Ciencia ficción y profecía

Sin truco alguno

CIENCIA FICCION Y PROFECIA[1]

 

Por Mauricio-José Schwarz

Lo que es en verdad asombroso y frustrante es el hábito humano de rehusarse a ver lo obvio e inevitable hasta que llega.

Isaac Asimov

El clímax de todo fue acaso la llegada del hombre a la Luna. Miles de personas, la mayoría de las cuales jamás habían leído ciencia ficción, se lanzaron a la necropsia de los textos de Verne, maravillados ante los aparentes poderes de predicción del genial francés. Desde entonces existe una notable tendencia a imaginar al escritor de ciencia ficción con una bola de cristal a un lado de la máquina de escribir. Y sin embargo, esta concepción es del todo falsa. Omite, principalmente, el nombre de esta categoría artística: ciencia ficción. Es decir, el ejercicio de la imaginación de acuerdo a los conocimientos y el método científicos, sin espejos, sin trucos y sin pactos con el diablo ni tarot.

LAS PREDICCIONES CUMPLIDAS

La mayoría de las veces que un autor de cf ha escrito algo que más o menos se hizo realidad después, se debe a una de dos razones: o bien las tendencias del conocimiento hacían evidente que tal cosa iba a ocurrir, o bien el azar llevó a que, de cien futuros imaginados, uno se pareciera al real.

En el primer caso tenemos a Verne, quien por cierto se enfurecía cuando le mencionaban a H. G. Wells y gritaba: «Â¡EI inventa, yo no!» Se refería a que todas sus cosas de «romance científico» estaban firmemente ancladas en la realidad y en la asesoría de destacados científicos. Verne «adivinó» la velocidad de escape de la atmósfera terrestre, el estado de microgravedad y el lugar desde el cual debía lanzarse una nave espacial mediante el sencillo expediente de preguntarle los datos a los físicos de su época. Lo que pasó es que nadie antes había usado esos datos para crear literatura. Y ya desde entonces existía la errónea idea de que la ciencia es fría e inhumana, algo falso pues, como apunta Reginald Bretnor, antologista y escritor «(al menos hasta donde sabemos) sólo los humanos la usan».

Pero H. G. Wells predijo el tanque, a sabiendas de que el poder de los nuevos explosivos como la dinamita de Nobel exigiría gran protección. Y predijo la guerra aérea, luego de que los Wright volaron; habiendo aviones, era conclusión lógica usarlos en la guerra. Y también previó la bomba atómica, luego de que se empezaron a popularizar las teorías de Einstein sobre la energía contenida en la masa de un objeto. No era mago. Igualmente, Verne «inventó» su submarino mucho después de que, en la guerra de independencia estadunidense, se usó el primer prototipo burdo.

Satélites, guerras, manipulación genética, órganos artificiales, desastres ecológicos, una multitud de acontecimientos han sido descritos por la cf. Pero en ellos no hay magia y, ante todo, no existe la intención de describir el futuro «cómo será». En una de sus muchísimas frases afortunadas, Ray Bradbury, el poeta de la cf que nada sabe de ciencia, dijo: «Yo no puedo predecir el futuro, pretendo prevenirlo». O, en palabras del gran escritor Ben Bova (quien previó los satélites de la actual «guerra de las galaxias» reaganiana en su clásica novela Milenio): «Porque no hay simplemente un futuro, un tiempo que está preordenado y es inexorable. Nuestro futuro es construido, trozo a trozo, minuto a minuto, por las acciones de los seres humanos. Una función vital de la ciencia ficción es mostrar qué tipos de futuro podrían resultar de ciertas acciones humanas».

LO QUE NUNCA FUE

En muchas ocasiones, los escritores de cf pintan un mundo aterrador, como Mil novecientos ochenta y cuatro de Orwell o Un mundo feliz de A. Huxley. Obviamente, estos autores están exagerando lo peor para cumplir con el postulado de Bradbury: evitar que eso ocurra. La conciencia que despiertan muchas obras de cf es un instrumento más para que el futuro sea mejor.

