Sherlok Holmes: detective de consulta

Pionero de la criminología

SHERLOK HOLMES: DETECTIVE DE CONSULTA[1]

Por Mauricio-José Schwarz

Sherlock Holmes, es de los poquísimos personajes literarios de los que se puede hablar sin acudir a su creador. Así, pues, dejemos la realidad a un lado y dediquemos otras páginas a Conan Doyle. Este es el mundo de la ficción, donde Sherlock Holmes vivió.

PRIMEROS AÑOS

William Sherlock Scott Holmes nació el viernes 6 de enero de 1854 en la granja de Mycroft, North Riding, Yorkshire, segundo de los hijos de la familia. Hay pocos datos de sus padres, pero el mismo Holmes nos dice que su abuela fue hermana del pintor francés Emile Jean Horace Vernet. Tuvo la influencia de su excéntrico hermano mayor, Mycroft, a quien le atribuía poderes de observación y deducción muy superiores a los propios. Mycroft prácticamente nunca salió de la casa paterna, en tanto que Sherlock alcanzó enorme popularidad gracias no sólo a sus habilidades, sino a su un tanto descuidado pero apasionado biógrafo. John H. Watson, al parecer oculto tras el seudónimo de un tal Arthur Conan Doyle.

Luego de una niñez tranquila en el campo, estudió en Oxford o Cambridge (algunos afirman que estuvo en ambas universidades) y entonces tuvo la primera oportunidad de aplicar en la práctica su pasatiempo de la observación y la deducción. En 1874, invitado a pasar unos días de vacaciones a casa de su condiscípulo Víctor Trevor, se vio involucrado en un problema que Watson relataría más tarde como «El Gloria Scott». Fue entonces que el padre de Víctor le indicó que su línea en la vida era ser detective.

Para 1877 estaba en Londres, ya como detective, viviendo en Montague Street, a la vuelta del Museo Británico. En sus horas libres estudiaba todas las ciencias que le pudieran ayudar en su profesión, lo cual fue frecuentemente confundido por sus condiscípulos con falta de sistema. Pero sus conocimientos diversos fueron requisitos sin los cuales jamás habría logrado la fama y el reconocimiento universales.

De sus dos primeros casos en la calle Montague no hay registro, pero sí de «El ritual de los Musgrave», el tercero, publicado años después por Watson. Fue, según el propio Holmes, su primer paso al reconocimiento que obtuvo después. Posteriormente, hubo casos como el de los asesinatos de Tarleton, el del mercadeo de vinos Vamberry, la aventura de la vieja mujer rusa, la muleta de aluminio y el de Ricoletti pata de palo y su abominable esposa. Desafortunadamente los detalles de estos casos se perdieron.

LLEGA WATSON

La extraña figura del doctor en medicina, John H. Watson, aparece en 1878, cuando se graduó de la Universidad de Londres. Poco se sabe de su pasado. El hecho es que se especializó en cirugía militar en Netley y fue asignado al 5° Regimiento de Fusileros de Northumberland, estacionado en la India, como cirujano asistente.

Sin embargo, debido al estallido de la guerra afgana su regimiento fue movilizado y Watson hubo de seguirlo desde Bombay hasta Candahar. Cambiando al regimiento de los Berskshires, fue herido en el hombro en la famosa batalla de Maiwand. La herida se complicó con una fiebre entérica durante su convalecencia en Peshawar y por ello fue enviado vuelta a Inglaterra con un permiso nueve meses. Nadie -menos el pro Watson- informa a qué se debió que jamás se reincorporara al ejército.

En enero de 1881 Holmes se encontraba trabajando en el hospital de Saint Bartholornew»™s, asombrando a sus conocidos. Por ejemplo, golpeaba cadáveres para ver si se podían causar moretones después de la muerte, trabajó con venenos y ácidos, buscó una forma de identificar sin lugar a dudas si una mancha es o no de sangre. Le comentó a su compañero de trabajo, el joven Stamford, su necesidad de habitaciones a precio razonable, ya que su profesión de detective aún no era muy rentable. Esa misma tarde, en el bar Criterion, Stamford halló a Watson, quien expresó el mismo deseo. Luego de prevenir al convaleciente médico sobre las excentricidades de Holmes, lo llevó a presentarlos, de modo que pudieran rentar habitaciones compartidas, vale la pena mencionar que en el momento de conocer a su futuro biógrafo, Holmes acababa de descubrir un agente químico que precipitaba sólo la hemoglobina, prueba fehaciente de la presencia de sangre en una muestra.

