Las bulas de la santa cruzada

ESCRUTINIO

Las bulas de la santa cruzada[1]

Juan José Morales

Uno de los negocios de la Iglesia es la venta de bendiciones papales. Vienen impresas en diferentes modelos y pueden incluso adquirirse por Internet y pagarse con tarjeta de crédito. Pero aunque parezca cosa nueva, en realidad su origen es muy lejano: viene de la época en que se vendían las llamadas indulgencias, unos documentos mediante los cuales el papa perdonaba sus pecados a quien los comprara, librándolo así de ser castigado por ellos en la otra vida.

Pues bien, al leer el libro La colonización de los mayas peninsulares de Sergio Quezada Aguayo, editado dentro de la colección Biblioteca Básica de Yucatán, me enteré de que durante la época colonial hubo en estas tierras del Mayab un lucrativo negocio de ese tipo, establecido por los frailes franciscanos: la venta de las llamadas bulas de la Santa Cruzada.

El negocio fue iniciado en España para reunir fondos destinados a financiar la guerra contra los moros, como se llamaba a los árabes que ocuparon gran parte de la península ibérica. Las bulas en cuestión equivalían a las antiguas indulgencias, pero sólo tenían validez por cuatro años. Si en ese lapso fallecía el comprador, tenía garantizado pase directo al cielo. Si no, la absolución de sus pecados quedaba sin efecto y tendría que comprar una nueva bula.

clip_image001Dos siglos habían transcurrido desde que los moros fueron expulsados de España, pero a fines del siglo XVIII la Iglesia seguía vendiendo bulas de la Santa Cruzada para financiar la guerra contra ellos, como demuestra este instructivo impreso en Lima en 1780.

A los indios mayas sometidos se le obligaba a adquirirlas, y las ganancias eran tan jugosas que «”relata en su obra Quezada»” allá por 1675 un cierto Pedro de Garrástegui compró el cargo de tesorero de la Santa Cruzada en Yucatán por 14 mil pesos, lo cual en aquellos tiempos era una verdadera fortuna, y se lanzó a venderlas a todo lo largo y ancho de la península.

Para ello «”continúa Quezada»” Garrástegui tenía una extensa red de vendedores «conocidos como jueces de cruzada o receptores de bulas». Y ciertamente sabían venderlas. «Cuando llegaban a los pueblos «”relata el libro»” organizaban una procesión con trompetas y chirimías anunciando que comenzaba la venta de indulgencias. En teoría, los indígenas las compraban libremente, pero en la realidad eran obligados a adquirirlas a crédito. Además»¦ los jueces de cruzada, en ocasiones, aumentaban la deuda hasta en un 25%.»

El pago se hacía con mantas y cera, que eran los productos más importantes de la región y tenían gran demanda en el resto de México por su buena calidad. Sobra decir que don Pedro de Garrástegui recuperó con creces sus 14 mil pesos y acumuló además suculentas ganancias. No se tienen cifras precisas al respecto, pero la contabilidad de las bulas de la Santa Cruzada en los 30 años siguientes muestran una enorme cantidad de mantas y otros tejidos, así como de miel y cera entregados a cambio de ellas.

Pero las cosas comenzaron a marchar mal debido a las epidemias, malas cosechas y otros desastres que redujeron el número de personas que pudieran comprar las bulas o su capacidad para entregar la cantidad suficiente de productos que se exigía por ellas. Además, para resarcirse de las pérdidas que todo aquello ocasionaba, los curas y los encomenderos multiplicaron sus exigencias de limosnas y tributos. Como resultado, miles de indígenas comenzaron a huir hacia el sur y sureste de la península, donde las autoridades coloniales no ejercían control efectivo, e incluso estallaron revueltas y rebeliones.

Ya para los años 70 del siglo XVIII, escribe Quezada, «el negocio de las bulas había decaído y el tesorero de la Santa Cruzada tuvo que devolver varios miles de bulas a la ciudad de México».

Así se cerró este turbio capítulo de la historia de la Capitanía General de Yucatán.

Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx


[1] Publicado en los diarios Por Esto! de Yucatán y Quintana Roo. Martes 19 de noviembre de 2013

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