IMPACTO AMBIENTAL
Tortugas, perros y jaguares analfabetas[1]
Juan José Morales
A lo largo de la costa de Quintana Roo, desde Playa del Carmen hasta Majahual e incluso un poco más al sur, se está presentando una situación recurrente que preocupa a los residentes y a las autoridades: las cada vez más frecuentes incursiones, en las áreas suburbanas y en las afueras de las ciudades, de jaguares que devoran perros y otros animales domésticos. En alguna colonia de Playa del Carmen se ha llegado a ver rondando por las viviendas, en diferentes ocasiones, hasta a tres jaguares distintos.
La península de Yucatán alberga la mayor población de jaguares de todo México, con unos 700 ejemplares de los alrededor de 2 000 que existen en el país. Para proteger y conservar esa gran riqueza biológica es necesario tomar medidas que faciliten su coexistencia con el ser humano, y ello exige realizar estudios científicos acerca de su comportamiento.
La gente, desde luego, está alarmada ante la posibilidad de que sean atacados los seres humanos, especialmente los niños, y no han faltado peticiones -por fortuna hasta ahora desoídas por las autoridades tanto municipales como estatales y federales- en el sentido de que se dé muerte a esos felinos para salvaguardar a la población.
Al parecer, el problema es resultado de la urbanización de la costa. A todo lo largo del litoral, incluso en el interior de la Reserva de la Biósfera de Sian Ka’an, se ha ido erigiendo durante los años recientes una cadena casi continua de hoteles, condominios, residencias y otras edificaciones. Y ahí donde aún no se construye, se levantan las omnipresentes cercas con el consabido letrero de Propiedad Privada. Prohibido el Paso.
Los jaguares, por supuesto, no saben leer, así que tales advertencias los tienen sin cuidado. Pero cercas y edificios representan obstáculos que les bloquean el acceso a las playas donde, por generaciones, estos depredadores han incursionado en la época de anidación de las tortugas marinas para atraparlas y devorarlas cuando salen a desovar. Impedidos de llegar a la orilla en su búsqueda de alimento, no les queda más remedio que conformarse con cualquier animal que encuentren, aunque sean perros, pollos, gallinas y quizá algún cerdo.
En pocas palabras: el ser humano ha levantado una larga barrera de cemento, malla de acero, alambre de púas y otros materiales, que trastocó la vida normal del jaguar, le impide sus desplazamientos habituales y le obliga a alterar su comportamiento habitual, de tal modo que entra en conflicto con el propio ser humano. No porque se haya vuelto agresivo ni tenga intenciones de volverse antropófago o devorador de perros y aves de corral, sino por simple necesidad.
Esto -la erección de barreras que cierran el paso a los jaguares- viene sucediendo desde hace tiempo debido a la construcción de carreteras. Un caso de este tipo ocurrió al construirse el ramal de la autopista de Mérida a Cancún que bordea el aeropuerto de esta ciudad. La cerca paralela al camino dejó prácticamente prisionero a un jaguar que, impedido de realizar sus movimientos normales en busca de presas, comenzó a incursionar en el poblado Alfredo V. Bonfil y a devorar perros y gallinas.
La fragmentación del hábitat del jaguar, que estaba formando grupos aislados e incomunicados entre sí -sin posibilidades de apareamiento- se ha ido resolviendo con la construcción de pasos para fauna tanto en las nuevas carreteras, que incluyen tales obras en su diseño, como en las ya existentes. En el caso de los jaguares en la costa caribeña, evidentemente, la solución al problema de su interacción con el hombre no estriba en matarlos, sino en encontrar la manera de evitar tal interacción y facilitarles sus desplazamientos de manera que puedan seguir realizando su habitual búsqueda de alimento. Aquí es donde se requiere la intervención de la ciencia «”concretamente la biología»” para ofrecer la mejor solución.
Por otro lado, además del problema de los jaguares, ahora existe en la costa de Quintana Roo el de las manadas de perros ferales. Es decir, canes que originalmente fueron domésticos pero se volvieron silvestres y retomaron los instintos de cazadores de sus ancestros, los lobos. Los ataques de estas jaurías a menudo se atribuyen erróneamente a pumas, jaguares, tigrillos o incluso al coyote, que como señalamos hace tiempo, ya han extendido su área de distribución a toda la península, donde antes no existía. Pero de este asunto, el de los perros ferales, nos ocuparemos en otra ocasión.
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[1] Fecha de publicación viernes 24 de julio de 2015