El pterodáctilo francés: una locura forteana[1]
Mick Goss
6 de mayo 2009
Cuando el profesor Challenger quiso demostrar a los zoólogos escépticos que, después de todo, los pterodáctilos no se habían extinguido, se limitó a organizar una expedición a una meseta desconocida en el Matto Grosso y atrapó uno. La visión de gárgolas de pesadilla llenó el Queens Hall de Londres con «sus secas, y curtidas alas de diez pies» y con «olor podrido e insidioso», cuando sobrevolaba la zona dejando a los enemigos de Challenger sin ninguna duda: ¡los pterodáctilos ciertamente no se habían extinguido!
Pero, por supuesto, esto sólo era una escena de ficción en una novela: la culminación de la evocadoramente titulada El Mundo Perdido de Sir Arthur Conan Doyle. Y como el pterodáctilo de Challenger salió del Queens Hall, a través de una ventana abierta sin darse cuenta, y fue visto por última vez al parecer volando sobre el Atlántico dirigiéndose hacia América del Sur, tenemos dos buenas razones para no verlo en ningún museo. Pero, ¿qué posible explicación puede haber para la ausencia sorprendente del pterodáctilo francés?
El pterodáctilo francés – vamos a usar ese término en lugar del más general «pterosaurio» que se aplica hoy en día – era, en palabras del Illustrated London News del 9 de febrero de 1856, un «descubrimiento de la mayor importancia científica». Este juicio de valor no impidió que el informe fuera relegado a un rincón oscuro del semanario en el que podría fácilmente haberse perdido. Aquellos que no se lo perdieron supieron lo siguiente.
Trabajadores involucrados en el corte de un túnel ferroviario a través de las rocas Liásicas en Culmont, Haute Marne, estaban separando un enorme bloque de piedra cuando «de pronto de una cavidad vieron aparecer un ser vivo de forma monstruosa.
«Esta criatura, que pertenece a la clase de animales hasta ahora considerada como extinta, tiene un cuello muy largo, y una boca llena de dientes afilados. Se asienta sobre cuatro patas largas, que están unidas entre sí por dos membranas, sin duda, destinadas a apoyar al animal en el aire, y están armadas con cuatro garras terminadas por garras largas y tortuosas. Su forma general se asemeja a la de un murciélago, sólo difiere en su tamaño, que es el de un ganso. Sus alas membranosas, cuando se estiran, miden 3 metros veintidós centímetros de punta a punta. Su color es negro pálido, su piel está desnuda, gruesa y aceitosa…»
Pocos lectores modernos tendrían problemas para relacionar este «descubrimiento» francés con la criatura prehistórica que Conan Doyle (poco más de medio siglo más tarde) describió que se convirtió en el disturbio de una reunión zoológica. En caso de que algunos lectores de Illustrated London News no estuvieran bien enterados de las recientes investigaciones zoológicas – y en especial las relativas a las rarezas fosilizadas de la remota antigüedad – el periodista hizo las cosas mucho más fácil para ellos:
«Al llegar a la luz este monstruo dio algunas señales de vida, agitando sus alas, pero poco después expiró, dejando escapar un grito ronco. Esta extraña criatura, a la que se puede dar el nombre de un fósil viviente, ha sido llevada a Gray, donde un naturalista muy versado en el estudio de la paleontología, de inmediato lo reconoció como perteneciente al género Pterodactylus anas».
El artículo termina con un recordatorio pertinente de que los estratos sedimentarios mantuvieron esta reliquia «por más de un millón de años». El espécimen que hizo época se había convertido en propiedad de la Ciencia, dejando a sus descubridores con el único testimonio mudo de esa cavidad en el bloque de piedra que recientemente había estado llena con precisión hermética. Hoy tenemos aún menos pruebas del famoso Pterodáctilo francés, por todo el uso que la Ciencia parece haber hecho de él, la cosa parece no haber existido. Lo que era de esperar, debido a que el pterodáctilo francés no existía.
«Los cielos de este Mundo Perdido estarían extrañamente vacíos sin esta criatura encapuchada con dientes de murciélago».
