Los extraterrestres del siglo XIX

LOS EXTRATERRESTRES DEL SIGLO XIX[1]

Seguramente nuestros lectores recuerdan al ingeniero Roberto López, investigador y escéptico profesional que se interesa por cuestionar con solidez y buena fe lo dicho por los ufólogos. Independientemente de la respetable opinión de nuestros lectores, queremos apuntar que nosotros consideramos que un poco de escepticismo, siempre resulta saludable.

En esta ocasión, Roberto López no se ocupa de los ufólogos ni de los ovnis, sino de un curioso caso de credulidad masiva ocurrido en 1835, que resulta de particular interés por las indudables enseñanzas que puede reportar.

He aquí el relato de uno de los engaños más exitosos en la historia del periodismo… mucho tuvo que ver en la credulidad de personas ingenuas del siglo pasado que prefirieron maravillarse ante lo que les describieron como un hecho extraordinario, antes de formularse e intentar responder con rigor las preguntas que debía suscitar.

En todas partes se cuecen habas. Y podemos añadir que también en otros tiempos «“como hoy-, se cocían habas. Fraudes ha habido, hay y habrá, pero uno de los campos más fértiles para que se desarrollen son los de los ovnis, la parapsicología, y en general, los de las llamadas «paraciencias». Y esta no es una posición elitista de mi parte. Ya el mismo «padre de la ufología», el doctor J. Allen Hynek, director del CUFOS, decía: «Este campo «“el de la ufología- ha atraído también a una notable cantidad de mentirosos y embusteros que abrazan la causa porque les satisface alguna necesidad psicológica íntima».

Dejemos de lado en esta ocasión los casos recientes, y retrocedamos hasta 1833, en que se realizó el engaño periodístico de mayor éxito en la historia.

EL VIAJE DE HERSCHEL

Screen-Shot-2013-04-10-at-1.41.15-PMTodo empezó el otoño de 1833, cuando el famoso astrónomo inglés Sir John Herschel salió de Inglaterra rumbo al Cabo de Buena Esperanza, con el fin de establecer en ese lugar un observatorio, y elaborar un catálogo y múltiples mapas de las estrellas visibles en el Hemisferio Sur. Con algunos colegas y varios instrumentos ópticos, llegó a su destino.

Sir John Herschel había nacido en 1792: era hijo del también astrónomo (de origen alemán) Sir William Herschel, descubridor de Urano en 1781, y de dos de sus satélites «“Titania y Oberón- en 1787. Sir William había descubierto asimismo dos satélites de Saturno «“Encelado y Mimas- en 1789, y era autor de otros trabajos y descubrimientos. Su hijo, Sir John, perfeccionó el método de su padre para calcular las magnitudes estelares, y realizó importantes investigaciones sobre las estrellas dobles y nebulosas.

Durante dos años no se supo nada de Sir John. El primer informe que llegó a los Estados Unidos sobre sus investigaciones apareció en The Sun de Nueva York del viernes 21 de agosto de 1835.

El periódico Edinburgh Courrier (Escocia) informaba a sus lectores: «Acabamos de saber, por conducto de un eminente editor de esta ciudad, que Sir John Herschel ha realizado en Cabo de Buena Esperanza algunos descubrimientos verdaderamente maravillosos con la ayuda de un enorme telescopio, de diseño enteramente nuevo».

EL SOL DE NUEVA YORK

Cuatro días después aparecía el siguiente encabezado en la primera plana del Sun:

GRANDES DESCUBRIMIENTOS ASTRONÓMICOS

Por Sir John Herschel, L.L.D, F.R.S, & C.

En el cabo de la buena esperanza.

