LA NAVAJA DE OCCAM ARMA RACIONALISTA[1]
Mario Méndez Acosta
Es tan mala la fama que tiene entre nosotros la Edad Media, que a muchos les resulta increíble que durante su transcurso vivieran personas pensantes, racionalistas y escépticas aun ante los más paralizantes dogmas vigentes en ese momento. Sin embargo, éste fue el caso de Guillermo de Occam, pensador británico que nació a finales del siglo XIII, quien se hizo monje franciscano y estudió en la Universidad de Oxford, donde fue catedrático entre 1315 y 1319.
Su visión acerca de la teoría del conocimiento era increíblemente moderna. Fue precursor de la concepción mecanicista de la ciencia que surgiría plenamente durante el Renacimiento y aunque se le considera la figura central de la escolástica del siglo XIV, su creencia personal era que la teología es materia de fe y no es accesible a la razón.
Se ha hecho notorio que el protagonista central de la novela El nombre de la rosa, de Humberto Eco, un monje franciscano medieval llamado Guillermo de Baskerville, está basado evidentemente en Sherlock Holmes, personaje detectivesco de Arthur Conan Doyle; pero pocas personas se han dado cuenta de que es indudable que también está inspirado en Guillermo de Occam: franciscanos, investigadores contemporáneos e ingleses ambos.
Era tal ola fama de polemista eficaz y de audaz heterodoxo que logró Occam, que se ganó el sobrenombre de Doctor invencible.
Occam prosiguió la tradición racionalista del también franciscano, británico e incansable investigador científico, el rebelde filósofo Roger Bacon, fallecido en 1294 y supuestamente inventor de la pólvora. Este tenía título, nada menos que, de Doctor admirable.
Igualmente, Occam continuó la labor intelectual de otro gran monje filósofo británico, azote de Tomas de Aquino y defensor de la razón y del realismo, el escocés Duns (Juan) Escoto, el cual, para completar la triada, llevaba el sobrenombre de Doctor sutil. Escoto falleció en 1308.
Sin duda por tener elementos de tal categoría, la orden franciscana fue muy mal vista por el papado durante esa época. Por un pelo se salvó entonces de ser considerada herética y sus miembros más prominentes de las habituales ex comunión, tortura y muerte.
Occam es universalmente conocido por una máxima que, sin embargo, no se encuentra en sus escritos.
El enunciado original más conocido es: «No deben multiplicarse innecesariamente las entidades». Una regla equivalente «“nos recuerda el físico estadounidense Milton A. Rothman en su Guía del escepticismo– es la de «Resulta vano hacer más lo que se puede realizar con menos», frase que sí aparece en los escritos occamianos.
Su regla era una respuesta a los más desaforados idealistas de su época que insistían en inventar objetos ideales que representasen la realidad subyacente de los objetos terrenales perceptibles por los humanos. Bertrand Russell redondea el concepto de la navaja de Occam señalando que «»¦ si en una ciencia todo puede ser interpretado sin suponer esta o aquella entidad hipotética, entonces no está justificado suponerla».
Este principio fue invaluable para librar a la física y a la química de numerosos fluidos inobservables postulados durante los siglos XVIII y XIX. Así, tuvieron que desaparecer el calórico, el flogisto, el éter y varios más.
Hay que señalar que este principio también estorbó la adopción de la teoría atómica por parte de los más prestigiosos físicos del siglo XIX. Sólo cuando varios de los fenómenos pronosticados por esa teoría se verificaron en los laboratorios, la existencia del átomo fue plenamente aceptada.
En la actualidad la navaja de Occam es considerada como un útil principio heurístico (regla de dedo para inventar). Está lejos de ser una ley natural. Sirve, no obstante, de guía para los científicos que se internan en sus investigaciones dentro de la física de las partículas elementales y es el motor de la búsqueda de una teoría física del campo unificado, cuyo objeto es reducir las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza «“gravedad, electromagnetismo y las dos fuerzas nucleares atómicas- a un solo fenómeno.
Se le ha malinterpretado de dos formas. No es verdadera esta interpretación: «Si dos teorías se ajustan a los resultados observados, la que requiera menos suposiciones se debe aceptar como la más válida». Esto es falso, en este caso ambas son igual de válidas aunque sea preferible la más sencilla.
Tampoco es verdad que la navaja recomiende que «la explicación más simple de una observación hecha de cualquier fenómeno es seguramente la correcta». Existen muchos casos en la física en que esto no se cumple. En primer lugar la explicación debe aplicarse a toda observación posible. Para un creacionista puede resultar más «simple» afirmar que Dios creó instantáneamente el universo completito hace ocho mil años, en lugar de aceptar la compleja realidad de la evolución cosmológica y de las especies.
La navaja expulsa del conocimiento a hipótesis innecesarias, fuera de las leyes naturales, y a entidades inobservables o espirituales. Es una herramienta invaluable contra las creencias mágicas y la superstición.
[1] Este artículo fue publicado originalmente en el periódico Excelsior del 17 de diciembre de 1988.