INVASIÓN DE CHUPACABRAS EN CHILE
Por Diego Zúñiga
El chupacabras ya había recorrido medio México cuando por primera vez se habló de él en la prensa chilena. Las noticias aparecieron en el diario La Cuarta de fines de agosto de 1996 y tras un par de intentos más (que fueron vanos, como veremos más adelante), el asunto quedó en el olvido. Se lo acusaba de atacar a unas gallinas, pero el verdadero culpable era un animal llamado quique, también conocido como comadreja. Sin embargo, unos años después, la impronta del mítico ser regresó. Esta vez atacaba en el norte, en pleno desierto de Atacama, supuestamente el más seco del planeta, desatando una verdadera invasión de misteriosas bestias en todo el país.
En cada una de sus apariciones hubo una persona dispuesta a creer; un veterinario de dudosa calidad presto a dar crédito a los hechos; una voz autorizada que daba certificado de veracidad a las afirmaciones más estrambóticas; también el ufólogo de turno que trataría de aferrarse a la fama del destructivo animal para aparecer en televisión y granjearse un nombre que le permitiera, posteriormente, dar unas charlas y satisfacer su ego y abultar sus bolsillos.
Algunos investigadores vinculados al análisis de este verdadero fenómeno social han pretendido hallar las primeras manifestaciones del ser «“que entienden como una especie animal original, única y posiblemente alienígena»“ en Puerto Rico, en la década del setenta. Y si bien en ese entonces los ataques fueron atribuidos a un supuesto «vampiro de Moca», los ojos de los ufólogos modernos prefieren creer que se trató de un antecedente, una aparición antigua del actual chupacabras.
En términos concretos, la bestia como tal sólo aparece en 1995. Fue el 11 de marzo de ese año cuando ocho ovejas, una vaca y un toro aparecieron muertos en los municipios de Orocovis y Morovis, también en Puerto Rico. Los ataques fueron explicados por las autoridades como responsabilidad de perros asilvestrados, a juzgar por las marcas halladas en los animales muertos.
Recién en septiembre del mismo año haría su aparición el «chupacabras». Según la leyenda, un conductor de TV, al momento de dar paso a las noticias referidas a la muerte misteriosa de animales, habría dicho algo así como «y ahora veamos las informaciones de este «˜chupa-cabras»™», por la aparente predilección del culpable de las matanzas por los caprinos.
DESDE EL CARIBE HASTA EL DESIERTO: EL MONSTRUO LLEGA A CHILE
Como comentábamos antes, a fines de agosto de 1996 el chupacabras casi llega a Chile. Casi, porque su presunta incursión no prendió entre los lectores. Dos diarios, La Cuarta y La Tercera, dieron cabida a la noticia de que algunas gallinas habían muerto misteriosamente en Lloncavén, en la comuna de Vichuquén, Séptima Región. Sin embargo, los veterinarios aseguraron que el causante de los ataques, por la forma de actuar y los rastros hallados, era el quique o comadreja, un pequeño mamífero de la zona centro-sur de Chile.
El médico veterinario Víctor Riveros explicó a la prensa que el quique «no chupa la sangre, es carnívoro, pero puede pasar que en ciertos períodos se excite cuando caza y mate a muchas más presas que las que va a comer, lamiendo la sangre que brota de las heridas que practica, generalmente, en el cuello o pecho con dos colmillos muy afilados». La cosa quedó aclarada. Pero, ¿por cuánto tiempo?
Claramente abril de 2000 fue el mes de la explosión del chupacabras en el país andino. Tras haber menguado notoriamente los ataques atribuidos al enigmático ser en Centroamérica, Chile recibió con los brazos abiertos la buena nueva. Se trataba, a juicio de algunos investigadores, de un arribo llegado en el momento más indicado, para bajar el perfil a la detención del ex dictador Augusto Pinochet en Londres.
Uno de los primeros en reaccionar fue el desconocido «ufólogo» Boris Campos, quien pocos días después de la primera noticia publicada en Santiago apareció en los medios señalando que el chupacabras era, ni más ni menos, que un extraterrestre de esos que, según él, «todos los científicos del mundo reconocen que existen desde mil novecientos cincuenta y tanto. No estoy diciendo cosas que no sean científicas».
Dejando de lado esta anécdota, la Policía de Investigaciones y Carabineros, las dos policías que operan en Chile, pusieron a sus hombres en alerta durante las madrugadas de abril en Calama, Segunda Región, con el fin de dar caza al supuesto «animal exótico», perros o personas que estuvieran tras las muertes. La hipótesis principal de los agentes era la de los perros asilvestrados que, provenientes del vertedero municipal, estaban saciando su hambre a costa del ganado de la zona.
Esta idea se afianzó luego que 75 miembros de las policías y Bomberos realizaran un minuciosos rastreo en las riberas del río Loa, a pocos kilómetros del centro de Calama, en busca de huellas del culpable de las matanzas que, según cifras preliminares, ya sumaban 147 animales en apenas 20 días. En su puntilloso trabajo, los funcionarios sólo encontraron pisadas de»¦ perro.
Por esto algunos medios, como el diario La Segunda, habían dado por cerrada la cuestión ya el 18 de abril, titulando «Perros salvajes son los que matan ganado en Calama» y comentando algunos decidores ejemplos, como el de un agricultor «que había hecho vigilancia y logró descubrir dos perros de raza mixta, tipo pastor alemán (un macho y una hembra), que alcanzaron a matar a algunos de sus animales, dejando en ellos las mismas heridas que descubrimos en los otros ataques».