Más milagrosa que la preservación de la anomalía de Culmout es la forma en que ha sobrevivido la historia que la rodea, sin la erosión de los poderes del tiempo. De un apartado al final de página en un semanario victoriano, se ha convertido en un clásico forteano, una de los favoritos de la escuela de los «misterios asombrosos e inexplicables». Escritores urgidos de material son propensos a resucitar el Pterodáctilo tan despiadadamente como los constructores del túnel en el original de The Illustrated London News.
En cierto modo, es totalmente comprensible la reticencia de los escritores y lectores para descartar la historia. Queremos creer en la clase de Mundo Perdido que se muestra en la novela de Conan Doyle y en las películas basadas en ese poderoso motivo. Queremos mantener el más mínimo ápice de esperanza de que, en algún lugar, los monstruos prehistóricos de nuestras lecturas de la infancia puedan aparecer, a pesar de la incredulidad de los científicos. Cualquier prueba es ávidamente aprovechada, ya sea un avistamiento de un saurio en el oeste de Ãfrica o la lección del celacanto. ¿Si un pez, que ya era viejo cuando los primeros dinosaurios nacieron, pudo sobrevivir y permanecer desconocido como una forma de vida hasta finales de 1938 – no podemos abrigar esperanzas para las criaturas aún más emocionantes con las que hemos crecido en nuestras lecturas de los días de la infancia?
Los cielos de este Mundo Perdido de las páginas impresas y la pantalla de cine, estarían extrañamente vacíos sin estos animales encapuchados con dientes de murciélago que conocemos como pterodáctilos. Se encuentran entre los mejores o más ampliamente conocidos miembros de la colección de animales prehistóricos y de los primeros en ser descubiertos, científicamente estudiados y con nombre. Ya en 1843 un naturalista, de ninguna forma crédulo, como Edward Newman, editor de The Zoologist, podía reflexionar sobre los misterios de estos animales en los que defensivamente le gustaba pensar como «murciélagos marsupiales».
Los investigadores modernos no cierran los ojos ante las propuestas que Newman admitió no sólo eran polémicas para su tiempo, sino poco probable que influenciaran a los zoólogos de la opinión de pesos pesados de la paleontología como Cuvier y Buckland. Él adivinó correctamente que los «pterodáctilos» eran un grupo grande y diversificado que abarcaba comedores de insectos, comedores de peces y comedores de carne. Su teoría de que pudieron haber estado cubiertos de pelos al parecer se ha confirmado en un caso, y parece probable que se aplique a muchos más, si no a todos, pero también parece que se han estado moviendo hacia la posición sostenida por muchos hoy en día de que los pterosaurios eran animales de sangre caliente. Pero, ¿cuántos estarían de acuerdo con su bomba de caída suave?:
«Simplemente lo tomo como una conjetura… que probablemente aún pueda existir una raza, representante de los pterodáctilos fósiles, que aún se puede encontrar entre los murciélagos, que abundan en los trópicos. Se extinguieron especies o incluso géneros, pero es raro que un grupo tan vasto como los pterodáctilos esté totalmente perdido, y no haya dejado ningún representante».
Si este artículo no había fijado su mirada en un célebre informe de un sobreviviente pterosaurio mucho más cerca de casa que los trópicos, pudo analizar un material fascinante que va más de medio camino para justificar la idea extravagante de Newman. Las tradiciones indígenas de diversas partes de Ãfrica pueden ser examinadas, los avistamientos de «Pteranodon» medio enterrados dentro de una serie de informes de «Big Bird» de Texas a principios de 1976 serían terreno iluminado. No menos interesante entre estos está el relato circunstancial de tres maestros de primaria de San Antonio entrevistados por Jerome Clark y Loren Coleman de la revista Fate. Se ve doblemente extraño que tales avistamientos de lo que había sido llamado el más grande pterosaurio conocido por la ciencia debía estar tan cerca en el tiempo y el espacio que el anuncio de los restos fragmentarios de un ejemplar nuevo y más grande aún descubierto en Parque Nacional Big Bend en el mismo Estado. (Con una envergadura total estimada de hasta 39 pies, Quetzalcoatlus representó un auténtico pterandon de 26 pies. Ambos hacen que el pterodáctilo francés de 1856 parezca insignificante en unos míseros diez pies de punta a punta.)
