Así creamos monstruos

INTRODUCCIÓN

«A un antiguo filósofo chino le preguntaron una vez: “¿Cuál es el más astuto de los animales?”. Él respondió: “El que nadie ha visto aún”»[1].

Arthur C. Clark

IMG_3536Los monstruos nos han acompañado a lo largo de la historia como una parte consustancial a nuestra cultura, o más bien a cada cultura, porque su presencia es una constante universal. Los monstruos nos producen repulsión y atracción al mismo tiempo, y por eso estimulan de tal manera la imaginación. Estas pulsiones de fascinación y rechazo explican el éxito del cine de vampiros y zombis de nuestra época, y hace un siglo y medio justificaban el éxito de las exhibiciones de «monstruos humanos». La naturaleza de los monstruos desafía el entendimiento, y por eso se les han dedicado tantos libros. Pero vamos a empezar por deslindar entre las diferentes concepciones del monstruo, porque monstruos hay muchos y con múltiples significados. Acabo de mencionar dos de sus aspectos: el terrorífico, que se encuentra en la literatura y el cine fantástico y de terror, y el teratológico, es decir, esos seres humanos a los que se ha calificado de «monstruosos» por sus malformaciones y patologías. Pero hay otros. Naturalmente, están siempre presentes los monstruos de las mitologías clásicas y los propios de las leyendas y tradiciones populares más cercanas. Además, en un sentido figurado se habla de «monstruos» en sentido moral, como símbolos de la maldad, cuyo origen es psicótico o social.

Los estudios sobre los monstruos nos hablan de unos y de otros, pero hay una categoría que casi siempre queda fuera de los análisis eruditos, que ha sido descuidada porque se la asocia a lo paranormal, al fraude, a la charlatanería o a la mercadotecnia. Y sin embargo son los monstruos más populares: son esos que testigos de distintas partes del mundo dicen haber visto en los mares, los lagos, las montañas o los bosques, o sea, precisamente los únicos monstruos que en teoría serían reales porque hay gente que dice que los ha visto. Me refiero a la gran serpiente marina, al monstruo del lago Ness, al bigfoot[2], al chupacabras y a tantos otros. En este libro me centraré en esta categoría de monstruos «reales» o «factuales», es decir, que han sido observados, a los que se ha presentado como animales desconocidos pero que no son reconocidos por la ciencia. Es decir, son criaturas hipotéticas. Este es el objeto de estudio de esa nueva disciplina llamada criptozoología, la pretendida ciencia de los animales «ocultos», a los cuales sus especialistas llaman críptidos.

Entre los monstruos mitológicos o literarios y estas criaturas anómalas de los tiempos modernos hay una línea nítida de separación: nadie cree en la existencia de los cíclopes; sin embargo, muchas personas afirman la realidad del yeti o del bigfoot (para nosotros pie grande). Hay testigos que los han observado, filmado y fotografiado, se han encontrado huellas que se atribuyen a su presencia y trazas que, para los criptozoólogos, constituyen pruebas científicas de su materialidad como animales de carne y hueso. Los escépticos han descartado tales pruebas como fraudes o confusiones con animales conocidos, y desde la ciencia se ha relegado a esas y otras criaturas «ocultas» al ámbito de la leyenda o del engaño. Pero la refutación no alcanza a explicar la naturaleza del fenómeno psicológico, social y cultural que estos monstruos representan.

¿Cómo definir o delimitar a ese animal-monstruo que aquí vamos a tratar? El monstruo ha sido definido desde la Antigüedad por su desviación de la norma. El monstruo es deforme, desproporcionado, o bien sus costumbres son aberrantes. No hay definiciones positivas de la monstruosidad. Pero si hablamos de los monstruos de la moderna criptozoología, su característica definitoria es ser evasivo. Si fuera capturado en un zoo y catalogado, dejaría de ser monstruo. Para cualificar además como tal tiene que ser grande, enorme, comparado con sus congéneres los animales conocidos. Pero también tiene que suponer una amenaza, sea real o imaginada. Con estas características, los monstruos forman parte de la psique colectiva de la humanidad. Pero el monstruo ha evolucionado con la cultura. Criaturas legendarias de territorios lejanos o fronterizos fueron aceptadas por la ciencia europea a partir del siglo xvi como animales con estatus zoológico, merecedores de ser incluidos en las clasificaciones taxonómicas. La ballena, por ejemplo, que llenó relatos como bestia terrible de los mares por su tamaño, hoy es un animal inofensivo. Otros quedaron en el reino de la leyenda, como el kraken o la gran serpiente marina. Y de alguno se quiere seguir sosteniendo su posible realidad material, como el orang-pendek de Sumatra.

