VACUNAS CALUMNIADAS[1]
Mario Méndez Acosta
Desde su descubrimiento, a finales del siglo XVIII, tanto la eficacia de las vacunas como la manera con que éstas avalan las teorías básicas de la medicina científica contemporánea han causado el disgusto de los proponentes de las teorías mágicas y seudocientíficas en torno a la salud humana, y por ello se ha lanzado una serie de infundíos que pretenden desacreditarlas y evitar que muchas personas, sobre todo niños, reciban sus beneficios
Grupos religiosos como los testigos de Jehová y los seguidores de la ciencia cristiana impiden que sus hijos sean vacunados, y ello es causa de que ciertas enfermedades, como la poliomielitis, no puedan ser erradicadas por completo en algunas sociedades industriales.
De igual forma, algunos seguidores del naturismo se oponen a las vacunas y niegan sus efectos benéficos, inventándoles supuestos efectos dañinos. El episodio más reciente de esta campaña irracional en contra de las vacunas se ha dado en los Estados Unidos e Inglaterra, desde 1998, con un grupo que asegura que una vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubéola contiene un conservador llamado timerosal -un compuesto de mercurio- el cual ha causado autismo en niños.
En realidad, en los casos conocidos de envenenamiento por mercurio, la dosis ha sido miles de veces superior al contenido de mercurio de la vacuna, y en ningún caso ha causado autismo -un desarreglo congénito, cuyo origen no se conoce con precisión-. Todos estos hechos no disuaden a algunos padres de familia, muy activistas, que manifiestan estar convencidos de que sus hijos fueron dañados por las vacunas y que plantearon ya demandas legales en este sentido.
Culpar a las vacunas permite esperar grandes beneficios. El triunfo en una demanda millonaria tiene, por supuesto un beneficio muy evidente para padres de familia de ingresos medios que requieren de mucho apoyo para educar a sus hijos con problemas de conducta relacionados con el autismo.
Otro beneficio aparente, derivado de esta patraña, está en la noción -apoyada por una red de practicantes de medicinas alternativas y vendedores de suplementos dietéticos- de que si en verdad las vacunas son la causa del autismo, entonces ese mal puede ser paliado, al menos, con más de 40 tipos de vitaminas y suplementos, junto con alimentos libres de caseína y de gluten, diversos antibióticos y pociones improvisadas, todos en verdad inútiles en el tratamiento del autismo, mal que además de no tener una causa definida en verdad, tampoco tiene cura por ahora, lo cual es un hecho difícil de aceptar para los padres de familia que hallan consuelo en culpar a un villano inexistente.
El problema surgió en 1999, cuando los centros de control y prevención de enfermedades en los Estados Unidos, preocupados por la exposición acumulada de niños pequeños al mercurio, pidieron a los fabricantes de vacunas que contienen mercurio que las sacaran del mercado. En Canadá y Dinamarca el timerosal fue eliminado, ya que algunas nuevas combinaciones de vacunas no lo requerían o serían perjudicadas por esta sustancia. En ningún lugar se eliminó el timerosal ante evidencia de que podría causar autismo al ser usado en las vacunas. Pero estos antecedentes bastaron para que se disparase un verdadero frenesí amarillista.
Personalidades, como el abogado Robert Kennedy Jr., se han lanzado a apoyar esta versión sin tener bases en algún estudio científico válido. Todos apoyan lo que publicó el periodista David Kirby, en un libro titulado Evidencia de daño, en el cual, en apariencia, se corroboran las creencias de cientos de padres de niños autistas; sin embargo, no hay un solo estudio controlado que respalde esa afirmación. De lo anterior concluyen que existe una enorme conspiración de laboratorios médicos y autoridades sanitarias de todo el mundo para encubrir el hecho, aunque ni una sola evidencia de que ese daño sea real ha sido citada por nadie. Kirby se ha convertido en una celebridad que da conferencias a granel.
El problema para México es que aquí llega una versión aún más distorsionada de los hechos y se divulga que todo tipo de vacunas son responsables de causar daños, con el consiguiente riesgo de que muchos niños no sean vacunados. El efecto negativo más grave consiste en lograr introducir en la opinión pública una desconfianza injustificada hacia la comunidad científica y hacia los mecanismos de control de la salud pública en todo el planeta.
REFERENCIAS
Allen, Arthur. «True Believers». State. 29 de junio de 2007 www.state.com/id/2169459/
Kirby, David. Evidence of Harm. St. Martín Press. Nueva York, 2005.
[1] Este artículo se publicó originalmente en Ciencia y Desarrollo, No. 212, México, octubre de 2007, Págs. 58-59-