QUE NO LE DIGAN, QUE NO LE CUENTEN
La homeopatía, al cajón de productos milagro[1]
Juan José Morales
La homeopatía ha recibido un duro golpe en Estados Unidos. De ahora en adelante, por disposición legal, los productos homeopáticos deberán llevar la advertencia de que no existen pruebas científicas de su eficacia y que se basan en ideas ya superadas, de la etapa precientífica de la medicina.
En efecto, la Comisión Federal de Comercio de aquel país «”que tiene a su cargo «prevenir las prácticas comerciales fraudulentas, engañosas y desleales en el mercado»»”, ha dictaminado que tales productos deberán tener una etiqueta con la leyenda «No hay evidencias científicas de que el producto funcione y que las indicaciones alegadas se basan únicamente en teorías de la homeopatía del siglo XVIII que no son aceptadas por la mayoría de los expertos médicos actuales».
En efecto, como varias veces hemos comentado en esta columna, la homeopatía fue inventada hace más de 200 años por un tal Samuel Hahnemann, quien partió de dos ideas a cual más disparatada: que una sustancia que provoca síntomas semejantes a los de una enfermedad, también puede curarla, y que la potencia curativa de esa sustancia aumenta mientras más diluida esté.
Una de las muchas caricaturas sobre la pretensión de los homeópatas de que se puede curar cualquier enfermedad con cantidades infinitesimalmente pequeñas de una sustancia que provoca los mismos síntomas que ese padecimiento, y que mientras menor sea la concentración de la sustancia, más potentes serán sus efectos.
El éxito que la homeopatía tuvo en su momento se debió a que en esa época las prácticas médicas eran muy rudimentarias y se usaban procedimientos y sustancias «”como el mercurio»” que a menudo causaban más daño que bien. Los supuestos medicamentos de Hahnemann, que en esencia no eran más que píldoras de azúcar con una cantidad infinitesimalmente pequeña de alguna sustancia «”o simplemente sin el menor rastro de ella»”, eran inofensivas y aunque tampoco curaban nada, no tenían efectos adversos. Así, si el enfermo se curaba tras la evolución normal de la enfermedad, la resistencia del organismo o lo que se conoce como remisión espontánea de un padecimiento, o simplemente si se sentía mejor por un efecto sicológico, lo atribuía a las píldoras.
De 1796 «” cuando fue inventada»” a la fecha, la homeopatía no ha evolucionado en absoluto. Sigue basándose en las mismas ideas que entonces y sigue utilizando prácticamente los mismos compuestos y los mismos métodos, salvo algunos nuevos productos que parecen sacados de una película cómica. Por ejemplo, el Murus berlinensis, un compuesto elaborado con polvo del muro de Berlín, al que se atribuyen propiedades curativas contra la depresión. Tampoco ha aportado la homeopatía un solo avance médico. Todos, absolutamente todos, han sido obra de la medicina científica.
Sin embargo, los productos homeopáticos han recibido un trato privilegiado respecto a los medicamentos científicos. Mientras estos últimos deben ser sometidos a rigurosas pruebas clínicas y de laboratorio para demostrar su eficacia antes de que se autorice su venta y uso, los menjurjes homeopáticos no tienen que pasar por ninguna de ellas. No se les exige más que afirmar que son efectivos contra tal o cual enfermedad. Por eso se ha dicho de ellos que son los terroncitos de azúcar más caros del mundo.
Pero quizá también eso se acabe en Estados Unidos. La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por su sigla en inglés) está revisando su política sobre los productos homeopáticos, según confirmó su portavoz Theresa Eisenman, y al parecer se les exigirán los mismos requisitos que a los verdaderos medicamentos. De ser así, ya no podrán venderse como tales. Tendrán que usar el mismo subterfugio de los productos milagro. Es decir, registrarse como suplementos alimenticios o cosa parecida. Aunque sin duda seguirá habiendo quienes crean en su nunca comprobada efectividad.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
[1] Publicado en los diarios Por Esto! de Yucatán y Quintana Roo. Jueves 1 de diciembre de 2016