Los Drácula
Martin Ralf Peter, junto con el inglés Raymond McNally y el rumano Radu Florescu son los máximos estudiosos del drácula histórico: Vlad Tepes III Dracul.
En Los Drácula, Tusquets editores, Martin menciona la anécdota de que Vlad fue enterrado en la iglesia conventual de Snagov, bajo el altar. Dice que en 1931 abrieron la tumba y estaba vacía.
El escritor alemán menciona los métodos de tortura predilectos del llamado El Empalador, mutilar narices, orejas, dedos, órganos sexuales, cegar, quemar, hervir, despellejar, desmembrar, enterrar vivo, obligar a la víctima a presenciar la tortura de un ser querido, untarle los pies con miel y darlos a lamer a animales hambrientos»¦ Pero, sobre todos los métodos de tortura, el príncipe prefería el empalamiento:
«Para llevar a cabo este castigo se ponía al condenado boca abajo, se le ataban firmemente las manos a la espalda y las piernas se le mantenían bien separadas. Se le lubricaba el ano y por ahí metía el verdugo la estaca, lentamente, muy lentamente. Después, con todo y víctima, enderezaba el palo y lo lavaba en la tierra. La víctima, por su propio peso, se deslizaba por el palo hacia abajo hasta que éste, por fin, reaparecía por el hombro, por el pecho, por el estómago. Pero a veces la muerte de los infelices era lenta. Hubo casos de condenados que soportaron vivos la tortura hasta tres días. La velocidad de la muerte variaba según los casos y dependía tanto de la constitución de la víctima como de la dirección del palo. Por cierto, en un increíble refinamiento de crueldad del príncipe Vlad Tepes, pedía que la punta del palo no fuese del todo puntiaguda. Con ello evitaba perforar ciertos órganos y, por lo tanto, las fuertes hemorragias».
Ralf Peter agrega que el príncipe adquirió la costumbre de contemplar el espectáculo mientras comía y bebía opíparamente. Extraña relación entre comida y crueldad. Se dice que apenas investido con la Orden del Dragón y nombrado gobernante de la región, en 1436, organizó un gran banquete para celebrarlo, al final del cual mandó empalar a ciento cincuenta de los invitados, unos boyardos que supuestamente iban a traicionarlo.
En una ocasión, una tropa de turcos invadió Transilvania y Tepes los detuvo con su sistema predilecto de intimidación: mandó empalar a veinte mil magyares, y al verlos, los presuntos conquistadores retrocedieron empavorecidos. Hasta el famoso, y también cruel, Mohammed II, se sintió enfermo ante las hileras interminables de víctimas, que con un apagado gemido se pudrían al Sol y eran presa de los cuervos.
«El temor a los vampiros, dice Ralf Peter, se extendió de tal modo que en 1801 el obispo de Sige le pidió al príncipe de Valaquia, Alexander Moruzi, que impidiera que los campesinos continuaran desenterrando a sus muertos. Pero esto continuó y en varias ocasiones se habló y se sospechó de casos de vampirismo. Todavía en 1919 se produjo una exhumación a gran escala en Bukowina. Y unos años después, en la aldea de Amarasti, al norte de Dolj, tras la muerte de una anciana, sus hijos y nietos empezaron a morir. Presas del miedo, quienes quedaban abrieron la tumba y, según contaron, el cuerpo estaba intacto. Tomaron el cadáver, lo llevaron a un bosque y le extrajeron el corazón, del que manó sangre»¦ También en las proximidades de Cusmir se produjeron varios casos de muerte en una familia. Las sospechas decayeron sobre un anciano, falleció hacía poco tiempo. Cuando lo desenterraron, lo encontraron sentado en la posición de los turcos y completamente rojo, lo que hacía temer que él hubiera acabado con la familia, compuesta por gente joven, sana y fuerte»¦»