Expediente ovni: el nacimiento del mito
¿Qué ha sido de los platillos voladores? ¿Y de los encuentros en la tercera fase? Casi setenta años después de que el incidente de Roswell popularizara el fenómeno ovni, aún no ha aparecido ni una prueba fidedigna de que existan.
21.12.2024
Publicado por Félix Áres Divulgador científico
Es habitual considerar que el nacimiento del mito ovni tuvo lugar el 24 de junio de 1947, cuando Kenneth Arnold, un piloto privado de Boise, en Idaho, sobrevolaba la cordillera de las Cascadas, en el estado de Washington, y se encontró con nueve objetos parecidos a una lente o, dicho de otro modo, como dos platos planos pegados por su borde, uno mirando hacia arriba y otro, hacia abajo.
Expediente ovni: el nacimiento del mito. Félix Ares.
En su declaración, Arnold dijo que eran muy brillantes y que saltaban como hace una piedra plana al chocar en una trayectoria casi paralela al agua, que rebota, sube, avanza, vuelve a caer rebotando, etc. Cuando llegó a su aeropuerto de destino, comentó que parecían “platos voladores” y de allí surgió su primer nombre. Aunque a muchos les pareció ridículo y trataron de hacerlo más serio llamándolos ovnis.
Cosa de los Nazis
La información, divulgada por Associated Press y otras agencias, tuvo una gran repercusión. Para entender por qué tuvo tanto alcance una noticia más bien insulsa, debemos situarnos en su lugar y época. En Estados Unidos, dos años después de haber finalizado la Segunda Guerra Mundial, flotaba en el aire el miedo a que antiguos nazis construyeran más máquinas voladoras para espiar o atacar al país que los había llevado a la derrota.
Su difusión dio origen a nuevos avistamientos. Hoy sabemos perfectamente que es habitual que, cuando se difunde que alguien ha visto un ovni, se produzca una oleada de tales sucesos. Este hecho quedó claro en el estudio que hicimos durante los años 1967 a 1972 en la Universidad Complutense de Madrid, Carmen Tamayo, David G. López, Miguel Amírola, Vicente Olmos y el autor del presente artículo, que titulamos “Bases para una modelación teórica del fenómeno ovni”.
Sin embargo, en 1947, esto se ignoraba, y tantos platillos volantes llamaron la atención del Gobierno de Estados Unidos. Decidieron estudiarlo, al temer que se tratase de una amenaza para la seguridad nacional. El programa de investigación que pusieron en marcha se llamó proyecto Sign, y, en la justificación al mismo, se hablaba no solo de naves experimentales de potencias extranjeras, sino de posibles alienígenas. Así, de forma oficial se aceptaba que los presuntos platillos voladores podían estar relacionados con visitas de otros mundos.
Pensadores que influyeron en la idea
Si esta idea no hubiera caído en una sociedad dispuesta a creerla, se habría extinguido al instante. Pero este no fue el caso. En aquel momento, la cultura occidental era un caldo de cultivo excelente para el mito, por diversos motivos.
Podríamos remontarnos a pensadores que han influido en nuestras ideas como los griegos Anaxágoras o Metrodoro de Quíos, el sirio Luciano de Samosata o, ya en la Edad Moderna, Giordano Bruno, quemado en la hoguera por pensar que había muchos mundos habitados, pero nos llevaría demasiado lejos. Nos centraremos en antecedentes mucho más cercanos. Así, en 1877, el astrónomo Giovanni Schiaparelli aprovechó que Marte estaba muy cerca para dirigir su telescopio hacía allí: lo que vio fueron canales artificiales.
¡Nos invanden!
El italiano concluyó que tan grandes canales solo los podían haber construido los marcianos. De repente, Marte estaba habitado. Poco después, en 1898, el famoso escritor H. G. Wells escribe la novela “La guerra de los mundos”, en la cual los marcianos nos invaden. La obra tuvo un gran éxito, y la ciencia ficción se llenó de extraterrestres. Podríamos pensar que esa literatura marginal apenas tenía repercusión social. Sin embargo, Orson Welles vino a demostrarnos lo contrario.
En 1938, junto con la compañía teatral Mercury, escenificó la obra de Wells en la radio –no había televisión–. Para hacerlo más real, la emitieron como si fuera un noticiario. Y cundió el pánico. Los habitantes de Nueva Jersey huyeron en masa y hubo infinidad de accidentes. Si la gente se lo creyó, es que no era algo absurdo, algo fuera de lo posible. Les afectó porque estaba dentro de su cosmovisión. Por lo tanto, vemos que, en 1938, nueve años antes del caso Arnold, el pueblo ya estaba dispuesto a creer en invasiones de otros mundos.