El debate científico sobre la existencia de los monstruos ha estado vivo durante los últimos 200 años. El gran naturalista y padre de la paleontología George Cuvier creyó en 1812 que se había alcanzado el fin de los descubrimientos zoológicos, y hoy sabemos lo errado que estuvo, pues aún estaban por encontrarse animales que hoy nos son familiares. El okapi fue desconocido para los zoólogos hasta 1901, y el dragón de Komodo no se conoció hasta 1926. El naturalista Oskar von Beringe descubrió que el monstruo simiesco de los montes Virunga, en el centro de África, del que se contaba la leyenda de que secuestraba a mujeres nativas y en acto lascivo les daba muerte, existía realmente; era el gorila de montaña. En 1976 un barco oceanográfico que exploraba a 500 metros de profundidad en aguas de Hawái recogió un gran tiburón desconocido de cinco metros de largo, al que se dio el nombre inglés de megamouth (tiburón boquiancho) y el nombre científico de Megachasma pelagios, que significa «boca grande de aguas profundas». También se dice que aún quedan selvas impenetrables y profundidades marinas que no hemos explorado, y que se siguen descubriendo cada año nuevas especies.

Además de animales desconocidos, algunos que se creían extintos resultaron seguir vivos. El celacanto, un pez acorazado supuestamente extinguido, se demostró en 1938 que seguía existiendo. El fósil de pecarí del Chaco (Catagonus wagneri), similar al cerdo y al jabalí, había sido encontrado en 1930 en un yacimiento del nordeste argentino y se lo consideró una especie extinguida hasta que a principios de los años setenta el zoólogo Ralph Wetzel lo encontró vivo en el Chaco paraguayo, y lo dio a conocer a la comunidad científica en 1975. Hoy el pecarí del Chaco es considerado un monumento natural de la provincia argentina de ese nombre. Algunos científicos tienen la esperanza de que grandes antropoides misteriosos como el yeti o el bigfoot existan realmente y representen la supervivencia de alguno de los ancestros humanos. La famosa primatóloga Jane Goodall ha escrito: «Como soy una romántica incorregible, creo que esos homínidos podrían haber sobrevivido en regiones remotas»[3]. Da la impresión de que todos los que se han interesado por los monstruos han partido del mismo sentimiento romántico del redescubrimiento de especies que pueden haber permanecido vivas y desconocidas para la ciencia en algún lugar inaccesible del mundo.

Otro objeto de estudio de los criptozoólogos son ciertas criaturas mitológicas que podrían tener una materialidad biológica, y así proponen desmitificar esas historias para hacer aflorar al animal que hay detrás de los relatos fabulosos. Como fundamento de sus esperanzas, los creyentes esgrimen que se han descubierto animales que se creían puramente legendarios, como el calamar gigante, que en realidad son varias especies del género Architeuthis. Además, la ciencia difícilmente puede negar de forma categórica la existencia de algo, y se arguye que «la ausencia de evidencia no es evidencia de su ausencia». ¿Podría ser que la leyenda de la gran serpiente marina se convirtiera en realidad, que en las selvas asiáticas habitara un homínido superviviente de un estado evolutivo anterior de los primates? Esas son las esperanzas de los criptozoólogos.

También se habla de criaturas «etnoconocidas», es decir, que son conocidas por los pueblos indígenas pero no por la ciencia occidental. El problema de estas interpretaciones es que la literalidad de los textos mitológicos y de las leyendas indígenas nos sustrae de la comprensión de su contenido simbólico y del carácter sobrenatural que muchas veces representan. Para interpretar los relatos de encuentros con lo extraordinario es necesario analizar la tradición en la que se insertan y conocer el significado que esas criaturas y esos encuentros con lo maravilloso tenían en la cultura del momento.