Sin embargo, mi ser se concentra en los pterosaurios y los victorianos. En el clima intelectual de su época – en el mismo lenguaje de la época – está la clave para que el pterodáctilo francés pudiera sólo haber sido una broma divertida.
Los victorianos tenían un profundo respeto por la Ciencia con una C mayúscula: no sólo por su aplicación práctica, sino también en abstracto. Esto significaba la creación de una atmósfera de «seriedad» en el que se fundan muchas ciencias que fueron establecidas en el siglo 20, pero también engendró una sospecha de que el academicismo estaba tomando mucho de las maravillas de la vida. El tono a menudo pedante y dogmático de muchos científicos – la intolerancia hacia la evidencia anecdótica de los observadores calificados, por ejemplo – también fue ofensivo para los forasteros. Una forma de oscurecer ese tono era perpetrar engaños en los que estuvieran (en forma burlesca) estos autoproclamados expertos.
En ese momento ninguna esfera de la Ciencia era más fluida que la zoología. En 1856 todavía había y se hacían descubrimientos emocionantes, nuevos animales entre ellos. La Paleontología seguía siendo un campo controversial y en desarrollo; Owen había acuñado el término «dinosaurio» tan reciente como 1841 y el mayor porcentaje de grandes, sensacionales, extraños animales prehistóricos con los que se pueblan nuestras propias visiones de paisajes primitivos, siguieron siendo desconocidos por otros 30 años. Por encima de todo, estas ciencias no habían llegado a un punto en que las observaciones de aficionados inteligentes, pero sin entrenamiento, fueran excluidas totalmente.
Así, por un lado, la esperanza optimista de que nuevas formas iban a ser descubiertas y por el otro una creciente rigidez de la actitud científica, que declaró que las opiniones de los científicos profesionales no podrían ser impugnadas. En este clima cualquier incidente que restaurara el sentido de lo maravilloso, al contradecir el dogmatismo de los expertos, adquirió una importancia enorme. No es casualidad que algunos de los engaños más ambiciosos, que encontraron su camino en las primeras publicaciones de la época victoriana, se relacionan con algún aspecto de la zoología.
Como las opiniones de Edward Newman indican, los pterosaurios eran un legítimo objeto de especulación. Para todos los efectos prácticos, fueron conocidos apenas en 1856 y los que atraen más la atención hoy en día «“ el Pteranodon, por ejemplo – estaban enterrados aún en las rocas. El primero, descubierto en 1784 y correctamente descrito por Cuvier en 1801, provenía de piedra caliza fina litográfica de Solnhofen en Baviera que se convertiría en famoso como el cementerio de los «reptiles voladores». Dimorphodon, un pterosaurio cuya apariencia parece haber influido en la impresión de Conan Doyle de cómo era la apariencia de los pterodáctilos, fue hallado en Lyme Regis por la famosa cazadora de fósiles de Inglaterra Mary Anning en 1828. Sin embargo el público no vio las reconstrucciones hasta casi 50 años después. La conciencia popular de cómo tenía que haber parecido un animal prehistórico es de crucial importancia, y vamos a considerarla en un momento.
Para disgusto de la mayoría de los zoólogos y paleontólogos profesionales, la evidencia fósil del mundo prehistórico llevó a estimular ciertas creencias «irracionales» que bien podrían haberse hecho sin ella. La más patente de estas fue la hipótesis de que quizás los grandes saurios no eran un recuerdo de tiempos pasados, sino que estaban vivos, respirando respuestas a interrogantes que los hombres de ciencia habían fracasado rotundamente en explicar. La gran serpiente de mar era menos un objeto de burla si se presentaba como un plesiosauro que habían sobrevivido durante millones de años en el océano profundo e inexplorado. Y si reptiles monstruosos eran desenterrados en las canteras del mundo, ¿eran posibles los cuentos de sapos vivos encontrados encerrados en bloques de piedra o carbón – un fenómeno reportado por numerosos observadores, al parecer – era mucho menos probable que los zoólogos lo admitieran?
