IMPACTO AMBIENTAL
La naturaleza cobra sus facturas[1]
Juan José Morales
Es ya casi un lugar común la afirmación de que la naturaleza termina cobrando la factura cuando se le agrede, y lo ocurrido en los centros turísticos del norte de Quintana Roo como resultado de las lluvias torrenciales de la semana pasada confirma ese aserto. Sólo que a quienes la madre naturaleza está cobrando las cuentas, no es «”salvo uno que otro caso»” a los autores de los desaguisados contra ella cometidos, sino a terceras personas, que no tuvieron arte ni parte en ello.
Lo que era un tupido y hermoso manglar que actuaba como regulador de inundaciones y purificador de aguas contaminadas, fue arrasado y convertido en esto, para levantar el fraccionamiento Puerto Cancún. Como resultado, los habitantes de las zonas vecinas sufren ahora inundaciones, y las escolleras del acceso al mar alteraron la dinámica costera y provocaron una fuerte erosión de playas en la zona de Puerto Juárez.
El caso más notable, casi paradigmático, es el del fraccionamiento denominado Donceles 28, de viviendas de interés social para clase media baja. Esa zona habitacional fue construida en un sitio donde jamás debió haber edificaciones: una zona pantanosa, que los voraces fraccionadores pudieron comprar a muy bajo precio precisamente por ser inadecuada para la construcción, y rellenaron para darle una apariencia de terreno firme.
Pero desde un principio, los compradores de esas casas han venido sufriendo interminables problemas de humedad en los muros y, en cada temporada de lluvias, acumulaciones de agua en las calles, que a menudo penetran en sus hogares.
Las cosas empeoraron cuando funcionarios municipales corruptos autorizaron el cambio de uso de suelo del manglar vecino a Donceles 28, para edificar Puerto Cancún, un gran conjunto de condominios de lujo, marinas y canales para el movimiento de embarcaciones privadas. Durante las lluvias, aquel extenso manglar recibía los excedentes de agua de Donceles 28 y evitaba que los encharcamientos fueran demasiado graves. Recibía también escurrimientos de otras zonas de Cancún, y actuaba asimismo como filtro para las corrientes subterráneas severamente contaminadas procedentes de zonas de vivienda precaria carentes de drenaje.
El manglar no solamente fue casi totalmente arrasado para construir las altas torres de departamentos, el campo de golf y los canales. También el terreno, anegadizo, fue rellenado para elevar su nivel varios metros. De este modo, aquel humedal perdió totalmente su capacidad de regulación hidráulica, se convirtió en un dique y las inundaciones se volvieron una recurrente pesadilla para los habitantes de Donceles 28. Igualmente, en la avenida Bonampak, que corre frente a Puerto Cancún, se forman con cada aguacero grandes acumulaciones de agua que dificultan el tránsito.
Situaciones similares se presentan en otras zonas de Cancún y en Puerto Morelos, donde terrenos bajos, impropios para la urbanización, fueron convertidos en fraccionamientos merced a los consabidos y turbios cambios de uso de suelo.
Por eso decimos que la naturaleza está haciendo pagar las cuentas a los de abajo, a quienes menos responsables son de esas tropelías en su contra.
Pero a veces también a los de arriba les toca perder. Hay cerca de Puerto Morelos, por ejemplo, un hotel que «”por increíble que parezca»” fue construido sobre una de las llamadas bocas efímeras. Es decir, bocas de comunicación entre los humedales costeros y el mar, que se abren ocasionalmente cuando hay tormentas o huracanes. Y si el nivel de las aguas del humedal se eleva mucho, tienden a buscar salida por esa zona. Pues bien, los desarrolladores creyeron que con rellenar el sitio e instalar algunos tubos de drenaje, estarían a salvo de inundaciones. Ahora tienen el agua dentro de su establecimiento.
En fin, el dicho popular se cumple, pues la naturaleza no perdona.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
[1] Publicado en los diarios Por Esto! de Yucatán y Quintana Roo. Lunes 18 de noviembre de 2013