y quedara en ese nivel sin llegar a afectar a las nuevas generaciones, nosotros no tendríamos nada que hacer, pero son los jóvenes y los niños, precisamente los más desprotegidos, quienes pueden sufrir las consecuencias. Si la creencia en los ovnis no llegara a afectar las mentes infantiles y realmente construyera «un mundo feliz», nosotros, los escépticos nada tendríamos que hacer. Pero esto no es así. Desafortunadamente ya no les podemos preguntar a Sergio Bayardi, pues se suicidó por culpa de los ovnis, tampoco nos dirán nada los dos técnicos en electrónica que cumplieron su pacto suicida en el Morro do Vintém, Brasil, para unirse a los extraterrestres; lo mismo sucederá con Desirée Patané, que fue asesinada por sus propios padres, miembros de la misma secta ufológica a la que pertenecen los hermanos Bongiovani y que en un tiempo fuera liderada por Siragusa; de igual manera quedarán mudos José Félix Rodríguez Montero y Juan Turu Vallés, que dejaron que un tren les cercenara la cabeza por orden de los extraterrestres por no hablar también de los 39 seguidores de la secta La Puerta del Cielo; etcétera.

La creencia en lo irracional no es inocua. Hay que pagar un alto precio. Dejar que día con día aumenten las enfermedades mentales producidas por las creencias irracionales, sin tratar de impedirlo, sería hacemos cómplices de los asesinos.

Luis Ruiz Noguez es Ingeniero Químico de la UNAM, su tesis de maestría giró en torno al «Análisis discriminante en poblaciones de fenómenos aéreos anómalos»; es miembro de la Sociedad Mexicana para la Investigación Escéptica (SOMIE), ha investigado el tema de los ovnis por más de 25 años y ha publicado varios libros escépticos al respecto, además de innumerables artículos en revistas internacionales especializadas.


[1] Publicado originalmente en Planeta X, No. 1, julio de 1998, páginas 136-138.

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