ESCRUTINIO
Una reforma que huele a gas[1]
Juan José Morales
Una de las razones ocultas tras los propósitos de Peña Nieto de abrir las puertas a las grandes empresas petroleras transnacionales, es que nuestro país posee uno de los mayores yacimientos a nivel mundial del llamado gas shale, o gas de esquisto, como se le denomina en español. Se trata de gas natural atrapado en formaciones rocosas sedimentarias impermeables. Por ello, a diferencia del gas contenido en los yacimientos ordinarios, no puede fluir y por lo tanto para extraerlo no basta perforar un pozo y dejar que brote por sí mismo. Para explotarlo se requiere de una técnica conocida en inglés como fracking o fractura hidráulica, la cual consiste en taladrar un agujero por el cual se introducen explosivos que fracturan las rocas, y ciertas sustancias químicas que facilitan el flujo de gas. Y no basta un solo pozo, sino que se requieren muchos más que en los yacimientos comunes.
Pues bien. En México existe un gran yacimiento de gas de esquisto «”también denominado gas de pizarra o de lutita por el nombre de las rocas en que se encuentra»”, ubicado en el noreste de la República y que se extiende desde la zona costera de Tabasco, Veracruz y Tamaulipas hasta Nuevo León, Coahuila y Chihuahua. Según datos de la Secretaría de Energía, se estima que ese yacimiento contiene unos 300 millones de millones de pies cúbicos de gas aprovechable, equivalentes a 60 mil millones de barriles de petróleo.
El dibujo muestra en forma esquemática cómo se extrae el gas de esquisto, mediante explosiones subterráneas para fracturar las formaciones geológicas. Con ello se propicia la contaminación, no sólo del suelo y el agua, sino también de la atmósfera ya que se facilita el escape de metano y otros gases.
Obviamente, se trata de algo muy apetecible para las transnacionales, por dos razones: en primer lugar, porque en los últimos tiempos esas empresas se han orientado precisamente a la explotación de gas de esquisto. En Estados Unidos, pasó de representar el 2% de la producción de gas seco en 2000, a más de 35% en la actualidad. En segundo lugar, porque les conviene tener campos productores muy cerca de Estados Unidos; en su patio trasero, como dicen despectivamente refiriéndose a México. Y la apertura de la extracción de gas de esquisto a las empresas extranjeras es precisamente uno de los puntos centrales de la llamada reforma energética de Peña Nieto.
Pero hay un detalle muy importante: el fracking, el método usado para extraerlo, es extremadamente nocivo para el medio ambiente. Mucho, muchísimo más que la producción de petróleo y gas asociado con él. Por principio de cuentas, para obtener la misma cantidad de gas que en un yacimiento ordinario se extrae con una docena de pozos, hay que perforar cientos o miles, con los consiguientes daños a la vegetación y el medio ambiente. Por otro lado, hay una fuerte contaminación del agua y el aire, tanto con residuos de hidrocarburos como con los propios compuestos químicos empleados para inducir el flujo del gas. También, un efecto colateral es el escape a la atmósfera de metano, uno de los llamados gases de invernadero causantes del calentamiento global. Asimismo, hay indicios de que las explosiones subterráneas con que se libera el gas, y el consiguiente reacomodo de las formaciones geológicas en las profundidades, pueden desatar terremotos locales. Se dice que a ello se debió uno ocurrido en Blackpool, Inglaterra, y otro que se registró en el estado norteamericano de Arkansas, ambos en zonas donde existen pozos de extracción de gas de esquisto. Por todo lo anterior, en muchos lugares del mundo hay fuerte resistencia de la población a que se explote este tipo de yacimientos.
Así pues, puede decirse que la llamada reforma energética de Peña Nieto huele «”o más bien hiede»” a gas.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
[1] Publicado en los diarios Por Esto! de Yucatán y Quintana Roo. Miércoles 11 de septiembre de 2013