EL PAPA FRANCISCO Y LA CIENCIA
Juan José Morales
Es así «”dice el papa Francisco»” como se concebiría a Dios con una interpretación simplista de la creación, según sus recientes declaraciones, en las que trató de acomodar la evidencia científica a las ideas religiosas. Como señalé en mi columna Escrutinio del martes 31 de enero, las relaciones entre la Iglesia Católica y la ciencia a menudo han sido ríspidas «”por decirlo suavemente»”, y quienes siempre llevaron la peor parte, fueron los científicos, a menudo perseguidos, obligados a humillantes abjuraciones y no pocas veces quemados en leña verde. Pero en los tiempos actuales, como ya no puede actuar así, la Iglesia no persigue a los científicos, sino que intenta manipular sus conocimientos para usarlos como sostén de las ideas religiosas.
Hace poco, al hablar ante la Academia Pontifica de Ciencias, Francisco públicamente aceptó la validez de las teorías de la evolución y del Big Bang o Gran Explosión, que todavía en tiempos de su predecesor, Benedicto XVI, eran negadas o sutilmente combatidas valiéndose de teorías seudocientíficas como la del diseño inteligente, que no es otra cosa «”no nos cansaremos de repetirlo»” que creacionismo disfrazado. Pero agregó que ninguna de esas dos teorías es incompatible con la existencia de un creador, sino más bien requiere de éste para ser válidas.
Respecto del origen del Universo, dijo que «cuando leemos acerca de la Creación en el Génesis «”señaló»” corremos el riesgo de imaginar a Dios como un mago, con una varita mágica que le permite hacer cualquier cosa, pero no es así.» Pero, añadió, la teoría del Big Bang, que explica su formación mediante una gran explosión ocurrida hace unos 15 mil millones de años, «no contradice la intervención de un creador divino, sino que requiere de él». O, para decirlo en otros términos: el Big Bang realmente ocurrió, pero fue obra de Dios.
Por lo que se refiere a la evolución, también Francisco trata de acomodarla a los dogmas religiosos. No la niega, como de hecho lo hacía Benedicto XVI al apoyar la llamada teoría del diseño inteligente, sino que también la hace encajar en el creacionismo al asegurar que «la evolución en la naturaleza no es inconsistente con la noción de creación, porque la evolución requiere la creación de seres que evolucionen».
A este respecto, conviene recordar que hace ya un par de décadas, en 1996, el papa Juan Pablo II aceptó que la teoría de la evolución no era una simple hipótesis, sino un hecho comprobado. Esto, por supuesto, disgustó a muchos prelados ultraconservadores, y de ahí nació la idea de combatir la teoría de la evolución ya no frontalmente, negándola, sino intentando sustituirla con otra. Concretamente, la del diseño inteligente, que como decíamos fue apoyada por Benedicto XVI, con el argumento de que la evolución de los organismos por selección natural es insuficiente para explicar la gran complejidad de la naturaleza. El cardenal Shoenborn, muy allegado a aquel papa, llegó a publicar un artículo en el cual sostenía que «la evolución en el sentido de un ancestro común podría ser cierta, pero la evolución en el sentido neodarwiniano, o sea un proceso no planeado y no guiado, no lo es.»
En fin, no puede negarse que Francisco ha resultado más inteligente que su antecesor al evitar una confrontación directa con las teorías científicas modernas. No se opone a ellas. Las utiliza hábilmente como respaldo al creacionismo. De hecho, lo que sostiene es que el Universo y la naturaleza efectivamente funcionan de acuerdo con leyes científicas, pero estas leyes no son resultado de la propia estructura del Universo, sino obra divina.