Ese truco de la soga
Pocos saben que el ufólogo Americano, recientemente fallecido, John A. Keel, fue escéptico en los inicios de su carrera. Incluso escribió un libro explicando algunos misterios: Jadú los misterios del oriente[1].
Ahora que han aparecido dos videos sobre el truco de la soga india, resulta interesante presentar el capítulo 9 de su libro, titulado «Ese truco de la soga». Keel presenta una forma de hacer el truco, distinta a la que vemos en los videos de abajo. En el primer video se ve un tubo entre el segundo 33 y el 34, tal como apuntan los comentarios. El tubo se puede ver al lado de la soga, justo en las piernas del chico. En el segundo video también parece estar involucrado un tubo que sale de la tierra y se introduce en la soga hueca. El procedimiento parece ser distinto al que nos explica Keel.
Veamos ahora el trabajo de Keel:
«»¦Tenía que ser sencillo. Recuérdese que se representó por primera vez hace cientos de años, cuando los magos tenían pocos recursos meÂcánicos y dependían de materiales fácilmente asequibles, primitivos. También dependían mucho de lo que se conoce con el nombre de «mala dirección», o sea, distraer la atención del público, obligándolo a ver la mano izquierda mientras que la derecha hace el trabajo sucio. Afortunadamente, en esos días los públicos eran mucho menos escépÂticos, menos educados y más fáciles de engañar que los de hoy. Creían que los magos tenían poderes mágicos especiales y no buscaban trucos o secretos en las cosas que ellos hacían.
«Gracias a esta credulidad, nació una leyenda cegadora alrededor del truco de la soga. Se supone que es un secreto perdido, un milagro que hacían los antiguos artistas Jadúes. Se ha pensado, inclusive, que el truco sólo lo hacía un faquir sumamente hábil hace siglos, y que desde entonces no se ha efectuado.
«Tales ideas son falsas. No se ha visto el truco con frecuencia en estos años por varias razones de peso. Primeramente, es peligroso subir la soga y es una faena que sólo pueden efectuar malabaristas expertos. Ya hay pocos malabaristas en la India moderna. En segunÂdo lugar, se corre un riesgo grande de ser descubierto. Si algún lecÂtor de este libro lo ha visto con sus propios ojos, seguramente se dio cuenta, en el acto, cómo se hace. En tercer lugar, siempre se ha mantenido el secreto celosamente guardado y pocos lo conocen.
«El secreto no está en el suelo o en la soga, sino en el aire. Hay alambres que sostienen la soga tensa. En tiempos antiguos, los maÂgos usaban un cordel delgado, resistente, hecho de cabellos negros tejidos. Recuérdese que este truco se presentó cuando se desconocían los alambres «invisibles». Hoy, este es un recurso común de los magos. Siempre se efectuaba el truco al atardecer, cuando ya el malabarista iba a terminar su actuación, porque las sogas de pelo no eran comÂpletamente invisibles.
«Pero, dice usted, el truco se hacía a campo abierto, no se hacía debajo de árboles o de otros soportes visibles para las sogas invisibles. ¿Cómo era esto así?
«La respuesta está en el terreno de la India. Generalmente se efectuaba el truco de la soga en regiones montañosas o en áreas con lomas; nunca se hacía en lugares desérticos. El lugar que se escogía siempre estaba en un valle entre dos lomas o entre dos colinas.
«Se extendía el alambre invisible desde la cima de una loma, a través del valle, a la cima de la otra loma. Cuando existen lomas altas en el fondo distante, aun el alambre común es invisible. (Obsérvense las líneas telefónicas tiradas por los campos. Parecen desÂaparecer cuando hay árboles al fondo, y se ven más contra el cielo abierto.) Además, como tenían la ventaja del atardecer y de la oscuÂridad, había poca posibilidad de que se viera el alambre, ¡porque está en la naturaleza humana el pensar que el sostén de la soga tiene que ser vertical, no horizontal!
«Este alambre de suspensión horizontal es el factor clave para el secreto. Existe una explicación sencilla, también, para aquellos casos en donde se ha dicho que el muchacho ha subido al cielo hasta desÂaparecer de la vista y que la soga ha caído sin nada a la tierra. Ponían antorchas o linternas en el suelo, con lo cual cegaban a los espectadores cuando miraban hacia arriba, al cielo oscuro. Sencillamente, el muchacho subía fuera del alcance de las luces y avanzaba con las manos por el alambre.
«¿Cómo hacían que la soga llegara al alambre de suspensión?
«Una soga más delgada o un hilo pendía sobre ella, y una punta llegaba a un lugar oculto donde el asistente la podía jalar. Había un anzuelo pequeño en el otro extremo y colgaba cerca del mago. No arreglaban la misma soga y sólo le ponían una bola de madera en la punta. Esto tenía dos propósitos. Le daba peso a la punta, cosa de que se pudiera tirar hacia arriba, y los huecos de la bola sujetaban los anzuelos que se usaban en el truco.