Así pues, la criptozoología oscila entre distintas perspectivas: el análisis científico de las pruebas, la interpretación literal de los textos míticos y la búsqueda activa de monstruos sobre el terreno como actividad casi deportiva (monster hunting en la terminología en inglés). Y en medio de esta disparidad de criterios, se critica a esta pretendida ciencia de la distorsión de prestar atención solo a bestias misteriosas de gran tamaño, como el monstruo del lago Ness y el yeti, y no a especies de insectos o de peces, donde a buen seguro se pueden encontrar numerosos ejemplares sin catalogar por la zoología.

Mientras que los monstruos de los mares representaban el asombro y un temor ante lo desconocido de las profundidades heredado de las mitologías, los monstruos homínidos como el yeti o el bigfoot tienen raíces profundas en los mitos y leyendas de las poblaciones locales de Asia y América sobre hombres salvajes de los bosques, gigantes caníbales o espíritus malignos. No es que esas leyendas signifiquen, como pretenden los criptozoólogos, que el bigfoot ya caminara en las montañas de Norteamérica hace siglos, sino que las leyendas sobre gigantes peludos han traspasado las culturas indígenas y han inspirado relatos sobre hombres-mono u homínidos supervivientes, interpretando las narraciones fuera de su contexto original. Tendremos oportunidad de profundizar sobre ello. De la misma manera veremos cómo la creencia en seres vampíricos de Latinoamérica ha podido influir en el origen del monstruo milenial llamado chupacabras. Y así podremos analizar en otros monstruos modernos unos orígenes basados en tradiciones y temores de distintos pueblos hacia lo que han percibido como una amenaza.

A pesar de las dudas sobre la existencia de los monstruos, el interés por ellos no disminuye en nuestros días. Según una encuesta norteamericana de 2005, el 19 % de la población cree en la realidad del bigfoot y el 21 % ha leído algún libro sobre él, lo que indica un amplio interés popular[4]. Monstruos clásicos como la gran serpiente marina tuvieron su «momento de gloria» en tiempos de la expansión colonial y de las grandes expediciones geográficas, que excitaron la imaginación de la gente, pero su leyenda se resiste a morir a pesar del avance del conocimiento del mundo. El yeti fue una sensación de los años cincuenta, pero hoy día —cuando las expediciones de ascenso al Everest se masifican y el turismo invade Nepal— su estrella no acaba de desvanecerse por falta de pruebas. Los monstruos siguen vivos en la imaginación y en el interés de la gente a pesar de la ausencia de evidencias científicas sobre ellos. Aunque los escépticos hayan destapado fraudes y explicado los casos como falsas interpretaciones de objetos naturales, la presencia constante del bigfoot, de Nessie (nombre familiar del monstruo del lago Ness) o del chupacabras en los medios de comunicación de masas, el hecho de que se presuman enraizados en las tradiciones, y la popularidad que han adquirido a escala global los han convertido en iconos de nuestro tiempo, y por ello son un genuino campo de estudio histórico y antropológico.

En este libro vamos a poder comprobar la distinta naturaleza de las criaturas criptozoológicas. Pero me interesa menos llegar a una conclusión sobre su posibilidad que analizar los modos por los que se han generado las creencias sobre la existencia de seres tan improbables para la ciencia como los que aquí vamos a visitar.