Los dos jóvenes (Holmes de 27 años y Watson de unos 26 pese a que se le suele imaginar mayor) congeniaron y se instalaron en el 221 B de la calle Baker. Esto, según Watson, quien quizá buscó ocultar el verdadero domicilio del Gran Sabueso, pues en esos años la calle Baker sólo llegaba al número 85.

Hasta el 4 de marzo Watson descubrió el oficio de Holmes y se vio involucrado en el caso que posteriormente llamó Un estudio en escarlata, primer intento de relatar las aventuras y peculiares métodos de quien llegaría a ser su inseparable compañero.

LAS AVENTURAS DEL SEÑOR HOLMES

En cuatro relatos largos novelados y 56 piezas breves. Watson se dedica a internarnos en la vida y la asombrosa mente de este padre de la criminología cuyo nombre hoy llevan aulas y laboratorios -como el de la mismísima Scotland Yard-. Su fascinante sistema incluía unos pocos elementos ordenados: observación de los hechos, apoyo en los conocimientos científicos, sentido común y una cierta dosis de teatralidad. Lo que parecía asombroso a ojos no entrenados era de una simpleza casi aburridora para Holmes, gracias a su sistema. Como él mismo solía decir: «Cuando se han desechado lo imposible, lo que quede, por improbable que parezca, es la verdad». Estaba convencido de que «toda la vida es una gran cadena cuya naturaleza se puede conocer siempre que se nos muestre uno solo de sus eslabones».

En 1891, todo parecía indicar que Holmes había muerto en las cataratas de Reichenbach, luchando contra su archienemigo, el zar del crimen inglés, profesor Moriarty. Pero, después de un retiro espiritual en el Tíbet, Holmes volvió en 1894. Su trabajo de ese año, constante y delicado, le hizo recibir la Legión de Honor de Francia, pese a que tiempo antes había rechazado ser nombrado caballero del reino.

Hacia principios de siglo se retiró a su granja, a cinco millas de Eastbourne, dedicado a la filosofía y a la apicultura, donde elaboró su extraordinario Manual práctico de apicultura, con algunas observaciones sobre la segregación de la reina. Afectado por el reumatismo, permaneció alejado y sólo hizo una última aparición en «Su última caravana», en 1914, resolviendo un caso de espionaje. Ya con 60 años a cuestas y, según Watson, adornado con una barba «de candado», mantenía sin embargo incólumes sus poderes de observación y deducción. Se supone que murió finalmente de muerte natural en 1930, tres años después de que Watson publicara su última colección de aventuras.

EL HOLMESIANISMO

Pero si Holmes murió, cosa que algunos expertos dudan, no así su recuerdo. Desde 1934 (el 5 de junio para ser precisos) existen organizaciones dedicadas «a mantener fresca la memoria del Maestro de los Detectives». Los «Irregulares de Baker Street», de Nueva York, que se formaron esa fecha en el restaurante Chris Cella y la Sociedad Sherlock Holmes de Londres, que empezó reuniéndose esa noche en el restaurante Canuto de Baker Street y actualmente sesiona en Simpson»™s in-the-strand, restaurante que Holmes visitó dos veces durante la aventura de «El cliente ilustre».

Según el libro Guinnes de Records Mundiales, 61 actores han interpretado a Holmes en 175 películas desde 1900. Hay más de 20 obras teatrales sobre él (incluyendo una comedia musical) y una enorme bibliografía. De setenta aventuras que Watson afirma haber pasado con Holmes, sólo registró sesenta, y con graves errores cronológicos y de diversas índoles, por ello existen tres intentos de cronología de las aventuras, un glosario, un manual, dos enciclopedias, dos iconografías y hasta una heráldica holmesianas, sin contar la biografía de Holmes por Williarn Baring-Gould y una biografía de Watson.

Las sesenta aventuras originales (pese a que un hijo de Conan Doyle intentó seguir la serie y hay innumerables pastiches, parodias e imitaciones) son conocidas por los holmesianos como «El canon», y se le sigue estudiando con toda seriedad, en busca de más secretos de la vida y obra del eterno Sherlock Holmes.


[1] Publicado originalmente en Revista de Revistas No. 3967, México, 7 de febrero de 1986. Págs. 32-33.

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