Y… ¿dónde está el futuro?

Y… ¿DÓNDE ESTÁ EL FUTURO?[1]

Mario Méndez Acosta

La sociedad contemporánea se ha visto invadida por pronosticadores y profetas de todo tipo, quienes afirman poder obtener información sobre el futuro. Algunos señalan que dominan complejas formas de calcular tendencias actuales que les permiten saber la forma en que evolucionarán las cosas en diversos ámbitos como la economía o la política. Otros, los más, de plano aseveran que, mediante diversas técnicas adivinatorias sobrenaturales, paranormales o maravillosas, pueden obtener una visión del futuro y permitir que las personas a las que convierten en sus clientes puedan hacer algo para modificarlo.

Lo anterior implicaría indirectamente -de ser ciertas estas afirmaciones- que el futuro ya existe, aunque sea en forma imperfecta o no definida del todo, y que algunas personas gozan del don de poder tener acceso a sus secretos. Estos individuos pueden ser sacerdotes mayas o personas supuestamente privilegiadas como Nostradamus, con sus crípticas profecías, o adivinos de feria que con toda tranquilidad adivinan el porvenir a los incautos.

Es por ello interesante lo que ha podido determinar la ciencia moderna sobre la naturaleza de la percepción humana del tiempo, y acerca de éste como un fenómeno natural, lo que a fin de cuentas puede ilustramos sobre la posibilidad de que el futuro esté de alguna manera accesible para quien intente conocerlo antes de que se convierta en presente.

OmarKhayyam Desde el punto de vista de la filosofía, el futuro se considera de muy diversas maneras. Así, está el fatalismo musulmán que considera el futuro como algo sólido, sellado e invariable, escrito por el dedo de Alá desde el principio de los tiempos. Dice el Rubaiyat de Omar Khayyam, en su cuarteta LX: «Lo que el destino escribe, escrito está, ni toda tu piedad ni toda tu astucia conseguirían tachar una sola línea. Todas tus lágrimas no lograrían borrar una sola palabra», En cambio, las versiones religiosas occidentales más abiertas señalan que es tanto el libre albedrío como las acciones de cada individuo lo que traza el futuro, el cual desde luego puede ser modificado. Un futuro por completo inmodificable no resulta atractivo para aquellos adivinos que buscan dejar al cliente con la posibilidad de hacer algo para impedir un destino desagradable, por lo que prefieren profecías ambiguas o bien de fácil cumplimiento.

En medio de la actual oleada de libros y películas de tinte apocalíptico, queda siempre pendiente y sin resolver una cuestión: al parecer los que hacen las profecías tienen al menos la posibilidad de ver un futuro ya que éste existe en alguna parte. Pero si, por otro lado, pudiéramos demostrar que ese futuro aún no está definido por los hechos del presente, podríamos aseverar con mayor certidumbre que no existe una forma al alcance de los humanos de prever el futuro con alguna certidumbre real.

De hecho, es sorprendente ver cómo para algunos físicos el tiempo no constituye una propiedad física fundamental[2][3], sino que es un fenómeno derivado de las interrelaciones termodinámicas complejas entre infinidad de partículas, átomos y moléculas que integran los cuerpos complejos con los que interactuamos en la realidad que nos rodea[4].

El futuro, en el ámbito macroscópico en que nos movemos, está determinado por el resultado de hechos prácticamente fortuitos, cada uno de ellos impredecible. El futuro será, así, resultado de la acción de fenómenos físicos o químicos irreversibles y aun irrepetibles. Ello ocurre también y con más fuerza en el ámbito de las decisiones y acciones de los seres humanos.

Más allá del principio de incertidumbre de Heisenberg, el cual señala que es imposible pronosticar con exactitud datos sobre el comportamiento de las partículas elementales en el futuro, también ocurre que, a escala macroscópica, el comportamiento caótico de varios fenómenos y su simple complejidad anulan cualquier expectativa de conocer su estado futuro mediante extrapolación. El mejor ejemplo de la precariedad y arbitrariedad de cualquier futuro imaginable está en el ejemplo de las dos tazas idénticas de porcelana fina. No existe manera de que al dejarse caer ambas desde la misma posición y en las mismas circunstancias, pueda lograrse que se rompan de manera idéntica y que los pedazos resultantes correspondan uno a uno.

Lo cierto es que, para la ciencia, ese futuro que aseguran poder atisbar los videntes, simplemente aún no existe.


[1] Publicado originalmente en Ciencia y Desarrollo, No. 232, México junio de 2009, Págs. 56-57.

[2] Julian Barbour. The end of Time. New York: Oxford Press, 1999.

[3] Victor J. Stenger. Timeless Reality New York: Prometehus Books, 2000.

[4] Ilya Prigogine. El nacimiento del tiempo. Barcelona: Tusquets, 2005.

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