El monstruo es leyenda

Estos monstruos modernos se han constituido en leyendas de la modernidad. Decir leyendas implica que estudiamos narraciones sobre encuentros anómalos que el narrador cree que son verdad, que circulan repetidamente como creíbles pero son historias no verificadas, transmitidas por la tradición porque representan símbolos de algo de interés universal. Un elemento característico de la leyenda es que el relato no puede ser probado. Los testigos afirman haber observado monstruos, los han descrito y sus testimonios han llenado libros y programas de televisión. Así, como un cuerpo consistente de narraciones, es como se constituyen en leyendas modernas. Así pues, quiero enfatizar la importancia del análisis histórico de las narraciones, sin que el análisis metódico nos impida disfrutar de una buena historia. El descubrimiento del rastro de algunas de estas criaturas llena páginas apasionantes. En el proceso de su conocimiento nos encontraremos con anécdotas que pueden resultar divertidas o patéticas, según cómo se mire, porque el devenir de los críptidos está surcado de ingenuidades, malentendidos y fraudes. Cómo no recordar aquí el descrédito en que cayó la Sociedad Linneana de Nueva Inglaterra por su identificación de una cría de la gran serpiente marina, o cómo una venganza contra un periódico llevó a que se elaborara la foto más conocida de la historia de los monstruos usando un juguete infantil, o cómo el robo de una supuesta mano del yeti y el descubrimiento de un supuesto bigfoot congelado hicieron que la comunidad científica abandonara la investigación de los homínidos misteriosos. Algunos de los grandes protagonistas de la historia de estos monstruos han sido charlatanes, pícaros o directamente tramposos, pero por lo general encontramos personas honestas e inteligentes con ganas de descubrir y dispuestas a creer por encima de los reveses que les ha proporcionado la investigación científica de las pruebas.

Los personajes en la «construcción» de los monstruos

En sucesivos cuadros voy a entresacar aquellas personalidades que han desempeñado un papel fundamental en el proceso de construcción de la leyenda de cada monstruo, ya fuera como testigos, investigadores, escritores, falsificadores o científicos. En alguna ocasión citaré como personaje al «monstruo» mismo como una personalidad identificable, y se entenderá en su caso por qué lo escribo entre comillas.

En estas historias de monstruos vamos a encontrar relatos de testigos, afirmaciones de creyentes e investigadores y su respuesta en el campo de la ciencia, y esa dialéctica forma parte también de la naturaleza de la leyenda. Hablar de monstruos legendarios no significa que se niegue su existencia. Las ciencias sociales no juzgan la autenticidad de los testimonios ni de las teorías sobre ellos, sino que ponen las bases teóricas para entender los relatos en su contexto y en sus significados. Es a través de estos argumentos que se puede definir la realidad o irrealidad de las afirmaciones sobre criaturas anómalas.

Tomo en esta obra una perspectiva cultural amplia sobre los monstruos, la del estudio de su nacimiento, transmisión y transformación en la cultura popular. Algunos casos diré que no se basan en testimonios verificables, sino en narraciones propias del folklore. Pero que no se entienda mal, no me refiero solo al significado tradicional del folklore como acervo de tradiciones orales sobre música, creencias y costumbres de tiempos pasados. La palabra folklore significa tradición popular, no tradición muerta ni encerrada en un baúl de cosas en las que ya no se cree. El estudio del folklore ya no tiene la tradición oral como su única característica distintiva, sino que incorpora la reproducción escrita, las redes sociales y los modernos medios de comunicación, es decir, cualquier información que se comparte entre determinados grupos sociales, incluida la cultura de masas de la actualidad. Como dice Jeffrey Jerome Cohen, «los Monstruos deben ser examinados dentro de la matriz intrincada de relaciones (social, cultural y literario-histórica) que los genera»[5].

Los monstruos que conocemos son el resultado de unos procesos de transmisión de rumores y conocimientos, de ahí la importancia de observar cómo emergen y cómo son interpretados en cada momento. Todo suele empezar por un suceso significativo de observación de un monstruo o de evidencias de su presencia, se convierten en noticias difundidas por los medios de comunicación y se expanden cuando llenan determinadas expectativas de la audiencia. Por ejemplo, cuando las visiones van asociadas a pánicos colectivos, materializan una emergencia o un problema social no resuelto. Según el folklorista Bill Ellis, cuando la situación que se transmite es ambigua «produce estrés hasta que los testigos encuentran un “nombre” o una afirmación sobre ello en un lenguaje cultural aceptable»[6]. Entonces, cuando se clasifica y se nombra la experiencia es cuando puede ser traducida a una narración y compartida. Lo veremos de manera muy clara con el origen del chupacabras a partir de un vampiro innominado.

