TEILHARD DE CHARDIN Y EL HOMBRE DE LA AURORA[1]
Por Mario Méndez Acosta
¿Embrollo o Fraude?
El escándalo más grande que ha afectado a la coÂmunidad científica, y en especial a la paleoantropología, fue la falsificación perpetrada por el paleontólogo Charles Dawson a principios de este siglo.
Desde sus supuestos hallazgos, que ocurrieron enÂtre 1911 y 1915, hasta su desenmascaramiento en 1953, Dawson dejó convencidos a sus colegas de que en las minas de grava de Piltdown, en el sur de Inglaterra, había encontrado los restos de un espécimen homínido de gran antigüedad, anterior a los neandertales, poseedor de características tanto humanas como simiescas, y que venia a representar el más antiguo antecesor del horno sapiens que se hubiera hallado en Europa.
Dawson cosechó fama y honores -en las ciencias no es frecuente cosechar fortuna- y murió en 1916 convencido de que su mistificación nunca sería desÂcubierta.
DUDAS
Dawson no contaba con que, gracias al desarrollo de nuevas técnicas de datación (determinación de la edad) de fósiles, sus hallazgos serian alguna vez soÂmetidos a algún análisis crítico exhaustivo.
Al ser examinados con cuidado los fósiles hallados por Dawson, se encontró algo horrible: se trataba de una revoltura de huesos humanos, no muy antiguos, con otros, incluyendo una mandíbula, de orangután. Además, los molares de la mandíbula habían sido limados para simular características humanas. Todo esto se había teñido con tintura de yodo y con óxido de hierro para aparentar gran edad.
De inmediato, el deshonor post mortem cayó sobre Dawson. Su atesorado Hombre de la Aurora (EoanÂtropus Dawson) no era más que un burdo timo que durante 40 años engañó a la ciencia.
Hasta aquí termina la historia tal y como ha sido conocida a lo largo de los últimos treinta años dentro del mundo científico. Empero, muy recientemente ha surgido evidencia de que Dawson tuvo un cómplice… y uno muy eminente.
¿CÓMPLICE»¦ O INCOMODO TESTIGO?
El antropólogo y filósofo jesuita Pierre Teilhard de Chardín, dejó una profunda huella en el pensamiento científico occidental. Sus trabajos antropológiÂcos, paleontológicos y su muy particular filosofía evoÂlutiva, con verdaderas implicaciones cósmicas, lograÂron que la Iglesia Católica cambiara radicalmente su postura ante la ciencia moderna. Aunque sus ideas no son consideradas muy ortodoxas que digamos, logróÂ que la jerarquía católica dejara de considerar al estudio de la evolución de la vida como algo casi diabólico.
Sin embargo, Teilhard fue muy amigo de Dawson.
En multitud de ocasiones, el jesuita acompañó a Dawson en sus excavaciones por los arenales de PiltÂdown y, reputadamente, participó en el hallazgo de alguna de las piezas del notorio homínido.
Ha sido el divulgador y escritor número uno de la biología moderna, Stephen Jay Gould (considerado por muchos como el Carl Sagan de las ciencias de la vida), quien ha emprendido una profunda investigaÂción acerca del papel que desempeñó Teilhard en el hallazgo del hombre de Piltdown.
Quizá la clave de todo el misterio se encuentre en la correspondencia de Teilhard con Dawson y otros de sus colegas. En la misma, Teilhard llega a menÂcionar con incomodidad su participación en el desÂcubrimiento e incurre en contradicciones.
Por otro lado, nunca, en toda su extensa obra esÂcrita a partir de 1920, hace Teilhard mención de ese fósil que tanto apoyaba sus teorías y con el que tanto tuvo que ver en su descubrimiento.
Naturalmente, toda esta evidencia no es concluyente. Los seguidores de Teilhard han defendido vehementemente su inocencia, pero Gould ha continuado preÂsentando más datos que señalan que, por lo menos, Teilhard de Chardin sabia de la falsificación.
MOTIVOS
¿Qué pudo orillar a dos personas tan respetables y apegadas al ideal de la búsqueda de la verdad a cometer semejante engaño?
No fue, sin duda, el ansia de notoriedad, ya que Dawson sólo llegó a ser famoso entre el grupo de sus colegas paleoantropólogos, muriendo en 1916. Teilhard, por su parte, logró hacer que casi se olvidara su partiÂcipación en el asunto Piltdown.
Es posible que un factor importante haya sido el de la inseguridad sobre la firmeza de algunas de sus teorías. En aquella época se insistía demasiado en la neceÂsidad de encontrar el famoso eslabón perdido que unieÂra al ser humano con sus antecesores antropoides. No obstante, ya en aquel momento existía suficiente evidencia fosilizada y embriológica sobre la vigencia pleÂna de las teorías evolutivas darwinianas. Ningún cienÂtífico importante dudaba de la evolución, y sólo quedaÂban por dilucidar algunas cuestiones acerca de los meÂcanismos que la hacían funcionar.
Otra posibilidad pudo haber sido la frustración… El hecho de haber trabajado durante años en un yacimiento prometedor como Piltdown, sin encontrar ni una sola pieza de interés, pudo haber sido la causa de que, inicialmente quizá como una broma, se cometiera la falsificación. Empero, una vez hecha pública ésta, no había forma de hacerse para atrás.
Teilhard, quizá horrorizado, no se atrevió nunca a denunciar a su gran amigo y condujo su vida posterior como si, simplemente, no hubiera existido el hombre de Piltdown. El sabio jesuita muere en 1955.
Sin embargo, y sobre todo en el mundo científico, tarde o temprano se sabe todo. La verdad llega y nos obliga a contemplar a estos grandes científicos como los hombres que eran, comunes y corrientes y tan suÂjetos al error y a la pasión como cualquiera de nosotros.
[1] Artículo publicado Excelsior, México, domingo 10 de junio de 1984.