La primera víctima
Muy poco después, el 10 de junio de 1947, ocurrió un incidente en Roswell (Nuevo México), que en su época pasó desapercibido y tuvo muy poca o ninguna influencia. No obstante, gracias al libro publicado por Charles Berlitz, el fundador de una cadena mundial de centros de enseñanza de idiomas, se ha convertido en uno de los pilares de la mitología contemporánea.
En la población de Roswell, encontraron restos no demasiado extraños, pues eran trozos de madera con unos dibujos que recordaban al alfabeto chino y una sustancia similar a un plástico blando. Nada que hubiera llamado la atención si el mundo no se hubiera encontrado bajo la influencia del suceso de Arnold.
Tras el cuerpo extraño
Unos meses más tarde, acaeció otro de los hitos en la historia del mito. Se trata de la muerte del capitán de aviación Thomas Mantell, el 7 de enero de 1948. Cuatro aviones de combate F-51D Mustang regresaban a la base Godman, en Fort Knox (Kentucky). El controlador aéreo informó de que había un objeto no identificado entre las nubes y envió la orden de ir a investigar. Un avión tenía poco combustible y aterrizó. Los tres que quedaban continuaron con la misión.
El cuerpo extraño estaba más alto de lo que parecía. Para continuar, se necesitaba máscara de oxígeno. Dos de ellos casi no tenían, y desistieron. Solo quedaba Mantell. “Está directamente delante y por encima de mí, moviéndose aproximadamente a la mitad de mi velocidad… Parece que es un objeto metálico o la posible reflexión del sol sobre un objeto metálico, y es de un tamaño tremendo… Sigo subiendo… Estoy tratando de conseguir una mejor vista”, informó en su radio.
Eran las 15:15 horas. Luego, silencio. Poco después, encontraron restos del avión de Mantell esparcidos por una gran superficie. El piloto estaba decapitado y su reloj marcaba las 15:18 horas. Con esta historia, la leyenda adquiría una nueva dimensión: ahora, además de extraterrestres, podían ser enemigos peligrosos.
Expediente ovni: cartel de aviso de zona restringida del Área 51. Wikimedia Commons.
Un contacto telepático
El siguiente ingrediente importante nos los proporciona George Adamski, un personaje complejo, seguidor del ocultismo y creador de una religión personal, un híbrido entre el cristianismo y el orientalismo, que bautizó como la Orden Real del Tíbet. El 1949, comenzó a dar conferencias sobre los platillos volantes, en las que explicaba que se trataba de visitantes de otros mundos. También recurría a los dibujos de Schiaparelli para afirmar que los canales de Marte eran artificiales y habían sido creados por seres inteligentes.
Adamski vio y fotografió varios ovnis, pero tenemos que esperar al 20 de noviembre de 1952 para su mayor aportación. Entonces, aseguró que él y unos amigos habían visto en el desierto de Colorado una gran nave, de la que habían salido unas personas altas, de pelo largo y rubio. Uno de ellos se había presentado con el nombre de Orthon y le había informado telepáticamente de que eran habitantes de Venus. El motivo de venir a la Tierra habían sido las explosiones atómicas de la guerra mundial, que los habían alarmado mucho. Su misión era establecer la amistad mundial y evitar que nos destruyéramos con las bombas.
Seguidores por el mundo
En posteriores contactos, Adamski subió a una nave, con la que fue a conocer la parte oculta de la Luna, habitada por venusianos, marcianos y saturnianos. Escribió varios libros sobre estas historias, que tuvieron una gran acogida. Enseguida le salieron imitadores en otros países. En España, uno de sus discípulos fue Fernando Sesma, que en los años 50, 60 y 70 se reunía con un grupo de seguidores en el Café Lyon de la calle Alcalá de Madrid.
Con su aportación, Adamski introdujo dos claves básicas del mito. En primer lugar, está el elemento mesiánico, es decir, hay contacto con los extraterrestres, que son bondadosos y nos quieren salvar de nuestra propia maldad. Por otra parte, existe la posibilidad de que, de vez en cuando nos lleven de viaje en sus vehículos espaciales.
El tercer elemento llegaría poco después. Aunque, a Adamski, lo subieron a bordo voluntariamente, hay casos en que los alienígenas han capturado humanos y les han hecho toda clase de pruebas médicas sin su consentimiento. Esta nueva visión llegó de la mano del matrimonio Hill, que aseguró haber sido secuestrado y sometido a análisis los días 19 y 20 de 1961. Se inaugura, de este modo, el tema de las abducciones.