Vamos a analizar las dinámicas de las narraciones como historias vivas, en continuo desarrollo, por eso desconfío del típico manual o enciclopedia de criptozoología, que es un agregado de datos descontextualizados que fosilizan a una criatura en un modelo acabado, como congelado en un presente perpetuo e inmutable. No nos suelen decir nada de cómo ha surgido una criatura ni en qué contexto. Me parece más útil desentrañar el origen de cada monstruo yendo más allá de la historia canónica que se cuenta en cada libro de criptozoología. Trazando el nacimiento de esos relatos veremos cómo se documentó el hecho extraordinario y cómo a través de testimonios, informes y rumores se ha construido la realidad sociológica del monstruo. Para entenderlo será necesario hacer una somera arqueología de las ideas sobre lo salvaje, donde se halla el fermento de muchas de estas criaturas.

La idea de que en nuestra época —cuando hemos llegado a todos los rincones del mundo y podemos rastrear cada hectárea de su superficie con Google Earth— pueda haber monstruos desconocidos en lugares apartados o en los márgenes de nuestra propia sociedad constituye un mito que se resiste a morir. En este libro me referiré a la existencia actual de los monstruos como un mito, pero no en el sentido popular del término, que es el de falsa creencia, sino en su sentido antropológico, como narración que nos habla de aspectos trascendentales, como el lugar que ocupa la especie humana en la naturaleza y en su relación con los animales. Los motivos principales de los mitos son expresiones simbólicas que resumen el sentir de un pueblo, y en este sentido los monstruos nos dicen muchas cosas sobre la cultura que cree en ellos. Espero que este viaje por territorios fronterizos e inexplorados, allí donde habitan los monstruos, pueda atrapar al lector como a mí su exploración.

El alcance de esta obra

Se han publicado libros comerciales sobre los monstruos de la criptozoología defendiendo su naturaleza como animales misteriosos, y en las dos últimas décadas han aparecido estudios científicos y escépticos contra la realidad de los críptidos, casi todo en el mercado anglosajón. Pero, más allá de acumular casos promoviendo el misterio o de explicarlos desde una mirada escéptica, es muy poco lo que se ha escrito para intentar comprender el origen y naturaleza de los monstruos modernos como objetos culturales, y ningún trabajo de este tipo se ha hecho en España. Quizá por un prejuicio contra el tema de los monstruos como irrelevante, se ha descuidado entre nosotros el estudio de su contenido cultural, lo que deja un campo muy amplio para la obra que aquí pretendo desarrollar.

Los monstruos que traigo aquí son aquellos que nos han acompañado a lo largo de nuestra vida como una ilusión y un misterio constante y elusivo (aparte de algún nuevo críptido de nuestros días). En una primera parte trataré de los monstruos acuáticos, empezando por aquellos que tienen su acta de nacimiento en los mitos, tanto los clásicos griegos como los nórdicos, que son los que más han calado en los monstruos de hoy. El kraken, el pulpo gigante, las sirenas y la gran serpiente marina salieron de la mitología para empezar a ser descritos en los mares como enigmas zoológicos. Son el producto de la naturalización de mitos que se materializaron en la modernidad con la indagación histórica y el nacimiento de las ciencias naturales. La evolución de la serpiente marina, unida al descubrimiento de los grandes saurios de la prehistoria, como el plesiosaurio, produjo unas nuevas criaturas híbridas: los monstruos lacustres, que surgirían como auténticos fenómenos sociales en las primeras décadas del siglo xx.

En una segunda sección doy paso a los monstruos homínidos, que vienen de una tradición diferente, la de los gigantes, las razas monstruosas, el hombre salvaje y el hombre-mono, mitos que han surcado la historia humana hasta hoy. El yeti fue el primer monstruo homínido que invadió los medios de comunicación del mundo en los años cincuenta del pasado siglo, en un cruce entre antiguas leyendas asiáticas sobre hombres salvajes y la mirada foránea del colonialismo cultural occidental, generando los diferentes «hombres de las nieves», según los modos de pensamiento científico de la zoología. En Norteamérica ese cruce de paradigmas dio como resultado al sasquatch como una adaptación del espíritu de los bosques de las tradiciones indígenas a la cultura moderna, cuya última transformación en Estados Unidos ha sido hacia el hombre-mono llamado bigfoot (pie grande).

