FRED HOYLE, EL ICONOCLASTA[1]
Mario Méndez Acosta
El pasado agosto de 2001 falleció sir Fred Hoyle, astrónomo real de la reina de Inglaterra, nacido en Bingley, Gran Bretaña en 1915, quien indudablemente fue uno de los más grandes cosmólogos del siglo XX, creador, junto con Hermann Bondi y Thomas Gold, de la llamada teoría del estado estacionario del universo la cual, durante más de 35 años rivalizó con la teoría del Big Bang, o de la Gran Explosión, como una atractiva explicación científica del origen del cosmos. Se trata de una extensión, para la dimensión temporal, del llamado «principio de la mediocridad», mismo que postula que no vivimos en una galaxia privilegiada, ni en un sistema solar privilegiado, ni nuestro Sol es una estrella especial de algún tipo. Dicho principio asegura también que las mismas leyes de la física rigen en cualquier punto del cosmos y que nuestro lugar en éste nada tiene de notable. La teoría del estado estacionario agrega, además, que no vivimos en un momento privilegiado en el tiempo, pues no existen tales, por lo que nunca hubo un momento privilegiado en el que todo fue creado, sino que el universo es el mismo en todo lugar yen todo tiempo de su existencia, que desde luego es eterna. Lo anterior quiere decir que el cosmos es infinito y que siempre ha tenido y tendrá la misma apariencia.
Pero para cuando Hoyle -quien en plan de burla bautizó con el nombre de Big Bang a esa teoría-, propuso la del estado estacionario (después de haber visto la película The dead of the night), ya se sabía que el universo se expande; para justificar cómo podía ser que éste, infinito de acuerdo con el modelo estacionario, no se hubiera ya enrarecido al grado de que las estrellas no se pudieran ni siquiera ver unas a otras, Hoyle postuló un nuevo principio; el de la creación continua de la materia.
Es suficiente, así, con la creación anual de unos cuantos electrones y protones por pársec cúbico, para contar con materia nueva suficiente, capaz de lograr la formación de nuevas estrellas y para que el universo no se vuelva cada vez más tenue y menos denso. La tasa de creación de nueva materia requerida es tan baja que no se podría detectar con los instrumentos que poseemos.
Para Hoyle lo anterior resultaba tan arbitrario como suponer que toda la materia existente del universo se hubiera creado, toda junta, hace unos 15 mil millones de años, como lo supone la teoría del Big Bang. La discusión siguió sin decidirse durante casi tres decenios, hasta que en los años sesenta se descubrió la radiación de fondo del cosmos; un ruido electromagnético muy tenue procedente de todos los confines de la esfera celeste; se demostró que dicha radiación sólo podía ser el eco o vestigio de la gran explosión, e indicaba que en todo el universo se mantenía una temperatura ambiental de poco más de tres grados arriba del cero absoluto, residuo de las terribles temperaturas que sufrió el cosmos en los primeros momentos de su creación. Se determinó también que en el universo visible no hay suficientes estrellas tan viejas como para demostrar la existencia del cosmos desde un tiempo infinito en el pasado
Hoyle, reconocido ya por ser el descubridor de los mecanismos que permiten la formación de átomos más pesa dos que el hidrógeno y el helio, en el interior de las estrellas -indudablemente su máxima aportación a la astrofísica-, jamás aceptó la derrota de su teoría cosmológica favorita, lo que lo orilló a proponer y defender una serie de hipótesis pseudocientíficas que arruinaron su prestigio, al grado de no haber recibido el premio Nobel por sus descubrimientos sobre la evolución de las estrellas.
Fred Hoyle es una prueba viviente de cómo una mente brillante se puede echar a perder totalmente. Después de haber contribuido al conocimiento sobre el cosmos como pocas otras personas del siglo, su despecho ante la derrota de su teoría cosmológica predilecta lo llevó a convertirse en una especie de máquina superinteligente generadora de teorías irracionales -aunque también una serie excelente de novelas y relatos de ciencia ficción-o Hoyle afirmaba así que la vida en la Tierra había sido sembrada por una inteligencia superior, que no era Dios, sino algo distinto. Aseguraba además que el Universo es una entidad inteligente capaz de conocerse a sí misma. Propuso que todas las enfermedades virales, y todos los virus, incluyendo el del sida, han llegado desde el espacio.
Se declaró también antidarwinista, pero sin aceptar el creacionismo religioso. Afirmaba que esa inteligencia superior se hacía presente aquí para causar extinciones periódicamente (cada treinta o cuarenta millones de años), y propiciar la evolución de nuevas variedades de animales intelectualmente más capaces. Afirmó también que el arqueoápterix, famosa ave fósil que muestra la transición entre los dinosaurios y las aves modernas, es una falsificación, en todos los ejemplares que se han encontrado, en los cuales se distingue el plumaje impreso en la roca. Este fósil contradice su hipótesis sobre la inexistencia de estados de transición entre las especies al evolucionar unas de otras.
Junto con el físico indostano Chandra Wicramansinghe, propuso una compleja teoría en torno de la evolución de la vida en las colas de los cometas, y en las nubes de materia que rodean a las estrellas en formación. Aseguraba que hay ocultos en el mundo varios meteoritos del tipo de las «condritas carbonáceas» que contienen bacterias extra terrestres.
Propuso también un gigantesco sistema para generar energía gratis, que implicaba aprovechar el diferencial de temperatura que hay entre el agua del fondo del mar; que está casi a la temperatura de congelación, y la de la superficie, más cálida. No parecía importarle violar con ello la segunda ley de la termodinámica.
Desde luego, cada una de las afirmaciones de Hoyle ha sido refutada con detalle, pero él jamás se dio por aludido. En realidad, postular que la vida se originó en el espacio exterior; simplemente pospone la explicación del origen de la vida, y resulta mucho más complicado describir su origen en el vacío del espacio, en donde no hay las condiciones hospitalarias de nuestro planeta.
No hay evidencia alguna de que el Universo pueda tener algún tipo de conciencia o mente, lo cual implicaría algún tipo de intercambio de información modulada entre sus distintos componentes -que serían las galaxias-, como ocurre con las neuronas en el cerebro humano.
Por otro lado sí se ha podido detectar cómo evolucionaron y han mutado los virus de las diversas enfermedades que comparten nuestra estructura bioquímica, lo que demuestra un origen común.
La explicación que proporciona el neodarwinismo a la aparición de todo tipo de especies y adaptaciones al medio ambiente es satisfactoria, y no es necesario acudir a soluciones vitalistas o de origen extraterrestre. La irracionalidad de Hoyle en sus últimos años, como francotirador contra la ciencia establecida, contrasta con su brillantez como divulgador en los años cincuenta y sesenta’ cuando ganó el premio Kalinga a la divulgación científica, y rivalizó con Isaac Asimov, Willy Ley y George Gamow en la publicación de libros maravillosos sobre astronomía y cosmología, que, como Las Fronteras de la Astronomía, fueron calificados por los críticos como tan importantes como el Origen de las Especies de ese mismo Darwin del que después llegaría a convertirse en su mas severo detractor.
Referencias
The Intelligent Universe. Fred Hoyle. Ed. Ho1t Rinehart Winston, NY 1983.
The Frontiers of Astronomy. Fred Hoyle. Mentor Books, NY 1955.
The Origin of the Universe. John D. Barrow. Basic Books NY. 1994.
[1] Publicado originalmente en Ciencia y Desarrollo No. 164, México, mayo junio de 2002, Págs. 94-95