«Estas eran casi todas las preparaciones necesarias. El mago emÂpezaría su espectáculo cerca del crepúsculo, colocando a su público a unas diez yardas del sitio donde iba a hacer el truco. Así, obtendrían una vista del fondo general: aquellas colinas que ayudaban a esconder el alambre de suspensión.
«Al inicio del truco, tiraría el extremo pesado hacia arriba y éste volvería a caer, inerte. Se repetía varias veces este fracaso, con lo cual se relajaba a los espectadores, aburriéndolos lo suficiente para que no vieran cuando onectaba, diestramente, el alambre de ascenÂsión a uno de los huecos de la bola. Entonces, el asistente jalaría el hilo y la soga empezaría a subir en el tiro final. Para entonces, estaría más o menos oscuro, el público estaría adormecido por el parloteo del mago y sus fracasos repetidos, y el escenario estaría listo para la gran ilusión.
«Parecería, a los observadores casuales, que la soga está subiendo, de repente, al cielo vacío, sin ningún sostén. Como la oscuridad exaÂgera y confunde las distancias, parecería que la soga estuviera a dosÂcientos o trescientos pies en el aire, y hasta fuera de la visión, cuando en realidad sólo estaba a una altura de cincuenta o sesenta pies. Esta ilusión aturdía aún más los sentidos.
«Cuando la soga llegaba al alambre de suspensión, el mago llaÂmaba a su joven aprendiz y le ordenaba que subiera. El aprendiz siempre era joven y muy pequeño, para que el delgado alambre de ascensión pudiera soportar su peso.
«Haría ver como si tuviera miedo, y el faquir discutiría con él, hasta lo amenazaría. Finalmente, empezaría a subir, insultando a medida que avanzaba.
«Cuando llegaba arriba, sacaba un anzuelo del bolsillo y ajustaba la bola de manera más segura al alambre de suspensión.
«Todo estaba listo para el último alarde de espectacularidad El mago le gritaría y él contestaría con insultos.
«Enfurecido (aparentemente), el alfaquí agarraba un cuchillo grande, de aspecto fiero, se lo ponía entre los dientes y empezaba a subir por la soga vibrante, saltarina. Cuando llegaba donde el muchaÂcho simulaban una lucha, insultaban, y parecían tener un gran comÂbate.
«La ilusión de la altura, la oscuridad, la ceguera nocturna del audiÂtorio y el tamaño pequeño del muchacho, ayudaban a ocultar lo que sucedía en realidad. Además, para entonces, el público estaba tan entregado que no se daba cuenta de lo que ocurría.
«Mientras luchaba con el muchacho, el mago sacaba de distintas partes de su ropa pedazos de un animal recientemente sacrificado (a menudo un mono grande) envuelto en tela parecida a la que usaÂba el muchacho. Los dejaba caer, uno a uno, en tanto que el muÂchacho gritaba en aparente agonía.
«De repente paraban los gritos. Una cabeza envuelta en un turÂbante caería al suelo y rebotaría sangrienta. Los asistentes se adelanÂtarían, recogerían los pedazos cortados y armarían una confusión a la vez que metían los restos en una gran canasta. («¿Dónde está su otro brazo, Babur?») Los espectadores estarían mal dirigidos durante un momento.
«Pero un momento es todo lo que el muchacho necesitaba para meterse dentro de las ropas abolsadas del mago y colocar sus brazos y piernas en un aparato especial que usaba este último.
«Entonces, con el muchacho bien oculto y pegado contra su cuerÂpo, el mago bajaba.
«Cuando estaba de nuevo en el suelo miraba la canasta tristeÂmente… mientras que su pequeño aprendiz se salía de sus mantos y se escondía detrás de él. Entonces, el mago agarraría la soga y la movería hasta caer al suelo, dirigiendo mal a los espectadores en tanto que el muchacho se metía en la canasta.
«O si no, no usaban la canasta para nada. Los ayudantes del mago recogerían los pedazos sangrientos y cuando el mago estaba en tierra, se agrupaban alrededor de él, dando la apariencia de que arreglaban las partes cuidadosamente en el suelo, y dándole, además, la oportuÂnidad al muchacho de apartarse del faquir y extenderse en la opaca luz. Los ayudantes se meterían las partes en sus propios mantos, se apartarían y el mago le daba una patada al muchacho y volvía a la vida»¦»
[1] Hay una traducción al español, Keel A. John, Jadú, los misterios del Oriente, Organización Editorial Novaro, S.A., México, 1972, 192 s.