(Del Suplemento del Edinburgh Journal of Science)

SIL7-281-01En El Sol de Nueva York se explicaba que un «culto caballero» de Escocia, que visitaba Nueva York, traía un ejemplar del Suplemento de la Revista Científica de Edimburgo. Había leído el artículo sobre Herschel y proporcionó dicho ejemplar al Sun. El artículo había sido escrito por el doctor Andrew Grant, principal colaborador de Herschel en Cabo de Buena Esperanza. Era su bitácora diaria que comenzaba de la siguiente manera:

«En esta adición inusual de nuestro diario, tenemos la dicha de dar a conocer al publico británico, y por lo tanto a todo el mundo civilizado, recientes descubrimientos en la astronomía que constituirán un monumento imperecedero a la época en la que vivimos, y conferirán sobre la actual generación de la raza humana una orgullosa distinción para tiempos venideros».

La primera parte del artículo estaba dedicada a la descripción de un extraordinario y novedoso telescopio que contaba con una lente colosal de cuatro metros, y pesaba 6,725 kilogramos. Con él se obtenía una amplificación de 42,000 veces el tamaño del objeto observado a la distancia. A este telescopio se le había añadido las lentes de un microscopio que amplificaba la imagen miles de veces. Para resolver el problema de la falta de nitidez que se producía mientras más se amplificaba una imagen, Herschel enfocaba la primera parte del telescopio sobre una placa de vidrio pulido y la iluminaba con la luz intensa de un pedazo de cal que había sido calentado previamente con un soplete oxhidrílico. La imagen así abrillantada era amplificada aún más por el microscopio, y proyectada sobre la pared del cuarto de observación (como en la pantalla de un cine).

SIL7-281-02«Para hacer nuestro entusiasmo inteligible, indicaremos inmediatamente que, por medio de un telescopio de grandes dimensiones basado en un principio enteramente nuevo, el joven Herschel, en su observatorio en el hemisferio Sur, ya ha hecho los descubrimientos más extraordinarios en cada planeta de nuestro Sistema Solar; ha descubierto planetas en otros Sistemas Solares; ha obtenido distintas vistas de objetos en la Luna, completamente iguales a como vemos los objetos terrestres a distancias de cientos yardas, a ojo desnudo; ha resuelto afirmativamente la pregunta de si este satélite esta habitado, y ordenando las cosas; ha establecido firmemente una nueva teoría de fenómenos cometarios; y ha solucionado o ha corregido casi cada problema fundamental de la astronomía matemática».

La segunda parte del artículo, aparecida el miércoles 26 de agosto de 1835, consignaba las narraciones maravillosas según las cuales Sir John y su ayudante habían visto por primera vez la Luna con el nuevo telescopio la noche del 10 de enero de 1835, distinguiendo en ella un área cubierta de roca basáltica verde oscuro, flores de color rojo oscuro, y unas como amapolas rosas.

«Al quitar la pantalla del último, el campo visual fue cubierto completamente por una visión maravillosamente distinta, e incluso viva de roca basáltica. Su color era de un marrón verdoso, y la anchura de las columnas, como se definió por los intersticios en la pantalla, era invariable de veintiocho pulgadas».

UNICORNIOS, PÁJAROS Y DEMONIOS

SIL7-281-03El relato continuaba hablando de selvas árboles semejantes a los tejos y abetos ingleses. Más tarde, Sir John y sus colaboradores exploraron el lugar conocido como «Mare Nubium» (Mar de las nubes) de Riccoli:

«… Las playas más lindas que ningún ángel haya pisado en un viaje de placer. Playas de arena blanca, con rocas encastilladas que parecían de mármol verde, adornadas y festonadas en sus cimas con el follaje de árboles desconocidos, que se movían por toda la brillante pared de nuestro departamento, dejándonos mudos de admiración».

Después, tuvieron a la lista una región de grandes cristales de amatista de 27 metros de altura; y descubrieron por fin los primeros «animales», manadas de cuadrúpedos «color café» parecidos al bisonte, unicornios de color azul plomo, más o menos del tamaño de una cabra; pájaros marinos y «una extraña criatura anfibia de forma esférica, que rodaba a gran velocidad por la costa llena de guijas».

