ESCRUTINIO
El cuarto poder y un gobierno extranjero[1]
Juan José Morales
En cierta época, estuvo en boga el término Cuarto Poder para referirse a la prensa. Hoy, esa denominación ha caído en desuso. Pero parece que ha surgido un auténtico cuarto poder, que cada vez más interviene «”o más bien se entromete»” en los asuntos políticos del país aun cuando constitucionalmente carezca de facultades para ello, como sí la tienen en cambio al ejecutivo, el legislativo y el judicial. Ese cuarto poder de facto es el eclesiástico.
Obispos mexicanos. Debido a la estructura de la Iglesia Católica, de hecho actúan como agentes de un gobierno extranjero, al cual desde que se ordenan como sacerdotes juran respetar y obedecer.
Todo esto viene a cuento con motivo de las pretensiones de ese poder fáctico de que se modifique el artículo 24 constitucional. El pretexto para ello es, según los promotores de la reforma, garantizar la libertad religiosa, pero la realidad es que tal libertad está plenamente garantizada por la propia Constitución. Lo que en realidad se busca es debilitar el estado laico, difuminar la separación entre la Iglesia y el Estado, y concederle privilegios indebidos a la religión católica «”o más exactamente, a sus jerarcas»”, en detrimento de quienes profesan otros cultos.
A la Iglesia le urge tal reforma «”apoyada por Peña Nieto«” porque, como veremos en otra ocasión, México es ya prácticamente el único país de América donde conserva una base política importante. Y aquí conviene subrayar algo que ya hemos comentado en otra ocasión: que la influencia del clero en los asuntos educativos, sociales y económicos no es sólo una cuestión religiosa, sino que conlleva la intervención de un gobierno extranjero en los asuntos internos de México.
En efecto, los sacerdotes católicos no son simples ministros de culto, sino súbditos y en cierta medida agentes de un gobierno extranjero, la Santa Sede, al cual han prometido obediencia y fidelidad.
Y es que, contra lo que la gran mayoría de la gente cree, Santa Sede no es sinónimo de El Vaticano, ni tampoco una y otro son lo mismo. El Vaticano es una ciudad. La Santa Sede «”como se denomina oficialmente»” es una entidad político-religiosa cuyo jerarca máximo es el Papa, cabeza de esa gran organización religiosa, de ese gobierno teocrático llamado Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, o Iglesia Católica a secas. La ciudad de El Vaticano es el lugar donde «”valga la redundancia»” tiene su sede la Santa Sede.
Los sacerdotes católicos, que forman parte de esa organización político-religiosa, obedecen las directrices de su obispo, el cual a su vez rinde obediencia al arzobispo, y así sucesivamente en lo que podría llamarse la cadena de mando eclesiástica, cuyo nivel máximo es el Papa, Santo Padre o Sumo Pontífice, como indistintamente se le denomina.
Todos los sacerdotes católicos mexicanos «”y los de cualquier otra nación»”, desde los simples curas de aldea hasta los más altos prelados, en el momento de su ordenación juran sumisión y fidelidad a ese gobierno extranjero teocrático, y actúan conforme a las órdenes que de él reciben.
Prueba de que a la Iglesia se le considera un gobierno, es que a su máximo dirigente, el Papa, no se le recibe como jefe de una orden religiosa, sino como jefe de estado. Con él se sigue exactamente el mismo protocolo «”y así lo dicen las autoridades mexicanas»” que con el presidente de cualquier país, aunque en este caso particular se mezclan los actos protocolarios comunes con los actos de culto religioso.
Por todo lo anterior resulta extraordinariamente riesgoso que se den al clero mayores posibilidades legales de intervenir en cuestiones que competen única y exclusivamente al estado laico, el cual debe garantizar pleno respeto a todas las diversas creencias religiosas, sin preferencias ni privilegios para ninguna en especial.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
[1] Publicado en los diarios Por Esto! de Yucatán y Quintana Roo. Martes 31 de julio de 2012. Reproducción autorizada por Juan José Morales