En la tercera parte reúno una serie de criaturas y hechos diversos que han constituido fenómenos sociológicos de nuestra época, empezando por animales míticos que se proyectan físicamente sobre el presente y bestias relacionadas con psicosis colectivas, como los casos del Diablo de Jersey, la bestia de Gévaudan, el mothman y otros. He separado esa categoría de una segunda que los criptozoólogos denominan «animales fuera de sitio», aquellos animales exóticos que irrumpen en nuestro medio cotidiano según patrones de las leyendas contemporáneas. Son visiones de panteras, serpientes o aves gigantes en nuestro tiempo y lugar. La última de las criaturas que voy a tratar es el monstruo por antonomasia de la era de la globalización: el chupacabras, un vampiro que parece traspasar «océanos de tiempo», como Drácula, para navegar en la era de internet y las redes sociales en íntima conexión con la ufología y las teorías conspirativas.

Finalmente haré un breve análisis de la criptozoología, su estatuto como disciplina con pretensiones científicas y su dialéctica con la ciencia, y terminaré con una reflexión sobre la creación cultural de los monstruos modernos y su contenido simbólico en nuestro tiempo. En estas páginas vamos a emprender un viaje a lo largo del tiempo buscando un continuum entre los mitos y tradiciones populares, por una parte, y las observaciones, los reportajes de los medios de comunicación y las investigaciones de la criptozoología por otra.

Por la importancia que tiene la iconografía de los monstruos en la construcción de las leyendas, me ha parecido importante ilustrar con unos dibujos a las principales criaturas tal como han sido descritas o imaginadas. Me he basado para ello en ilustraciones históricas, fotografías o filmaciones, intentando ser siempre fiel a la forma y al espíritu del original.

De entre las obras citadas en notas a lo largo del libro, destaco al final una bibliografía seleccionada, compuesta de las obras clásicas sobre los monstruos y una serie de libros que recomiendo por su especial interés o por su tratamiento de temas específicos. Cuando haga referencia a obras ya citadas en el texto o en la bibliografía selecta, indicaré solo el apellido del autor y el año de edición (por ejemplo: Heuvelmans, 1965).

Agradecimientos

Agradezco la colaboración de todos aquellos que me han facilitado su apoyo para la elaboración y la publicación de este libro. Doy las gracias, por orden alfabético, a: Alejandro Agostinelli por la información sobre Argentina y su constante acicate; a Jesús Callejo por sus consejos y su orientación hacia algunas leyendas aquí tratadas; a Luis Alfonso Gámez por sus sugerencias editoriales; a Moisés Garrido, que me ha proporcionado tantos materiales sobre muchísimos temas; a Mercedes Pullman por facilitarme fuentes informativas en ruso; a Javier Resines por darme a conocer casuística sobre críptidos en España; a Luis Ruiz Noguez por la información sobre el chupacabras en México y otros fenómenos; a Diego Zúñiga por la documentación de prensa sobre el chupacabras en Chile; a mis paisanos Antonio Gutiérrez Rivas y Alberto Martínez Beivide por los recortes de prensa española antigua y el asesoramiento sobre las leyendas de Cantabria; y finalmente, y de manera muy especial, a Javier Sierra por su apoyo plasmado en el prólogo a esta obra.

A todos ellos, gracias por su generosa colaboración.


[1] Arthur C. Clark’s Misterious World. Collins, Londres, 1985, p. 151.

[2] Los autores anglosajones suelen escribir los nombres de estas criaturas con mayúsculas (Bigfoot, Sasquatch, Yeti), como si fueran nombres propios, a pesar de que denominan a otros seres de los mitos y las leyendas en minúsculas, como las sirenas o los cíclopes. En este libro yo prefiero escribir todos los nombres en minúscula, por consistencia gramatical, igual que los de otras criaturas legendarias.

[3] Jane Goodall. Prólogo a Frenz, 2018, p. 5.

[4] Bader, Mencken y Baker, 2010.

[5] Jeffrey Jerome Cohen. «Monster Culture (Seven Theses)». En Jeffrey Jerome Cohen (ed.). Monster Theory: Reading Culture. University of Minnesota Press, Minneapolis, 1996, p. 5.

[6] Ellis, 2003, p. xiv.

El libro está disponible en México en:

https://www.planetadelibros.com.mx/libro-asi-creamos-monstruos/376366

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