Termina el reportaje del 27 de agosto con este párrafo: «Las noches del 11 y 12 estuvieron nubladas, y eran desfavorables para la observación; pero en las del 13 y 14 se descubrieron más animales de interés para el ser humano».

SIL7-281-05En la tercera parte del reportaje se abundaba sobre las especies zoológicas; se incluían «una especie de reno pequeño, un alce, una morsa, un oso con cuernos, un cuadrúpedo elegante de piel listada, de un metro de altura, como una pequeña cebra y, lo más sorprendente, un castor bípedo sin cola, que caminaba erecto sobre las dos patas traseras, y que construía chozas de altas chimeneas que dejaban escapar humo».

En toda la costa Este de los Estados Unidos, principalmente en Nueva York, se había formado un pandemonium. Todo mundo hablaba de los sorprendentes descubrimientos efectuados en la Luna.

El Sun de Nueva York, que no tenía ni dos años de establecido, había aumentado su tiraje a 19,360 ejemplares, en esa época el mayor del mundo; superando al Times de Londres, con 17,000 ejemplares, a pesar de que éste ya tenía 50 años de fundado.

La cuarta parte del reportaje apareció en el Sun el 28 de agosto, y en ella aparecía lo más sorprendente.

EL VESPERTILIO-HOMO

SIL7-281-06El doctor Andrew informaba en el Sun que había visto a los habitantes de la Luna, a los que se les dio el nombre de «vespertilio-homo» u «hombre-murciélago»; el promedio de estatura de estos seres era de 1.20 metros y, con excepción del rostro, estaban enteramente cubiertos de pelo corto, brillante y de color cobrizo; tenían alas formadas por una membrana delgada, carente de pelo, que caían sobre sus espaldas desde los hombros hasta las pantorrillas. Esta característica era la que les daba aspecto de murciélagos.

«Eran ciertamente como seres humanos, porque sus alas ahora habían desaparecido, y su actitud al caminar era erguida y digna. Observándolos por algunos minutos a esta distancia, introdujimos la lente Hz que los trajo aparentemente a una distancia de ochenta yardas; la máxima magnitud que tuvimos hasta finales de marzo, cuando efectuamos una mejora en los quemadores de gas.

«A la mitad de la primera parte había pasado más allá de nuestra pantalla; pero de todos los otros teníamos una visión perfecta distinta y deliberada.

«Tenían un promedio de cuatro pies en altura, estaban cubiertos, menos la cara, con pelo corto color cobre y brillante, y tenía alas integradas por una membrana fina, sin pelo, descansando cómodamente sobre sus espaldas, desde sus hombros hasta sus pantorrillas.

«La cara, que era de un color amarillo carne, era una leve mejora del orangután, siendo más abiertos e inteligentes en su expresión, y teniendo una extensión de la frente mucho mayor.

«La boca, sin embargo, era muy prominente, aunque rodeada por una barba gruesa sobre una quijada más baja, y con labios más humanos que los de cualesquiera especies del género simia.

«En general la simetría del cuerpo y los miembros eran infinitamente superiores al del orangután; tanto, que, por sus alas largas, el teniente Drummond dijo que se veían tan bien como ¡un desfile de la vieja milicia de cockney!

«El pelo de la cabeza era de un color más oscuro que el del cuerpo, rizado, pero al parecer no ensortijado, y arreglado en dos curiosos semicírculos sobre los temporales de la frente».

En la quinta y sexta partes del reportaje se descubrían otras maravillas, como un vidrio de cuarzo sólido de 544 kilómetros de longitud; lomas de «mármol blanco como la nieve»; un «venado alto y blanco, con largas y amplias astas negras como ébano»; enormes templos de zafiro pulido, con techos de metal amarillo, sostenidos por columnas de zafiro de 21 metros de altura, y «primorosos valles verdes de belleza y fertilidad paradisíaca, como un Edén primitivo, para bendición de su habitantes».

