IMPACTO AMBIENTAL
Sarampión y las consecuencias del «naturismo»[1]
Juan José Morales
Varias veces hemos hablado en esta columna del movimiento antivacunas, según el cual la vacunación es no sólo innecesaria o inconveniente, sino hasta peligrosa. Quienes creen tal cosa no vacunan a sus hijos, exponiéndolos a todo tipo de enfermedades, incluso mortales.
Pues bien, las consecuencias de esa actitud, están ahora a la vista con el brote de sarampión ocurrido en Estados Unidos, que tuvo su origen entre asistentes al parque de diversiones de Disneylandia pero hasta el pasado martes 10 de febrero ya se había extendido «”según los registros de las autoridades sanitarias»” a 17 estados y la capital de aquel país, con 127 casos confirmados y probablemente más.
Contra lo que algunos creen, el sarampión no es una enfermedad leve e inofensiva. En 2000 mató a más de medio millón de personas en todo el mundo. Pero la vacunación logró reducir ese número a 122 mil en 2012. Estima la Organización Mundial de la Salud que en ese lapso la vacuna evitó 13.8 millones de muertes. Sin embargo, hay una tendencia a no vacunar a los niños por razones religiosas o naturistas.
De la importancia de la vacunación da fe el hecho de que una evaluación inicial, de 42 de los primeros pacientes, reveló que «”como era de esperarse»” 34 no habían recibido vacuna contra el sarampión, tres sí habían recibido la primera dosis pero no el refuerzo y sólo cinco habían tenido la vacuna completa. Tales cifras no dejan dudas de que, contra lo que afirman sus detractores, las vacunas no son innecesarias sino indispensables para proteger a las personas. Como se vio en este episodio, una persona que no es vacunada contra el sarampión tiene 67 veces más probabilidades de contraerlo que quien sí lo ha sido.
Desde luego, los voceros de la antivacunación no se dan por vencidos. Alegan que 127 casos entre los más de 300 millones de habitantes de Estados Unidos, es una cifra insignificante y demuestra precisamente que no es necesario inmunizar a toda la población. Pero es un argumento falaz, pues la enfermedad no atacó a todos por igual sino que los más afectados fueron precisamente aquellos que no habían sido vacunados.
Todavía más importante es lo que podría denominarse «efecto escudo». Es decir, el hecho de que muchos niños y adultos que no han recibido la vacuna se libran de contraer la enfermedad porque viven en un entorno en que la gran mayoría de las personas sí han sido inmunizadas. Por lo tanto no enferman y no contagian a otras. Forman así una especie de escudo protector para quienes no han sido vacunados.
Y si bien es cierto que algunos enfermos sí habían recibido la vacuna, las cifras confirman justamente su eficacia. Las autoridades sanitarias jamás han pretendido que sea 100% eficaz, sino sólo en un 97%. Y las estadísticas de este brote así lo confirman.
Lo alarmante del asunto es que cada vez ocurren con más frecuencia brotes de enfermedades que ya habían sido controladas mediante vacunas. En el caso del sarampión, en 2014 ocurrieron 60 en Estados Unidos, uno de los países donde más se ha ido extendiendo la tendencia a no vacunar a los niños por creencias religiosas o naturistas. El más grave, con 400 enfermos, se registró precisamente en un grupo religioso, una comunidad amish en el estado de Ohio. Los miembros de esta religión se oponen no sólo a las vacunas sino también a las transfusiones de sangre y otros procedimientos médicos.
Es evidente que tales brotes no ocurrirían si la totalidad o la casi totalidad de la población estuviera vacunada, así que no lo piense usted mucho si lee o le dicen que las vacunas son inútiles o peligrosas. Lo peligroso es no vacunarse.
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Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
[1] Publicado en los diarios Por Esto! de Yucatán y Quintana Roo. Viernes 13 de febrero de 2015