Pero, sea por Zeus, los científicos y los escritores de cf son seres humanos. Verne, por ejemplo, omitió que el disparo de su enorme cañón en la Florida haría papilla a los ocupantes, aplastándolos contra el piso de su bala. De hecho, hasta las misiones Apolo, sólo hombres de constitución física extraordinaria podían, luego de extenuantes entrenamientos, soportar las aceleraciones a que se veían sometidos. Igualmente, muchos futuros planteados se excluyen mutuamente. Por ejemplo, los relatos de cf futurista (no toda la cf se refiere al porvenir, ojo) se pueden dividir en dos categorías: donde hubo guerra nuclear y donde no la hubo. La mitad de esas obras están, por tanto, equivocadas.

De hecho, la gran mayoría de las obras han estado «equivocadas», es decir, han tallado en sus predicciones, cosa que el público en general no parece tomar en cuenta. Aquí es donde interviene el azar. Mientras más y más escritores escriben más y más cuentos y novelas, aumenta la probabilidad (con perdón de Mummón) de que alguno acierte en mayor o menor medida.

Pero, como comentara Frank Herbert, el autor de la tetralogía de Duna (no Dunas, por favor): «Al igual que el resto de mis colegas, no tengo el libro de respuestas».

Es más, lectora, lector, si alguien llega y afirma que tiene el libro de las soluciones a los problemas de este mundo, llame rápido a la policía, al manicomio o vote por otro tipo.

Los propios autores de cf muchas veces no creen en la posibilidad o viabilidad de sus creaciones: Asimov admite que ni siquiera en teoría son viables el control de la gravedad o el viaje en el tiempo (salvo, según el crítico Damon Knight, el viaje que estamos haciendo lentamente hacia el futuro todos nosotros, segundo a segundo). Y bastante improbable es también que se establezcan imperios galácticos, se viaje a velocidades superiores a la de la luz, se logre la teleportación de la materia y mil ideas más que desbordan las obras de cf.

LA FUNCION DE LA CF

¿Para qué sirven entonces esos entornos, esas ideas que conforman eso que llamamos cf? La gente quiere respuestas. «¿Por qué el universo no puede ser más parecido a mí?», ironiza Herbert. La cf trata principalmente de seres humanos, sus problemas, sus deseos, sus pasiones, su potencial de construcción y destrucción. Si se nos permite un símil ya bastante usado, es el microscopio que nos pone en perspectiva en el universo, el tiempo y la historia. Y si para explorar la ambición lo podemos hacer mejor con un imperio galáctico, hay que inventar uno que sea verosímil, lo que no significa que sea probable, deseable ni realizable. Sólo debe ser coherente dentro del relato.

La cf seguirá sin embargo prediciendo ciertos acontecimientos o descubrimientos con exactitud que asombra a quienes no tienen afición por esta literatura. Después de todo, la futurología es una ciencia que la cf creó, aunque ahora los libros de Toffler y otros futurólogos sean material de referencia indispensable para muchos escritores del género.

Literatura, poesía, realidad irreal, postulados sociales e incluso políticos sin el aburrimiento del ensayo. De eso trata -en parte- la cf. Para muchos será una decepción saber que en los libros de cf no está explicado cómo vivirán sus hijos. Sólo hay algunas de las muchas opciones que tenemos para alcanzar el sueño de un mundo mejor.

Nuevamente, la responsabilidad está en cada uno de nosotros. Ni videntes ni magos ni astrólogos ni siquiera los auténticos científicos, pueden decirnos los resultados del hipódromo de la semana próxima.

Pero, después de todo, ¿no es gracias a esa incertidumbre, que es a la vez promesa, que vale la pena vivir?


[1] Publicado originalmente en Revista de Revistas, No. 3971, México, 7 de marzo de 1986. Págs. 50-51.

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