En la parte final del artículo hablaban los astrónomos de hombres murciélagos «de belleza infinitamente superior, ligeramente superada por los ángeles de las escuelas pictóricas de mayor imaginación».

«(Esto concluye el Suplemento, a excepción de cuarenta páginas de notas ilustrativas y matemáticas, que elevarían mucho el tamaño y el coste de este trabajo, sin añadir gran cosa a su interés general. «“Editor del Sun)»

Después de causar asombro en los Estados Unidos, la historia fue reproducida en casi todo el mundo.

Varios de los periódicos competidores del Sun señalaron que la historia constituía un engaño, pero muchos consideraron que esto se debía a lo celos suscitados por el éxito obtenido por el Sun. El Herald, también de Nueva York, aclaró que la Revista Científica de Edimburgo había dejado de existir años antes, e identificó al autor de la historia como Richard Adams Locke, reportero estrella del Sun, y brillante profesional graduado en la Universidad de Cambridge. Pero fue inútil, la gente siguió creyendo en lo dicho en el Sun.

Locke nunca admitió públicamente ser el autor de la broma. Se han mencionado otros dos nombres como posibles autores: Jean-Nicolas Nicollet, astrónomo francés que en ese entonces viajaba por América, aunque cuando aparecieron los reportajes del Sun él estaba en Mississippi; y Lewis Gaylord Clark, redactor de la revista Knickerbocker. Pero las sospechas más fuertes caen sobre Locke.

El 16 de septiembre de 1835 el Sun publicó una columna en la cual discutió la posibilidad de que la historia fuera una broma, pero nunca confesó nada. Por el contrario, escribió:

«Ciertos corresponsales nos han estado urgiendo a confesar que todo fue una broma; pero esto no lo podemos hacer de ninguna manera, hasta que tengamos el testimonio de los artículos ingleses o escoceses para corroborar tal declaración».

Esto fue lo más cercano que estuvo el Sun de admitir su culpabilidad.

TODO FUE UN FRAUDE

Casos como el referido no son propios de esa época, y resulta particularmente importante saber porqué ocurren. El necesario análisis de sus implicaciones psicológicas corresponde «“obviamente- a los especialistas en estos temas.

Por mi parte, creo que existen varios factores que suscitaron la credibilidad en el relato del Sun. La gente de todos los lugares y todas las épocas gusta de oír y creer en lo milagroso y raro. Se trata del tipo de dependencia que describe Erich Fromm en El miedo a la libertad. Historias como la referida combinan elementos múltiples y extraordinarios como el telescopio, las flores, los animales comunes, animales raros y hombre-murciélagos mencionados.

La mayoría de la gente considera que si algo ha sido publicado es que necesariamente es cierto, y este prejuicio se refuerza con el uso inescrupuloso de palabras como «ciencia», «teoría», etcétera. En muchas ocasiones se citan datos concretos como nombres, fechas y lugares, los que dan visos de realidad al relato. Muchas veces el autor del artículo tiene suerte y aparece por ahí alguno que aporta nuevos datos que confirman lo dicho por él. Fue el caso del distinguido caballero que se encontraba entre la multitud apiñada en torno al edificio del Sun, y que señaló haber visto subir el gigantesco lento a un barco en los muelles de Londres. (El caballero en cuestión era nada menos que Richard Locke).

Por supuesto que cuando la gente tiene algunos conocimientos científicos, es más difícil que se le engañe. Pero, a lo que parece, nadie de aquella época reparó en el tremendo error que constituía decir que en la Luna había mares y una atmósfera que permitía volar a los extraños seres alados. Tampoco hubo quien reparara en el truco practicado con el telescopio y el microscopio, pues al proyectar una luz brillante sobre una imagen imprecisa, ésta simplemente desaparece. Por otra parte, cuán risible resulta hoy el cuento de los unicornios, los seres angelicales y los huertos del Edén. Finalmente, pueden ocurrir acontecimientos inesperados que respalden el fraude, cuando las personas dan testimonios falsos por un error honrado o sin honestidad, únicamente para obtener publicidad.

