El cristal ahumado
La Historia según Boletines
Por Mario Méndez Acosta
LIVERPOOL, Inglaterra, 1825. – Crece día con día la oleada de justificadas protestas en contra de un peligroso proyecto de obras públicas que ha venido impulsando un cierto seudoingeniero llamado Jorge Stephenson.
Se trata del establecimiento de una línea de transporte que utiliza como medio de propulsión unas infernales carriolas sin caballo, invención del citado Stephenson, las cuales reciben el absurdo nombre de locomotoras.
El sistema propuesto consiste en una o varias líneas de carriles de rieles de acero por .los que correrían las máquinas jalando vagones con carga o pasajeros. No obstante, contra este proyecto se han levantado multitud de objeciones por parte de expertos en transporte, ingenieros y científicos.
En primer lugar, las mencionadas locomotoras, que no son otra cosa que calderas montadas sobre ruedas, presentan un peligro constante de explosión, por lo que la vida de conductores y pasajeros pendería siempre de un hilo.
A su paso por bosques, campiñas y aldeas, el demoniaco aparato representaría un peligro constante de incendios e intoxicación; la que de seguro también afectaría a todos los pasajeros.
Por la alta velocidad que desarrollaría sería la causa de la muerte o locura de todo aquel que abordara el aparato, ya que es sabido que el ser humano no resiste velocidades más allá de las 10 millas por hora.
La idea de colocar cientos de millas de rieles de acero que atraviesen los campos resulta también absurda: no tanto por su exagerado costo, sino porque cualquiera que pasara podría robarse los rieles con mucha facilidad.
Ya es hora de que las autoridades dejen de hacerle caso a todo inventor desequilibrado que les propone cualquier idea morrocotuda.
PD. Aunque con demora, los trenes llegan hoy a todas las grandes ciudades del mundo.