Otro diario que puso algunos puntos sobre las íes fue El Mercurio, que envió a la zona a un reportero que entregó algunas de sus conclusiones en el artículo «¿Chupafraude? El «˜aperrado»™ misterio nortino». En esa nota, Rodrigo Barría escribió que «no es cierto que nadie haya escuchado nada: varios parceleros han visto a los perros atacando al ganado. Hasta les han dado muerte a algunos de estos canes».
¿Y sobre la habilidad de la misteriosa bestia para evadir alambrados? «Digámoslo claramente: los resguardos y alambrados de estas parcelas son precarios. Apenas algunos alambres de púas a mal traer sirven más para marcar territorio que como elemento de defensa», escribe con certeza Barría en su nota.
Pese a esto, en cada redada policial en busca del atacante había una inmensa cantidad de curiosos que dificultaban el trabajo de los expertos. Estas personas a veces iban armadas con escopetas de caza con el fin de colaborar en el operativo, aunque sólo conseguían entorpecer la labor de los policías, que intentaban poner algo de cordura declarando que descartaban la presencia de extraterrestres. A los medios poco les importó esto.
Las autoridades se esforzaron por poner una cuota de racionalidad entre tanta desinformación. El gobierno regional de Antofagasta encargó a un equipo multidisciplinario una investigación en terreno de los hechos que determinó que los ataques correspondían efectivamente a perros, a juzgar por las marcas de pisadas encontradas y por la forma de atacar a sus víctimas.
La razón de tan drástica nueva forma de relacionarse con su entorno en los perros se debía a que el vertedero municipal estaba enterrando la basura y no dejándola al aire libre, como se acostumbraba, y los animales se habían quedado sin su habitual fuente de alimentación, por lo que debieron recurrir a la cacería de ganado, la comida que más estaba a la mano.
Ante el declive de las informaciones en Calama, animales muertos «en extrañas circunstancias» comenzaron a ser denunciados en otros lugares del país. En todos estos casos siempre primó una cobertura sensacionalista de hechos usuales en zonas campestres, pero que a la luz de las informaciones generadas sobre el chupacabras, adquirían otro cariz. Y no pasarían muchos días hasta que las primeras personas dijeran haber visto a la bestia.
Ocurrió en la Quinta Región, donde una familia aseguró haber visto algo parecido a un canguro, aunque no pudieron entregar mayores antecedentes, salvo una exhibición de pánico que Carabineros atribuyó a la psicosis generada por las noticias aparecidas en los medios. En otros sectores de la región diversas personas dijeron haberse encontrado cara a cara con un ser mitad humano, mitad centauro. Un guardia de seguridad de Calama, en tanto, acusó un ataque de la bestia en la cara, cuello y tórax, lo que le valió aparecer en estelares televisivos narrando su historia.
Los ufólogos, mientras, se reunían en sesudos congresos a debatir el origen del chupacabras, que podía ser extraterrestre, interdimensional o conspirativo. Y los canales de TV no dejarían pasar la ocasión para programar especiales sobre el tema, al tiempo que los diarios aumentaban el conocimiento al publicar notas sobre sus orígenes, lugares donde se había aparecido, las formas en que había sido descrito, etcétera. Los comerciantes reaccionarían con rapidez y aparecerían las camisetas con la imagen del chupacabras e incluso un vino que tuvo hasta publicidad en diarios: «Chupacabras: el vino misterioso».
Tras el apogeo, las apariciones mediáticas comenzaron a diluirse, aunque jamás a desaparecer. El chupacabras volvía a las páginas de los diarios en la medida que fuera necesario, con esporádicas incursiones en distintas áreas de Chile. Algunas veces, ufólogos sedientos de prensa y atención lo utilizaron para lanzar descabelladas ideas y ganarse así algunos centímetros de diarios y segundos de televisión.
¿CAPTURADO?
Así como había sucedido en otros países, en reiteradas ocasiones se intentó hacer creer que finalmente se había dado caza al esquivo ser. Estas noticias, muchas veces respaldadas por ufólogos sensacionalistas, no pasaban de ser una buena excusa para aparecer en los medios, casi siempre reacios a aplicar el sentido crítico.
El primer caso se dio en mayo de 2000, cuando un sagaz personaje pretendió hacer creer a la población que un «garadiávolo» (una clase de mantarraya que, convenientemente manipulada, adquiere una imagen antropomorfa) era, en realidad, el cuerpo de un chupacabras. Luego aparecería un esqueleto en Nicaragua atribuido al misterioso ente, aunque pertenecía a un perro.
Algo parecido ocurrió en junio de 2002 en Chile. Un campesino de la Novena Región encontró unos restos que creyó anómalos y los puso en manos de la prensa. El biólogo José Yáñez los analizó y concluyó que pertenecían a un «perro grande». Uno de los últimos ejemplos se dio en abril de 2003, cuando otros campesinos atraparon a «un animal similar a un gato, pero de rostro como el de un zorro y de cola gruesa y corta». Una bestia, a juicio de las crónicas, nunca antes vista en la Novena Región.
Al final el presunto chupacabras no era más que una güiña, un felino de la zona sur de Chile. «Extraña sobremanera la ignorancia demostrada respecto de la fauna autóctona. Estoy seguro de que nadie con cuarto año de secundaria puede creer que en el mundo exista tal cosa como un chupacabras», comentó con ironía el médico veterinario Luis Briones a El Diario Austral de la Araucanía del 24 de abril de 2003 sobre este asunto. Al menos alguien manifestó su molestia por el sensacionalismo imperante.
Este texto es un extracto del ensayo
«El chupacabras y el impacto social de una creencia mediatizada».
esta version esta buena ya que hay cosas que no creo y especialmente las leyendas o cosas que yo no veo no las creo yo tengo que ver para creer