IMPACTO AMBIENTAL
La invasión de las bestias del aporcalipsis[1]
Juan José Morales
Parece una de esas malas películas de terror clase C, a la que podría titularse La Invasión de las Bestias Salvajes, pero es una situación absolutamente real. Millones de animales que escaparon al control humano deambulan por Estados Unidos, y si bien «”a diferencia de lo que ocurre en las cintas hollywodescas»” usualmente no atacan a los seres humanos, ocasionan graves destrozos y constituyen un serio peligro de salud porque dejan sus excrementos por todas partes. Para intentar acabar con la amenaza, se les combate por todos los medios posibles, incluso con ametralladoras y disparándoles desde helicópteros, y anualmente se logra exterminar a 750 mil de ellos, pero se reproducen a tal velocidad que a pesar de la carnicería cada vez son más. Se estima que a la fecha hay ya entre 3.5 y 7 millones en el país, y de continuar las cosas así, dentro de menos de diez años serán más del doble.
Aquello ha sido calificado, en un juego de palabras, como el aporcalipsis. Y es que las bestias en cuestión son puercos; cerdos cimarrones o ferales, como también se les llama. Es decir, descendientes de ejemplares domésticos que en libertad, se comportan como animales silvestres excepcionalmente invasivos y destructores. Pesan hasta 150 kilos de peso y como tienen características de jabalíes europeos introducidos en Estados Unidos «”que también se volvieron cimarrones y con los que se cruzaron»”, poseen grandes y afilados colmillos capaces de inferir graves heridas.
Los cerdos salvajes fueron introducidos en muchas zonas de Estados Unidos por cazadores como estos, que practican la cacería con modernos arcos y ballestas, pero se han multiplicado descontroladamente. Obsérvense el gran tamaño de los animales y sus enormes colmillos, que pueden fácilmente destripar a un perro o herir gravemente a un ser humano.
Inicialmente vivían en áreas remotas y aisladas, pero al crecer sus poblaciones, comenzaron a invadir los campos agrícolas donde «”como es de imaginar»” devastaban los cultivos. Ahora ya no se les encuentra sólo en el campo, sino incluso en pueblos y grandes ciudades. El problema es que comen de todo, y en vez de la vegetación natural, prefieren el suculento pasto de las casas suburbanas y las tiernas y jugosas plantas de ornato de parques y jardines, y al hozar en busca de alimento provocan serios destrozos. Son capaces, dicen los expertos, de remover el suelo hasta casi un metro de profundidad, como si por ahí hubiera pasado una excavadora.
Los cerdos cimarrones se encuentran ya al menos en 40 de los 50 estados norteamericanos, en muchos casos introducidos deliberadamente por cazadores que deseaban diversificar sus presas, pero son particularmente abundantes en Texas, donde se concentra la mitad del total, no sólo por la gran extensión de la entidad, sino por las favorables condiciones naturales. Y no sólo, como decíamos, en las áreas rurales, sino en las grandes ciudades. En uno de los mayores parques de la zona metropolitana de Dallas, por ejemplo, se estima que viven 15 mil.
Como decíamos, se ha intentado exterminarlos con trampas, fusiles, ametralladoras y otros medios, pero todo en vano, pese a que se permite cazarlos ilimitadamente todo el año y la gente lo hace con singular entusiasmo. Cada vez hay más, pues su tasa de reproducción es muy alta. Tienen normalmente de cuatro a seis crías en cada camada, pero a veces hasta doce, se aparean hasta dos veces por año, y comienzan a reproducirse a los seis meses de edad. Se calcula que su número aumenta 16% anualmente, de modo que en cinco o seis años podría duplicarse, con lo cual aumentará también enormemente la magnitud de los daños que causan y que a la fecha se estiman en 1 500 millones de dólares anuales.
Ante lo infructuoso de los intentos por combatir la multiplicación de los cerdos, se ha pensado en combatirlos mediante anticonceptivos, o con nitrito de sodio, un pesticida que dio buen resultado para eliminar a este tipo de cerdos en Australia. Sin embargo, dichos compuestos químicos representan un riesgo para otros animales, y no se ha autorizado su empleo. Mientras tanto, el aporcalipsis continúa.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
[1] Publicado en los diarios Por Esto! de Yucatán y Quintana Roo. Viernes 30 de agosto de 2013