CONCLUSIÓN

Hoy día, como en épocas anteriores, la gente está ansiosa por creer en historias extrañas e improbables. Muchos creen firmemente en la reencarnación, en la astrología, en los platillos voladores, en las casas encantadas, en el Yeti, etcétera. Esto ha propiciado un «boom», un resurgimiento de las diversas «paraciencias». Entre los libros más vendidos se encuentran los relativos a los ovnis o a la parapsicología. Muchas nuevas revistas sobre estos temas han ido apareciendo en el mercado. Existen programas de televisión especializados, y se han realizado varias películas alusivas que se han significado especialmente por su éxito en las taquillas.

Continúa aún la polémica suscitada por Platón sobre la existencia de la Atlántida. Pero, ¿y si Platón hubiese escrito su reato al estilo de Locke?

Muchas veces se ha atacado a la «ciencia establecida u oficial» de ser demasiado escéptica, pero yo creo que el escepticismo es saludable. La mejor defensa contra el engaño consiste en ser un poco escépticos y tener algunos conocimientos científicos básicos, porque, como decía William Shakespeare: «Que buena mentira nos rodea».

REFERENCIAS

Poe Edgar Allan, Richard Adams Locke, en The Literati of New York City No. VI, October 1846, Godey’s Lady’s Book, págs.159-162.

Griggs William N., (ed.), The Celebrated «Moon Story,» its origin and incidents; with a memoir of the author, and an appendix containing, I. An Authentic description of the moon; II. A New Theory of the Lunar Surface, in relation to that of the earth. New York, 1852.

O’Brien Frank M., The Story of The Sun, D. Appleton and Company, New York. 1928, Chapters 1-6.

Reaves Gibson, The Great Moon Hoax of 1835, The Griffith Observer, November, 1954. Vol. XVII, No. 11, págs. 126-134.

Seavey Ormond (ed.), The Moon Hoax, Or, A Discovery That The Moon Has A Vast Population of Human Beings, Gregg Press, Boston, 1975.

Evans David S., The Great Moon Hoax, Sky and Telescope, September, 1981, págs. 196-198.

Evans David S., The Great Moon Hoax, Sky and Telescope, October, 1981, págs. 308-311.

Crowe Michael J., The Extraterrestrial Life Debate, 1750-1900, Cambridge University Press, 1986, págs. 202-15.

William Herschel.

Diversas fotografías de John Herschel.

El telescopio de Herschel.

Portada de The Sun con la noticia de los descubrimientos de Herschel.

Castores bípedos: Detalle de un folleto inglés de 1836

Bisonte lunar de The Great Moon Hoax, un libro para niños escrito por Franklyn M. Branley, ilustrado por Richard E. Brown, Lexington, Mass, 1973.

«A View of the Inhabitants of the Moon» ilustración de un folleto inglés de 1836

«Descubrimientos lunares». Litografía que apareció en el Sol de Nueva York, viernes 16 de octubre de 1835.

Litografía de 1835 que representa el Colosseum de rubíes

«Templos lunares» detalle de una litografía de 1835

Vespertilio-homo: Ilustración de una edición italiana (Delle Scoperte Fatte Nella Luna del Dottor Giovanni Herschel, Napoli, 1836) del fraude de la Luna.

Ilustración francesa del caso del fraude de la Luna.

Richard Adams Locke y uno de sus libros: Magnetism and Astronomy.

Lewis Gaylord Clark.

Viaje a la Luna de Georges Melies.


[1] Una versión breve de este artículo apareció originalmente como López Roberto (pseudónimo de Luis Ruiz Noguez), Los extraterrestres del siglo XIX, Contactos Extraterrestres, No.135, México, 3 de marzo de 1982, págs. 26-29.

Un pensamiento en “Los extraterrestres del siglo XIX”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.