Los científicos enfurecidos gritaron «Â¡No!» a las dos proposiciones, sin embargo, las proposiciones no se iban. En fecha tan tardía como 1915. E. Ray Lankester – el hombre cuyas clases populares y el libro de Extinct Animals (1906) habían hecho mucho para informar a los laicos de cómo se veía el zoológico prehistórico de carne y hueso – estaba todavía luchando contra la idea de que los sapos en piedra eran supervivientes maravillosamente conservados sepultados en sus «cárceles» establecidas hace milenios. Lankester era el «amigo regalado», cuya «excelente monografía… la obra de referencia» fue reconocida por el profesor Challenger (y por lo tanto por Conan Doyle) en El mundo perdido, pero él no era amigo de la teoría del «superviviente prehistórico». Después de haber señalado con fuerza que estos anfibios encarcelados no habían evolucionado, incluso cuando los sedimentos y las medidas del carbón que decían que los contenían donde cayeron, él consideraba el concepto como de poco valor:
«… declaraciones similares, pero más audaces tal vez entregadas de vez en cuando por una prensa inventiva transatlántica… que algunos trabajadores al volar una roca en las canteras de Barnumsville se asombraron por la fuga, de una cavidad en la roca sólida, de un gran lagarto volador o pterodáctilo que inmediatamente desplegó sus alas y voló fuera de la vista».
Varios escritores forteanos han compartido la creencia de Lankester de que existe una conexión entre las historias de los sapos en piedra y el Pterodáctilo francés (¿y posiblemente de otros?), pero no su conclusión sobre la invalidez de esos relatos. Sin embargo, si optamos por estar en desacuerdo con él, tenemos que admitir que sorprende completamente que el único ejemplar identificado positivamente por un «naturalista muy versado en el estudio de la paleontología» no sea la estrella en una de las recopilaciones más famosas mundialmente. En cuanto al informe de Illustrated London News, no extendió sus alas y voló fuera de la vista, como dice Lankester, por lo que debería haber estado disponible para el estudio y reconocimiento. Sólo que claramente no lo estaba. Inconcebible de pensar – ¿es posible que alguien lo haya… extraviado?
«La gente no se tropiezan con enormes descubrimientos y luego pierde su evidencia», advierte Tarp Henry Malone, cuando menciona que el profesor Challenger perdió una carcasa de pterosaurios recién fallecido en un accidente de barco, «Deje eso para los novelistas». Pero suponiendo podríamos aceptar que la evidencia – como el pterodáctilos francés – puede en ocasiones perderse, la historia contiene los suficientes errores como para destruir su propia credibilidad.
Teniendo en cuenta el relato del Illustrated London News como punto de partida, un paleontólogo de hoy en día frunce el ceño con desconcierto a la descripción del Pterodáctilo francés. Como un intento periodístico podría pasar el examen, pero como una guía científica para el animal, no hay esperanza – y los pocos detalles que emergen de ella son muy ambiguos. El tamaño («que es el de una gran oca») y envergadura («más de tres pies») suena sospechosamente grande y por lo tanto más dramático que cualquier espécimen completo conocido en ese momento, pero no está más allá del ámbito de la creencia. «La piel desnuda, gruesa y aceitosa», sin embargo, es mucho menos probable; no facilitaría el aislamiento contra la pérdida de calor durante el vuelo. De vuelta a 1856, sin embargo, los «pterodáctilos» siempre eran representados como un reptil desnudo, porque nadie había encontrado evidencia para apoyar la opinión generalizada moderna de que sus cuerpos estaban cubiertos con algún tipo de pelo.
Estas quejas no son simples trivialidades académicas. El pterodáctilo francés no suena bien para nuestros tiempos porque el animal que describe no se corresponde con la imagen que tenemos de los pterosaurios. Pero es perfecto para la imagen de la morfología pterosauriana que prevalecía en el momento de escribir el relato. El pterosaurio típico de la década de 1850 era una combinación de ave repulsiva, murciélago, lagartija y un dragón medieval – una gárgola viva. La repugnancia de esta mezcla poco apetitosa se destacó en cada oportunidad hasta que alcanzó una dimensión casi metafísica, con el disgusto añadido derivado de la desnudez indecente del monstruo.
