IMPACTO AMBIENTAL
Los dos quetzales[1]
Juan José Morales
El quetzal es una de esas aves emblemáticas muy famosas y particularmente notables por diversas razones pero que poca gente ha visto más que en fotografías o videos. En primer lugar, por lo remoto de su hábitat: los llamados bosques de niebla, en lo alto de las montañas en las zonas tropicales. En segundo lugar, porque casi no deja oír su canto, excepto en la época de apareamiento, cuando se torna especialmente vocinglera. Y por último, debido a que vuela tan silenciosamente que su presencia pasa casi inadvertida en el follaje.
Al quetzal «”que es el ave nacional de Guatemala y da nombre a su moneda»” se le ha considerado un símbolo de la libertad por la creencia de que no puede vivir en cautiverio, aunque ello es posible si se le maneja adecuadamente. El rasgo distintivo de los machos es su larga «cola», formada por cuatro plumas cobertoras de hermoso color esmeralda iridiscente que en algunos ejemplares pueden alcanzar hasta un metro de largo, pero por lo general miden sólo entre 45 y 60 centímetros.
Además de ser muy escasa, sus poblaciones están declinando aceleradamente por efecto de la deforestación, la caza ilegal y la fragmentación de su hábitat, que dificulta el encuentro de ejemplares reproductores. Y para complicar las cosas, parece que no tenemos una sola especie de quetzal sino dos.
A esa conclusión llegó la bióloga Sofía Solórzano, investigadora de la UNAM, después de estudiar detalladamente quetzales de diversas zonas de su área de distribución, que va desde Oaxaca y Chiapas en México, hasta Panamá, pasando por todos los países centroamericanos, aunque en todos ellos hay sólo unos pocos ejemplares.
Tradicionalmente, explica la investigadora, se había considerado que había una sola especie, a la cual se denominó Pharomachrus mocinno y dos subespecies de ella. Pero tanto el examen de sus características morfológicas como los estudios genéticos permitieron determinar que no se trata de subespecies, sino de especies claramente diferenciadas. Por ello, propone llamar Pharomachrus mocinno a la que se distribuye desde México hasta Nicaragua, pasando por Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua, y Pharomachrus costaricensis a la que habita Costa Rica y Panamá. Igualmente, con base en sus investigaciones, llegó a la conclusión de que estas dos especies se diferenciaron hace tres millones de años.
Lo que esto implica, añade la bióloga Solórzano, es que las poblaciones de cada una de esas especies deben considerarse por separado, tanto por su número como por las condiciones de su hábitat, a fin de planear mejor la protección y conservación de estas aves. De no tomarse en cuenta las diferencias, puede acelerarse la declinación de las poblaciones y ocurrir extinciones locales, como de hecho ya ha estado ocurriendo.
Por desgracia, el panorama pinta muy sombrío para esta ave. A juicio de los expertos, resulta especialmente urgente multiplicar los esfuerzos para evitar la caza clandestina y mantener bosques de niebla lo bastante amplios e interconectados para proporcionarle un hábitat adecuado y buenas posibilidades de intercambio genético. De no hacerse tal cosa, podría verse condenada a la extinción.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
[1] Publicado en los diarios Por Esto! de Yucatán y Quintana Roo. Viernes 1 de abril de 2016