La carrera espacial se acelera
El 4 de octubre de 1957, el mundo, sobre todo, Estados Unidos, sufre una conmoción: sus archienemigos de la URSS han puesto un satélite artificial en órbita, el Sputnik. A partir de ese momento, la pugna entre norteamericanos y soviéticos por ganar la carrera espacial se hace evidente. En diciembre, EE. UU. ponía en órbita el Vanguard.
El 12 de abril de 1961, el ruso Yuri Gagarin se convierte en el primer humano en salir al espacio. Un mes más tarde, el 5 de mayo, el gringo Alan Shepard Jr. sigue sus pasos… y así podríamos seguir, pero vamos a centrarnos en el discurso del presidente John Fitzgerald Kennedy poco después del vuelo de Shepard, en concreto, el 25 de mayo.
Kennedy prometió que, antes de finalizar la década y antes que los soviéticos, los estadounidenses pondrían un pie en la Luna. Ya sabemos cómo acabó la historia: el 20 de julio de 1969 a las 10:53 horas de Florida, Neil Armstrong se erige en el primer humano que pisa nuestro satélite.
Seiscientos españoles ven ovnis
Con el Sputnik, muchos habitantes de la Tierra pensamos que, si nosotros podíamos mandar una nave al espacio, otras civilizaciones más avanzadas podrían llegar hasta nosotros. De esta manera, poco a poco, platillos e investigación espacial empezaban a ir de la mano. Cada éxito en el espacio se traducía en múltiples avistamientos, aunque la mayor parte de las veces eran confusiones con aviones u objetos celestes, de los que Venus se lleva la palma.
Según nos vamos aproximando a la fecha de la llegada a la Luna, los avisos de supuestos platillos voladores aumentan. Por poner un dato, entre 1968 y 1969, tan solo en España, se registraron nada menos que seiscientos avistamientos. En la década de los 60, los medios están plagados de noticias sobre extraterrestres. En radio y televisión, las tertulias y debates son permanentes. Los ovnis están en la calle, y la gente los vive. También se celebran varios congresos nacionales. Lo malo es que, en un su afán de paridad, se mete la pata, pues en todos los debates tiene que haber un mesiánico como Sesma y un investigador serio.
Al astrofísico y experto en informática de origen francés Jacques Vallée tanto platillo volante como ovni le parecen términos ridículos y empieza a usar el de fenómeno ovni, mucho más aséptico. Vallée participó en el primer mapa informático de Marte y colaboró en el desarrollo de ARPANET, una internet primitiva creada por petición del Departamento de Defensa estadounidense como medio de comunicación entre las diferentes instituciones académicas y estatales. En sus libros intenta hacer ciencia, realmente no lo consigue, y llega a la conclusión de que los objetos voladores no identificados provienen de otros puntos de la galaxia.
Expediente ovni: los medios ya no se interesan por los ovnis, que se han convertido en una suerte de leyenda urbana. Gemini.
¡Demuéstrame que existen!
En España, también surgen varios grupos que quieren investigar en esta dirección. Ni que decir tiene que hay dos tendencias contrapuestas: los mesiánicos al estilo de Adamski y los que quieren hacer un estudio serio, como son el CEI y el CIOVE –hasta hace muy poco Fundación Anomalía–.
Entre los que quieren indagar en los aspectos científicos, destacan Vicente J. Ballester Olmos, que ha hecho y sigue haciendo un importante esfuerzo de catalogación y caracterización; Ignacio Cabria, que hace un estudio antropológico; Miguel Guasp, Luis R. González, Pere Redón, Jesús Martínez… Pero hacer ciencia es algo complejo. Tiene sus reglas y una de las más importantes es que no se puede investigar algo no demostrable, es decir, un negativo como el de los no identificados.
En algún debate, me han dicho frases como esta: “Yo no puedo demostrar que existen los extraterrestres, pero tú no puedes demostrar que no existen”. Totalmente cierto, pero ¿sobre quién recae la carga de la prueba? ¿Quién debe demostrar lo que dice? Sin duda, el que hace la afirmación extraordinaria. Este punto lo explicaba muy bien Bertrand Russell con su tetera espacial. El filósofo decía que, entre la Tierra y Marte, había una tetera en órbita, tan pequeña que no podía ser detectada por los telescopios. ¿Debe ser él quien demuestre que existe la tetera o deben ser los demás los que demuestren que no existe? La respuesta parece obvia.