Este es el pterosaurio descrito por el hombre de Francia del Illustrated London News: no es una impresión real de un ser vivo real, sino un intento mecánico de reproducir un retrato estándar (y para nosotros anacrónico) de conformidad con las expectativas de los lectores. Sin embargo, los errores causados por el intento de traducir en palabras las imágenes populares de la época no para ahí cuando se examinan ciertas normas literarias/artísticas de la sociedad que produjo el informe. Ajustándose a la «edad de oro» de la literatura popular, los primeros victorianos tenían oídos dispuestos para el lenguaje y (tal vez más) un ojo para el doble sentido de las palabras. Los juegos de palabras – muchos de ellos demasiado terribles, forzados o elaborados para nuestro gusto «“ proliferaban; en ciertas circunstancias se llevaron a la altura de lemas. Con el mismo gran catolicismo que se podía encontrar en la mayoría de las áreas de la vida y la cultura en la década de 1850, los lectores no sólo amaban los juegos de palabras que se podía esperar que sólo una persona con educación clásica interpretara, sino también los basados en la jerga y el hablar de la calle.
Para un investigador en la década de 1980 este tipo de juegos de palabras puede ser un laberinto etimológico. El sentido de una broma puede depender de alguna pieza de la jerga que ha desaparecido desde hace más de un siglo y por lo tanto sería casi tan ininteligible como el marciano. Los juegos de palabras clásicos pueden ser menos difíciles para un estudiante de latín o griego, pero incluso allí no existe defensa contra los juegos de palabras «macarrónicos» donde el significado es doble en una o más etapas, tal vez de un idioma a otro, a través de un tercero.
El relato del Pterodáctilo francés contiene pistas ilustrativas de todo tipo de juegos de palabras victoriano. Es un juego de palabras directo de jerga sencilla y un juego de palabras de latín que conduce a la variedad «macarrónica» de dos idiomas. De hecho, la idea principal depende en gran medida de un movimiento sutil del latín al francés y de allí a la jerga contemporánea – ¡no es un proceso fácil de anticipar al leer un reporte de periódico supuestamente auténtico!
En su Strange Creatures from Time and Space (1975) John Keel ha esbozado la idea ingeniosa de que el motivo detrás de la historia de Culmont pudo haber contenido una idea de orgullo nacional: un engaño para poner en la sombra a sus viejos rivales de Francia, al otro lado del Rin. Hallazgos recientes en Solnhofen y la fama creciente del sitio al sur de Alemania pudieron haber dado algunos motivos para que crecieran los celos franceses. Tampoco es imposible que algún bromista galo decidiera dar un paso de gigante más allá de los restos pétreos de los pterosaurios de Alemania, ofreciendo a los sabios algo mucho mejor – la tentación de un ser vivo. Aun así, él o ella tenían un conocimiento perfecto del tipo de magia lingüística necesaria para «vender» la historia a los periódicos británicos. A pesar de la agencia francesa de noticias acreditada al final del informe ILN, esto podría haber sido un asunto muy «British», con pistas incorporadas para entretener a los conocedores que eran tan vulnerables al desafío de estos juegos de palabras.
Pocos de los libros que han sacado la historia textual de ILN se molestan con el título original de la pieza: «Como una ballena». La elección de la revista de este pedazo sustancial citando a Hamlet no era gratuita, ya que permitió a todo el mundo conocer cómo se sentían acerca de la veracidad de la historia. Entonces, como ahora, los lectores británicos sabían que una «ballena» (whale) en una historia era una «mentira» (whopper), algo demasiado grande para ser tragado (es decir, creer). Y la frase completa era, en la década de 1850, aplicada generosamente a todo aquello que se consideraba más allá de lo probable. Así fue como ILN consideró el pterodáctilo francés; sin duda se esperaba que los lectores lo tomaran con el mismo espíritu.
Pero aun sin ese título, el texto contiene un juego de palabras filológico sofisticado que tiene que haber dado a su inventor más de una sonrisa de satisfacción.
