El jaguar y las cascadas tróficas

EL JAGUAR Y LAS CASCADAS TRÓFICAS[1]

Juan José Morales

Siempre se habla del jaguar como una especie gravemente amenazada de extinción. Y eso es cierto. La caza furtiva, la deforestación y la construcción de carreteras son los tres factores fundamentales que han contribuido a diezmar las poblaciones de este soberbio felino. Pero las razones que se esgrimen para protegerlo y conservarlo casi siempre son de carácter romántico, como que se trata de un hermoso animal y que tuvo gran importancia para los antiguos mayas. Pero hay una razón muy práctica y concreta para protegerlo, una razón que la mayoría de la gente ignora: su carácter de depredador tope o clímax. Es decir, el tipo de depredadores que se encuentran situados en el ápice de las cadenas y pirámides alimenticias.

clip_image001Las características manchas en forma de roseta del jaguar equivalen a las huellas digitales del ser humano. No hay dos ejemplares que las tengan iguales, y por su diseño los biólogos pueden identificar a los distintos individuos que aparecen en las imágenes tomadas con trampas fotográficas.

En efecto, investigaciones recientes han demostrado que la declinación en las poblaciones de los depredadores clímax, como leones, pumas, tigres, lobos o jaguares»” está desquiciando muchos ecosistemas, y ello afecta directa o indirectamente al hombre.

Y tal situación»”hay que subrayarlo»” se aplica no sólo a los ecosistemas terrestres y a los grandes carnívoros, sino también a los ecosistemas marinos y a animales herbívoros de muy diversos tamaños «”incluso pequeños invertebrados»” que son consumidores masivos de materia vegetal. Así, en las costas de California y la Baja California, la disminución en el número de nutrias marinas Enhydra lutris afectó seriamente los campos de sargazo gigante Macrocystis pirifera. La razón de ello es que las nutrias, que son carnívoras, depredan al erizo rojo Strongylocentrotus franciscanus, que se alimenta con las frondas del sargazo gigante. La proliferación de estos erizos ha incidido negativamente sobre los campos de sargazo. Y poca gente sabe que de esta gigantesca planta marina «”Macrocystis pirifera para usar su nombre científico»” se obtienen ciertas sustancias llamadas alginatos que tienen multitud de usos como espesante para elaborar detergentes, cerveza, cremas, tintas de imprenta, productos medicinales, artículos de maquillaje, moldes para impresiones dentales, cremas y muchos otros productos.

En nuestras aguas del Caribe tenemos un problema similar, aunque a la inversa: aquí, donde por razones todavía no muy claras, hubo una mortandad generalizada del erizo negro Diadema antillarum «”ese de las largas púas tan temido por buzos y bañistas»”, que es un gran consumidor de algas marinas. En ausencia de su depredador, las algas han proliferado sobre las formaciones de coral, dificultando su desarrollo.

Las cascadas tróficas

El papel fundamental de los depredadores clímax, como decía, ha quedado de manifiesto en diversos estudios y se encuentra expuesto con mucha amplitud y claridad en el libro Trophic Cascades, o Cascadas Tróficas, coordinado por el Prof. James Estes, biólogo de la Universidad de California, que reúne trabajos de varios investigadores.

Estes denomina cascada trófica a la verdadera catarata de efectos que se desata cuando en un ecosistema hay una marcada declinación en el número de depredadores clímax. Es una especie de reacción en cadena con efectos que se van propagando hacia los niveles inferiores de las cadenas y tramas alimenticias, sumándose, multiplicándose y reforzándose en el proceso, de tal manera que aunque aisladamente cada uno de ellos pudiera ser poco importante, a la postre causan una profunda y extensa afectación a todo el ecosistema.

Las investigaciones sobre cascadas tróficas se refieren a muy diferentes ecosistemas terrestres, marinos y de agua dulce, pero en todos ellos ocurre esencialmente lo mismo: la disminución en el número de depredadores clímax y otros grandes consumidores por efecto de la acción humana o por alteraciones ambientales naturales, desquicia el ecosistema, ocasionando problemas a veces insospechados, que van desde cambios en la composición de la vegetación natural, hasta mayor frecuencia de incendios forestales, pasando por la multiplicación de especies indeseables «”tanto nativas como introducidas o exóticas»”, deterioro de la calidad del agua, alteraciones en el ciclo de circulación de los nutrientes «”lo cual afecta la estabilidad de los ecosistemas»”, propagación de enfermedades infecciosas tanto entre animales como entre seres humanos, y otros serios trastornos que finalmente repercuten de una u otra manera sobre el ser humano o sobre los recursos que utiliza.

clip_image001[5]Ver de cerca a un jaguar es posible casi únicamente en zoológicos como el de Belice, donde fue tomada esta foto. A diferencia del león, que habita sabanas y resulta visible fácilmente, el jaguar vive en la espesura de la selva, donde se desliza silenciosamente y tratando de no ser visto para tomar desprevenidas a sus presas.

Hay, pues, que proteger y conservar al jaguar, y afortunadamente hay condiciones muy apropiadas para hacerlo. En la península de Yucatán tenemos todavía a la mayor población de este animal en todo México, con más de dos mil ejemplares. Ello ha sido posible gracias a que las selvas «”sobre todo en Quintana Roo y el sur de Campeche»” se encuentra en muy buen estado de conservación gracias a dos factores: la producción de maderas preciosas y chicle, que por sus características dejaba intocada la gran mayoría de los árboles, y el afortunado fracaso de los planes de colonización dirigida, que habrían significado arrasar la selva. Pero la población de jaguares está fragmentada en varios grupos que quedaron aislados por las carreteras, que carecen de pasos para la fauna, y ello tiene consecuencias adversas desde el punto de vista genético.

Todo esto significa, en primer lugar, que la protección y conservación del jaguar tiene que concebirse de manera integral, o sea incluyendo la totalidad del ecosistema en que vive. Y en segundo lugar, que en materia de conservación hay que pensar en grande. Para proteger, conservar y restaurar un ecosistema, no basta hacerlo en pequeñas áreas, porque en ellas no pueden sobrevivir los grandes depredadores que son fundamentales para su estabilidad. Un jaguar necesita al menos 25 kilómetros cuadrados como territorio de caza, y territorios mucho más amplios en los cuales moverse libremente para poder mantenerse en contacto con sus congéneres y mantener un adecuado intercambio genético.


[1] Publicado en la revista Gaceta del Pensamiento N° 26. Febrero-marzo de 2014

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