Un bulo zigzagueante
El otro grave problema con que nos encontramos es más sutil. El concepto ovni-extraterrestre es omnipotente, pues lo puede explicar todo, una cosa y su contraria. Por ejemplo, en algunos casos de avistamientos, se ha dicho que los platillos iban a velocidades más altas que la de los aviones convencionales y que eran capaces de cambiar de rumbo de forma instantánea. Es decir, avanzar hacia delante y, de inmediato, ir en sentido contrario.
Debido a la inercia, no hay ninguna máquina física que pueda hacer eso. Debe haber un cierto tiempo para disminuir la velocidad y más para acelerar en otro sentido. Si de verdad un aparato hiciera algo así y hubiera seres vivos dentro de él, morirían aplastados por la inercia.
Sin embargo, ¿qué contestan los creyentes a esa imposibilidad? “Eso es verdad con nuestra ciencia, pero los alienígenas tienen una tecnología superior capaz de controlar esos efectos”. Eso lo explica todo. De repente, sin darse cuenta, han convertido a su explicación del fenómeno en algo irrefutable. Por desgracia, las hipótesis que se explican en sí mismas –como es Dios– no son científicas, sino una cuestión de fe. Esto hace que nos veamos obligados a considerar el tema que nos ocupa como una creencia mítica sin fundamento.
Nada en la Luna
En 1968, Stanley Kubrick estrenó 2001, un odisea en el espacio. Fue una película rompedora: las imágenes del espacio eran realistas, el sonido envolvente era fantástico. En la historia, encuentran un monolito rectangular de origen alienígena en la Luna. De igual manera, los seguidores de la conquista del espacio esperábamos que, cuando el hombre pisase nuestro satélite blanco, descubriría algo: alguna construcción, restos de visitas de otros mundos… Pero Neil Armstrong no vio nada raro. Luego, llegaron los Apolo 12, 14, 15, 16 y 17. Y el resultado fue el mismo. Nada.
A partir de entonces, aquella simbiosis que se había establecido entre ovnis y carrera espacial empieza a desinflarse. La prensa deja de hacerse eco de los casos de avistamientos. Y se abre la década de los 70 con los ánimos decaídos para la investigación extraterrestre. Pero un grupo de seguidores, que jamás podríamos llamar investigadores, sobrevivió. En el fondo, estaban más cerca de la teosofía y del ocultismo que de la ciencia y la tecnología.
Durante la década de 1960, había surgido una literatura marginal que hablaba de la influencia de seres de otros planetas en nuestra historia. Nos habrían dado la sabiduría para cultivar los cereales o para erigir las pirámides de Egipto o los moáis de la isla de Pascua. El adalid de este movimiento fue el francés Robert Charroux, que desde 1963 a 1977 publicó ocho ensayos donde definía y consolidaba la teoría de los antiguos astronautas. En los años 70, figuras anodinas con ideas estúpidas y sin pizca de sentido, que repetían lo que ya dijo Charroux, como es el escritor suizo Erich von Däniken, vendieron decenas de millones de ejemplares.
En el baúl de los recuerdos
A partir de la década de 1980, el mito queda constituido. Los objetos voladores no identificados ya no son noticia. Quienes creen en ellos son considerados bichos raros. No obstante, los platillos y sus integrantes han logrado colarse en el imaginario popular. Sabemos que los marcianitos son pequeños y de ojos rasgados, que hay un área 51 donde se guardan restos de extraterrestres, que su tecnología es superior a la nuestra… Casi nadie se lo cree del todo, pero también es cierto que casi nadie lo rechaza del todo. Se ha quedado como una especie de leyenda urbana que nunca muere. Eso sí, los medios han dejado de tratar el tema. Tan solo queda algún programa marginal que poca gente se toma en serio.
De los viejos grupos que intentaban investigar científicamente el fenómeno en España, tan solo sobrevive el CEI de Barcelona, que aún realiza una labor callada de archivo y clasificación de datos. Su aportación es importantísima, pues ha documentado cómo, en menos de setenta años, hemos asistido al nacimiento de un mito cuasi religioso, a su consolidación y a su conversión en leyenda urbana. Además, por primera vez en la historia de la humanidad, se trata de una quimera universal, que afecta a países del todo el mundo, y de la que tenemos todos los datos históricos. Nos presenta, por lo tanto, una oportunidad única para estudiar y entender cómo se desarrollan los mitos.