Eclesiastes 1:18

ECLESIASTES 1:18

Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia: y quien añade ciencia, añade dolor.

Así habló el Predicador, hijo de David, rey de Jerusalén, en un libro escrito hace 2 siglos. Sus palabras, traducidas al lenguaje moderno, nos dicen: «Mientras más sepas más sufrirás» o «La ignorancia es la madre de la felicidad». Lo mejor, según el Eclesiastés, es permanecer en la ignorancia, que aunque no cambia nuestro cruel destino, por lo menos nos evita el sufrimiento de conocerlo.

Estas palabras resuenan como ecos de otros episodios bíblicos, especialmente la expulsión de Adán y Eva del Paraíso, por haber comido la fruta prohibida del Conocimiento. De acuerdo con el predicador, la infinita riqueza que encierra la realidad es exclusiva de unos cuantos. El mejor y más numeroso ejemplo de esta situación es el ciudadano mexicano que al final del día se sienta a ver su televisión (comedias y futbol) y es bombardeado en forma cruel e inmisericorde desde la pantalla con una serie obscena de productos y opciones que están mucho más allá de sus sueños más optimistas.

Automóviles que cuestan millones de pesos; bebidas alcohólicas a precios que multiplican muchas veces el salario mínimo por botella; champús especiales para el cabello; pastas de dientes perfumadas; alimentos y refrescos «chatarra»; telenovelas que ofenden la inteligencia del espectador; el infaltable partido de futbol dominical (¡mami, yo quiero ser como Hugo Sánchez!). Nuestro ciudadano mexicano tipo tendría toda la razón si en respuesta a este vulgar atentado a su inteligencia y a su integridad como individuo destruyera a patadas la caja idiota que con toda seriedad conduce tales mensajes. Pero lo sorprendente es que no sólo no lo hace sino que se envicia aún más y en­tra en el jueguito de las videocaseteras y renta sus excelentes películas (Rambo, tiburón y bodrios anexos). Nuestro ciudadano mexicano ha caído en las redes de la propaganda que, reiterada a través del tiempo, ha llegado a transformarse en su Verdad.

Encerrado dentro de la inescapable cárcel de su pobreza (económica e intelectual), el mexicano se asoma a ver el mundo al que aspira y al que nuca tendrá acceso, reviviendo en forma moderna el suplicio de Tántalo.

Esto casi le da la razón al Eclesiastés (La felicidad esta en la ignorancia), pero esto choca contra nuestra concepción intuitiva del conocimiento. Para llegar a la felicidad lo que necesitamos no es ignorancia sino madurez. La realidad sólo nos agrede cuando, por no conocerla bien, creemos que es de otra manera. Necesitamos madurez para enfrentar la realidad que nos ha tocado vivir a cada uno de nosotros y la única manera de hacerlo es ampliando nues­tros conocimientos, porque en la mucha sabiduría hay gran bienestar: y quien añade ciencia encuentra la felicidad.

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