El naturalista paleontológicamente consciente de Gray, se nos dice, no perdió tiempo en la identificación, un recién expirado cadáver como el de un Pterodactylus anas. Cada nombre específico conectado a un animal «“ aquí el «anas» – tiene un significado que puede ser traducido del original en griego o latín. Este significado puede ser descriptivo, o puede conmemorar el nombre de un lugar o persona, tal vez el descubridor del animal.
Pterodactylus anas no es una de las especies que figuran en el autoritativo Dragons of the Air de Henry Govier Seeley (1901) que se concentra en los especímenes más importantes encontrados en el siglo anterior, ni tampoco el Museo de Historia Natural lo localiza como un término reemplazado. Sin embargo, «anas» debe tener algún significado.
De hecho lo tiene, aunque cuando tomamos cualquier diccionario de latín los resultados no parecen prometedores. «Anas» simplemente significa «pato» – el ave no el verbo[2]-, en el contexto de una descripción supuestamente basada en el tamaño del pterodáctilo, ya que hay poca diferencia entre un pájaro del tamaño de un pato y la afirmación de ILN de que el espécimen era del tamaño de un ganso.
Pero hay mucho más que eso. Además de ser latín para pato, «anas» es la raíz de varias otras palabras, para esas aves en idiomas europeos, especialmente el francés – Le Canard. Aquí es donde el aficionado a los juegos de palabras entra en su terreno, en el habla popular inglesa, «canard» tiene un significado muy divertido: significa «noticias falsas» o «engaño».
Los franceses han estado hablando de «vender medio ganso» – una empresa tan evidentemente imposible, que significa engañar a alguien «“ desde el siglo XVII temprano. El derivado más compacto «canard» ciertamente había cruzado el Canal hacia Gran Bretaña antes de 1850. En el momento de la historia de ILN se estaba convirtiendo en una expresión cada vez más común en la prensa. La «ballena» del relato de ILN podría fácilmente haber sido llamada un pato o un ejercicio de vender patos, pasado de moda, al estilo francés.
Muy posiblemente el aficionado a los juegos de palabras, cuya elección de «nombre de especie» fue un comentario directo sobre la calidad ficticia de su propia historia no esperaba lograr mucho. De hecho, podría engañar a unos pocos incautos y quizás generar curiosidad suficiente para que los expertos, condescendientes encontraran ellos mismos el final de muchas preguntas gastadas sobre los pterodáctilos vivientes. El lector modestamente-cultivado con su educación clásica le daría vuelta por unos minutos, pero pronto estaría esbozando una amplia sonrisa cuando se diera cuenta que el pterodáctilo era realmente un «bulo». El inventor no se hubiera atrevido a imaginar que esta pequeña fabricación iba a durar más de un siglo y seguiría conservando un lugar en la literatura de los misterios asombrosos de la década de 1980. Porque si la broma fue para alguien, tiene que haber sido para nosotros. Lo que se les ofreció a los victorianos como una broma, lo hemos tomado como algo sólido, un hecho sin regocijo. Nos hemos tragado la ballena, y compramos la mitad del pato…
Una de las razones de este estado de cosas es que nosotros no compartimos el amor por la lectura y escritura de nuestros antepasados por los juegos de palabras. Ni es el latín una adquisición inevitable de los días lectivos, lo que hace aún menos probable que veamos el momento en que un escritor nos dice en un suspiro que lo que se ofrece es un pterodáctilo vivo, y enseguida que pertenece a un cierto tipo de especie llamada ¡Pterodáctilo mentira! Estamos atrapados aún con más firmeza en la evaluación directa – una cosa es realidad o ficción – mediante la lectura de los relatos forteanos o los libros Riplyescos que nos animan a creer que es increíble pero cierto.
Habiendo considerado todo esto, hay algo atractivo en el Pterodáctilo francés que nos hace querer creer en él. El aspecto más increíble de la historia es que no sólo sobrevive, sino que no muestra signos de desaparecer en la extinción dinosaurica.
http://magonia.haaan.com/2009/ptero/
[1] Publicado originalmente en Magonia, 21 de Diciembre de 1985
[2] Duck significa agachar, esquivar, bajar, sumergir, zambullir, chapuzar»¦ (Nota LRN)